jueves, febrero 10, 2011

Cien años de CNT: un repaso (crítico) somero


El centenario de la creación de la CNT está dando lugar a un cierto número de libros, exposiciones (institucionales), artículos y pocos debates al viejo estilo de la fraternidad republicana. Se trata de un evento plenamente insertado en la batalla de la “memoria histórica”, de su apartado más auténtico y avanzado, más ligado a la aventura de un proletariado militante que llegó muy lejos, y que sufrieron especialmente las consecuencias del desastre y de la barbarie. De un legado ampliamente compartido, que va mucho más allá del carné rojo y negro, y que debería ser asumido por toda la izquierda radical en su totalidad, con sus glorias y contradicciones. Al hacerlo, se trata de reabrir las viejas discusiones bajo nuevo paradigmas: se abren nuevos horizontes que debemos afrontar superando malas querencias en el ejercicio de una visión crítica que, bien entendida, debe de comenzar por los nuestros. En este sentido se han escrito estas notas.
El anarquismo mundial tuvo en España su máxima representación e influencia, lo que ha llevado a decir a algunos especialistas que la presencia libertarla ha sido el trazo más original de su rica y trágica historia social. El anarquismo fue sin duda el elemento más singular de la guerra y la revolución de 1936-1939, fechas absolutamente cruciales en la historia de la anarquía. Después de numerosas derrotas, el anarquismo internacional creyó encontrar en la contienda española su ocasión de oro para demostrar al mundo, y quizás particularmente a los marxistas, cómo se hacia una revolución, o sea de una manera antiestatal y autogestionaria, en dirección opuesta al modelo bolchevique de 1917 que coincidían en descalificar, especialmente después de los acontecimientos de marzo de 1921 en la fortaleza de Kronstadt (1).
La Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), creada en 1922 en Berlín en oposición a la II y a la III Internacional, era una pequeña internacional compuesta básicamente por exiliados, pequeños grupos aquí y allá, más la poderosa sección española, con cerca de un medio millón de afiliados, y cuyas preocupaciones interraciales eran muy circunstanciales. Era lo que quedaba de otros tiempos, de grandes experiencias de luchas en casi todos los grandes eventos sociales ulteriores a la Comuna de París. La lista es tan larga como dolorosa: México (con los hermanos Flores Magón sin olvidar el aliento libertario de Zapata), Portugal (donde la CGT anarcosindicalista fue la primera gran central sindical del país, y trató de mantener la “neutralidad proletaria” en las luchas entre derecha e izquierda, hasta que Salazar, acabó con todos), Francia (donde la CGT de Amiens acabó “integrada” en la “Unión Nacional” de la “Gran Guerra”), Italia, donde la influencia de Bakunin fue directa, y se mantuvo hasta el ascenso fascista al que plantó heroicamente cara); los años treinta marcan el declive de la FORA argentina afectada además por la represión y por las divisiones internas, los alemanes y los austriacos sobreviven en el exilio. En Norteamérica, la tradición representada por las IWW, se ha difuminado. Este sería también el caso de los anarquista rusos, perseguidos –se dice- por la “dictadura del proletariado”. Quedan enclaves aquí y allá, pero para hablar de un movimiento anarquista de masas, solamente se podía hablar de España.
Se suele decir –lo hacía hace poco Carlos Taibo en un artículo sobre la necesidad de una organización libertaria- que el “socialismo de Estado tanto en su vertiente “socialdemócrata” como “comunista”, habían fracasado, lo cual puede considerase cierto, pero sobre lo que es importante ofrecer importantes matizaciones: han fracasado como proyectos “socialistas”, la revolución siguió un curso desviado por los países atrasados, Pero también es cierto que en su trayecto lograron importantes avances, incluyendo las reformas sociales cuyos últimos vestigios ahora defendeos. Este fracaso lo ha sido de todo el movimiento obrero y popular. Por otro lado –tal como indicamos más atrás-, no se puede decir que la apuesta de los anarquismos, haya triunfado. La implantación lograda entre finales del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, se fue desintegrando, en algunos casos, incluso olvidada como sería el caso del Brasil.
