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sábado, agosto 19, 2017
Basilio Martín Patino, por la libertad y la verdad
Acaba de fallecer Basilio Martín Patino (1930-2017) puede considerarse como uno de los cineastas españoles más interesantes de la historia por su obra libre, abierta. En constante búsqueda de nuevos caminos expresivos y con una especial concreción en la temática de la guerra y la posguerra desde una perspectiva no comercial. Su trayectoria libertaria tiene no pocos paralelismos con la de Pepe Martínez, el hombre del “Ruedo Ibérico”. Antes de dedicarse al cine, Patino realizó estudios literarios y fue autor de Calle Toro, antes Generalísimo. En 1955 fue –junto con Muñoz Suay- el principal organizador de las célebres Conversaciones de Salamanca, que señaló un momento clave en la historia del cine español de la época. La falta de libertad y la obsesión por la anulación del libre albedrío, más en la fragmentación de la narrativa convencional lo formal, fueron las premisas que guiaron su cine desde su deslumbrante debut en Nueve cartas a Berta (1966) en la que ya aparece el contrate entre el exilio y la mediocridad dominante, hasta una suerte de epílogo documental con Libre te quiero (2011), su particular y entusiasta aportación del “hasta aquí hemos llegado” asambleario escenificado por el15-M.
Con la ayuda de José Luis García Sánchez y la producción del neófito Julio Pérez Tabernero filmó la que es considerada como su obra cumbre: Canciones para después de una guerra (1971). A pesar de su apariencia “inocente”, resultaba una radiografía implacable de aquella posguerra con la que la gente del pueblo tuvo que pagar una guerra que nunca quiso y que perdió a todas por todas. La célebre magdalena proustiana activaba sus sensaciones más profundas ante un torrente de imágenes más cine-verdad que nunca, ante un collage de signo naïf, rescatados de la escombrera del olvido: canciones de significados opuestos, desde las de vacua exaltación patriótica o religiosa repetidas hasta el agotamiento hasta las canciones populares que sentían por la radio pasando por los pliegues de la; escenografías del hambre, del miedo, de la desolación, del desprecio y el “usted no sabe con quien está hablando”. La reacción oficial fue tardía, según parece fueron algunas señoras principales las que encontraron el film insoportable. El rechazo se manifestó en diversos informes en los que podían leerse comentarios como los siguientes: “Nada se salva de la implacable sátira, ni la Monarquía, ni la Falange, ni la Iglesia. Hasta con Auxilio Social se ceba la saña rencorosa del autor”. “No aparece ni una sola de las conquistas y logros del régimen, sino todo lo que pueda malinterpretarse”. “Se socavan los cimientos mismos de la Patria”, y un largo etc. Desde entonces, Basilio quedó marcado no solamente para el régimen.
Pero en vez de escoger el exilio, se decidió a hacer cine lejos del control policial, Basilio rueda a lo largo del año 1974, Caudillo, el primer trabajo de montaje sobre el personaje cuando todavía le quedaban unas cuantas penas de muerte que firmar mientras los “reformistas” del régimen aplaudían o miraban hacía otro lado. Este documental de imposible distribución representó una ruptura en toda regla con el régimen, un ejemplo de lo que tocaba hacer. Basilio y su reducido equipo se aventuraron en una intensa búsqueda de imágenes y sonidos de archivos lejos de los organismos oficiales, parte de los cuales serán destruidos o secuestrados por la casta militar y la burocracia adicta interesada en borrar las “huellas del crimen”. (…) “La película fue para mí –declaró Patino a una revista madrileña- la necesidad de conocer la guerra civil. Más que una película sobre Franco, que sería origen del terror y la violencia. Y la hice como reto liberador, cuando creí que debía hacerla, en plena vida del dictador, para sentirme vivo, porque ya experimenté una vez hacer cine con miedo y prometí no volver a dejarme avasallar”. Caudillo significó un cierto paso atrás en relación a Canciones…, pero hay que descubrirse ante la constancia, la fe, el esfuerzo de su director por “ajustar cuentas” con el dictador que seguía controlando y dominando la realidad oficial española. Con este documental intenso, Patino se erigió como el representante más consecuente de un cine militante que ha quedado como triple testimonio por lo que trataba, cómo lo hacía y porque representaba un desafío del “Jefe de Estado”, al que nadie le puede discutir. Una triple desafío que no siempre se ha valorado, pero que representa una hazaña sin parangón en la historia el cine español, y con pocos paralelismos en el cine universal.
