lunes, junio 21, 2010

El testimonio irrenunciable de Leopold Trepper


La vida y “milagros” de Lejb Domb, mas conocido por su "nombre de batalla", Leopold Trepper, es ciertamente, legendaria. Como tal, ha dado lugar a dos libros extraordinario, el primero fue su propia autobiografía, El gran juego (Ariel, Barcelona, tr. Juan de Benavent, IBSN: 84.344.4230 2; 512, pgs), el otro sería el de Gilles Perrault, La orquesta roja, que fue editado por Laia, Barcelona, 1974 con traducción y prólogo de Javier alfada, 582 pgs), que es el que tengo en la mano, si bien existe una edición más reciente (Txalaparta, Tafalla, 2001).
En el de Gilles Perrault (Laia), se informa en la portada: Las actividades de la red de espionaje soviética. La Orquesta Roja, costaron a la Alemania nazi –según el testimonio del jefe del Bauer, almirante Canaris- la viad de 200.000 soldados…”
Esta es solo una nota mas del “curriculum” de Trepper, un hombre discreto que murió como había vivido, luchando por el ideal socialista. Nacido en 1904 en una familia judía de Novy Tard, pueblo de la región de Galitzia, antes polaca y ahora mayoritariamente soviética, se adhirió, aún adolescente, al movimiento de las juventudes sionistas Hachomer Hatzair, y con tan sólo veinte años emigró a Palestina, entonces bajo el mandato británico, donde contribuyó a fundar el grupo comunista Unidad que preconizaba la unidad de, acción de judíos y árabes "principio básico de la paz en Oriente Próximo", según sus propias palabras.
Expulsado por los británicos de Palestina en 1929, pasa tres años en Francia, donde milita en un grupo de comunistas extranjeros, antes de viajar a Moscú bajo el pretexto de estudiar en una universidad especializada, pero, en realidad, para entrevistarse con el jefe de los servicios de información del ejército soviético.
En los años que preceden a la segunda mundial, funda en Bruselas la temible Orquesta Roja, cuyos músicos enviarán a Moscú, a partir de la entrada en guerra de la Unión Soviética en 1941, más de 2.000 despachos de gran importancia redactados por "290 agentes que no eran espías profesionales, sino furibundos antinazis de diversas nacionalidades".
Fue de esta red de donde partió la formación exacta que anunciaba a José Stalin la fecha exacta de la entrada en guerra de Alemania contra la URSS: en la madrugada del domingo 22 de junio. Pero Stalin no lo creyó. Pero los hechos tienen la cabeza dura: el 2 de Junio de 1941, los nazis invaden las repúblicas occidentales de la URSS… todo parece en orden para el alto mando de la Wehrmacht. Sin embargo, en los cuarteles de la Abwehr (inteligencia militar alemana) tienen razones para estar preocupados: el tranquilo éter se ve repentinamente ocupado por decenas de emisoras, radiando desde todas las ciudades de los países ocupados y desde el interior del Reich. Se trata de la OS1 (Organización Especial nº1, servicios de inteligencia exterior de la URSS), también conocida como Orquesta Roja.
En 1945, al final de la segunda guerra mundial, es repatriado, como todos los demás espías soviéticos que trabajaron en Europa occidental, y recibido en Moscú con todos los honores por importantes personalidades que, nada más felicitarle, le envían a la cárcel de Lubianka y a otros lugares de detención, donde permanecerá diez años hasta ser declarado inocente y puesto en libertad. Trepper volvió entonces a su país de origen, Polonia, en cuya capital residirá veinte años y asumirá la presidencia de la Asociación Cultural Judía. Pero en octubre de 1973, cuando las autoridades polacas le retiran su pasaporte, amenaza con suicidarse si no es autorizado a abandonar el país, lo que conseguirá tres años después, en 1976.
Con todos aquellos que le abordaban en la calle, Trepper se creía en el deber de hablar de política para advertirles que "la tercera guerra mundial ha empezado ya". El intrépido espía soviético no opinaba, según su viuda, "nada positivo" de la actual política del Kremlin, y "se había solidarizado con el movimiento progresista en Polonia, por lo que la reciente toma del poder por el Ejército le decepcionó". A Leopold Trepper le hubiese gustado escribir un último libro, Mi testamento político, pero la enfermedad que contrajo en las celdas estalinistas le impidió realizar su deseo. Un repaso de su obra, La Orquesta Roja nos lleva en primera persona a la historia de esta red de espionaje, liderada por Leopold Trepper, y su lucha contra la Gestapo y la Abwehr, una organización de cientos de agentes infiltrados hasta los más altos escalafones del Reich, responsable de miles de informes, desde los números de bajas nazis hasta los datos de la producción militar, claves para la victoria del Ejercito Rojo. El relato está lleno de alegrías pero también de traiciones, pasando por las extrañas relaciones que se establecen entre sus protagonistas y los sabuesos que los persiguen. Una lectura más que recomendable para descubrir uno de los episodios menos conocidos de la Segunda Guerra Mundial.