La historia se puede resumir así: después de un efímero fulgor con la Internacional Antiautoritaria o Negra, animada por el propio Bakunin, el anarquismo había sido desplazado de los principales centros industriales por la Internacional Socialista que había rechazado tempranamente la filiación anarquista por antipartidista y antiparlamentaria. A principios de siglo XX conocerá otro gran momento con el auge del sindicalismo revolucionario -encarnado por Ferdinand Pelloutier y por los principios expuestos en la Carta de Amiens-, pero en el momento del estallido Primera Guerra Mundial, pero sobre todo, con el triunfo de los bolcheviques en Ia revolución rusa de Octubre de 1917, conocerán sucesivas crisis que se saldan en provecho de la Internacional Comunista en los países semiindustrializados; donde muchos de sus cuadros “tránsfugas” que serán atraídos por el bolchevismo ascendente (2).
Lo dicho: España será aquí también la gran excepción. Especialmente cuando estallan la guerra y la revolución, momento cumbre que el anarquismo internacional vivirá muy intensamente. Esté donde esté, cada anarquista vive su guerra de España. Muchos y muchas lo hicieran en directo, viajando para engrosar unas siglas que ya eran míticas y que consideraban con toda justicia como suyas.
1. España, la última oportunidad. Cuando decimos CNT-FAI, lo estamos hablando de un poderoso movimiento social y cultural que ha fascinado y sigue fascinando a la gente insumisa, y por supuesto a toda una hornada de historiadores e hispanistas. Estos han tratado de dar una explicación “científica” al fenómeno en base a un esquema socioeconómico -la existencia de un océano de pequeñas industrias y de los latifundios que radicalizan a millones de campesinos sin tierra-, a un trasfondo religioso, como una variante de la herejía religiosa históricamente frustrada en una España aferrada a la Iglesia de Trento. Esto sin olvidar la variante racial, tan cara a los algunos anarquistas que han consagrado la singular idea de que "el español" de a pie -además arbitrariamente uniformado- lleva en su "idiosincrasia" unas dosis menores o mayores de anarquismo. Hay no poco de patriotismo" militante en esta última concepción que ha sido teorizado también por cierta derecha y por autores como Heleno Saña, Federica Montseny o Abel Paz, que hicieron del hecho anarquista español algo metafísico, intemporal.
Esta explicación tiende a ocultar los factores. Algunos fueron debidamente subrayados por un maduro Joaquín Maurín, que ofrece una versión mucho más compleja del "arraigo del anarquismo en España", afirmando que los anarquistas comprendieron mucho mejor que los "marxistas" el carácter radical de la cuestión agraria en el Sur, la naturaleza de vanguardia obrera de Barcelona frente al Madrid burocrático, fueron propagandistas mucho más capacitados, tuvieron una actitud más receptiva hacia los intelectuales radicales y hacia ciertas características del pueblo español, supieron responder a la violencia institucional (Durruti) y actuar en la clandestinidad, poseyeron también más brío e imaginación que los socialistas liderados por el “estrecho” Pablo Iglesias (3).
Visto en perspectiva, parece obvio que con su combate, el sindicalismo revolucionario hizo mucho más ventajas para los trabajadores que las tibias presiones parlamentarias por las mejoras en las condiciones de vida concretas y por la dignificación del trabajo; es más, serían las luchas obreras animadas primordialmente por los anarcosindicalistas las que alentaron las escasas reformas legales conseguidas. Su apoliticismo revolucionario no aparecía entonces como una posición sectaria dada la liviandad de los políticos liberales, de sus numerosas traiciones (Primera República, 1909, huelga general del 17, etc), así como por la actitud de un Estado que solamente se presentaba al pueblo desde su rostro más brutal mientras no mostraba interés ni tan siquiera por escolarizar a los hijos de la clase trabajadoras. Por otro lado, el anarcosindicalismo supo combinar diversas formas de lucha e integrar en su seno un amplio abanico de tendencias libertarias, desde las gradualistas-pedagógicas y pacifistas hasta las insurreccionales y justicieras, y finalmente logró capear la crisis creada en torno al polo tercerointernacionalista…A pesar de su entusiasmo inicial –sobre todo en Andalucía- por la revolución rusa y el “bolcheviquismo”, los desastres de la guerra civil, y de las medidas bolcheviques, sin olvidar el sectarismo del primer PCE, hicieron que la franja de la CNT orientada hacia el comunismo quedará prácticamente reducida a los Comités Sindicalistas Revolucionarios que más tarde crearían el Bloque Obrero y Campesino, y después daría lugar al POUM. El “problema” comunista para el anarcosindicalismo español radicará, primero en evitar la “infiltración”, después en la revolución se podía hacer en dirección opuesta al modelo ruso.