Con el material documental tan arduamente logrado, Basilio realiza una doble exposición de motivos Lo importante de Patino es que con la carga emocional de que disponía en imágenes no ha hecho un film de provocación, sino un film esclarecedor. Patino, desde luego, sabía de antemano la convocatoria de la que es capaz su película, y se ha responsabilizado de ello, al estar proscritos tras el conflicto suscitado en torno a su obra anterior, para organizarlos después de un modo particularmente imaginativo en la que no faltan momentos sublimes ni otros de humor con las inenarrables escenas familiares de propaganda dirigida a los ingleses que se rodaron en El Pardo; tampoco de romanticismo, a cargo de las Brigadas Internacionales, entra otras cosas porque el anarquismo de Patino es cualquier cosa menos doctrinario. La tragedia se da en unos pocos planos de Guernica. El autor no se olvida de unos toques de comedia musical, que corre a cargo de la Falange con sus grandes palabras y sus miserias. Luego está la epopeya, la del pueblo consciente que sufrió y murió heroicamente, víctima de los que no soportaban su desafío humano y cultural y trataron de aniquilar su identidad, la de la España insumisa.
En medio de este trayecto clandestino, Basilio se encontró a los tres verdugos que aún había en España aplicando el garrote vil. Nuevamente rodó desde las catacumbas y realizó con estos patéticos y esperpénticos protagonistas un retrato atroz que lo era al mismo tiempo del país: Queridísimos verdugos (1977) nos encontramos ante uno de los testimonios más inquietantes, audaces y por supuesto, surrealistas, sobre la aplicación de la pena de muerte en la historia del cine, con algo que sobrepasa por su verdad los mejores alegatos producidos por Hollywood de la talla de ¡Quiero vivir¡ (I Want to Live!, Robert Wise, EUA, 1958) Un documento único sobre la España franquista, heredera del 39, cruel, analfabeta, alcoholizada, desesperante para los “muertos de hambre”. Basilio ofrece nuevamente otro fresco goyesco cuyo valor e importancia no hace más que ampliarse con el paso del tiempo, y que como los anteriores, se tendría que difundir en los centros de enseñanza.
Ulteriormente, su interés por la cinematografía de no ficción le lleva a explorar los territorios del falso documental. El resultado son los siete mediometrajes que componen Andalucía, un siglo de fascinación (1996), en los que inventó con humor realidades como la reconstruye la matanza de campesinos libertarios en Casas Viejas, con más verosimilitud. Le siguió el telefilme La seducción del caos (1981), que plantea una crítica a la Transición, crítica reiterada Los paraísos perdidos (1987), una especie de segunda parte de Nueve…Realizada gracias a la llamada Ley Miró, lo vuelve a intentar con Madrid (1987), un film igualmente irregular en la que con la batalla de Madrid como transfondo, trata de combinar documental y ficción. Su última película, Octavia (2002), volvió a identificarle como un cineasta independiente, capaz de realizar una obra personal al margen de los mecanismos de la industria. Basilio ha sido un testimonio vivo en diferentes documentales, y cuenta con una Fundación que trabaja sobre su obra, con estudios sobre estas como el de Alberto Nahum García Martínez, El cine de no-ficción en Martín Patino (Letras de cine, 2008), amén de un documental Basilio Martín Patino La décima carta (Virginia García del Pino, 2014)
Pepe Gutiérrez-Álvarez
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