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martes, noviembre 17, 2009
Trotsky, “el ogro de Europa”
Trotsky: una biografía. Por Robert Service 600 pág., Macmillan. Némesis de Stalin: el exilio y la muerte de León Trotsky. Por Bertrand M Patenaude 352 pág., Faber.
Durante más de medio siglo, la biografía en tres volúmenes de Trotsky de Isaac Deutscher, una obra maestra histórico-literaria por derecho propio, se consideró como la última palabra sobre la materia. Mucha gente profundamente hostil a la revolución rusa y sus principales líderes aclamaron no obstante estos libros: en 1997 al preguntarle a Tony Blair por su libro preferido para el Día Nacional del Libro, el recién elegido primer ministro mencionó la trilogía. Doce años más tarde la cultura en este país se ha vuelto tan profundamente conformista que cualquier alternativa al capitalismo se considera descabellada.
La diligencia de Service ha sacado un pesado volumen sobre Trotsky que se incorpora a una colección que incluye a Lenin y a Stalin. A diferencia de Deutscher, nos dice, Service está en contra de la revolución y de sus líderes, pero le molesta el hecho de que Trotsky tenga tan buena prensa en occidente (una novedad para mí). Era igual que los demás excepto que escribía muy bien, lo que atrajo a los intelectuales neyorquinos. La opinión de Service puede resumirse en una frase: Trotsky era un asesino brutal y con sangre fría y merece ser presentado como tal.
Esta aproximación que se aparta de los hechos no es nueva y es la especialidad de la mayoría de ideólogos anticomunistas y pro-Stalin durante gran parte del pasado siglo. Service nos informa de que Winston Churchill apoyó a Stalin contra Trotsky durante los juicios apañados. Por descontado, el viejo sabía como distinguir entre conservadores y radicales. Tampoco tuvo mucho tiempo para Gramsci y casi ensalzó a Mussolini como baluarte contra la peligrosa ola de bolchevismo.
El ensayo de Churchill denunciando a Trotsky como el “ogro de Europa” está escrito con un brío y una pasión casi idéntica a la de su objetivo. Por desgracia no se puede decir lo mismo de la pesada narración de Service en la que algunas de las alegaciones son tan triviales que más vale ignorarlas. En la mayoría de los asuntos importantes –el peligro de substitución del Estado por el partido en Rusia, la necesidad de unirse con los socialdemócratas y los liberales para derrotar a Hitler, la futilidad de forzar a los comunistas a aliarse con Chiang Kai-shek en China, el destino que aguardaba a los judíos si Hitler llegaba al poder y avisos constantes de que los Nazis se preparaban para invadir Rusia– [Trotsky] demostró tener razón una y otra vez.
Como es de esperar, la escuela de historiadores contrafactuales no discute casi nunca lo que hubiera pasado si hubieran triunfado los Generales Kornilov, Denikin y Yudenich en lugar de Lenin y Trotsky. Una cosa es virtualmente segura: puesto que la revolución se presentó como la obra de los judíos-bolcheviques, una ola de progroms hubiera diezmado a los judíos.
El libro de Patenaude, más corto y mejor escrito es mucho más objetivo y, de hecho, más académico. Aunque se concentra en la etapa del exilio mexicano de Trotsky y ofrece fascinantes pinceladas de amantes, acólitos y asesinos por igual (inclusive detalles del affair de Trotsky con Frida Kahlo que Isaac Deutscher esconde dulcemente), también abarca su vida anterior a este período.
A diferencia de las revoluciones burguesas que transformaron Europa en los siglos XVI y XVIII, la revolución socialista fue un proyecto premeditado pensado para un país mucho más avanzado que Rusia. Incluso para sus líderes, la revolución bolchevique fue un salto en el vacío. La ortodoxia bolchevique no creía que la república recién nacida pudiera aguantarse por sí propia. La cúpula del partido esperaba que la revolución en Alemania rompiera su aislamiento y transformara Europa. En vez de esto, los principales estados imperialistas decidieron apoyar la contrarrevolución Blanca, conduciendo a una guerra civil que ganó el recién creado Ejército Rojo aunque a un coste terrible: los campesinos habían sido alienados por las requisiciones forzadas y las conscripciones. La guerra civil de 1918-21 dejó exhausta a la reducida clase obrera. Muchos murieron y el estrato que sobrevivió fue rápidamente absorbido en la maquinaria del nuevo Estado. Trotsky, como fundador y organizador del Ejército Rojo, fue sin duda alguna implacable al asegurar la victoria de su bando, como lo fue Lincoln durante la guerra civil norteamericana. Exhaustos en el interior y aislados en el exterior, los líderes bolcheviques, obsesionados por el destino de Robespierre y Saint-Just, decidieron que debían mantenerse en el poder a toda costa. Una consecuencia temprana fue la brutal represión del motín de los marineros de Kronstadt. Una consecuencia más tardía fue el estalinismo que destruyó no solamente las aspiraciones de la revolución sino también a muchos de sus cuadros dirigentes.
El noventa por ciento de los miembros del comité central de Lenin fueron denunciados como traidores y ejecutados. Stalin mató a más bolcheviques que el Zar. Tal como apunta Patenaude, el asesinato de Trotsky era inevitable. Las tempranas caricaturas antisemitas presentándole como un agente de Hitler tuvieron que ser retiradas, no fuera que molestaran al Führer después del pacto Stalin-Hitler. Trotsky pasó a ser un agente de los EEUU. No había necesidad de más cambios, puesto que había sido eliminado antes de que los EEUU se convirtieran en un aliado en tiempos de guerra.
Los intentos de reformar el sistema desde dentro fracasaron debido sobretodo a que la burocracia se negó a entregar su poder. Finalmente se agotó por sí mismo y capituló silenciosa y vergonzosamente ante las fuerzas del capitalismo global. El reino de la necesidad no tuvo que ser nunca reemplazado por el reino de la libertad, la auto-emancipación y el dominio humano, como había escrito Marx. Llegó al final – tal como Trotsky había predicho calmadamente– con la restauración del capitalismo. Cromwell, Napoleón y Stalin habían creado, todos ellos, un sistema que hacía casi inevitable la restauración del antiguo régimen.
Tariq Alí, escritor paquistaní radicado en Londres. Militante en las luchas estudiantiles de los años 1960-70. Activista en el movimiento antiguerra y el Foro Social Mundial.
Traducción de Anna María Garriga
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2899
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