El anarquismo español se fue fortaleciendo superando todas las "pruebas de fuego" de una represión constante, muy superior a la que pudo sufrir puntualmente el PSOE cuyo proyecto era de my largo plazo.
La CNT sobrevivió al fracaso de la revuelta cantonal de 1873 --donde su responsabilidad sería mucho menor que la que le atribuyó Engels en su famoso folleto Los bakununistas en acción (4)-; al "pronunciamiento" del general Pavía en 1874; a las sórdidas maniobras de Canovas del Castillo con el proceso de la “Mano Negra", y a la represión que siguió al atentado del Corpus, sin olvidar un historial negro en localidades donde la impunidad de los caciques se tradujo en atropellos como los que se dan a conocer en la película El crimen de Cuenca. Con lo de “La Mano Negra” se descabezó el amplio movimiento jerezano y sirvió de advertencia contra cualquier voluntad asociacionista. Se trataba de asociar anarquismo y terrorismo, y en el caso del Corpus barcelonés, todo indica que fue una maniobra policial. Se trataba de destruir el amplio núcleo anarquista barcelonés e hizo célebre las torturas del castillo de Montjuich. A la monarquía que no permitía crecer a una socialdemocracia moderada, no le tembló la mano a la hora de disparar contra los huelguistas, de causar un escándalo mundial fusilar a Ferrer i Guardia, ni de pagar pistoleros para asesinar al “Noi de Sucre”, el cerebro estratégico y táctico más privilegiado del historial libertario.
Se puede decir que el anarquismo llegó casi a metabolizar la represión como algo que solamente acabaría con la revolución. Después de cada bache, llegaba un poderoso resurgimiento a caballo de la expansión del proletariado, un avance que los conflictos internos no torcieron el camino como sí había ocurrido en otros países. Las controversias y enfrentamientos -personales mayormente- entre colectivistas -a la manera de Bakunin- y comunistas -a la de Kropotkin-, fueron bastante amargos, no menos que lo fueron los existentes entre los individualistas -Urales y Mañé, Ricardo Mella- y los sindicalistas –Anselmo Lorenzo, Salvador Seguí, etc-; pero todas estas tendencias acabaron coexistiendo aunque las diferencias resurgieron con otros problemas de fondo y se acentuaron al final de la Dictadura, cuando un sector -la FAI constituida siguiendo la línea argentina de “trabazón” o “marcaje” a la posible influencia comunista o posibilista- abogaba por una línea de ruptura e insurrección y otro sector –el “trentista” o sindicalista- se inclinaban hacia acuerdos puntuales con la izquierda republicana y autonomista.
Estas contradicciones van a ser determinantes durante todo el periodo republicano hasta la reunificación que consagrará el Congreso de Zaragoza de enero de 1936, para reproducirse con otras variantes durante la contienda para sobrevivir en el exilio, de tal manera que hay que hablar de "dos almas" del anarquismo y un historiador formado en la militancia como José Peirats, nos la presenta así durante la República: “Entre los anarquistas había dos concepciones revolucionarias: la que podríamos llamar jacobina y la que pudiéramos tildar de oportunista. Los primeros jugaban todo al golpe de audacia; los otros creían que la revolución tiene sus plazos. Se hace (o no se hace) todos los días. El máximo historiador de la anarquía (Max Nettlau, PG-A) llamaba a esto último la continuidad de la historia. Frente a la concepción conspirativa estaba la oportunista. Los movimientos insurreccionales conspirativos- especialmente relevantes en 1933- pusieron en evidencia a ambas tendencias. Los movimientos fueron fácilmente aplastados por el gobierno”, y los “sindicalistas” entendieron que por ese camino no se iba a ninguna parte.
Empero, en su crítica, Peirats no se olvida de sus preferencias, y añade: ”Falló por falta de clima. Para unos la revolución se forja en frío. A costa de machacar el hierro este se caldea y se pone al rojo vivo. La revolución sería hechura de unas minorías audaces dispuestas a ofrecer el ejemplo de su sacrificio. Caldeado por el ejemplo, el pueblo seguirla. Para los oportunistas esto es jugar a la ruleta rusa. Si sale con barba... Ambas corrientes creen que la revolución no es posible sin la intervención del pueblo. Pero mientras aquéllos creen que esta intervención es voluntariamente provocable, éstos estiman que sólo un acontecimiento emocional imponderable puede crispar las multitudes. Nuestra misión consiste en estar preparados para soplar en el fuego y llevar la revolución siempre adelante. La conspiración jacobina puede abocar a la dictadura, que ambas tendencias repugnan”.
