Blog marxista destinado a la lucha por una nueva sociedad fraterna y solidaria, sin ningún tipo de opresión social o nacional. Integrante del Colectivo Avanzar por la Unidad del Pueblo de Argentina.
viernes, diciembre 03, 2010
¿Por qué la democracia parlamentaria siempre fracasa?
La clase capitalista solo está dispuesta a tolerar la democracia mientras ésta no se interponga en su camino.
“Democracia” es una de las palabras de las que más se abusa en la mayoría de las lenguas. Los parlamentarios, muchos de los cuales mienten para conseguir ser elegidos, se quedan satisfechos con sermonear a los estudiantes que se manifiestan acerca de la necesidad de respetar el parlamento. Mientras tanto, los líderes belicistas desafían la voluntad de la gente enviando ejércitos de ocupación a los países que quieren controlar.
Se nos dice que la democracia parlamentaria es la más elevada forma de representación popular, basada en la mentira de que todos los votos valen lo mismo. Pero no es así. Es cierto que el jefe de una gran empresa echará un solo voto en la urna, como el resto de nosotros. Pero él y otros como él pueden dejar sin trabajo a miles de personas con tan solo un clic del ratón, o recortar un salario con tan solo una palabra; y nadie les pedirá responsabilidades por ello.
Los banqueros y los adinerados ya no pueden, sencillamente, comprar más votos. Pero con la amenaza de llevarse su riqueza a otros países presionan a los gobiernos para que hagan más recortes públicos que afectarán las vidas de millones de personas en todo el mundo.
También hay, entre las filas de estos hombres no elegidos, y a veces mujeres, que controlan la sociedad, aquellos que controlan el ejército, la policía, los medios de comunicación y las fuerzas de seguridad. También ellos tienen un solo voto, y sin embargo, cada uno de ellos es mucho más poderoso que cualquier “ciudadano normal” y, en algunos casos, incluso más que cualquier gobierno electo.
La objeción que los socialistas hacemos a la democracia parlamentaria no nace de que estemos a favor de una dictadura totalitaria, ni de que pensemos que la mayoría de la gente sea demasiado estúpida para participar y expresarse. Tampoco consideramos algo trivial los derechos –aunque sean limitados– que los trabajadores y trabajadoras han conseguido con sus luchas. Lo que ocurre es que, bajo el capitalismo, la democracia no es, sencillamente, suficientemente democrática.
Esta fue la conclusión básica del revolucionario Karl Marx cuando escribió sobre la Comuna de París de 1871. En aquel evento, los trabajadores se sublevaron y tomaron el control de sus propias vidas, creando nuevas instituciones que los representaran. Marx consideraba que había tres puntos básicos de la Comuna que podrían formar la base de una democracia nueva y radical. El primero: todos los trabajadores tenían el derecho a elegir representantes en la Comuna.
Legislativo
Esto ocurría décadas antes de que otros países permitieran a aquellos que no tenían propiedades el derecho a voto en las elecciones parlamentarias. En segundo lugar, los representantes tenían el mismo sueldo que aquellos que los habían elegido. Y tercero, la Comuna constituía tanto el poder ejecutivo como el legislativo. Para expresarlo de una manera simple, eso significaba que no sólo aprobaban las leyes, sino que también las ponían en práctica. Esto hizo posible que el nuevo poder convirtiera sus promesas en acción política, desafiando los intereses personales de los propietarios de las fábricas y los financieros.
Pero la clase dirigente no iba a tolerar tal desafío. Después de solo 90 días se movilizaron para aplastar la democracia radical de la Comuna con sus ejércitos y sus matones a sueldo. Desgraciadamente, las fuerzas revolucionarias no consiguieron organizar de manera eficaz su nueva fuerza para repudiar el ataque.
Para Marx, la lección crucial fue que la clase capitalista solo estaría dispuesta a tolerar la democracia mientras ésta no se interpusiera en su camino. Esta pequeña minoría exige el derecho a controlar toda la riqueza, y a dictar los derechos que tenemos el resto de personas. De esto se desprende que, para conseguir una sociedad verdaderamente democrática, debemos desafiar el poder y la autoridad de esta clase.
Alternativas similares al parlamento surgieron una y otra vez durante el siglo precedente. Se dieron en Rusia en 1905 y de nuevo en 1917, en Alemania y Hungría en 1919, en el Estado español en 1936, en Hungría en 1956, en Portugal en 1974 y en Irán en 1979. No es ningún accidente que todas se dieran en tiempos de revolución.
Las revoluciones no pueden llevarse a cabo simplemente a través del coraje de pequeños grupos revolucionarios. Ocurren cuando las luchas del día a día de las personas trabajadoras chocan con una clase capitalista que quiere imponer su autoridad. Cada protesta, cada huelga y cada revuelta contiene en sí misma el germen de una futura revolución. Los y las socialistas, que en cada lucha plantean la cuestión de cómo seria una democracia genuina, pueden preparar el terreno para que ese germen crezca.
Yuri Prasad
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