Dos detalles…

1. Hay una película sobre La orquesta roja que se puede bajar por la mula. Fue dirigida con más voluntad que pericia por Jacques Rouffio, e interpretada con eficiencia por Barbara De Rossi, Claude Brasseur, Daniel Olbrychski, Dominique Labourier, Etienne Chicot, Roger Hanin El guión fue escrito por Gilles Perrault, y a lo largo de más de dos horas se reconstruye con my pocos medios la historia de la organización de espionaje soviética que tuvo en jaque a los nazis hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Está planteada con voluntad eminentemente documental, en una operación de distanciamiento que consigue unos resultados apreciables pero algo grises. Inédito en nuestras pantallas, fue emitido por la TV2 a medianoche.
2. Trepper destino el total de los beneficios logrados por sus memorias a financiar la conversión del semanario “Rouge” de la LCR francesa en cotidiano, formato en que se editó durante un cierto tiempo. Siempre que tuvo ocasión declaró que los 2trotskistas” habían salvado el “honor del comunismo”.
Y para animar a su lectura, añadimos como anexo el capítulo 9 de El gran juego.

Anexo: 9. EL ASESINATO DEL EJÉRCITO ROJO

También quisiera consignar aquí mi testimonio acerca de la eliminación dle Tujachevski y sus camaradas. Fue el 11 de julio de 1937 cuando los periódicos moscovitas anunciaron el arresto del mariscal Tujachevski y de otros siete generales. A los jefes del ejército rojo, héroes de ia guerra civil y antiguos comunistas, se les acusaba de estar preparando a sabiendas la derrota militar de su país, allanando así el camino para el retorno del capitalismo a la Unión Soviética. Al día siguiente, el inundo entero se enteraba de que Tujachevski y los generales Yákir, Ubórcvich, Prilnákov, Eidemann, Feldniaiin, Kork y Putna habían sido condenados a muerte y ejecutados. Un noveno oficial superior, el general Gainárnik, jeJ de la división política del ejército, se había suicidado. El ejército rojo quedaba decapitado.
En realidad, desde hacía varios años un profundo desacuerdo en- (rentaba a Tujachevski y su estado mayor, por un lado, y la dirección del partido, por el otro. Contra la teoría oficial de Stalin, según la cual una nueva guerra, si llegaba a estallar, no se libraría en el territorio de la Unión Soviética, Tujachevski, que vigilaba con inquietud los preparativos militares del III Reich, afirmaba que era Tujachevski, que vigilaba con inquietud los preparativos militares del lII Reich, afirmaba que era inevitable un conflicto mundial y que era preciso prepararse para el mismo. En 1936, durante una sesión del Soviet Supremo, el mariscal había expuesto su convicción de que la nueva guerra probablemente se dirimiría en el territorio de la URSS.
La historia se encargará de demostrar que Tujachevski sólo anduvo equivocado en tener razón demasiado pronto... Cuando fue acusado, ya todas las oposiciones habían sido eliminadas y Stalin tenía el país entero bajo su puño de hierro. El ejército Rojo constituía el último baluarte que se le resistía, el único que rehuía su autoridad. Para la dirección estalinista, la liquidación de los altos mandos del ejército se presentaba como un objetivo de urgente realización. Pero como los generales en cuestión eran antiguos bolcheviques, que se habían destacado durante la revolución de octubre, y como una acusación del tipo ‘‘trotskista’’ o ‘‘zinovievista’’ contra un Tujachevski no hubiera surtido el menor efecto, era preciso actuar con extremado rigor y contundencia. Stalin se sirvió de la complicidad de Hitler para doblegar al ejército del pueblo ruso.
Fue Giering, miembro de la Gestapo y jefe del Sonderkomando que durante la segunda guerra mundial tuvo a su cargo la lucha contra la Orquesta Roja, quien me explicó en 1943 todos los detalles, tanto del asunto Piatnitski como de la operación montada contra Tujachevski...
En 1936, Heydrich jefe de los servicios alemanes de información, recibe en Berlín la visita de un ex-oficial del ejército zarista, el general Skoblifl. Este general sin ejército se consuela de su inactividad jugando a ser agente doble en gran escala: durante muchos años ha trabajado para el servicio soviético de información en los círculos de rusos blancos de París, aunque ha flirteado al mismo tiempo con los servicios alemanes. En suma, se trata de un personaje perfectamente equívoco. La noticia que comunica a Heydrich es de gran trascendencia: de fuente muy segura sabe que el mariscal Tujachevski está tramando una sublevación militar contra Stalin. Heydrich transmite la noticia al alto estado mayor nazi, que al punto se interroga sobre la conducta que ha de observar. Sólo caben dos opciones: o dejar que el jefe del Ejército Rojo siga con sus preparativos5 o advertir a Stalin proporcionándole además las pruebas de la conclusión del mariscal ruso con la Wehrniaclmt.