A esto habría añadir que la existencia de militantes que comulgaban –al menos parcialmente- con ambas expresiones, no eran ninguna excepción, como no lo fue el hecho de que algunos de los líderes “oportunistas” provinieran del sector más extremo como la propia Federica, García Oliver, Santillán “Marianet” o Horacio Prieto.
2. La República como antesala de la revolución. Aunque una parte del anarquismo intervino en los entresijos de las conspiraciones republicanas, el grueso de la organización creyó que la República era simplemente el prólogo a una revolución total.
Con la revolución política del 14 de abril de 1931, el dilema jacobinismo u oportunismo atravesará de extrema a extremo el poderoso desarrollo de la CNT. Para la corriente "moderada" agrupada en torno al célebre “Manifiesto de los Treinta” (Angel Pestaña, Joan Peiró, Juan López, etc), no se daban todas las condiciones para la revolución y se impone un trabajo de acumulación de fuerzas, de avance sindical y de concienciación cultural. Por tanto no se trata de buscar el enfrentamiento directo contra el Estado y la burguesía sino de aprovechar posibles acuerdos con sus sectores más avanzados, como los catalanistas de izquierdas con los que los “trentistas" tienen bastantes puentes, de hecho, buena parte de la base afiliada a la CNT votaba ERC. El modelo social de esta corriente -en la que se insertan numerosas variantes menores como la municipalista, la pacifista tolstoiana, etc.- será una traducción de las teorías de Pierre Besnard y Christian Cornelissen que abogan por una fórmula de "todo el poder" para las federaciones sindicales, una idea muy en boga dentro de la corriente histórica sindicalista revolucionaria (IWW).
Los “trentistas”, a pesar del inmenso prestigio de algunos de ellos, fueron muy duramente tratados por la mayoría (Ricardo Sanz llega a escribir un panfleto contra ellos llamado “Los treinta Judas”), y expulsados. Se reintegraran en 1936, y se llega a una síntesis, sí bien un sector, el que representa Angel Pestaña construye -sin éxito- el ínfimo Partido Sindicalista que toma parte en la Alianza Obrera, y que tratará de convencer a los confederales de la importancia de tener una formación política así como de tender puentes con cierto marxismo. Durante la guerra civil, el pestañismo (en el que toman parte personalidades tan notables como Marín Civera, y los entonces bisoños Eduardo Pons Prades y Ángel Mª de Lera) coincidirá ampliamente con la de un sector cenetista de procedencia faísta encabezado por Horacio Prieto, principal animador del Partido Libertario (5).
El sector que marcará la línea confederal se articula a través del Irregular esquema orgánico de la FAI, y en base a la premisa de que la CNT estaría perdida sin una hegemonía protectora de los anarquistas, organizados como fracción para imponer la “trabazón” a los comunistas.
El ascenso del movimiento de masas en 1933 –momento que marca el pase da la República “liberal” a la República “social”- plantea a los defensores de la "gimnasia revolucionaría" que ha llegado el momento de avanzar en el camino de la revolución mediante un vasto movimiento de insurrecciones locales -a la manera de Bakunin en Italia-, que serán definidas por los “trentistas" como una forma de actuación anarcobolchevique, y que se debe caracterizar más correctamente como una variante anarquista de “putschismo”. Como una muestra de “impaciencia revolucionaria”, una línea que llevaba además a considerar que la revolución la podrían hacer ellos solos. Este movimiento, iniciado con las “proclamación” del “comunismo libertario” en Figols, tendrá su capítulo más célebre y trágico en Casas Viejas donde las fuerzas de orden público hicieron una demostración de cómo la derecha consideraba que era necesario tratar este tipo de agitaciones que, por lo demás, nunca duraron más que unas horas o unos días. Sus protagonistas estaban convencidos de que no eran unos ensayos más sino de la revolución.
