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domingo, mayo 21, 2017
1917…La contrarrevolución y los Aliados en Rusia (1918-1921)
Nos encontramos en un momento único en la larga batalla por el siglo XX, que pudo ser el siglo soviético a pesar de sus sombras. En esa batalla, la tradición anticomunista que trataba de establecer una comparación entre los Estados Unidos (el Imperio), y la atrasada Rusia, fue ganada culturalmente antes de la caída de la URSS. Sobre el paisaje que siguió a la “gran derrota”, el neoliberalismo estableció un Tribunal de la historia en la que ya no se trataba de discutir nada. Se estableció un juicio inapelable que se impuso en los pliegues más recónditos de la vida cotidiana. El personal que no tenga desmicado tiempo en meterse en el bosque de ediciones y reediciones que coinciden con la condena inapelable de este Tribunal, puede darse un paseo por los ámbitos del youtube. 1/
Ahí podréis comprobar hasta que extremos lo importante son dos cosas: a) exonerar a los poderosos y los servidores de toda responsabilidad, incluyendo en el caso ruso hasta los propios zares recientemente santificados por la Iglesia ortodoxa con total impunidad (incluida la crítica); b) que toda revolución conlleva una lógica destructiva…que nadie busque análisis concretos (lo que era Rusia y lo que fue la URSS a pesar de las guerras, del cerco internacional), ni mucho menos paralelismos con otras revoluciones que marcaron la historia. Para evitar esto último, dicho Tribunal ha llegado a condenar a la revolución francesa y ha condenado a Robespierre y demás a la expiación eterna.
No hay más metodología que la lleva estas conclusiones, aunque sí hay que hablar de una división del trabajo. De un lado se consagran obras canónigas que marcan los grandes trazos. Un expediente cubierto en 1995 por el antiguo estalinista François Furet propuso como lápida funeraria de un comunismo difunto su grueso volumen “El Pasado de una Ilusión, ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX” (FCE, México), recepcionada en todos los medias como la versión definitiva sobre “la cuestión comunista”. A continuación un equipo de historiadores coordinado por Stéphane Courtois publica una obra aún más monumental, el llamado “Libro negro del comunismo. Crímenes, terror, represión” (Planeta, 1997), que a pesar de su considerable volumen se convirtió en el libro de mesilla del personal orgánico del nuevo orden. Los puntos de referencias del primero son básicamente dos: 1) las aportaciones de la disidencia de izquierdas que pasa por Panait Istrati, Victor Serge, Anton Ciliga, etc; 2) el “Archipiélago Gulag” de Aleksandr Solzhenitsyn, primero disidente de pensamiento crítico (“El primer círculo“); luego convertido en un tradicionalista que negaba la historia desde el Renacimiento. En su opinión, se trataba de ver revolución como otra manifestación más de que los sueños de la razón produce monstruos. 2/
Recuerdo que en programa de TVE titulado “La víspera de nuestro tiempo”, el presentador José Antonio silva interrogó al entonces diputado del PCE, Jordi Solé Turá sobre la ilegitimidad de 1917, y este respondió en los siguientes términos: una revolución que sobrevivió una guerra civil en la que la derecha contó con un apoyo internacional abrumador, nuca se habría impuesto sin la complicidad activa o pasiva de la gran mayoría de la población. Esta es la gran prueba de los hechos, como lo es también que un siglo después esa guerra de la internacional ultracapitalista siga invirtiendo con tanto empeño en su negación.
La revolución rusa se hizo en nombre de la mayoría de los soviet, y casi sin romper un plato. Sus primeros años fueron los de la fiesta del pueblo, la gente pudo bailar. Luego se hablaba de los “buenos tiempos” en referencia los que precedieron a la guerra. Es la época de cohabitación con las diferentes izquierdas, cuando Alejandra Kollontaï convence a los funcionarios en huelga de su ministerio llorando, el tiempo en que Anatoly Lunacharski amenaza con dimitir porque le han informado de que los milicianos han destruido unas piezas de arte, esos milicianos que liberan bajo palabra a un cómplice de Kornilov, el almirante Aleksandr Kolchak, 3/ que será una pieza clave en la recomposición militar de los “blancos”. Es ante todo el tiempo de la Constitución soviética de 1918 adoptada por el V Congreso de los Soviets de toda Rusia el 10 de julio de 1918, unos meses después de la proclamación del poder de los soviets a finales de 1917. Es la primera ley fundamental de carácter socialista de la historia de la humanidad y consagra para la mayoría obrera y campesina toda clase derechos, hasta el de reunirse con calefacción según ironizaba Manuel Azaña.
