Todo un ejemplo. Un héroe civil. El escritor turco Taner Akçam, que nos acaba de visitar. Enfrentó todo un pasado ignominioso y dijo la verdad. La pagó muy caro, pero su paso digno por el mundo es aplaudido con fervor. Un turco que fue capaz de reconocer el horrendo crimen turco contra el pueblo armenio. Un estudio profundo sobre la matanza de miles de civiles armenios en los años veinte del siglo pasado. Un horror que quiso ser tapado con el silencio o con la hipocresía de negar hasta las fotos de montañas de cadáveres. El cinismo llevado a su máxima hipocresía. El libro de este autor acaba de ser publicado en la Argentina. Se llama Un acto vergonzoso. El genocidio armenio y la cuestión de la responsabilidad turca. Luego de padecer cárcel, este intelectual marchó a Alemania, donde hizo su tesis sobre “El Movimiento Nacional Turco y el genocidio armenio en el contexto de los tribunales militares en Estambul entre 1919 y 1922”. Fue luego profesor de Historia de la Universidad de Minnesota y actualmente lo es de la Universidad de Clark Worcester.
Después de su profunda investigación, ya nadie podrá negar el bestial crimen turco contra el pueblo armenio. Documento tras documento, testimonios, órdenes militares, publicaciones oficiales, todo se transcribe en este libro y quedan irrefutables las pruebas. Claro, después de este escrito, a las autoridades turcas le quedan estos caminos: el de reconocer el espantoso genocidio, pedir las disculpas internacionales debidas, reparar el daño irreparable, porque se trató de la muerte, y acabar con el cinismo de desconocer la increíble brutalidad contra un pueblo entero. Además, luego de leer este profundo libro, uno se pregunta: ¿cómo fue posible encubrir la masacre? En el libro de Taner Akçam está también la respuesta. Es como si en la Argentina se hubiera escondido la infamia de la desaparición de personas. Sabemos que hubo muchas intenciones en ese sentido. Como el silencio que cubrió durante décadas los fusilamientos de peones patagónicos en los años veinte del siglo pasado, hasta que quedó todo al descubierto. Aunque todavía el partido radical, gobernante durante esos hechos, no ha tenido el coraje civil de hacerse una profunda autocrítica, actitud que siempre resulta positiva para la verdadera democracia.
En la visita que el talentoso intelectual turco Taner Akçam acaba de hacer a la Argentina se produjo un hecho por demás auspicioso y de gran simpatía. Ocurrió en la Fundación Luisa Harabedian, donde el escritor fue a una reunión entre nietos del genocidio armenio y nietos de las Abuelas de Plaza de Mayo. Unos treinta jóvenes comprometidos en la historia de Armenia y de la Argentina. Al final declararon que existió “una unión ética y moral que tomó forma de acción y reflexión” en este encuentro. Acción y reflexión, dos enseñanzas. Los verdugos y asesinos de Turquía y de la Argentina no habrán pensado nunca que algo así podía ocurrir. Es que ellos ignoraron que siempre, siempre, la ética y la justicia finalmente triunfan, aunque pueda pasar mucho tiempo en llegar a concretarse. Los verdugos que tratan de esconder sus crímenes siempre quedan finalmente desnudos ante la Historia.
Como este otro hecho muy positivo sucedido la pasada semana. Los miembros del Concejo Deliberante de Morón resolvieron sesionar en el local de la Biblioteca Popular de Castelar para mantener el contacto con sus representados. Allí, en ese ambiente donde los libros nos miraban a todos, el Concejo sesionó con la asistencia del pueblo de Morón. Se trató el cambio del nombre de una calle, Ataliva Roca –el hermano del genocida de los pueblos originarios general Julio Argentino Roca–, por el de Delicia Córdoba, una Madre de Plaza de Mayo que vive desde hace décadas en ese lugar. El proyecto fue aprobado por unanimidad por los concejales de todos los partidos políticos. Fue una jornada plena de emoción. Hubo calor popular y sentido de la verdadera democracia. Ataliva Roca no fue otro que un especulador de tierras que cobraba “comisiones” en los negociados de su hermano, el general. Por eso, Sarmiento inventó en su diario el verbo “atalivar”, que en idioma sarmientino significaba “coimear”.
Delicia Córdoba, la Madre de Plaza de Mayo ahí presente, agradeció con palabras que emocionaron a todos y dedicó el homenaje a sus hijos desaparecidos.