Sus argumentos teóricos más elaborados fueron hechas por el Dr. Isaac Puente, principal intelectual cenetista de la época y que las expuso como sigue: “Una revolución política puede hacerse en el frente urbano... La revolución social necesita tener el más amplio frente, haciendo de cada villorrio un baluarte...Un puñado de camaradas audaces o un pequeño sindicato rural, pueden proceder fácilmente al desarme de los enemigos y al armamento de los revolucionarios. En un pueblo es fácil resistir muchos días un bloqueo, porque hay medios abundantes de subsistencia... Los compañeros de la ciudad tienen algo más importante que hacer. Traer en jaque a la fuerza armada para que no pueda acudir a someter a sus hermanos, los campesinos sublevados. Distraer las fuerzas del enemigo. Mantener la huelga revolucionaria y la lucha violenta. Hacer que la experiencia del campo dure el mayor tiempo posible para que nadie pueda negar la evidencia: lo realizable del comunismo libertario” (6).
Semejante encadenado de "acciones ejemplares" serán masacradas, lo que hace que el escándalo y la ira acaben también anulando cualquier posible debate. A pesar de que su agotamiento, esta línea persistió y suscitó el entusiasmo de personalidades tan especiales como Federica Montseny, una “obrera intelectual” que desdeña los programas concebidos como una artimaña marxista que obstaculiza la libre iniciativa. Federica viene a decir que se trata de una táctica en la que el campo revolucionario cerca a las corruptas ciudades y sobre la inmediatez -en línea recta, sin procesos de transición- de un comunismo libertario que no transige con hegemonías sindicales ni con ninguna forma de Estado. Su objetivo es el regreso a la vida natural, precapitalista, en la que (no se precisa muy bien cómo) se restablecerá el equilibrio entre el individualismo y el colectivismo. No hay lugar por lo tanto para ninguna forma de colaboración con otras expresiones del movimiento obrero porque dilema único es: o Estado o Revolución.
Desde la historia, se ha presentado habitualmente esta táctica como el producto de la hegemonía faísta, olvidándose a menudo que ésta respondía a un sentimiento muy extendido entre los cuadros medios confederales -el corazón de la CNT y entre los afiliados, y que se comprendía como una alternativa revolucionaria frente la mediocridad institucionalista y profesoral de la coalición republicano-socialista que, ni que decir tiene se mostró mucho más dura con el anarcosindicalismo que con la nueva extrema derecha. Mientras mandaba a los de FAI a África, trataba con guante blanco a Sanjurjo y a Juan March. Es cierto que Azaña dijo entonces que la República debía de acabar con sus enemigos o estos, acababan con la República, u otro diputado liberal dijo lo mismo señalando al famoso pirata, pero de ahí no pasaron.
La línea de “gimnasia revolucionaria” tuvo además la dudosa virtud de plantear la actualidad de la revolución de una manera infantil y sectaria, pero no hay dudas de que la revolución se estaba gestando más lenta y ampliamente. Cuando esta revolución vuelve a llamar a las puertas de la CNT-FAI, ésta se encuentra en una grave crisis en la que inciden además el fiasco de la campana de apoliticismo revolucionario que contribuirá (a los ojos de los trabajadores) a la victoria de las derechas que tratarán mucho más duramente que el gobierno anterior a los anarquistas, y la emergencia de un peligro fascista internacional que será (aisladamente) comprendido por Valeriano Orobón Fernández, testigo conmocionado del “irresistible” ascenso del fascismo, en particular por la derrota de la poderosa clase obrera alemana dividida (entre socialdemócratas y estalinistas), reemprende con vigor la defensa de un frente único contra el fascismo: “La represión, escribe, conque se está diezmando a la CNT es un anticipo vergonzante y vergonzoso hecho al fascismo específico y una muestra elocuente de como los términos medios y las ponderaciones teóricas de la democracia burguesa se convierten fácilmente en extremos. A la hora de la lucha, los “demócratas” olvidan su filiación política y forman con arreglo a su formación de clase. Aprendan de este ejemplo los camaradas que, por purismos deleznables, se encandilan en la teoría de nosaltres sols. Para vencer el enemigo que se está acumulando frente al proletariado, es indispensable el bloque granítico de las fuerzas obreras. La fracción que vuelva la espalda a esta necesidad es culpable ante la Historia. Porque mil veces preferibles a la derrota, que el aislamiento nos depararía, inevitablemente, es una victoria proletaria parcial que, sin ser patrimonio exclusivo de ninguna de las tendencias, realice de momento las aspiraciones mínimas coincidentes de todos los elementos pactantes: aspiraciones mininas que comienzan…”. Sin embargo, a pesar de esta evidencia, la mayoría "faísta" aunque en retroceso en una CNT que había estado perdiendo afiliados, seguirá mostrando cerrilmente su sectarismo al rechazar la Alianza Obrera hasta el punto de que mostrarse muy tibia en la solidaridad con la insurrección de Asturias.
