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martes, febrero 21, 2017
El Cruce de los Andes: a 200 años de la mayor hazaña militar argentina
Mapa de las seis columnas del Ejército de San Martín en el cruce de los Andes
¿Cómo formó y entrenó San Martín al ejército que se batiría en 1817 con las tropas realistas y cruzaría la extensa Cordillera de los Andes? A 200 años de la cruzada libertadora, analizamos sus conocimientos en el arte militar.
La planificación del cruce de Los Andes y la batalla de Chacabuco, ocurridos hace 200 años, hace pensar que San Martín no sólo supo sintetizar muy bien las lecciones de batallas en las que fue protagonista, sino también sus contemporáneas. Allí donde se batían los ejércitos europeos que había conocido desde adentro en su larga carrera militar como adversario y aliado de Francia. Es importante retomar la experiencia previa de San Martín en los Pirineos, así como los cambios que estaba desarrollando la guerra moderna en Europa para comprender su accionar político y, sobre todo, militar en territorio americano.
Sabemos que los historiadores locales divulgan ampliamente el genio militar, mostrado el cruce de Los Andes y la propia batalla de Chacabuco, pero al momento de señalar sus inspiraciones tácticas aún hay quienes señalan como único antecedente -salvando las grandes diferencias geográficas y de campaña- el impensado cruce de Aníbal Barca a través de los Alpes para marchar sobre Roma. No faltan quienes quieren mostrar la táctica sanmartiniana como “un invento”, quizás creyendo engrandecer así el genio militar del General. Otros, más instruidos, destacan similitudes con las tácticas napoleónicas en su incursión sobre Italia a través de Los Alpes, partiendo de que en ese caso Napoleón se encontraba en persecución de las derrotadas tropas austríacas y no buscaba un combate inmediato al salir de los Alpes, ni mucho menos en las mismas montañas.
En su Historia del arte de la guerra, Hans Delbrück describió como las guerras revolucionarias francesas produjeron enormes cambios en la táctica militar. Como vimos, las nuevas fuerzas morales y la leva en masa disminuyeron drásticamente las deserciones a partir de la convicción combatiente. Pero esto provocó también una verdadera revolución en la logística, permitiendo el aprovisionamiento en terreno y sacándose de encima la pesada carga de los privilegios nobiliarios. Al mismo tiempo la artillería se militariza y los cañones comienzan a llevarse a caballo lo que permite una mayor movilidad. Las líneas que caracterizaban a los ejércitos de la edad media, son reemplazadas por columnas. Y aunque se mantienen las “formaciones” para la batalla, se recupera la bravura individual que caracterizaba a los combates de la antigüedad. Con Napoleón también cambiarán las formas de dirección de las batallas donde, entre otras cosas, los jefes intermedios de cuerpos y divisiones no sólo reciben órdenes sino que deben tener criterio propio para asegurar objetivos parciales que le son asignados.
En el plan de guerra de San Martín, naturalmente, los esfuerzos de la logística eran inconmensurablemente mayores a los de una marcha convencional, acordes a la inclemencia de la geografía de su empresa. Y, probablemente, haya requerido un esfuerzo en cierta medida mayor al del entrenamiento de las tropas, en las condiciones que imponía la premura del tiempo y propia fragilidad militar de las Provincias Unidas. Así es como el nuevo Gobernador Intendente de la provincia de Cuyo, frente al nuevo teatro de operaciones planteado tras la derrota de Rancagua debió abocarse durante algunos años a desarrollar la economía de guerra que le permitiría desarrollar la logística que requería la marcha y el encuentro con los realistas en Chile. Así también, en 1816 los nombres de Álvarez Condarco y Diego Paroissien -creadores de una fabulosa industria armamentística, sanitaria y logística capaz de llevar un ejército de 5000 hombres a través de las montañas más altas de occidente- se encontraron a la altura del Estado Mayor del ejército formado con los experimentados Cramer, Cabot, O’Higgins, Soler y Las Heras.
Pero la campaña no permitía ningún tipo de improvisación. La disciplina del Plumerillo era estricta al igual que lo habían sido las levas. Y la experiencia de las divisiones fogueadas en Rancagua, el Alto Perú y la Banda Oriental, reclutadas por el propio San Martín o destinadas luego por Pueyrredón, fueron claves para compensar la inexperiencia de las milicias. También hay historiadores que destacan el rol de los batallones de libertos que se batieron como nadie contra las embestidas de la caballería realista, que sabían que de derrotarles los venderían nuevamente como esclavos o incluso les podrían cambiar por azúcar. Así como también el gran trabajo de convencimiento y apelación en San Carlos a los pueblos Pehuenches para ayudar a aprovisionar a sus columnas, que sólo un estratega con escasa pericia como Bartolomé Mitre pudo reducir a una mera estratagema. Lo que de conjunto demostró que San Martín no desconocía para nada la necesidad de superar también en fuerzas morales al ejército.
En el cruce, cada una de las seis columnas tenía un objetivo y ruta propia, las dos columnas principales trasladarían al grueso del ejército que debía tomar Santiago, al igual que las cuatro columnas secundarias. Muy lejos estuvieron de realizar sólo maniobras de distracción como las que el capitán de 15 años, San Martín, había librado en la frontera de los Pirineos para apoyar el avance del frente oriental del General Ricardos sobre el Rosellón. Las columnas secundarias del ejército de Los Andes, aún aquellas con unas pocas decenas de hombres, debían incursionar en el territorio controlado por los realistas y tomar importantes posiciones militares en el sur y norte chileno expandiendo el frente de ataque a lo largo de más de 2000 kilómetros de cordillera.
La Columna de Cabot debía tomar Coquimbo luego de desatar una insurrección contra los realistas en la región y la de Zelada, del Ejército del Norte, hacerse de Copiapó. La columna de Freire debía hacerse de Talca y dividir las fuerzas del ejército realista con el apoyo de los guerrilleros de Manuel Rodríguez. Mientras que Lemos, debía llegar hasta el fuerte de San Gabriel, en el cajón del Maipo, simulando ser la vanguardia del grueso del ejército.
Mientras que las dos columnas principales del centro debieron batirse en combates previos o escaramusas, antes de reagruparse en Curimón. La de Las Heras hizo lo propio en Picheuta, Potrerillos y Guardia Vieja, y la de San Martín en Achupallas y Las Coimas. La propia conducción de O’Higgins en el centro de la columna de San Martín, tomó con criterio propio la definición de retrasar un día la marcha, luego de tener que cruzar por el alto cordón del Espinacito a 5000 metros de altura dejando a las tropas terriblemente agotadas, informándole al General en Jefe por escrito. Demostrando en todos los casos, la amplia capacidad de dirección de los mandos intermedios en la campaña.
Otro aspecto fundamental de la capacidad de dirección napoleónica de San Martín en batalla va a ser la de no ajustarse estrictamente al plan preconcebido, definiendo acortar los tiempos de la batalla en Chacabuco a pesar de que la columna de armamentos de Fray Luis Beltrán se encontraba retrasada. Buscando aprovechar la ventaja numérica de sus tropas presentada en ese momento para destruir a los realistas, incluso cuando esto implicaba resignar la artillería que venía en camino con Beltrán.
Siguiendo la lógica de Delbrück, podemos decir que San Martín tomó mucho más de las tácticas napoleónicas y las guerras revolucionarias francesas, que la vista en Chacabuco ese 12 de febrero de 1817 para embestir al ejército realista con un ataque frontal que lo “aferrase” al terreno mientras las otras dos columnas atacaban por los flancos. Sin embargo, vemos repetidamente en la historiografía oficial como se resalta la división del Ejército de Los Andes como una maniobra de distracción.
Esta lógica puede distorsionar bastante el plan de ataque del General y su Estado Mayor. Ya que San Martín no podía esperar generar una sorpresa tan grande como la de los cartagineses apareciendo desde las montañas en elefantes, en lugar de asolar las costas con su reconocida flota. Tampoco podía esperar encontrarse con un ejército completamente desordenado como el que encontró Napoleón detrás de los Pirineos tras la abdicación de Carlos IV, o en retirada, como el ejército austríaco detrás de los Alpes. San Martín buscaba que fueran a su encuentro en la cuesta de Chacabuco, y lograr encerrar y aniquilar allí a un grueso del ejército (aunque por supuesto no a todo), batiendo en retirada y persecución el resto del poder realista en Chile, algo que -como sabemos- no se logró sino después de un costo mucho mayor y el triunfo definitivo de Maipú. Por ello, podemos entender que el cruce de Los Andes buscaba explotar fundamentalmente las ventajas de la guerra de montaña para el ataque a gran escala.
