Hay un creciente clima de autoconfianza en Bagdad que no había visto desde que visité por primera vez Irak en 1977. El país parecía entonces encaminarse hacia un futuro pacífico y próspero gracias al aumento de los ingresos del petróleo. Sólo varios años después fue evidente que Saddam Hussein era un monstruo cruel con una desastrosa tendencia a iniciar guerras imposibles de ganar. Entonces podía conducir con seguridad por todo Irak , visitando las ciudades de Mosul a Basora, que se convirtieron en letalmente peligrosas en los siguientes 40 años.
Las calles de la capital están llenos de gente que compra y come en los restaurantes hasta muy entrada la noche. Mirando por la ventana del hotel, puedo ver a la gente, por primera vez en muchos años, construyendo cosas que no son fortificaciones militares. No hay manchas siniestros de humo negro en el horizonte señalando donde han estallado las bombas. Más importante, hay un sentimiento popular de que las dos victorias de las fuerzas de seguridad iraquíes en Mosul en julio y Kirkuk el 16 de octubre han cambiado de forma permanente el equilibrio de poder a favor de la estabilidad. El primer ministro Haider al-Abadi, criticado por débil y vacilante, es hoy en día elogiado casi por todos por su tranquilidad, decisión y exito en la lucha contra Isis y por hacer frente a los kurdos.
“Detecto una cierta desenvoltura en Bagdad que no he visto antes”, dice el historiador y ex ministro iraquí Ali Allawi. “Al-Abadi apenas ha metido la pata desde el inicio de la crisis de Kirkuk”. Un funcionario de seguridad iraquí recientemente retirado añade que “fue una suerte para todos los iraquíes, que [el presidente kurdo Masoud] Barzani provocase la confrontación cuando lo hizo”. La gente en la capital están empezando a parecer más como vencedores que víctimas.
La vida en Bagdad es anormal comparada con cualquier otra ciudad: sigue llena de muros de losas de hormigón que siempre me recuerdan lápidas gigantes. Numerosos puestos de control exacerban los atascos terribles. Los ataques con bombas de Isis son mucho menos frecuentes que solían ser antes, pero hay recuerdos de las atrocidades del pasado, como el camión bomba en el distrito de Karada el 3 de julio de 2016, que mató a 323 personas e hirió a cientos más. “Muchos de ellos murieron quemados en edificios con revestimiento de plástico en el exterior que se incendiaron como la Torre Grenfell”, señala un observador iraquí cuando pasamos por delante del lugar de la explosión.
La violencia no ha terminado del todo: la mayoría chiíta están a punto de celebrar el festival Arbaeen el 10 de noviembre cuando millones de peregrinos caminan hasta la ciudad santa de Kerbala para llorar la muerte del imán Hussein en una batalla en el año 680 AD. El camino entre Kerbala y la ciudad santa de Nayaf, ya está decorada con miles de banderas de luto, intercaladas con otras verdes y rojas, y hay miles de tiendas de campaña improvisadas donde los peregrinos pueden descansar y comer.
El gran número de peregrinos hace que sea imposible protegerlos a todos, por lo que Isis también puede atacar con bombas a la gran multitud de peregrinos en un intento de demostrar que no ha desaparecido por completo. A pesar de ello, la derrota largamente esperado de Isis es muy real, pero el mayor aliento a la moral pública viene del derrumbe inesperado, con poca resistencia y en un corto espacio de tiempo, del cuasi-estado kurdo en el norte de Irak, que había gobernado una cuarta parte del país.
La historia iraquí en los últimos 40 años ha estado llena de supuestos “puntos de inflexión” para mejor frustrados, que resultaron ser solamente el comienzo de una nueva fase en las guerras civiles interminables de Irak desde que los estadounidenses derrocaron a Saddam Hussein en 2003.
Todas las partes han llegado a ser, en diferentes períodos, instrumentos de sus apoyos extranjeros, pero este período puede estar llegando a su fin debido sobre todo a que las guerras han tenido ganadores y perdedores.
La política comunal no es la única característica determinante en el paisaje político iraquí, pero las comunidades chiíta, sunita y kurda son sus principales componentes. Los sunitas, una quinta parte de la población, han perdido ampliamente debido a que Isis se convirtió en su principal vehículo de oposición al gobierno central. Justa o injustamente, comparten su derrota. Sus grandes ciudades, como Mosul y Ramadi, están en ruinas. Las aldeas sunitas que bordean las principales carreteras a menudo han sido arrasadas, ya que consideraban bases de apoyo de guerrillas locales que plantaban IEDS (minas y bombas -trampa artesanales). Los campos de desplazados están llenos de sunitas desplazados.
La cooperación chií-kurda nació en la oposición a Saddam Hussein y fue la base para los gobiernos compartidos post-Saddam. Pero ambas partes se sentían defraudadas por la otra y Bagdad y Erbil comenzaron a considerarse capitales de dos estados hostiles enfrentados.
Por muy grandes que fueran sus diferencias, tal vez no hubieran estallado en público durante unos años si Barzani y su Partido Democrático del Kurdistán (PDK) no hubieran tenido la asombrosamente mala idea de celebrar un referéndum sobre la independencia kurda el 25 de septiembre pasado. Fue uno de los grandes errores tácticos de la historia de Irak, si no de Oriente Medio: el PDK ahora se queja de que fue víctima de maquinaciones iraníes, pero su verdadero error fue enfrentarse al gobierno iraquí cuando era político y militarmente mucho más fuerte después de volver a capturar Mosul a Isis. Independientemente de que líder kurdo traicionó o no a la causa, sus Peshmergas habría perdido la guerra.
Irónicamente, los kurdos iraquíes pueden perder una gran parte de la independencia que tenían antes de la consulta. Han perdido no sólo la provincia petrolera de Kirkuk, sino que también pueden perder el control de las fronteras de sus tres provincias centrales. las fuerzas regulares iraquíes están presionando hacia la crucial ciudad fronteriza de Fishkhabour, entre el Kurdistán iraquí y Turquía. Al-Abadi rechazó la semana pasada una oferta kurda de “congelar” el resultado del referéndum, exigiendo su anulación completa, aunque ahora sólo tiene un valor simbólico.
Los iraquíes en Bagdad desconfían con razón de las predicciones de un retorno a la vida normal después de 40 años de crisis permanente. Ha habido falsos amaneceres antes, pero esta vez las perspectivas de paz son mucho mejores. El mayor riesgo es una colisión entre los EEUU e Irán en la que Irak sería el campo de batalla político - y posiblemente militar. Barzani y el PDK están promoviendo la idea de que los paramilitares de Hashd al-Shaabi chiítas apoyados por Irán están a la vanguardia de todas las batallas, aunque de hecho Kirkuk fue tomada por dos regimientos de élite del Servicio Antiterrorista de Bagdad y la 9na división acorazada.
El éxito de las fuerzas regulares iraquíes es tal que uno de los peligros es que tanto ellas como el gobierno de Bagdad se vuelvan demasiado confiados y mal interpreten su poder real, no garantizando que todas las comunidades de Irak reciben una parte razonable de la tarta nacional en términos de poder, dinero y trabajos. Una regla de oro de la política iraquí es que ninguna de las tres principales comunidades puede ser marginada de forma permanente o aplastada, como Saddam Hussein descubrió a su costa. El final de la era de las guerras en Irak es una buena noticia para los iraquíes, pero también para el resto del mundo.
Patrick Cockburn
Counterpunch
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