sábado, febrero 04, 2017

Antes de la revolución: el Pugachov cinematográfico



El precedente más sonado de la revolución rusa es el de Yemelián Ivánovich Pugachov fue un pretendiente al trono de Rusia que lideró una insurrección de los cosacos en la época de Catalina la Grande…entorno suyo existe una interesante película Tempestad! (Alberto Lattuada. Italia-USA, 1958) con ujnos magníficos Van Heflin, Silvana Mangano, Viveca Lindfors, mal acompañados por el insípido Geoffrey Horne. El guión está basado en la novela La hija del capitán, según dicen los especialistas la mejor obra de Puschkin. Se trata ante todo de una tentativa por parte de su productor, Dino de Laurentiis de repetir (en solitario, sin la colaboración de Carlo Ponti) el éxito alcanzado dos años antes por Guerra y Paz, una notable adaptación de la obra inmortal de Lev Tolstói puesta en escena por King Vidor. No es por casualidad que existen actores compartidos entre uno y otro film (Osear Homolka, Helmut Dantine, Vittorio Gassman entre otros), también se dan coincidencia en las fichas técnicas de ambos existen nombres coincidentes (el guionista Ivo Perilli, el fotógrafo Aldo Tonti, el decorador Mario Chiari). Incluso fue rodada aprovechando incluso algunos decorados de Guerra y Paz, Tempestad cuenta además con una pobre, fría, elemental e impersonal.
La obra original es un drama romántico desarrollado en la época de Pugachov, lider de la sublevación del campesinado ruso entre 1773 y 1775, ofrece un material mas que interesante para un hombre que quería combinar desde el inicio de su carrera la búsqueda estilística con el discurso social: ideas sobre la revolución, una desgarrada historia de amor interclasista, la fidelidad y la traición, la crítica a la ciega obediencia militar, las duras condiciones de vida de los campesinos frente a la distendida vida en la corte de Catalina que encarnada por la notable Viveca Lindfors, aparece más bien desfavorecida. Por ejemplo se oculta su enorme desprecio por el pueblo llano desde su adscripción por el llamado despotismo ilustrado.
Para lo que puso ser, el proyecto se queda corto en todos los aspectos y no alcanza a ser ni la reflexión que se pretendía sobre la revuelta de Pugachov ni el sólido melodrama con fondo histórico que podía haber sido, no se da nuna pasión por lo que se cuenta como se dio en el film de Vidor. Hay ocasiones, incluso, en la que todo lo que aparece en pantalla resulta demasiado distante y frío, como si Lattuada hubiera renunciado a ofrecer algo mas que un melodrama que fluctúa entre dos caminos sin optar abiertamente por ninguno: las secuencias de espectáculo (batallas, fiestas cortesanas) son como cuadros inanimados, las secuencias de transición están resueltas con llamativa sosería. A pesar de su oficio, Lattuada no consigue nunca conferir al film el tono dramático y desgarrado que precisaba: le faltan expresividad y lirismo. Si algún personaje llega a tener fuerza en algunos momentos es gracias a la interpretación del actor o de la actriz, pues todos están lamentablemente desdibujados (el momento de la muerte del capitán Moronov y de su esposa Vasilisa tiene fuerza por la capacidad del esforzado trabajo de dos característicos de primera: Robert Keith y Agnes Moorehad. El drama que viven Masa, la hija del capitán, y Pedro Griniev, tampoco llega a prender en el espectador es gracias al esfuerzo de Silvana Mangano, a pesar del obstáculo que supone actuar al lado del inexpresivo Geoffrey Horne). Gracias a los actores y a la fuerza del original, la película logra buenos momentos que impiden que el descalabro sea total: así las entrevistas finales en montaje paralelo de Masa y Pedro y de Catalina y Pugachov; el abrazo de los dos amantes con el fondo sonoro de los tambores que anuncian la inminente ejecución; el citado momento de la muerte de los padres de Masa…
El irregular Alberto Lattuada siempre sintió una poderosa atracción hacia la literatura rusa lo que le permitió realizar títulos tan notables fruto II cappotto (según Gogol), La steppa (según Chejov) y Cuore di cañe (según Bulgákov), de las que solamente nos llegó la primera, una joya.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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