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domingo, julio 01, 2018
Revoluciones de 1848
Europa se sacudió políticamente como nunca hasta ese momento. Las revoluciones se hicieron sentir por todos los rincones. La burguesía quería su revolución y temía la del proletariado, quien todavía inmaduro, no pudo llevar adelante una acción de conjunto independiente.
Las revoluciones de 1848 fueron las más extendidas que se han dado en el continente europeo, pero al mismo tiempo las menos exitosas. Salvo el caso francés, el resto de los regímenes monárquicos volvieron al poder luego de haber sido derrotados inicialmente. Y la República Francesa se alejó lo más rápido posible de las consignas que habían dado lugar a la revolución hasta “desembocar” en un autogolpe dado por Luis Bonaparte, el sobrino de Napoleón, que iba a finalizar en la instauración del Segundo Imperio Francés. Sin embargo, a pesar de su estrepitoso fracaso, las revoluciones dejaron un gran aprendizaje para quienes pretendían ir más allá de la mera caída de las monarquías, para aquellos que como Marx y Engels se sintieron absolutamente descontentos por el rumbo y destino que llevaron adelante las clases dirigentes burguesas revolucionarias.
Contexto histórico de las revoluciones
La revolución francesa y el imperio napoleónico habían transformado sensiblemente la política en el continente europeo. El triunfo de las fuerzas reaccionarias de la Santa Alianza, en 1815, no había retrotraído las cosas a los tiempos del Ancien regime(1). Sí bien triunfadora, la alianza restauradora encabezada por el zar Alejandro I(2) y el príncipe Klemens von Metternich(3) no pudo evitar la pérdida de fuerza de los regímenes absolutistas y el consecuente ascenso de la monarquía constitucional. El poder de los monarcas comenzó a ser cada vez más formal que verdadero (aunque no en todos los casos). El liberalismo, el constitucionalismo, las libertades públicas, la proclamación de igualdad de derechos ante la ley, etc., surgidos en Francia como consecuencia del movimiento revolucionario iniciado en 1789 no habían podido ser sepultados por el Congreso de Viena(4).
Desde comienzos del siglo XIX, como un signo de época, las monarquías constitucionales se habían ido consolidando en buena parte de Europa Occidental. No solo en Gran Bretaña y Francia, sino también en Bélgica, España, Portugal y en algunos territorios alemanes se iba abandonando el régimen monárquico a secas por uno en donde el ascenso de la burguesía en el plano económico se hacía sentir cada vez más en la arena política.
Para comienzos de la década de 1840 la parte occidental de Europa se encontraba en un verdadero proceso de transición. Los avances de la ciencia y la tecnología aplicados a la producción agrícola, en particular, y a la producción de mercancías, en general, iban desgastando los cimientos del viejo modo de producción feudal.
En Gran Bretaña tuvieron lugar los avances técnicos sustanciales que de a poco iban a ir imponiéndose en el resto del continente: la máquina a vapor, el uso generalizado del carbón, la mecanización de la hilatura y el tejido, la instalación del telégrafo, el alumbrado a gas en las grandes ciudades, etc. Pero también “nacían” instituciones y sistemas financieros, que articulados con los avances técnicos y la gran propiedad privada de la tierra, iban a ir generando los comienzos de la gran producción de masas capitalista.
Los sucesos revolucionarios de 1848 tuvieron lugar en un periodo de transición entre el modo de producción capitalista y el feudal. Las monarquías constitucionales fueron un indicador político de dicha situación. Y las características y dinámicas que tuvo la “Primavera de los Pueblos”(5) en cada uno de los escenarios en los que se dio (Francia, Alemania, Italia, Hungría, Polonia, Moldavia, Valaquia, etc) tuvieron que ver con el desarrollo, estadio y relación de cada una de las clases y fracciones de clases autóctonas.
Las revoluciones
En 1947 se había acentuado la crisis económica que venía aquejando al continente europeo. El inicio del problema se manifestó en el campo, lo cual provocó una reacción en cadena. En principio un sensible descenso de la producción agrícola provocó una dramática disminución de los productos alimenticios al tiempo que se elevaba notablemente el precio de los mismos. Esto trajo apareado una constricción del consumo de las industrias textil y de la construcción, provocando el crecimiento del desempleo y la disminución de los salarios. No fue una crisis pasajera sino que afectó de manera sustancial al “joven” capitalismo industrial generando una situación de miseria de los trabajadores del campo y la ciudad.
