jueves, noviembre 22, 2018

Vamos a volver… con los pañuelos celestes y el FMI



La bandera de la “unidad del peronismo” que gobernó y aún gobierna con Macri se ha convertido en la estrategia central delineada en el Instituto Patria

Cristina Kirchner se valió del foro en el mini-estadio de Ferro para reforzar su política de unidad con el peronismo que cogobernó con Mauricio Macri en estos tres años. Para alejar fantasmas, corrigió incluso a los que presentaron al evento como una contra-cumbre al G20. Después de todo, Cristina y Dilma Rousseff, la otra invitada principal del evento, integraron el G20 hasta hace sólo unos años, sin prestarle el menor apoyo a las movilizaciones en su contra que se realizaban frente a sus sedes.

Pañuelos celestes

El discurso de CFK pareció armado en función de los recientes acuerdos sellados con los Massa, Schiaretti y Pichetto para ocupar un asiento más del Consejo de la Magistratura. Los dirigentes kirchneristas han vivido este acuerdo como un acto de redención -y no sólo porque les permitiría fortalecer su presión sobre la Justicia cuando están previstos varios procesos en su contra. En ese acuerdo, además, ven la prueba de que se empieza a levantar el veto del aparato justicialista al kirchnerismo en general y a la posible candidatura de CFK en particular. La bandera de la “unidad del peronismo” que gobernó con Macri, y lo sigue haciendo hasta el presente, como lo prueba la reciente aprobación del Presupuesto del FMI, se ha convertido en la estrategia central delineada en el Instituto Patria, incluso a riesgo de tirar al tacho de la basura al sello de la Unidad Ciudadana, que nunca fue más que un plan B.
A tono de esta política, Cristina Kirchner evitó denunciar la colaboración peronista con el ajuste. Haciendo gala de una falacia evidente, señaló que las divisiones eran un lujo que beneficiaba al neoliberalismo -en vez de denunciar que quien verdaderamente lo beneficia son los que votan sus leyes y aplican sus políticas. En una vuelta de tuerca más, afirmó que la ‘unidad’ debe contemplar que en su movimiento haya pañuelos verdes y celestes, buscando la bendición del Vaticano a su candidatura. La alusión a los pañuelos celestes dejó en claro que su eventual vuelta a la presidencia no implicará la aprobación del aborto legal. Semejante ‘amplitud’ puso en alerta a Página/12, que advirtió que las palabras de Cristina Kirchner podrían producir una fuga electoral de la juventud hacia el Frente de Izquierda y de los Trabajadores.

FMI

Mientras esto ocurría, en la revista Forbes, Axel Kicillof le garantizaba al capital financiero que una vuelta del kirchnerismo al gobierno se hará sobre la base de respetar los compromisos asumidos por Macri. En el reportaje, ex ministro de Economía de Cristina Kirchner fue categórico: “No rompería con el FMI”. Al igual que Sergio Massa, se pronunció por una renegociación con el Fondo, que a esta altura ya suena inevitable. Sucede que el próximo gobierno deberá pagarle al FMI 26.270 millones de dólares, que se sumarán a los 90.471 millones de dólares en bonos que vencerán en el próximo mandato presidencial. De más está decir que la posibilidad de atender a la totalidad de estos vencimientos está más que cuestionada. Ante este panorama, Kicillof postuló que “me parece que es razonable ir a ver cómo se puede poner eso en un carril de sensatez y ver qué es lo que plantea el Fondo Monetario Internacional”. Recordemos que la última vez que Kicillof fue a ver qué planteaba el gran capital terminó reconociendo una deuda usuraria con el Club de París de más de 10.000 millones de dólares, inflada con punitivos e intereses usurarios, para luego realizar un pacto secreto con Chevron para la explotación petrolera y gasífera de Vaca Muerta.
En la misma entrevista, Kicillof se vio en la necesidad de aclarar que “no somos anti-empresa”. Que no se trató de una frase tirada al azar lo probó el discurso de Cristina Kirchner en el Senado, al tratarse el Presupuesto 2019. Allí, mostró su preocupación por la crisis que sacude a la empresa Arcor, contrastándolo con las ganancias siderales que el grupo que preside Luis Pagani obtuvo bajo su gobierno. El proselitismo pre-electoral de la ex presidenta consiste en mostrarle a la clase capitalista que su gobierno podrá asegurar los beneficios empresariales de mejor manera que el macrismo. Opera sobre la base de un principio de división que está en desarrollo en la clase capitalista, motivado por la bancarrota económica, el derrumbe industrial y del consumo, y el peligro de un nuevo estallido financiero.

Crisis de fondo

La ilusión del kirchnerismo de una vuelta al gobierno avalada por los grandes grupos capitalistas nacionales es todavía prematura. Hasta el momento, el intento de otorgar garantías al gran capital mediante la búsqueda de una alianza con el peronismo ha servido más para asegurar la gobernabilidad macrista que para lograr un respaldo a la candidatura de Cristina Kirchner. Lo conseguido hasta el momento suena a poco: retazos de Libres del Sur, el saltimbanqui de Felipe Solá, la vuelta a casa de un hijo pródigo como el “Chino” Navarro. En síntesis, punteros sin votos que quieren cargos. Mientras tanto, las presiones para una división pejotista se han redoblado y pueden expresarse bajo la forma de una mayor fuga de capitales, remate de los bonos argentinos y de las acciones de las empresas locales. A diferencia de los ciudadanos, el capital vota todos los días, a través del control que detenta de los medios de producción, las finanzas y los medios de comunicación. La consigna de la “unidad del peronismo”, llegado un determinado punto, se puede transformar en una trampa para el propio kirchnerismo y en particular para Cristina Kirchner. Las presiones para que baje su candidatura pueden hacerse justamente en nombre de que no obstaculice la ‘unidad’.
La verdadera ilusión del kirchnerismo recae en que el agravamiento de la crisis lo convierta en el único recurso de la clase capitalista. Empuja en esa dirección el agravamiento de los choques internacionales, que tendrán su expresión concentrada en el G20 que se realizará la próxima semana en Buenos Aires. En los últimos días, a pesar del ‘logro’ de la calma cambiaria, el riesgo país no ha hecho más que subir, volviendo casi a los niveles previos al pacto con el FMI. Los bonos en dólares están rindiendo un 11% anual, una tasa que sólo es propia de países en bancarrota. El golpe que esta crisis le impone cotidianamente al macrismo cuestiona cada vez más su capacidad de ganar las elecciones del año próximo. Este temor corre el riesgo de transformarse en desbande. La propuesta de un sector del PRO de adelantar las elecciones de la provincia de Buenos Aires y, con ello, las de la Ciudad de Buenos Aires, equivaldría a reconocer que Macri se habría convertido en un salvavidas de plomo. Por otro lado, el adelantamiento de las elecciones en las provincias pejotistas también prueba que están lejos de una estructuración nacional. Por ahora prima el “sálvese quien pueda”.

La independencia de los trabajadores

Este agravamiento de la crisis debe servir para reforzar la caracterización que los trabajadores tienen que construir de la presente situación política. El conjunto de los partidos y los eventuales candidatos patronales no tienen otra política que descargarla sobre las espaldas de los trabajadores. Del macrismo ya se sabe. Pero ¿cómo aseguraría Cristina Kirchner las ganancias de Arcor y el cumplimiento de los acuerdos del FMI, aún de los renegociados, sino es mediante una mayor confiscación del pueblo que trabaja?
La campaña de la ‘unidad del peronismo’ es una presión al sector más activo y luchador de la población trabajadora y de la juventud, para que abandone toda pretensión de independencia política en pos de un programa trasformador. Es un canto de derrota por anticipado. Nuestro llamado al Frente de Izquierda para desarrollar una acción política vigorosa ante la crisis, parte de la necesidad de desenmascarar el verdadero programa de kirchneristas y pejotistas, y sus pretensiones continuistas.

Gabriel Solano

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