La izquierda revolucionaria de Euskal Herria tiene una responsabilidad política con los proyectos antiimperialistas, progresistas y revolucionarios que habitan el mundo, tiene el deber de proteger las periferias que están siendo capaces de desestabilizar la hegemonía.
En un autobús con destino a Ocumare, pueblo pesquero del estado de Aragua, rodeada de un gentío estridente y el onmipresente Reaggeton; Carlos, un trabajador del sector turístico, hombre joven y humilde, me decía firme y claro «Antes como ñoña que votar a un capitalista». Con esta afirmación breve y lúcida se resume la encrucijada que vive Venezuela; la defensa del proyecto bolivariano y progresista frente al proyecto neoliberal de la oposición que pretende enviar al país a las condiciones coloniales y subalternas a las que se ha pretendido perpetuar a América Latina desde 1492.
La izquierda revolucionaria de Euskal Herria tiene una responsabilidad política con los proyectos antiimperialistas, progresistas y revolucionarios que habitan el mundo, tiene el deber de proteger las periferias que están siendo capaces de desestabilizar la hegemonía, y tiene la tarea de defender las soberanías nacionales que por no atender a los intereses del capital transnacional, están siendo violadas de manera sistemática, véase el caso de Irak en el 2003, Libia en el 2011, la actual guerra en Siria y el presente conflicto en Ucrania que, entre otros, han respondido a la lógica del imperialismo norteamericano y su fiel escudero europeo: promover la desestabilización interna y una subsiguiente intervención como consecuencia a no responder a los intereses hegemónicos del capital.
No se puede entender lo que ocurre en Venezuela sin estudiar la relación de golpes de Estado, intervenciones militares y desestabilizaciones internas que llevan asolando América Latina, África y Oriente Medio desde que, tras la segunda guerra mundial, EEUU decidió imponer su imperio de manera unilateral. Tampoco se puede hacer un análisis riguroso sin estudiar la concatenación de estados fallidos, golpes de Estado, y gobiernos corruptos y neoliberales que proliferaron en el país tras su independencia del Reino de España en 1810. Así mismo, es necesario entender la crisis energética mundial que ha generado un descenso significativo del precio del barril del petróleo (fuente principal de ingresos del país) que pasó de 150$ en su mejor momento hasta los 52$ actuales, llegando hasta los terribles 24$ en el primer trimestre del 2016 y que entre otras razones, está llevando al país a una crisis económica devastadora. Es decir, la simplicidad y la falta de rigurosidad con la que los medios de comunicación hegemónicos están tratando la situación de Venezuela, sólo favorecen la construcción de corrientes de opinión tolerantes con las apuestas neoliberales que hay para este rico y fértil país que ha cometido el valiente error, de declararse soberano y antimperialista en un escenario donde las normas las ponen los grandes lobbies financieros.
El presidente Nicolás Maduro tomó posesión de su cargo en abril del 2013, tras unas elecciones urgentes motivadas por el fallecimiento del comandante Hugo Chávez, elecciones que apenas se ganaron con un margen del 2% sobre la corriente opositora. Desde ese momento, el nivel de agresión a la legitimidad del gobierno ha sido una constante. La oposición aprovechó el exiguo margen de victoria del PSUV para agitar la calle, llamar a un golpe de Estado, organizar y financiar las guarimbas y convocar manifestaciones de alto contenido confrontativo y violento en las que más de 43 personas llegaron a morir. Henrique Capriles y Leopoldo López, mártires de la oposición, aclamados y defendidos por todas las democracias burguesas del mundo, están directamente relacionados con el golpe de Estado del 2002, posteriores intentonas golpistas auspiciadas por EEUU, el Estado español y Colombia y la estructuración de organizaciones de explícito carácter fascista que están proliferando en Venezuela y están actuando como fuerzas de choque de la burguesía y oligarquías nacionales.
En estos cuatro años de legislatura, la tendencia política de la MUD (coalición amplia de partidos de la oposición que recoge desde partidos socialdemócratas hasta organizaciones de marcado pelaje fascista) ha sido confrontar, rechazar y deslegitimar las propuestas del Gobierno. Ni siquiera en las elecciones de diciembre del 2015 donde consiguieron mayoría en la Asamblea Nacional y tenían garantías constitucionales para convocar un referéndum revocatorio del presidente Nicolás Maduro y llamar a nuevas elecciones, consiguieron llegar a un acuerdo que les permitiera avanzar políticamente y acabar con el PSUV. Es decir, la constitución venezolana y la correlación de fuerzas dieron la oportunidad a la oposición de organizarse y acabar con la legislatura del presidente Nicolás Maduro, pero sus propias contradicciones internas les hicieron perder la oportunidad de consolidar su hegemonía y acabaron optando por la confrontación violenta en la calle y el desarrollo de prácticas golpistas.
