Aprovecho que Clara Zetkin propuso en 1910 que cada 8 de marzo se conmemorara el Día Internacional de la Mujer –cual digno homenaje a las textileras neuyorkinas que se inmolaron en similar efemérides de 1857– para rendirle un especial tributo a la mujer, particularmente a la cubana.
Ante todo recuerdo que José Martí, al dibujar el encanto con palabras, exclamó: “Es una mano de mujer vara de mago... que trueca todo en oro”. Y si específicamente la fémina tiene que enfrentar la injusticia –deseo añadir ahora–, ella, como las rosas, sin perder el perfume, es capaz de exaltar las espinas para defender la ternura. He aquí lo que siempre ha servido de buena compañía a la de Cuba.
En un rápido recuento por la Historia Patria, salta a la vista la estirpe de Ana Betancourt, quien al calor de la Asamblea de Guáimaro se empinó para decir: “Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta la muerte. Habéis destruido la esclavitud del color emancipando al siervo. ¡Llegó el momento de libertar a la mujer!”. De ello hace 140 años. Desde entonces, mucho ha sido el derroche de grandeza del movimiento femenino cubano. Constituyen ejemplos fehacientes Amalia y Mariana, Lidia y Cloromira, Haydee y Fe del Valle, Celia y Tania, Vilma y una muy larga lista de otras ilustres.
No obstante, amerita hacer un aparte con el proceso que dio continuidad al amanecer de 1959: sin lugar a dudas, el asalto al cielo que significó el Primero de Enero creó las condiciones indispensables para libertar a nuestras damas. Y estas no son meras palabras.
Resulta incuestionable que no existe una sola esfera de la actividad humana en nuestro país en que no esté presente la mujer: lo mismo en la producción industrial que en la agropecuaria; de igual modo en la ciencia, el deporte y la cultura; dígase en cualquier servicio social, especialmente en la educación y en la salud; se hallan en diversas funciones de la dirección y –por cierto– generalmente exhiben mejores resultados que nosotros, los hombres; se encuentran en las diferentes tareas de la defensa de nuestra Patria revolucionaria y socialista, que es como decir en la salvaguarda de su propia obra.
En este instante viene a mi memoria una expresión de la Convocatoria al V Congreso del Partido Comunista de Cuba (1997): “La mujer cubana, heroína indiscutible del Período Especial”. Ello carece de cualquier acto formal, y lo verifica el hecho de que con la emergencia de la pasada década nuestras compañeras se convirtieron en la columna vertebral de los núcleos familiares y la sociedad cubana en sentido general, toda vez que hicieron de la invencibilidad una cotidianidad: trabajaban tanto o más que nosotros en escuelas, hospitales, fábricas..., y luego, en la casa, ¡a inventarla! –literalmente hablando–. Y seguían –siguen– en combate.
¡Que lástima que no podamos describir el mismo panorama con respecto a otras latitudes! De acuerdo con estadísticas de las Naciones Unidas, en los países subdesarrollados 7 de cada 10 mujeres viven en la pobreza absoluta; en los desarrollados reciben entre el 20 y el 30 % menos del salario que se les paga a los hombres por la misma labor; y en el caso particular de los Estados Unidos, cada ocho segundos una mujer es víctima de algún acto de violencia.
Entre tanto, de cara a las grandes tareas de hoy y mañana, frente a las constantes amenazas por destruir la obra forjada por nuestro pueblo, contamos con la incalculable fortaleza que ostentan nuestras queridas compañeras, convencidos de que en el movimiento femenino cubano la Revolución cuenta con uno destacamento firme y combativo, y seguros de que con la energía, la sensibilidad, la inteligencia y la decisión de ellas el Socialismo en Cuba es invencible.
Con tales presupuestos, muy bien que los hombres debemos estar pendiente de cómo dispensar a las mujeres cubanas, asumir cada oportunidad como ocasión propicia para rendirle culto, ir pensando en la posibilidad –por ejemplo– de que cuando las condiciones económicas del país lo permitan, concederles la deferencia de que solamente trabajen institucionalmente dos tercio de la jornada laboral, al menos mientras que sus descendencias se encuentre en edad estudiantil.
Sencillamente, es asunto de justicia suprema privilegiar siempre a la mujer, más aún a la cubana.
Noel Manzanares Blanco
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