Pero de forma similar a los acontecimientos históricos que sucedieron a la Toma de la Bastilla de París en la Revolución Francesa, el nuevo Estado revolucionario en Rusia tuvo que hacer frente a una conjunción involucionista de fuerzas internas y externas cuyo objetivo era su derrocamiento con el apoyo incondicional del imperialismo. En la otra barricada se sumaban los partidarios de antiguo régimen zarista (con importantes apoyos en el Ejército, el aparato estatal y la Iglesia Ortodoxa rusa) y las clases explotadoras, representadas por la tradicional aristocracia terrateniente —agrícola y rural—, los campesinos propietarios de tierras o kulaks y la burguesía —industrial y urbana—, que cobró fuerza a partir del proceso de industrialización del país iniciado en la segunda mitad del siglo XIX. A los agentes sociales hegemónicos de la atrasada estructura semifeudal del antiguo régimen (terratenientes y propietarios agrícolas) y sus aliados capitalistas (burguesía), se unían fuerzas políticas reformistas igualmente partidarias del derrocamiento del poder soviético. En otro nivel se situaban los liberales abiertamente contrarrevolucionarios, y en la franja de la ambivalente cabría citar a los eseristas (reformistas radicales o populistas con importantes apoyos en el campesinado) y también a los mencheviques, cuanto menos en la facción derechista que se apoyaba en la Internacional Socialista que se había implicado en la guerra. Entre ellos se encontraba George Plejanov, cuyas obras completas fueron editadas por el estado soviético.
La llamada Guerra Civil Rusa no habría existido sin la intervención aliada. Todo comenzó con una expedición militar multinacional urdida en 1918 en el curso de la “Gran Guerra” en la que Rusia siguió los designios de Gran Bretaña, para acabar creando una guerra civil. Las operaciones cubrieron un enorme territorio. Los objetivos iniciales de la operación eran rescatar a la Legión Checoslovaca, asegurar los suministros y armamentos en los puertos rusos y restablecer el Frente Oriental contra la Alemania imperial. Temerosos del contagio revolucionario, catorce países aliados decidieron apostar por el apoyo al Movimiento Blanco antibolchevique que en 1917 careció de apoyos significados, sobre todo después del fracaso de la intentona golpista del general Kornilov. Pero a pesar del apoyo aliado, el Ejército Rojo derrotó a los blancos. En ello influyó el escaso nulo apoyo popular en los países aliados a esta causa y en Rusia, el Ejército Blanco no consiguió los apoyos que creyó tener, careció de un mando militar unido, por lo que los aliados se vieron obligados a retirarse de la Campaña del Norte de Rusia y de la Intervención aliada en Siberia que siguió ocupada en parte por los nipones
La firma del Tratado de Brest-Litovsk había garantizado que los prisioneros de guerra serían devueltos a sus países de origen. Los austrohúngaros pertenecían a las distintas nacionalidades que formaban el país; numerosos prisioneros de guerra checos y eslovacos habían sido reclutados en el Ejército austrohúngaro y más tarde capturados por los rusos quienes, aprovechando el deseo de parte de ellos de crear su propio Estado independiente del Imperio, las autoridades rusas formaron unidades especiales de checos y eslovacos para luchar contra los imperios centrales. En 1917, los bolcheviques declararon que, si la Legión Checoslovaca se mantenía neutral en los conflictos internos rusos y accedía a abandonar Rusia, se le concedería un salvoconducto para atravesar Siberia camino a Francia por el puerto de Vladivostok para que pudiesen seguir combatiendo junto a las potencias aliadas en el Frente Occidental. Dicha Legión comenzó entonces su traslado en el Ferrocarril Transiberiano hasta Vladivostok, aunque solamente la mitad llegó hasta la ciudad antes que el acuerdo se rompiese y estallasen los enfrentamientos entre legionarios y bolcheviques en mayo de 1918.