Recordemos que la Alianza Obrera respondía a tres exigencias básicas:
--1) la unificación proletaria frente al ascenso fascista;
--2) la revolución contemplada como la destrucción del Estado burgués, y
--c) la democracia proletaria como fórmula de cooperación revolucionaria...
Animada en un principio de la izquierda comunista, la Alianza se extiende con otros grupos disidentes del PSOE y de la CNT -Pestaña-, y alcanza a la izquierda socialista cuyo proceso de radicalización es repudiado por la mayoría libertaria. La entrada de la CNT en ella hubiera sido históricamente decisiva, podría haber sido una alternativa determinante frente a la nueva coalición de izquierdas en la que los republicanos ponían el programa y los personajes rectores y el movimiento obrero, la mano de obra.
La CNT asturiana permanecerá trágicamente sola en aquel ano del ¡UHP!, y mientras Federica Montseny clamaba contra los marxistas sin ningún esfuerzo de distinción, el astur José Mª Martínez proclamaba que dos anarquistas y dos marxistas eran cuatro revolucionarios, o dicho de otra manera, si bien los marxistas no pueden prescindir de los anarquistas si quieren hacer una revolución –aunque sea a la defensiva como pretendía la izquierda socialista-, tampoco lo anarquistas pueden pensar en la suya sin contar con los marxistas, sobre todo con los más abiertos .
El tema del frente único –utilizado por los estalinistas como una maniobra envolvente en la que no creían- era analizado desde la Confederación como una mera maniobra política de los diferentes marxismos, y lo que se impone es la mano de hierro contra los que se "infiltran" dentro de la CNT, lo que no es obstáculo para que notorios libertarios como Cipriano Mera trabajen en la UGT en algunos centros industriales -como Madrid en donde los confederales no tienen suficiente influencia.
Por lo demás, el planteamiento unificador y unitario se encuentra en el espíritu de la primera CNT y alcanzó momentos brillantes como el de la huelga general de agosto de 1917. Un dilema sobre sí es galgo o podenco que se plantea, justamente, en una coyuntura de ascenso victorioso del fascismo, un fenómeno sobre el que la CNT o tenía mucho más que decir que “el pueblo alemán se había dejado ganar por el autoritarismo”. Mientras la CNT se unifica en el congreso de Zaragoza, debate sobre cómo deberá de ser el “comunismo libertario”, sí tenía que ser más agrario o más industrial, y repite por enésima vez la fórmula de buscar acuerdos con la UGT, los militares africanistas están afilando los cuchillos. Curiosamente, el golpe militar-fascista triunfará en Zaragoza, uno de los mayores feudos de la CNT, porque su principal dirigente, Manuel Abos, miembro de la masonería, se pronunció en víspera al 18 de julio por la espera de la acción gu­bernamental contra el Alzamiento y favoreció --en contra de las opinio­nes de Chueca y Andrés-- los contactos con las autoridades civiles o militares, en particular con el general Cabanellas en el que confiaba por su condición de republicano antiguo y masón.
Según César M. Lorenzo, Abos fue "víctima de su ingenuidad y de su horror por la violencia", aunque el asunto difícilmente se puede personalizar cuando se representa a un movimiento de la amplitud del anarcosindicalista y con unos criterios tan arraigados sobre el liderismo. La continuación no puede ser más dolorosa para alguien de honestidad probada como la suya. Figura trágica donde las haya: detenido por los sublevados, estos prefirieron dejarlo vivo para utilizarlo como un medio de desmoralización; incluso se le intentó involucrar en un mitin con Millán Astray. Desconcertado, rehúso seguir a un grupo de acción que trató de libertarlo por miedo a represalias familiares. Cuando consiguió la libertad se integró en la columna Durruti, donde fue bien tratado hasta que fue trasladado a Alcañiz donde sólo un voto le libró de ser fusilado. Luego se incorporó a la 127 Brigada hasta la derrota de Cataluña. Pasó a Francia y en los campos de concentración sufrió además el desprecio de sus antiguos compañeros cuyas ideas seguía compartiendo.