¿Será San Martín el primero en comprender que el ataque a gran escala es -al contrario de lo ocurre que cuando se trata de pelear por objetivos limitados- altamente favorecido en la guerra de montaña tal como generalizará teóricamente varios años después Karl Von Clausewitz? Puede ser. Sobre todo si en lugar de apelar a la recurrente idea de la “invención”, volvemos a las últimas experiencias militares de San Martín en la península ibérica. Ya vimos que San Martín fue un contemporáneo de los ejércitos napoleónicos y tuvo que desarrollar su genio militar en el fragor mismo de los acontecimientos.
En De la Guerra, escrito muchos años después, Clausewitz generalizará las ventajas del agresor en la ofensiva a través de las montañas cuando se trata de una batalla importante, a diferencia de lo que ocurre cuando se trata de un encuentro secundario. En las montañas la escasez de movilidad hace que cada parte del ejército defensor se fortalezca, mientras que el ejército de conjunto se debilita. La cadena de montañas se divide en diferentes puestos de mayor altura que constituyen las ventajas de la defensa. Pero para Clausewitz en las montañas hay una gran diferencia entre una defensa parcial de tal o cual paso, del intento de establecer una defensa absoluta. Mientras que en el primer caso una fracción muy pequeña del ejército que defiende una posición puede demorar la conquista del ejército ofensor. Cuando la defensa en montaña se transforma en absoluta, es decir, cuando el objetivo no es demorar el avance del enemigo tal como habían logrado los españoles en Somosierra, sino impedirle el paso absolutamente, las cosas cambian. Ya que el ejército defensor debe dividirse de por sí, entre los múltiples puntos clave de la cadena de montañas, defendiendo cada uno con igual fuerza, ya que de ser derrotado uno de estos puestos, el objetivo de detener al enemigo fracasará, quedando el defensor a merced de una maniobra envolvente del ejército atacante que le permitirá conquistar todas las demás posiciones.
Clausewitz, también explicará varios años después, a partir de las lecciones de la guerra de independencia española, cómo “la montaña es el verdadero elemento de la insurrección popular”, dando cobijo e impunidad a pequeños grupos de partisanos, como los que Güemes organizará para hostigar a los realistas asentados en Jujuy. Pero al estar concentrado en el pensamiento sobre la guerra entre estados y no en una guerra civil como la que se libraba en América del Sur, Clausewitz no verá la importancia de la insurrección popular del lado de la ofensiva, sino acotada a ser parte de la defensa.
En tanto, en el plan de guerra de San Martín, las insurrecciones populares en Chile formaban parte fundamental del plan de ofensiva de sus columnas. Supo convertir las ventajas de Los Andes en el teatro de operaciones de “la guerra de zapa” (1815-1817) con la que las guerrillas patriotas de Manuel Rodríguez precederían el avance del ejército de Los Andes, desorganizando y promoviendo la deserción en las fijas realistas, reclutando nuevos revolucionarios y entreteniendo al gobierno de Marcó del Pont en su propio territorio mientras preparaba su ejército en Cuyo. Por lo que el genio militar de San Martín, demuestra estar sin lugar a dudas en la vanguardia mundial del arte de la guerra. Comprendiendo tanto las ventajas de la guerra de montaña para un ataque a gran escala, así como la importancia de la insurrección civil, tanto para la defensa como para la ofensiva.
Así las cosas, tras 200 años, para cualquiera que quiera pensar en estrategia, guerra de montaña o insurrección aún resulta imprescindible pensar y repensar la hazaña militar de la cruzada libertadora de San Martín y su Ejército de Los Andes.
Lautaro Jimenez
Diputado Provincial - @LautaroJ_PTS
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