A lo que asistimos es al completo fracaso de la denominada “nueva normalidad”, un desenlace que no es nacional sino internacional. Lacalle esta jugado a fondo al resultado que pueda dar una vacunación rápida de una mayoría de la población, algo relativamente alcanzable en un país con los habitantes de Uruguay, aunque ya le sopla en la nuca la saturación de los CTI que es registrado hasta por los medios de comunicación más incondicionales. Otro punto crítico de esta estrategia es, si se quiere, técnico, la vacuna necesita unos quince días luego de la segunda dosis para hacer efecto. Si bien la vacunación marcha a buen ritmo, los contagios, casos graves y muertes no hacen sino subir. En la misma columna hay que apuntar la incertidumbre sobre las vacunas en sí. Ya se comienza a hablar de que las variantes del virus podrían dejar obsoleta a una parte de ellas. Los números que se manejaban cuando fueron lanzadas al mercado de un 85, 90 y 95 % de eficacia han descendido a 70, 60 e incluso menos. Para hacer frente a esta degradación cobra cada vez mas fuerza la idea de suministrar una tercera dosis, lo que extendería en el tiempo la etapa de inoculación. Dicho de otro modo, la vacunación está en crisis. Un porcentaje gigantesco de la población mundial no va recibir la vacuna, independientemente de su eficacia presente o futura.
En Uruguay la escalada pandémica fue advertida por el mundo científico, pero además era perfectamente predecible para cualquiera que siguiera mas o menos de cerca la sección internacional de los informativos. Lacalle Pou hizo una conferencia de prensa el miércoles 7 cuando los reportes le lanzaban a la cara 45 decesos diarios, ignorando olímpicamente el punto un periodista de su propio palo retrató el hecho como el de “un elefante en la Torre Ejecutiva” y denuncia “cada día que pasa es como si un ómnibus repleto de uruguayos chocara de frente y no hubiera sobrevivientes, no dijo nada.” (Leonardo Haberkorn, el Observador). Este desprecio por la vida es altamente significativo.
Con todo, lo mas importante para actuar es saber en que punto de la crisis estamos. La tesis de la nueva normalidad se fue al tacho, otro tanto podemos decir de la denominada libertad responsable, que no era más que una trampa con la suficiente ambigüedad como para poder descargar sobre la población la responsabilidad en caso de un desmadre de la pandemia, como de hecho está ocurriendo.
El principal error que se puede cometer es defender la idea de que de esto se sale vacunando una determinada cantidad de personas aislado de medidas de fondo. Quienes sostienen que esta sería una salida ponen como ejemplo a Gran Bretaña o Israel. Aun considerándola admisible lo que no toma en cuenta la comparación es que ni Israel y aun menos Gran Bretaña, que además es una isla, tienen como vecino al Brasil, el cual la gestión Bolsonaro ha transformado en un enorme cementerio a cielo abierto. El des-manejo de la pandemia en Brasil llevó a los expertos a señalar a ese país como reservorio e incubadora mundial de las nuevas variantes y de mutaciones presumiblemente mas letales del virus.
El planeta no atraviesa una crisis sanitaria, o si se quiere virológica, es el resultado de la explosión de las contradicciones de un sistema que ha entrado en conflicto con su entorno para defender a rajatabla el beneficio privado capitalista. El fetiche de la vacuna es la línea de todo un abanico de la burguesía, que dice “ahora que te vacunaste, a laburar”. Pero además es falso, a Chile le salen las vacunas con las orejas, y también le sale el virus por el mismo lugar. La descomposición del capitalismo no tiene un antídoto que venga en jeringa.
El gobierno que encabeza Lacalle esta golpeado. Suspender indefinidamente las clases presenciales es un recule antes que nada por su simbolismo. Las burguesías en otros países han presionando de forma encarnizada por mantener abiertas las escuelas, el sentido es que si los cursos se mantienen la producción debe seguir por los andariveles normales.
La crisis ha tomado contornos más agudos, la miseria social es galopante, los CTIs están a horas de saturarse, y los trabajadores de la salud, la llamada “primera línea” esta agotada, los testimonios en redes son numerosísimos y elocuentes. Ya hay llamados de gremiales medicas a los profesionales para hacer un “uso racional” del oxígeno: un Brasil en pañales.
Los grandes ausentes son los sindicatos que la burocracia ha transformado en estructuras fantasmas, sin asambleas, plenarios ni elecciones. No hablemos de movilizarse. Al mismo tiempo hay indicios de una tendencia a romper esa inercia, por ahora exclusivamente en sindicatos dirigidos por sectores independientes o donde la burocracia perdió pie (la pesca, la carne, bancarios).
La combinación explosiva de contradicciones tiene que ser enfrentada con un programa, en el que la vacuna es una pieza. Este programa debe contemplar la suspensión de todo trabajo presencial no esencial, y el sostenimiento de los sueldos a cargo de las empresas para los trabajadores que deban permanecer en sus casas, así como un subsidio no menor a $20mil pesos para los desocupados y sub-ocupados, para esto que se suspenda el pago de la deuda pública y se utilicen las reservas del banco central, junto al establecimiento de un impuesto progresivo sobre las grandes fortunas.
Un sistema que no puede estar un mes sin explotar a la clase trabajadora no tiene más nada que ofrecer, está denunciando lo que se ha tardado en superarlo. Cualquier otra cosa son análisis circunstanciales.
Este programa requiere una movilización intensa y los medios para imponerlo, que no es otro que la huelga general y el gobierno de los trabajadores.
Camilo Márquez - Partido de los Trabajadores (Uruguay)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario