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viernes, enero 07, 2011
Miguel Hernández: cien años de un poeta comunista
Con la entrada de 2011 culmina la conmemoración del centenario de Miguel Hernández, tras la infinidad de actos de todo tipo (conciertos, conferencias, recitales poéticos, obras de teatro y danza, jornadas, congresos…) que se han celebrado y que han tenido una dimensión universal, puesto que al menos otros 22 países han acogido actividades en memoria del autor de El rayo que no cesa, de Argentina a Hungría o de Filipinas a Rusia.
Uno de los más entrañables y llenos de significado tuvo lugar la luminosa mañana del 18 de septiembre en el parque Dolores Ibárruri de San Fernando de Henares (Madrid) en el marco de la Fiesta del Partido Comunista de España. Allí, ante varios miles de personas, el secretario general del PCE, José Luis Centella, entregó a Lucía Izquierdo el carné comunista de 2010. “Es un inmenso honor recoger este carné y lo vamos a cuidar como un tesoro. Estamos muy orgullosos de que Miguel Hernández perteneciera al PCE”, señaló la nuera del poeta nacido en Orihuela (Alicante) el 30 de octubre de 1910.
Con aquellas palabras Lucía Izquierdo destacaba un hecho capital de la biografía de Miguel Hernández, pero demasiadas veces marginado o silenciado: su compromiso con la defensa de la II República se dio desde las filas del PCE, al que se afilió en el verano de 1936, y desde su legendario Quinto Regimiento de Milicias Populares, como muestra el carné reproducido en la exposición Miguel Hernández 1910-2010. La sombra vencida, que estos días aún puede visitarse en el Centro de Congresos de Elche tras pasar por la Biblioteca Nacional. Al igual que decenas de miles de jóvenes y trabajadores, se unió al Partido Comunista para defender la legalidad democrática de la II República y el programa del Frente Popular, votado mayoritariamente por el pueblo en las elecciones del 16 de febrero de 1936, contra el golpe de estado fascista.
El Partido Comunista de España también ha dedicado a Miguel Hernández un valioso número monográfico de su revista teórica, Nuestra Bandera (en la que el poeta colaboró en 1937 con varios artículos escritos desde el frente), con trabajos, entre otros, de Marcos Ana, Armando López Salinas, Enrique Cerdán Tato, José Carlos Rovira o Marta Sanz y una hermosa portada especialmente diseñada por Juan Genovés a partir de los versos hernandianos “Alba que das a mis noches un resplandor rojo y blanco”. Y la Fundación de Investigaciones Marxistas y la editorial El Páramo han publicado el libro Miguel Hernández. La voz de la herida, una biografía que profundiza en su evolución política. Sus autores, David Becerra y Antonio J. Antón, reivindican al poeta como militante comunista y recuerdan que en el penal de Ocaña un grupo de falangistas (entre ellos Ernesto Jiménez Caballero) le visitó para ofrecerle su libertad a cambio de su conversión ideológica.
La suerte de Miguel Hernández estuvo ligada al destino trágico de la II República. En el frente escribió y declamó poesía, cavó trincheras, alentó a los soldados del Ejército Popular, redactó artículos para la prensa republicana... Su poesía reflejó inicialmente la esperanza y la lucha (Viento del pueblo), sin embargo, poco a poco fue acogiendo el presentimiento de la derrota (El hombre acecha). En marzo de 1939, con la crisis política en Madrid originada por la traición del coronel Casado, Besteiro y sus adláteres, que decretaron la persecución de los comunistas y aceleraron la derrota de la II República, rechazó la propuesta de su amigo Pablo Neruda de asilarse en la Embajada de Chile y decidió marcharse a Portugal.
Fue capturado por la policía de Salazar en mayo y entregado a las fuerzas franquistas. Pasó por varias cárceles y obtuvo la libertad en septiembre, pero de regreso a Orihuela volvió a ser detenido y de nuevo recorrió la geografía penitenciaria: Conde de Toreno (Madrid), Ocaña, Palencia y Alicante. En enero de 1940 fue condenado a muerte por aquel sarcasmo franquista del “delito de adhesión a la rebelión”, aunque la pena capital le fue conmutada después por treinta años de prisión.
En Ocaña se negó a aceptar la propuesta de aquel grupo de falangistas. El 27 de noviembre de 1940 brindó de manera simbólica con sus camaradas en aquella cárcel, levantando el puño clandestinamente, “por la felicidad de este pueblo, por aquello que más se aproxima a una felicidad colectiva”, en el modesto homenaje que le rindieron.
Enfermo de tuberculosis, Miguel Hernández falleció el 28 de marzo de 1942 en el Reformatorio de Adultos de Alicante sin haber alcanzado a cumplir los 32 años. Clandestinos durante cuatro décadas, sus versos lograron derrotar la censura franquista y acompañaron la lucha por la libertad, la democracia y la amnistía de los presos políticos. Hoy su poesía es universal y, si las “Nanas de la cebolla” que escribió en la prisión son los versos más conmovedores que un padre pueda dedicar a su hijo, buena parte de su producción poética, incluidas algunas de sus obras emblemáticas como Viento del Pueblo, no puede desligarse de su firme compromiso político, de sus ideales comunistas.
En estos tiempos de ofensiva implacable del capitalismo contra la democracia, su poesía, su lucha, su sacrificio, su memoria nos llaman a salir a la calle de nuevo, una vez más, para proclamar que no somos “un pueblo de bueyes”, que somos “un pueblo que embargan yacimientos de leones, desfiladeros de águilas y cordilleras de toros con el orgullo en el asta”. Porque como Miguel Hernández escribió en la dedicatoria a Vicente Aleixandre de una de sus obras más importantes: “Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplados a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas”.
Mario Amorós
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