Entonces los Aliados comenzaron a preocuparse por el hundimiento del frente oriental y de Rusia, y también por la situación de las grandes cantidades de suministros en los puertos rusos, que los Aliados temían podrían ser requisados por los alemanes o caer en manos de los bolcheviques. También preocupó a los Aliados el desembarco en abril de 1918 de una división de tropas alemanas en Finlandia, y se temió que podrían tratar de capturar el ferrocarril Múrmansk-Petrogrado y posteriormente el estratégico puerto de Múrmansk y, posiblemente, Arcángel. Otros temores Aliados eran que la Legión Checoslovaca fuese destruida o la amenaza del bolchevismo, cuya naturaleza preocupaba a muchos de los Gobiernos Aliados. Ante esta situación los Gobiernos británico y francés decidieron realizar una intervención militar en Rusia. Tenían tres objetivos: 1) Evitar la captura por parte de bolcheviques o alemanes de material de guerra acumulado en Arjángelsk. 2) Iniciar el ataque para rescatar a la Legión Checoslovaca, desperdigada a lo largo del ferrocarril transiberiano.3) Resucitar el Frente del Este mediante la derrota del Ejército bolchevique, con la ayuda de la Legión Checoslovaca y una fuerza ampliada antibolchevique rusa y, de paso, acabar con la propagación del comunismo y la causa bolchevique en Rusia.
Con un número de tropas muy por debajo de las necesarias, los británicos y franceses pidieron que el presidente Wilson proporcionara soldados de EEUU para la campaña de intervención. En julio de 1918, en contra del parecer del Departamento de Guerra de EE. UU., Wilson propuso la participación limitada de 5000 soldados del Ejército de los Estados Unidos en la campaña llamada «Fuerza Expedicionaria Americana del Norte de Rusia» (también conocida como «Expedición Oso Polar») que fueron enviados a Arjángelsk, mientras que otros 8000 soldados, organizados en la Fuerza Expedicionaria Estadounidense en Siberia, fueron enviados a Vladivostok desde las Filipinas y desde Camp Fremont, en California. Ese mismo mes, el Gobierno del Canadá acordó con el Gobierno británico enviar una fuerza combinada del Imperio británico, que incluía tropas de Australia y la India. El listado de países que mandan tropas contra los bolcheviques sigue.
Al final, en una guerra sin cuartel tal como se describe en la mejor literatura rusa del periodo, los bolcheviques liderados por el Ejército rojo creado y mandado por León Trotsky, consiguió la victoria. Pero el precio fue altísimo. Se ha dicho que para llegar aquí, los bolcheviques tuvieron que adorar lo que antes mataban, y matar lo que antes adoraban. Pero se trataba de superar el estadio de las revoluciones derrotadas, de seguir con la idea de romper el primer eslabón del imperialismo. No fue así aunque los pueblos del mundo hicieron que el imperialismo desechara la idea de una nueva intervención. Lo que siguió fue el abismo, el país atrasado que había sufrido dos guerras seguidas se quedó sin industria, sin infraestructura, el hombre apareció en campos y ciudades. El imperialismo perdió una batalla pero dejó detrás de sí una herencia abismal. La élite obrera revolucionaria había quedado diezmada, los soviet se quedaron sin su terreno, y en medio de todo ello resurgió la vieja cultura, la de siempre. Una cultura burocrática, gran rusa, espantosa, la misma que encontró su vehículo más idóneo entre los nuevos funcionarios que se habían apuntado a los vencedores, la llamada “promoción Lenin”. A su frente se encontraba un antigua seminarista cuyo “leninismo” era mera escolástica…
Pepe Gutiérrez-Álvarez
Notas
1/ Los lectores que no tengan tiempo de repasar la bibliografía de la derecha militante pueden dar un repaso a la colección de videos “colgados”, de los documentales avalados por toda clase de plataformas que combinan las imágenes con las declaraciones parciales de tales o cuales expertos, pero en los que el objetivo de la denigración llega a extremos irrisorios.
2/ El caso de la extrema distorsión a la que llegó la URSS no es tan diferente a la sufrida por otras revoluciones que se adelantaron a la historia o que acabaron en la extenuación como fue el caso notorio de la revolución haitiana de François Dominique Toussaint–Louverture que todavía está pagando quien el 29 de agosto de 1793, liberó a todos los esclavos invitándolos a que se unieran a la Revolución que se desarrollaba en Francia..
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