Este bloqueo al diálogo por parte de la oposición, al puro estilo chileno anterior al golpe de Estado del 1973, sumada a la crisis económica que asola el país, han generado un contexto de profunda desestabilización que en los últimos 4 meses se ha acabado expresando en violencia y enfrentamientos en las calles, paros y corte de carreteras por parte de la oposición.
Estas intentonas movilizadoras no responden a intereses democráticos, sino que están vinculadas a políticas desestabilizadoras que quieren acabar con Nicolás Maduro a sangre y plomo. ¿Qué pasa en la calle, entonces? En primer lugar, las fuerzas de choque violento, que actúan a través de las guarimbas, no están compuestas por militantes de los partidos de la MUD, ni estudiantes o jóvenes indignados, sino malandros a sueldo, delincuentes y mercenarios que cobran por quemar caucho en las carreteras y quemar vivos a simpatizantes del chavismo, lo que recuerda ligeramente a la composición social de los «rebeldes sirios». En segundo lugar, recurren al foquismo. Las guarimbas y cortes de carreteras son espectáculos performativos que tienen lugar en zonas periféricas y en su mayoría de población opositora, donde se concentran las principales agencias de comunicación porque saben que el relato de lo que dicen que pasa, impacta más en el país que lo que realmente pasa. Por eso, el centro de Caracas sigue su curso normal de vida, pero los barrios del Este, donde viven ricos y opositores, son las zonas donde se presencia mayor confrontación con la policía. Se quiere lograr un relato que cambie la correlación de fuerzas. Los medios de comunicación del Estado español hablan de guerra civil en las calles de Caracas, mientras que la realidad demuestra que el pueblo organizado y simpatizante del Proceso Bolivariano llamó al voto pacífico a la Asamblea Nacional Constituyente, mientras la oposición, a través de sus afrentas, se ha cobrado alrededor de 150 víctimas, la mayor parte de ellas, miembros de la Guardia Nacional Bolivariana, que es sistemáticamente atacada con explosivos y armas de fuego.
Todas estas formas de organización de la oposición son técnicas golpistas estudiadas y fomentadas por Estados Unidos y teorizadas por Gene Sharp en su manual golpista "De la dictadura a la democracia", que ya han sido activadas en otros países, permitiendo desgastar gobiernos que no interesan a través de la desestabilización interna y que en última instancia llegan a justificar una intervención.
A la oposición no le sale rentable la batalla dialéctica en la asamblea nacional, tiene el apoyo de agencias mediáticas internacionales y las oligarquías extranjeras para crear una crisis violenta y desestabilizadora en el país que justifique medidas internacionales como las que quiere imponer EEUU a través de las sanciones. A la oposición no le hace falta jugar limpio porque su juego sucio y parafascista es blanqueado y justificado por los medios de comunicación hegemónicos. Insisto en la idea de que «lo que dicen que pasa tiene más potencial movilizador que lo que realmente pasa», es por ello, que la responsabilidad de medios estatales como "El País", "La Razón", "ABC" o "El Correo" en la crisis violenta que está sufriendo Venezuela es absolutamente explícita y directa.
Sin embargo, dentro de estas variables que pretenden explicar lo que ocurre en Venezuela, también tenemos que situar la crisis económica. La economía venezolana es muy frágil en tanto dependiente de la renta del petróleo, con la bajada del precio del mismo a límites casi históricos han dejado de entrar divisas al país que están condicionando el volumen de las importaciones, esto sumado a la gestión acaparadora y especulativa de la burguesía rentista está generando un aumento de los precios y el control interesado de los productos de primera necesidad. Aún así, no ha dejado de haber una profundización en las políticas progresistas y populares por las que apuesta el proceso bolivariano, como las misiones sociales, ejemplo de ello, son las 1.700.000 viviendas entregadas o la reciente subida del salario mínimo. Es más, tras la agudización de la crisis económica el estado ha garantizado la distribución subsidiada de comida a través de los CLAP (Comités Locales de Abastecimiento y Producción) y se han activado diferentes medidas de protección y seguimiento de las necesidades del pueblo, como el carnet de la Patria que es una cédula de identificación dónde se censan las necesidades y perfiles de los y las ciudadanas para facilitar el seguimiento y la cobertura de las demandas puntuales y potencialmente cronificables de la población, estas medidas se añaden a la prácticamente gratuidad de los servicios básicos como la luz, el agua, el gas o, incluso, el alquiler. Bendita dictadura que garantiza aún en un contexto de guerra económica y mediática las necesidades más básicas de su población.
