Circula un llamado internacional firmado por intelectuales de izquierda y otros no tanto, que pide “detener la escalada de violencia en Venezuela”. Entre los más conocidos están Alberto Acosta, ex presidente de la Asamblea Constituyente en Ecuador; Raúl Prada, ex constituyente del MAS, Bolivia; y de Argentina Maristella Svampa, socióloga y escritora; Roberto Gargarella, constitucionalista; Beatriz Sarlo, ensayista y escritora.
El texto, que se limita a decir que la violencia tiene “orígenes complejos y compartidos, en el marco de una polarización política cada vez más virulenta y de un escenario de desintegración del tejido social”, carga las tintas contra el gobierno de Maduro, “un gobierno cada vez más deslegitimado, con marcados rasgos autoritarios”, que es “el principal responsable de la situación en Venezuela”. Se quedan cortos: Maduro responde a la abismal crisis económica y social (producto de la bancarrota de un capitalismo dependiente basado en el rentismo petrolero excacerbado bajo el chavismo) con un plan de hambre contra el pueblo, entrega de recursos naturales al capital extranjero y pago a rajatabla de la usurera deuda externa. Gobierna con el estado de excepción y reprime, militariza los barrios populares, impide elecciones sindicales libres, persigue a activistas y deja sin legalidad a corrientes de izquierda.
Los autores aceptan que “ existen sectores extremistas de la oposición (la cual es muy amplia y heterogénea), que también buscan una salida violenta.” Sin embargo, no hacen una caracterización de esa derecha de rancio “ADN” golpista, antipopular y proimperialista, que hace demagogia democrática ante el autoritarismo de Maduro para mejor disimular su proyecto político reaccionario, como muestra entre otras cosas, su insistente pedido a la intervención de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB).
Emplean la vaga frase de que “no desconocemos la realidad geopolítica regional y global” para evitar denunciar el papel del imperialismo, la ingerencia de Estados Unidos, con sus sanciones y su manipulación de la OEA, en alianza con la derecha regional de los Temer, Macri, etc.
Concluyen que “es fundamental colocarse por encima de esta polarización, y buscar las vías de otro diálogo político y social, que dé lugar a aquellos sectores que hoy quieren salir de dicho empate catastrófico y colocarse por encima de toda salida violenta”; para convocar a “la urgente conformación de un Comité Internacional por la paz en Venezuela, a fin de detener esta escalada de violencia institucional y callejera.
¿Otro diálogo es posible?
Los autores se manifiestan “solidarios con el reciente llamamiento a un diálogo democrático y plural” realizado en Venezuela por ex funcionarios chavistas, algunos referentes de la oposición “moderada” y del “chavismo crítico”, incluyendo, lamentablemente, corrientes de izquierda como Marea Socialista (ligada al MST argentino). Sus adherentes, "más allá de la pluralidad de posturas político-ideológicas, comparten la imperiosa necesidad de hacer todo lo que sea necesario para frenar la escalada de violencia y defender la Constitución", rechazando “la violencia represiva del estado, pero también la violencia callejera inútil que no nos lleva a ninguna parte”. Por ello proponen “discutir las vías para que tanto el Gobierno Nacional como la MUD, en el marco de los deberes y derechos establecidos en la CRBV, asuman el compromiso, en el contexto de su origen y alcance, de desactivar la escalada de violencia desde cualquiera de las partes, con preservación de los Derechos Humanos, poniendo fin tanto a los excesos represivos como a las conductas violentas.”
Sin embargo, aunque se apele a incluir otros actores sociales y políticos, es ilusorio suponer que podrá llevar a una salida favorable al pueblo trabajador. La base de un pacto entre la MUD y el chavismo con el necesario visto bueno de las FANB y del imperialismo, sería implementar una “transición” a un régimen político y económico más adecuados a los objetivos del capital, a ser solventados con más hambre y miseria popular.
Entre la confrontación y los intentos de negociación
En los últimos meses, la crispación del enfrentamiento entre el gobierno, con sus intentos bonapartizantes, y la oposición de derecha, interrumpió los intentos de diálogo que se venían produciendo con inervención de ex-presidente y los buenos oficios papales. El contenido de estos contactos no es otro que buscar armonizar un plan de “transición poschavista”, algo que necesita no sólo un por ahora difícil acuerdo entre chavistas y opositores, sino también el visto bueno de las FANB, un actor y árbitro decisivo en cualquier salida, que sería favorable al empresariado, la corrupta “boliburguesía” y el capital extranjero, y descargaría los costos sobre los trabajadores y el pueblo pobre.
Cuestionadas las chances de Maduro de legitimar su propuesta de seudo Constituyente amañada; impotente la derecha -por ahora- para volcar a su favor la situación; por estos días vuelven a tantearse posibles vías de negociación. Lo ha hecho el Consejo de Seguridad de la ONU, cuyo presidente Elbio Roselli, luego de reivindicar la mediación de UNASUR y el Vaticano, afirmó que “Nuestra principal preocupación es tratar de no exacerbar los ánimos y sí construir los puentes necesarios para que los venezolanos encuentren la mejor forma de resolver esta situación”. Entre tanto, en la reunión de cancilleres de la OEA en Washington fracasó, por ahora, el intento de formar un “grupo de contacto conformado por personas aceptables para el gobierno y la Asamblea Nacional, y provenientes del Hemisferio y de otras regiones”, alentado por Estados Unidos “para acompañar un nuevo proceso de mediación o negociación”.
La crisis progresista
El llamado que comentamos ilustra la profunda crisis de la “intelligentsia” ante el retroceso de los proyectos políticos que apoyó en la última década y media, que no realizaron ninguna transformación de fondo, terminaron aplicando ajustes, frustrando las expectativas populares y favoreciendo el retorno de fuerzas de derecha. En el gobierno, refuerzan su curso bonapartista, como Maduro, Ortega en Nicaraga o Evo en Bolivia. En el llano, se esfuerzan por aparecer como más moderados, colaborando en la “gobernabilidad”: es el caso de Lula en Brasil y el kircherismo en Argentina. La crisis venezolana divide a la intelectualidad progresista.
Algunos, como Atilio Borón, apoyan a Maduro pidiéndole que imponga su proyecto bonapartista hasta el final, mediante “la enérgica defensa del orden institucional vigente y movilizar sin dilaciones al conjunto de sus fuerzas armadas para aplastar la contrarrevolución y restaurar la normalidad de la vida social.”
Otros -la mayoría-, rompen con Maduro, pero quedan prisioneros del horizonte de la “democracia” formal, algunos se adaptan a la oposición republicana. Renunciando a una labor de crítica consecuente de los campos burgueses enfrentados, terminan por hacerle el juego a los proyectos de “diálogo” alentados por la “comunidad internacional”. Como los autores del Llamado, a quienes les faltó incluir una firma importante: la del principal “intelectual orgánico” de Dios aquí en la Tierra, Bergoglio... después de todo, un gran orquestador de diálogos al servicio del orden.
Una salida progresiva a la crisis venezolana no vendrá de un pacto chavismo-MUD, apoyado por los militares, con los buenos oficios del Papa, la ONU y el imperialismo. En esta ocasión “el otro” olvidado por la intelectualidad progresista es el pueblo trabajador, que no se menciona como el único sujeto social y político que, sobreponiéndose a las enormes dificultades actuales, puede abrir un camino distinto para poner fin a las desesperantes penurias de la población, la violencia represiva estatal y paraestatal y de los grupos de choque de la derecha, el ahogo bajo el peso de la deuda externa, la rapiña de funcionarios, capitalistas y “boliburgueses”.
Eduardo Molina
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