También, muy cargado de la emoción del pueblo fue el acto en el cual se le cambió el nombre, en Sarandí, a la escuela llamada nada menos que Policía Federal por el de Floreal Avellaneda, el adolescente –alumno de esa escuela– víctima de una acción de los denominados “grupos de tareas” de la última dictadura. En ese acto, el representante de la Liga Argentina por los Derechos Humanos, José Schulman, se preguntó ante los docentes, alumnos, padres de esos alumnos y vecinos de la escuela: “¿Podría haber algo más simbólico que dejar de llamarse esta escuela Policía Federal Argentina para pasar a llamarse Floreal Avellaneda? ¿Y acaso puede haber algo más simbólico que la escuela vecina se llame Azucena Villaflor, la primera Madre que llegó a la Plaza de Mayo para reclamar por los hijos desaparecidos?”. Y recordó al “Negrito” Avellaneda, como lo llamaban todos, “que luchó por el boleto estudiantil, por más presupuesto para las escuelas, por los derechos de los jóvenes y porque estaba convencido de que no es fatal que en el país del trigo y de la carne haya niños que pasan hambre y los indios sean asesinados por pretender cultivar la tierra que habitan desde hace miles de años”.
El cadáver del “Negrito” Avellaneda fue encontrado en las costas uruguayas, con torturas y pruebas de que fue empalado. Evidentemente, fue lanzado desde un avión al río, como era costumbre en esos años por parte de los militares y marinos de guerra.
Algo ha cambiado en la Argentina. El pueblo va tomando conciencia paso a paso. Que una escuela que llevaba el nombre de esa institución policial pase a tomar el nombre de ese adolescente mártir de sus ideas de progreso es todo un ejemplo para el futuro. Poco a poco vamos tomando conciencia de lo que son los verdaderos valores éticos de la vida humana por los cuales vale luchar.
Pero, claro, luego de estas noticias gratificantes nos enteramos de los hechos de Formosa. Otra vez fueron atacadas las tierras comunitarias de los pueblos originarios, la colonia toba La Primavera, en Formosa. En el ataque cayó muerto el dirigente de ese grupo étnico y, al defenderse ellos, cayó un policía atacante. Y quedaron destruidas decenas de viviendas de los residentes de esa comunidad, amén de otras instalaciones. No puede ser así. Nunca más esos procedimientos para con las comunidades de los pueblos originarios. Después de las experiencias históricas debemos aplicar otros métodos. Primero, ante todo, respetar sus tierras comunitarias y no basarse en que “no tienen títulos de propiedad”. Si llegara el caso en que la Justicia cree tener razón, entonces iniciar conversaciones, llamar como testigos a las organizaciones de derechos humanos y a sus abogados y dialogar para encontrar soluciones. No enviar ni a la Gendarmería ni a la policía a tiro limpio o a quemar viviendas y dejar tierra arrasada. El caso de Formosa, que acaba de ocurrir, está claro. El señor Celía, un colaborador de la última dictadura militar de la desaparición de personas, es el que gritó “esa tierra es mía, mía, mía”. Y allí mismo el ataque. Parece un film del Lejano Oeste. No, así no. El caso de las tierras comunitarias debe ser tratado, como decimos, en otras esferas muy informadas. Y donde se tengan en cuenta los intereses de esas familias, los de sus hijos y las oportunidades de trabajo.
No al milico con palo y pistola que grita “¡Indio de mierda!”, sí a la experiencia de siglos que nos habla de la injusticia con que se trató a los pueblos hijos y ocupantes de estas tierras por siglos y siglos antes de que arribaran los que vinimos de los barcos. Además, la Justicia tiene que preguntarse: ¿para quién la tierra? ¿Para el extraño con relaciones en “las altas esferas” con plata en el bolsillo o para numerosas familias que viven en comunidad, con sus hijos, sus tradiciones, su cultura? ¿Para quien canta a la Pachamama y saluda al sol en esas latitudes desde hace siglos o para el señor Benetton que fabrica ridículas camisetas en el Norte italiano y gana billones? Al señor Celía, a los políticos comprometidos con el asalto, a los milicos golpeadores, yo les cantaría hoy en la cara: “Ved en trono a la noble Igualdad, Libertad, Libertad, Libertad”.
Osvaldo Bayer
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