Dado este escenario de guerra económica, cerco mediático, y una oposición beligerante y golpista, Nicolás Maduro, apelando a los artículos 347 y 348 de la Constitución de 1999, el 1 de mayo de este año decide convocar la Asamblea Nacional Constituyente, que es una fórmula constitucional que sitúa al pueblo como el depositario legítimo del poder constituyente originario. Esta medida viene dada por la situación de desacato en la que se encontraba la Asamblea Nacional por no haber aceptado la sentencia del Tribunal Superior de Justicia al considerar fraudulenta la elección de los 3 diputados del Amazonas que reclamaba la bancada opositora, este desacato, insisto, es fruto del boicot opositor y tiene consecuencias legales previamente advertidas, impide a la Asamblea Nacional tomar decisión alguna a no ser que cumpla con las exigencias del TSJ y rechace la cooptación de los diputados del Amazonas. Dentro del contexto de desacato se produce una escalada de violencia que Nicolás Maduro decide resolver llamando a la Asamblea Nacional Constituyente, que más allá de una fórmula para reformar la constitución para garantizar las misiones, consejos comunales y dinamizar proyectos de Ley relativos al desarrollo de la soberanía económica del país entre otros objetivos que alcanzan 9 puntos estratégicos, es una fórmula para garantizar una coyuntura de paz y diálogo que permita oxigenar la situación del país. En conversaciones con Julio Borges, líder de la MUD, se propone a la oposición participar presentando a sus propios constituyentistas. La oposición no sólo rechaza esta medida sino que intenta boicotear el proceso de votación, dificultando el acceso a los colegios electorales, amenazando a las personas votantes, y creando conflictos violentos en las zonas electorales próximas, apenas hubo detenciones a pesar de lo que supone para una democracia vulnerar los derechos electorales de las personas, el Estado procuró centros electorales de contingencia donde la gente podía desplazarse para protegerse de la guarimba. Los medios de comunicación burgueses no estaban presentes en el Poliedro, donde acudían decenas de miles de votantes, ni en las escuelas del 23 de Enero, ni siquiera en el centro de Caracas donde la gente paseaba tranquila como un domingo electoral cualquiera en cualquier país del mundo, tampoco estaban en la plaza Bolívar escuchando el cierre de jornada por Nicolás Maduro. Las cámaras de la CNN y demás prensa burguesa estaban en los puntos donde actuaba la guarimba, ¿Casualidad? Lo dudamos. ¿Manipulación de la opinión publica? Rotundamente.
Finalmente, los resultados dan una participación de 8.089.320 personas, sin contar los votos indígenas ya que tienen votaciones que responden a sus especificidades culturales y se realizan otro día. Este resultado, legitima y fortalece el proceso bolivariano por primera vez desde las elecciones del 2012. El juego sucio de la oposición y la lucha por la conservación de los derechos y conquistas del proceso a pesar de las dificultades económicas han afirmado con rotundidad que «Antes comer ñoña que votar a un capitalista».
Desde el pasado del 30 de julio, a pesar de la opinión internacional y de los esfuerzos de la oposición por deslegitimar este proceso electoral y la práctica del Consejo Nacional Electoral (que en el 2015, cuando les dio la mayoría en la AN, parecía impecable), lo que se respira en la calle es otra oportunidad para que los 18 años de proceso bolivariano sigan suponiendo una ventana revolucionaria y antiimperialista , no sólo para el pueblo venezolano, sino los pueblos del mundo que quieren revertir las relaciones de poder hegemónicas que favorecen al imperialismo. Maduro tendrá que saber aprovechar de forma inteligente la legitimidad que le ha dado el pueblo para seguir avanzando, con los que supone la injerencia imperialista y la ofensiva de la burguesía nacional e internacional que quiere destruir este hermoso y revolucionario país por todos los medios, pero ha quedado demostrado que en este país, la única dictadura, la ejerce el pueblo libre y soberano.
Shaila Fernández
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