Los nazis se deciden por esta segunda solución. Preparan un informe en el que, apoyándose en pruebas truncadas, se revela que Tujachevski está organizando un golpe armado con la colaboración de los jefes militares alemanes. Poner a punto estos documentos reveladores no ha requerido siquiera tres días de trabajo. No es difícil probar que Tujachevski ha mantenido contactos con el estado mayor de la Wehrmacht puesto que, antes del acceso de los nazis al poder se celebraban unos encuentros regulares entre ambos ejércitos y el gobierno soviético incluso había creado unas escuelas militares para la formación de la oficialidad alemana. En cuanto el círculo íntimo de Hitler ha reunido las “pruebas” es un juego de espía hacerlas llegar a los dirigentes de la URSS. Si hemos de dar crédito a las memorias de Schellenberg, que a la sazón era jefe del contraespionaje alemán, la casa en la que se hallaban los documentos fue incendiada y un agente checo, debidamente advertido, recogió los papeles de entre las cenizas. Según otra versión, los alemanes vendieron aquellos documentos a los rusos a través de los checos. La diversidad de versiones no altera el hecho de que la operación contra Tujachevski y sus
colaboradores se llevó a término, tanto por lo que respecta a Stalin como por lo que se refiere a Hitler, en el cuadro de los objetivos de cada uno de ellos.
¡Qué más da! A finales de mayo de 1937, el informe Tujachevski se halla ya en el despacho de Stalin. El bigotudo georgiano puede sentirse satisfecho: los alemanes han respondido a su petición proporcionándole el material necesario para eliminar al hombre a quien ha jurado destruir. En efecto, Skoblin —me limito a transcribir fielmente el relato de Giering— no había visitado a Heydrich por su propia iniciativa. Stalin y Hitler se habían repartido el trabajo: el primero concibió la idea de la maquinación, pero la ejecución de tal idea corrió a cargo del segundo. Stalin quería destruir la última fuerza organizada que se oponía a su política y Hitler aprovechó aquella ocasión inesperada para decapitar al ejército rojo. El asunto Piatnitski había hecho comprender al führer que la depuración no quedaría circunscrita a algunos oficiales superiores. Hitler estaba convencido (le que la oleada represiva sacudiría al ejército rojo en su totalidad y que luego serían precisos varios años para reconstruir los mandos desaparecidos. Así tendría las manos libres en el Este mientras ganaba la guerra en el Oeste. Desde 1937, pues, se dibujaba ya el acercamiento que más adelante confirmaría la firma del pacto germano-soviético.
En el mes de agosto de 1937, dos meses después de la ejecución del mariscal Tujachevski Stalin reunió en una conferencia a los dirigentes políticos del ejército rojo para preparar la depuración de los “enemigos del pueblo” que pudieran existir en los medios militares. Aquélla fue la señal para iniciar la matanza. El color rojo del ejército se debió a la sangre de sus soldados: trece de los diecinueve comandantes de cuerpo de ejército, ciento diez de los ciento treinta y cinco comandantes de división y de brigada, la mitad de los comandantes de regimiento y la mayor parte de los comisarios políticos fueron ejecutados. El Ejército Rojo, así desangrado, quedó fuera de combate por algunos años.
Los alemanes explotaron a fundo aquella situación ordenando a sus servicios de información que hicieran llegar a Paris y a Londres unos informes alarmantes —lo eran efectivamente— sobre el estado del ejército) rojo después de la depuración. No creo desacertado pensar que, si los estados mayores francés e inglés no manifestaron la menor prisa para concertar una alianza militar con la Unión Soviética, esto se debió a que para ellos era evidente la debilidad del ejército rojo. Así quedó expedita la vía para la firma del pacto entre Stalin y Hitler.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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