En 1960, el sociólogo y académico norteamericano Daniel Bell (1919-2011) publicó “El final de la ideología”, obra que llegó a ser un clásico en las ciencias políticas oficiales. La publicación fue catalogada por el Times Literary Supplement como uno de los 100 libros más influyentes de la segunda mitad del siglo XX.
A pesar de que en los años 1950 e inicios de los 60 había otros partidarios del “Final de la ideología”, Bell es considerado como el más influyente. Aun cuando tuvieron lugar algunas variaciones, esta escuela de pensamiento tiene un común denominador. Tratando de no simplificar excesivamente esa importante tendencia, para el propósito de este artículo, es posible afirmar que surgió debido al fracaso percibido, tanto del socialismo en la antigua URSS como del capitalismo en Occidente. Es decir, nació en oposición al “extremismo”.
En noviembre de 1968, junto con otros estudiantes de ciencias políticas de la Universidad de McGill, en Montreal, fundamos la Asociación de Estudiantes de esa disciplina. Organizamos una huelga y presentamos dos reivindicaciones principales: la primera, exigir la participación estudiantil en los comités de contratación de la Facultad; la segunda -asociada a este potencial empoderamiento estudiantil- reclamar un profesorado y un currículo más incluyente.
Este último podría incluir publicaciones no sólo de Daniel Bell -por supuesto considerado obligatorio y una indiscutible referencia en ciencias políticas-, sino también de científicos sociales progresistas, así como los trabajos de Marx y Lenin. En aquella época eso último estaba excluido. Tras diez días de ocupación y huelga, la solicitud de los estudiantes fue aceptada por la universidad.
Bell no vio llegar la inevitable insurrección que se estaba fraguando en Estados Unidos entre los ciudadanos afrodescendientes, poco después de que su best-seller saliese de prensa. Esas luchas progresistas, así como la de los pueblos indígenas, tienen su origen al inicio de las Trece Colonias. En los años 1960, los estudiantes estadounidenses fueron atraídos por ideologías y políticas alternativas. De hecho, el movimiento de los jóvenes era omnipresente en toda Norteamérica y en gran parte de Europa.
Mientras en los años 60 esta tendencia se caracterizaba por diferentes aspectos de la izquierda política e ideológica y experimentaba sus propios altibajos, parecía la despedida de la tesis del final de la ideología. Sin embargo, el legado de Bell nos sigue acechando.
En el último año aproximadamente, en Cuba ha tenido lugar un aumento continuo de artículos en un lenguaje indirecto acerca de la idea del final de la ideología, escritos por algunos blogueros e intelectuales cubanos marginales. Al inicio eran tímidos, pero luego cada vez más audaces.
Hablaban de la “estéril dicotomía entre socialismo y capitalismo”, aconsejando a los revolucionarios cubanos ser “equilibrados y profundos en sus criterios” cuando se trata de criticar el imperialismo estadounidense, o de evitar el extremo de ser “fidelista o anticastrista”, etiquetando de “extremistas” o “fanáticos” a los marxistas-leninistas o a los fidelistas, escribiendo sobre dos grandes falacias acerca de lo revolucionario en Cuba, la derecha y la izquierda como un “dogma excluyente” y, por último, postulando que “la vida es más compleja incluso que las ideologías”.
Leyendo estos artículos regresaban continuamente a mi mente aquellos días universitarios de 1968. ¿Cómo pudo ser posible que nos opusiéramos al final de la ideología en el corazón del capitalismo, y que ahora ello vuelva a surgir -entre todos los lugares imaginables-, justamente en Cuba? Podría argumentarse que la oposición en Cuba está viniendo de la “izquierda”, es decir de quienes pretenden apoyar a la revolución. Pues bien, ¿de dónde más podría surgir sino de esa llamada izquierda?
No olvidemos que Bell se consideraba a sí mismo de izquierda y que su oposición a la ideología fue ostensiblemente desde una perspectiva de izquierda y no de derecha. Es así como logró construir su credibilidad. Bell se había desilusionado del socialismo y no veía otra alternativa, por lo que libró una batalla tanto contra el capitalismo como contra el socialismo. Su trabajo refleja su propio dilema personal y político. Sin embargo, objetivamente hablando, esta llamada neutralidad respecto a los extremos consistió en lanzar un salvavidas al capitalismo. No es un accidente que Bell sea tan apreciado por las élites gobernantes de Occidente.