Friedrich Engels creía que podía darse una crisis política directa entre el proletariado y la burguesía. Esperaba que la dramática situación desembocara en un enfrentamiento entre estas dos clases. En un artículo publicado en octubre de 1847, en el diario pro- republicano francés La Reforme, afirmaba que la crisis provocaría “una agitación extraordinaria entre los obreros, que ahora se veían despedidos a montones después de haber sido explotados por los industriales durante el periodo de auge comercial”(6). El autor del Anti-Dühring apostaba al levantamiento del proletariado británico, debido a que al ser Gran Bretaña el país capitalista más desarrollado entendía que la clase obrera había podido reunir, allí, las mejores condiciones organizativas y revolucionarias. Un triunfo en Inglaterra podía producir un efecto dominó en el resto de las economías europeas. Tanto Engels como Marx ponían, en las vísperas de las revoluciones de 1848, enormes esperanzas en el triunfo del movimiento obrero británico. Habían publicado en febrero de ese año el Manifiesto del Partido Comunista. En donde, además de detallar las principales características del modo de producción capitalista, ponían énfasis en destacar el rol del proletariado como el “sepulturero” de la burguesía, aunque esto no iba a terminar sucediendo en 1848. En Inglaterra, en donde el movimiento obrero estaba más desarrollado, el movimiento cartista, la lucha irlandesa de liberación nacional y el tradeunionismo estaban declinando en su intensidad cuando comenzaba 1848.
Pero en el continente la situación era diferente. En 1847 la “Campaña de los Banquetes”, en Francia, daba cuenta de una situación de extrema tensión entre el gobierno y la oposición. Desde fines de 1846 el reino había prohibido las reuniones políticas, por lo tanto comenzaron a realizarse grandes banquetes en donde los comensales pagaban importantes sumas de dinero para escuchar discursos políticos opositores. El gobierno no podía, en principio, prohibirlos porque no se trataba en lo formal de un mitin sino de una comida por la cual se pagaba. Entonces la oposición política burguesa al régimen monárquico fue surgiendo y publicitándose en los “banquetes” con Thiers(7) al “centro” y Odilon Barrot en una posición que tendía a la “izquierda”.
Pero el 22 de febrero de 1848 aconteció un suceso que iba a transformar radicalmente la situación política en Alemania. Al ser prohibido un banquete parisino se produjo una importante manifestación popular, contraria a la medida, que rápidamente se convirtió en un levantamiento que no fue reprimido por la Guardia Nacional. El 24 no había manera de poder contener lo que se había convertido en un motín antimonárquico y el rey se vio obligado a abdicar, tomando los republicanos la cámara de diputados y proclamando un gobierno provisional.
Los hechos revolucionarios franceses provocaron un efecto dominó en buena parte del continente. El 3 de marzo Lajos Kosuth, el nacionalista y liberal húngaro, lanzó un programa nacional y democrático magiar en Presburgo con el fin de sacarse de encima a los Habsburgo. El 11 del mismo mes se levantaron los liberales de Praga, mientras que dos días más tarde, el 13 de marzo, un motín en Viena provocó la huida de Metternich. En los territorios italianos (Milán, Venecia, Parma, Módena, etc.) fueron expulsados los austríacos y más abajo, al sur, el príncipe Carlos Alberto de Cerdeña decidió luchar por la independencia de la península y se le terminaron uniendo Leopoldo I de Toscana, Fernando II de Nápoles y el papa Pío IX. También en marzo, en las principales ciudades de la Confederación Alemana, estallaron levantamientos antimonárquicos con el fin de obtener derechos políticos, libertades públicas y separación de poderes. Y en regiones lejanas de los centros políticos y económicos de Europa, como los principados de Valaquia y Moldavia que habían caído en manos del zarismo luego de la guerra ruso-turca de 1828-29, se produjeron levantamientos antimonárquicos de importancia.
Rápidamente, en un “instante”, Europa había cambiado radicalmente su fisonomía política. El conservador Congreso de Viena parecía haber sido enterrado. Pero esta situación no estaba predestinada a mantenerse. Las alianzas armadas para derrocar a las monarquías rápidamente se desvanecieron y comenzaron las tensiones y conflictos. La insurrección de junio en Francia, que La Nueva Gaceta Renana definió como “la más grande revolución que haya tenido lugar jamás”, había trazado con sangre una línea divisoria entre la burguesía y el proletariado de la que la burguesía alemana no tardaría en tomar nota.
El proletariado europeo organizado no estaba del todo maduro ideológicamente. Los horizontes revolucionarios estaban puestos en conquistar la república, y con ella la representación política igualitaria. Pero solo derrocar a la monarquía y a la aristocracia financiera no implicaba un avance absoluto hacia la emancipación social.
La necesaria destrucción del capitalismo iba a ser la lección que el proletariado revolucionario aprendió como resultado del derramamiento de su propia sangre en las barricadas.
Las revoluciones dentro de la revolución
Los movimientos revolucionarios se hicieron sentir en el centro del continente europeo pero débilmente en los márgenes. Las regiones periféricas se encontraban aisladas, como en el caso de Grecia, la península ibérica o Escandinavia, o carecían directamente de una capa política revolucionaria como sucedía en buena parte de los territorios del zarismo y del imperio otomano (sin embargo el nacionalismo anti-turco era una constante en los Balcanes desde principios del siglo XIX). En los países más desarrollados, como Gran Bretaña y Bélgica, tampoco se hizo sentir el espíritu revolucionario, y esta circunstancia podría explicarse por dos cuestiones: 1) debido al rol consolidado que ocupaba la burguesía en esos países y 2) por las características que iba asumiendo el movimiento obrero organizado.
Esquemáticamente podría decirse que las revoluciones se dieron en tres escenarios diferentes: 1) Francia, 2) Alemania, Italia, Hungría y Polonia y 3) territorios marginales del zarismo como Moldavia, Valaquia, Transilvania y el sur de los Balcanes. La composición de clases y la relación entre ellas variaban sensiblemente, según el territorio, e iba a determinar las principales características de los enfrentamientos.
Si bien el campesinado era abrumadoramente superior a la clase obrera en términos numéricos, no tenía el mismo estatus en cada región. En Francia, por ejemplo, los campesinos eran legalmente libres mientras que en los territorios orientales, en donde dominaba la nobleza alemana y el zarismo, seguían siendo siervos. El desarrollo de las clases medias burguesas se había dado con mayor rapidez en la parte occidental del continente, mientras que en la oriental las clases medias poco tenían que ver con la población autóctona (eran alemanes o judíos) y eran notoriamente más escasas.
Sacando el caso francés, la “Primavera de los Pueblos” no solo disputó la estructura política y social de la sociedad, sino el derecho a existir. Los revolucionarios alemanes intentaban “construir” Alemania, los italianos Italia, los húngaros Hungría, los polacos Polonia, etc. Los deseos de autodeterminación nacional chocaban contra la negativa austrohúngara, zarista y otomana (en menor medida debido al debilitado poder del sultán en los Balcanes). Pero además iba a surgir una tensión, quizás inesperada para los movimientos revolucionarios, entre las clases dirigentes nacionales revolucionarias y aquellos pequeños pueblos, como los eslovacos, checos, croatas, eslovenos, etc, que lucharon del lado de la reacción conservadora monárquica.
Los movimientos nacionalistas (alemán, italiano y húngaro) incluían en sus proyectos de construcción de Estado-Nación a otros pueblos sin la debida “consulta”. La realidad terminó enfrentando a los revolucionarios con las masas campesinas del imperio austrohúngaro. El campesinado eslavo no fue la fuerza de choque de las reivindicaciones del nacionalismo burgués alemán o magiar, sino que debido a su condición de explotado económico y sometimiento ideológico terminó formando las filas de los ejércitos contrarrevolucionarios vencedores.
Sucedía que en buena parte de los territorios alemanes, húngaros, italianos, etc el porcentaje de los obreros y artesanos en la población era mucho menor (al este y al sur del continente decrecía aún más) y además la participación activa en los sucesos revolucionarios se había dejado sentir mucho menos que en Francia. Aquí el conflicto central se dio entre la aristocracia terrateniente y la naciente burguesía industrial y mercantil. En cambio, la revolución francesa de 1848, si bien había comenzado con la confrontación entre los viejos regímenes y las “fuerzas del progreso”, terminó siendo la lucha a muerte entre el “orden” y la revolución social”(8).
En los márgenes de surorientales de Europa (en el extremo meridional de los Balcanes y en Moldavia y Valaquia) los sucesos revolucionarios se diferenciaron radicalmente de lo ocurrido en el oeste y centro del continente. Allí la presencia de clase obrera era prácticamente nula y el dominio político y económico estaba en manos del zarismo, del imperio otomano y de las distintas noblezas feudales. En las revoluciones liberales de Moldavia y Valaquia se pretendió expulsar del poder al gobierno impuesto por el zar y abolir definitivamente los privilegios de la nobleza boyarda. En los territorios serbios se produjeron levantamientos contra los otomanos y contra los Habsburgo, enmarcados en un movimiento de liberación nacional de la nobleza serbia que venía dándose desde principios del siglo XIX.
Breve conclusión
Las revoluciones de 1848, más allá de lo arriba detallado en el caso francés, significaron los últimos intentos serios de la nobleza y la monarquía de Europa Occidental y Central por subsistir como la variable determinante de la economía y la política. La burguesía, de a poco pero a paso firme, iba construyendo una estructura política afín a las necesidades de su dinámica económica. La “Primavera de los Pueblos” abrió un intenso ciclo de construcción de Estados-Nación y fue sin dudas una afirmación de la nacionalidad, o mejor dicho, de las nacionalidades rivales.
Incluso por fuera de Europa se daba el mismo fenómeno. La construcción de naciones se iba dando en buena parte de los territorios en donde el modo de producción capitalista se iba consolidando. “Qué fue la guerra civil norteamericana sino el intento de mantener la unidad de la nación norteamericana contra el desperdigamiento? ¿Qué fue la restauración Meiji sino la aparición de una nueva y orgullosa nación en Japón?”(9). ¿Y en la Argentina? ¿Qué fue la generación del 80 y su proyecto político más que el deseo fervoroso de construir un Estado-Nación?
Los sucesos revolucionarios de 1848 deben enmarcarse en el asalto definitivo del poder político por parte de la burguesía. La revolución que los padres del marxismo habían pronosticado para Francia, y que se desplegaría por todo el continente, finalmente no se dio. A diferencia de lo que afirmaba el Manifiesto Comunista, el capitalismo todavía no había dado todo de sí. Las revoluciones de 1848 permitieron la apertura de un nuevo ciclo de expansión económica, de notable desarrollo de las fuerzas productivas que iban a llevar a la consolidación capitalista y surgimiento del imperialismo. Fue un momento de desarrollo capitalista en el que ya no era posible para la burguesía acaudillar al conjunto de la población porque esta estaba atravesada por el antagonismo de clase entre el proletariado y la burguesía.
En las postrimerías del siglo XIX y principios del XX la batalla ya no tendrá como protagonista central a la nobleza y la monarquía. Las clases antagónicas del capitalismo van a quedar solas y con la posibilidad de medir sus fuerzas. La Comuna de París en 1871 y la Revolución Rusa de 1917 van a ser dos hechos incontrastables de la afirmación anterior.
“El error de Marx y Engels en relación con los plazos históricos surgía por un lado de la subestimación de las posibilidades futuras latentes en el capitalismo, y por otro, de la sobrevaloración de la madurez revolucionaria del proletariado. La revolución de 1848 no se convirtió en una revolución socialista como había pronosticado el Manifiesto, sino que abrió para Alemania la posibilidad de un vasto ascenso capitalista en el futuro. La Comuna de Paris demostró que el proletariado no puede quitarle el poder a la burguesía sino tiene para conducirlo un partido revolucionario experimentado. Mientras tanto, el periodo de prolongada de prosperidad capitalista que siguió produjo, no la educación de la vanguardia revolucionaria, sino más bien la degeneración burguesa de la aristocracia obrera, lo que a su vez se convirtió en el principal freno de la revolución proletaria”(10).
Diego Gómez
Sociólogo
Notas:
1. La revolución francesa denominaba Ancien regime, de manera peyorativa, al modo de gobierno anterior a la revolución.
2. Zar de Rusia desde 1801 hasta su muerte en 1825. Sí bien inicialmente mantuvo una buena relación con Napoleón, rápidamente se convirtió en su principal enemigo.
3. Noble, político y diplomático austríaco. Líder de la restauración monárquica de 1815.
4.Congreso restaurador monárquico celebrado en Viena en 1815 para restablecer las fronteras luego de la derrota de Napoleón.
5. Forma de denominar a las revoluciones de 1848 porque se dieron durante la primavera europea y además significaron un “nacer” de las naciones.
6. Engels, Friedrich (1847). En “Las Revoluciones de 1848”. Fondo de Cultura Económica. México D.F.
7. Louis Adolphe Thiers pese a haber formado parte de la monarquía de julio se convirtió uno de los políticos burgueses que tuvieron como característica central el armado de una formación política opositora. Más tarde en 1871, dirigirá la gran represión contra la Comuna de París.
8. Hobsbawm, Eric (2001). “La era del capital, 1845-1875”. Crítica. Buenos Aires.
9. Ídem.
10. Trotsky, León (2017). “A noventa años del Manifiesto Comunista” en El Programa de Transición y la fundación de la IV internacional. CEIP León Trotsky, Buenos Aires.
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