En memorable discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa volvió sobre sus pasos trillados en los ámbitos de la política y la reiteración autobiográfica, que con prosa impecable demuestra que fue y sigue siendo un hombre elegido para trascender su medio y enseñar al mundo que el sino del intelectual latinoamericano es ser marxista de joven y reaccionario de viejo, eso sí, laureado y adulado por la derecha cosmopolita y neoliberal a la que defiende y admira.
Del universo infantil y juvenil, en el que todo ayuda para forjar su destino literario y superar haber nacido en un país de “pobres y analfabetos”, Vargas Llosa pasa pronto en el corpus del discurso al mensaje de la ideología y la política. Así, se horroriza de que vivamos –según él— en una época en la que los espantos son los fanáticos, los terroristas suicidas que se sienten “poseedores de verdades absolutas”, sin mencionar, claro está, a esos otros terroristas de Estado, también convencidos de su verdad absoluta, que por su poder inconmensurable poseen una capacidad infinita de destrucción que puede aniquilar un país, como Irak, con sus millones de muertos, lisiados y desplazados. No, a Mario sólo le interesan los espantos y fanatismos de un signo, a los que “hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos”, pues esos pocos terroristas “quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización” ¿A qué libertad y civilización se refiere? ¿Quiénes somos “nosotros”?, la respuesta viene enseguida:
“Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando a la vida feral y acercándonos –aunque nunca llegaremos a alcanzarla—a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y hacer nuestros sueños realidad”. (Mario Vargas Llosa. Elegio de la lectura y la Ficción, Discurso Nobel, 7 de diciembre de 2010, Fundación Nobel 2010).
Curiosamente, como uno de los ejemplos de “democracia liberal” que pone nuestro insigne escritor, se encuentra México, país que en menos de dos décadas ha sufrido dos grandes fraudes electorales que han imposibilitado la llegada a la presidencia de la izquierda institucionalizada; con un 50 % de la población viviendo en pobreza alimentaria, patrimonial y extrema; con 30 mil muertos en los cuatro años de la presidencia usurpada por Calderón, otro demócrata liberal, quien con la cobertura de una “guerra contra el narcotráfico” ha llevado a cabo una limpieza social de jóvenes y pobres, como en Colombia, otro de los ejemplos de Mario; con cientos de desapariciones forzadas, presos políticos y criminalización de la protesta social; un país sumido en la vorágine de la violencia del crimen organizado y del Estado, que no son sino las dos caras del terrorismo neoliberal. ¿Pluralismo político? ¿Convivencia y tolerancia? ¿Derechos humanos? ¿Legalidad, elecciones libres, alternancia en el poder? Sí, claro, sólo en la literatura…de Vargas Llosa.
Después de hacer el necesario recorrido de su vida como marxista decepcionado por la variante estatista y burocrática del socialismo soviético, atacar a la Revolución Cubana y describir su tránsito al demócrata y liberal que es; una vez que nuestro escribano –en la Francia deslumbrante-- pasa del aldeanismo utópico literario al cosmopolitismo científico, Mario vuelve a la carga de su misión como apóstol de la democracia liberal, reiterando que Cuba es una dictadura y “su candidata a secundarla, Venezuela”, donde por cierto en viaje no hace poco pudo expresar libremente todo su odio antichavista, sin sufrir cárcel o deportación; califica a Bolivia y Nicaragua de “seudodemocracias populistas y payasas”, ah, pero eso sí, “en el resto del continente, mal que mal, la democracia está funcionando, apoyada en amplios consensos populares”.
En sendos párrafos explica de por qué siendo peruano de origen se acoge a otra nacionalidad, elogia a las “damas de blanco” en Cuba, los “resistentes venezolanos”, se queja de los gobiernos que son complacientes con los verdugos de estos “luchadores por la libertad” y, en su papel de criollo, ahora en misión indigenista, se autocritica por que la “emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido”, olvidando convenientemente que esas “victimas” que esperan la nueva salvación del liberalismo democrático, sin pedir permiso, están transitando por los caminos de la autonomía y la libre determinación.
En el ámbito de lo privado y para complacencia de las diversas corrientes del feminismo, es de antología la descripción de su esposa como la persona que “hace todo” para que el genio escriba, sin molestias engorrosas de la vida cotidiana que sufren de los demás mortales.
Vargas Llosa, ahora con el blasón del Nobel, con sus fieles escuderos, su vástago de mismo nombre, más otros intelectuales, que sin su talento literario le acompañan frecuentemente en estas lides, seguirá embistiendo desde los innumerables pulpitos a su disposición, a los molinos de viento del “totalitarismo de izquierda”, como moderno Quijote neoliberal en lucha permanente contra los demonios de la democracia.
Gilberto López y Rivas
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