Siempre he aseverado que la más peligrosa oposición a la Revolución cubana proviene de la llamada izquierda, y no de la derecha abiertamente plattista. Es un cáncer en la sociedad cubana que, si se deja crecer sin una fuerte resistencia ideológica, podría influir en algunos ingenuos, especialmente entre los jóvenes, los intelectuales y los artistas.
Al mismo tiempo, cuando Bell escribía sus ensayos a finales de los años 1950, compilados en su volumen de 1960, Cuba constituía el escenario de la más evidente refutación de su teoría: el ataque a Moncada de 1953, su programa resultante y el triunfo de la revolución el 1 de enero de 1959. Fidel Castro y el Movimiento 26 de julio constituyeron el camino embrionario hacia a una nueva ideología revolucionaria marxista-leninista en Cuba.
Lejos de ser un período caracterizado por el final de la ideología, Cuba dio al mundo el resurgimiento y la confianza en la necesidad de la ideología. Cuba representó el fin del final de la ideología. La revolución cubana surgió durante el auge de la Guerra fría, pero se erigió resueltamente en contra de cualquier intimidación por parte de la llamada izquierda o del imperialismo. Para la izquierda de aquella época, y más aún para la derecha, esta posición no se correspondía con lo políticamente correcto. De esta manera, Fidel tuvo la perspicacia de no revelar el escenario completo en el periodo inicial. Sin embargo, la ideología se encontraba en el centro del pensamiento y la acción.
Desde 1953 Cuba siempre ha sido -y lo sigue siendo- la quintaesencia del desarrollo de los principios ideológicos. Cada palabra escrita y pronunciada por Fidel está impregnada de ideología. Cuba no está anquilosada, por el contrario sigue evolucionando según la situación. De otra manera, no hubiese podido sobrevivir a sus enemigos durante todo este tiempo.
Estoy convencido de que uno de los principales objetivos implícitos de la campaña mediática corporativa internacional contra Fidel, justo después de su fallecimiento, consistió en una revancha del imperialismo contra él por negarse a capitular en el tema de la ideología.
Pero, ¿por qué -podrán preguntarse los medios interminablemente- la revolución cubana nunca suscribió el final de la ideología, como debía hacerse, según las ciencias políticas oficiales? En todos estos años, desde el 26 julio de 1953 hasta el 25 noviembre de 2016, Fidel vivió y murió tal como lo exigió a los demás: como un humilde revolucionario.
En el actual contexto histórico, tratar de impregnar a la cultura política cubana de “neutralidad” respecto a la ideología: oposición a los “extremos”, “equidistancia” entre socialismo y capitalismo, etc., no constituye un desafío al dogmatismo de la izquierda tal como tratan de presentarlo.
El verdadero desafío es contra el socialismo y la ideología marxista-leninista. En los años 1960, la teoría del Bell complacía a los círculos de gobernantes que deseaban preservar el statu quo. ¡Las élites estaban en el poder y no temían ser desalojadas por su propio capitalismo! El Final de la ideología y su crítica al capitalismo fue tan sólo un pretexto para criticar al socialismo. En 1968, en la Universidad McGill, esto constituyó el principal argumento de los profesores y administradores conservadores.
Aparentemente ellos no estaban ni a favor ni en contra de ninguna ideología. “Todas las opciones políticas son bienvenidas”, aseguraban. Sin embargo, Bell fue aún más aceptado. Él se oponía, decían ellos, tanto al capitalismo como al socialismo. Sin embargo, quienes favorecían el statu quo del capitalismo se apoyaron en el final de la ideología.
Quienes se oponen a la ideología “extrema” de la izquierda fueron totalmente integrados a la ideología capitalista y ayudaron a elaborarla y a difundirla. El propósito del “Final de la ideología”, en los años 1960, y ahora respecto a Cuba, es poner fin a las ideologías marxista-leninista y socialista.
Arnold August. Periodista y conferencista canadiense.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario