Desde prácticamente el primer día de cuarentena, se viene planteando la necesidad de abrir nuevamente las escuelas. Esto sería claramente una acción temeraria por el salto en los contagios que podría provocar.
En línea con los recules de Alberto Fernández, que ya ha abierto casi el 70 por ciento de la economía ante el apriete de los capitalistas, ahora el ministro de Educación de la Nación ha declarado que quizá el regreso a las aulas sea al finalizar el receso escolar de invierno, en el mes de agosto. Sus palabras se afirman cuando señala que en la decisión también tendrán peso las provincias y que esa idea es común a todos los ministros de educación provinciales que constituyen el Consejo Federal de Educación. “La ministra de Educación de Santa Fe, Adriana Cantero, ya anunció que el año no se pierde, y que las clases presenciales podrían volver después de las vacaciones de invierno” (La Capital, 6.05).
Cuando el pico de la enfermedad se espera para el mes de junio, se trata de un salto al vacío, justificado solamente por la importancia que reviste para los empresarios que el conjunto de la población se ponga en movimiento, lo que incluye a padres que deben cuidar a hijos en edad escolar.
En marzo pasado, Boris Johnson, el primer ministro de Gran Bretaña, se negó rotundamente a cerrar las escuelas, porque cuatro semanas de cierre significaban reducir el 3% del PIB del Reino Unido, lo que el gobierno calculó como una pérdida de miles de millones de libras. Finalmente, la presión de docentes y padres lo forzó a tomar esa decisión.
El debate por la apertura de las escuelas, también en Argentina, no es por el amor a los niños y niñas sino por el lucro.
Las escuelas argentinas son una trampa mortal
Según los medios, Educación observa las medidas que se tomaron en Europa y diseña un regreso a las escuelas de acuerdo a las posibilidades locales. Pero desde el 16 de marzo, día en el que las escuelas fueron cerradas, nada se ha hecho para mejorar las condiciones de infraestructura, seguridad e higiene.
Dinamarca tomó la delantera, y abrió las aulas para los niños menores de guarderías, jardines y primarias, menores de 11 años. Pero reorganizaron los espacios: hay dos metros entre los bancos, se deben lavar las manos por lo menos una vez por hora y en los recreos se dividen en grupos pequeños.
En nuestras escuelas no hay espacio para nada de eso. Los chicos y chicas se apiñan unos sobre otros, por falta de construcción de aulas, y si por casualidad en alguna de ellas hay menos de una/un alumna/o por metro cuadrado, cierran el curso y lo fusionan con otro. Y con muchos o pocos alumnos, en la mayoría no hay agua, baños dignos, jabón ni elementos esenciales, como alcohol en gel.
En Alemania, la Academia Alemana de las Ciencias resolvió limitar a 15 el máximo de alumnos por clase (con ese número, el curso sería cerrado en nuestro país). Los recreos se están haciendo escalonados y hay un control estricto al metro y medio de distancia que deben guardar los estudiantes. Dispusieron medidas de higiene como el lavado de picaportes y barandas más de una vez al día, la ventilación de ambientes y el reparto de miles de litros de líquido desinfectante (Infobae, 6/5). Similares medidas adoptaron en Austria, Francia o España.
La vulnerabilidad de las escuelas argentinas no sólo no garantizará cuidar a la infancia y la adolescencia de contagios, sino que potenciará la enfermedad y la circulación social del virus. Si las escuelas están colapsadas, también lo está el transporte público, que verá incrementada la cantidad de gente que se traslade para concurrir a las escuelas. Sin contar a los padres, en la provincia de Buenos Aires ello incluye a casi 350.000 docentes.
Es por eso que así como se augura una profundización del contagio para quienes concurran al colegio, también se espera, de parte de sectores sociales que puedan sostenerlo económicamente, una desobediencia educativa. Así, en un diario nacional se puede leer que “es evidente que finalizada la cuarentena muchos padres no querrán enviar a sus hijos al aula presencial y muchos alumnos universitarios no querrán asistir personalmente a clases. Por eso el coronavirus deja espacio para una eventual rebelión en el nivel educativo, ya que razonablemente no se querrá comprometer la salud de ningún estudiante, en ningún nivel de enseñanza (primario, secundario y universitario), mediante la concurrencia al aula presencial hasta que la pandemia sea controlada con criterio verosímil” (La Nación, 6/5).
Ctera, eslabón impotente
Luego de tres meses de inacción absoluta, Ctera realizó una reunión virtual de secretarios generales. En la reunión señalaron que “no avalaremos la vuelta a clases si no están dadas las condiciones de salud necesarias”. Los docentes sabemos perfectamente que las amenazas de la burocracia celeste sólo se lanzan cubrir su colaboracionismo: Luego del asesinato laboral de Sandra y Raúl en Moreno, las escuelas siguen siendo trampas mortales para alumnos, docentes y auxiliares. También descubrieron que hay sobretrabajo docente por la virtualización forzosa y que gobierno nacional y provinciales han congelado las paritarias. Lo que sí fue tajante fue el apoyo de esta burocracia al gobierno de Alberto Fernández que integran señalando que apoyan algo que es falso (“la postura del gobierno nacional del no pago de la Deuda Externa”).
La lucha por la defensa de la salud, las condiciones edilicias y sanitarias, salariales y de sostenimiento de las necesidades de la comunidad educativa requieren de un plan de lucha, y de poner en deliberación y acción a nuestros sindicatos. Es lo que están haciendo las seccionales y sindicatos multicolores como las minorías multis de Atén en Neuquén, los Sutebas combativos, Ademys, Adosac, Amsafé-Rosario, junto a la base docente que enfrenta la avanzada contra la educación que está en curso aprovechando la pandemia.
Daniel Sierra
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