3. La revolución…pero solo por abajo.La revolución, por supuesto, no va a desarrollarse siguiendo las pautas del IDEAL sino en medio de una línea quebrada por unas condiciones históricas muy complejas y dramáticas, y su consecución no va a ser el producto de una huelga general o de un conjunto de insurrecciones sino que, una vez derrotada la sublevación en las principales capitales, va a tener que superar una doble muralla que se le opone con métodos muy diferentes:
-a) la de la contrarrevolución militar-fascista vertebrada desde el sector más reaccionario del ejército que se ha constituido como un “partido” y que no duda ante la aniquilación total del movimiento obrero y de todas las libertades, incluso de las bases culturales progresistas más moderadas.
-b) la de una antirrevolución en la zona republicana que tiene en el Frente Popular la expresión, pretendidamente legítima en nombre de la "unidad antifascista", se apoya en la reconstrucción del Estado republicano que, animado por el PCE-PSUC se sitúa en la onda del pacto que la URSS busca con las "democracias occidentales" y que por ende, rechaza todas las reivindicaciones que sobrepasan el marco republicano-liberal.
En relación al primer problema se constata claramente una abierta subestimación por parte del movimiento obrero en general y del anarcosindicalista en particular, a pesar de que existen los conocidos antecedentes represivos de 1909, 1917, 1923 y 1934, la intentona golpista de Sanjurjo en 1932, y por supuesto, la represión contra la “Comuna” asturiana, frente a la cual se utilizan las tropas coloniales. Esta vocación contrarrevolucionaria del ejército se refuerza cuando la clase dominante considera cerrada su experiencia "reformista" en la II República, y cuando el ascenso nazi-fascista la alienta hacia una "contrarrevolución preventiva". La oposición dentro del ejército será amplia pero desarticulada; no encuentra en su contra los nudos de un trabajo antimilitarista consecuente. Empero, Mola y Franco estaban preparados para aplastar una previsible huelga general; pero el hecho de que la respuesta fuese mucho más amplia y profunda revela que existían las condiciones elementales para una revolución.
En cuanto a la zona republicana, conviene recordar que el Frente Popular se justificaba, desde la derecha azañista, como un medio para neutralizar con su moderación la posibilidad de un golpe de Estado. Pero era evidente que la reacción no sólo consideraba las intenciones de Azaña y Prieto sino también la voluntad y la mirada de los obreros y campesinos. Cuando el golpe militar se destapó -después de ser un secreto de Polichinela que el ministro Casares Quiroga menospreció con una patochada de declaraciones-, la derecha republicana fue totalmente desbordada, primero porque, su actitud ante el ejército era ambivalente -temía sus tentaciones golpistas pero lo necesitaba frente a una revolución- y segundo porque no era, en lo más mínimo, consciente de lo que significaba un peligro como el fascista. Su actuación entonces fue grotesca, el gobierno del Frente Popular osciló entre la indiferencia (Quiroga), el pactismo (Martínez Barrios), la pasividad (negando las armas a los trabajadores), cuando no la claudicación o la complicidad. La confianza de los trabajadores en los gobernantes republicanos fue fatal en muchas capitales.
No habla nada preparado, pero cuando llegó la hora el heroísmo de las masas obreras- sobre todo de los más jóvenes- hizo el milagro de contrarrestar el golpe en la mayor parte del Estado, y aquí los anarcosindicalistas mostraron su valor en donde mejor se sabían batir; en las barricadas. Nada se podía hacer sin la CNT, aunque la ingenuidad tuvo concreciones trágicas en Sevilla Zaragoza y Oviedo, sin olvida; Mallorca y Canarias, todas ellas situaciones claves para la guerra que venía. El resultado de todo ello fue un punto de partida victorioso con algunas derrotas. Pero la situación se iba a resolver progresivamente a favor de los que tenían mejores armas y una comprensión más clara de los medios necesarios para vencer. La contrarrevolución tenía la terrible certitud de la consecuencia, la unidad de propósitos, la ayuda y la contribución internacional amén de la más absoluta falta de escrúpulos y de piedad.
Nadie dentro del movimiento obrero español se había preparado tanto para una revolución como los anarquistas. Hablan comenzado su odisea en los tiempos de la I Internacional, y se hablan forjado en una batalla continua contra los poderes establecidos. La CNT condensaba en sus federaciones a una mayoría militante con una reconocida capacidad de lucha y una decidida voluntad de transformar el mundo. Su programa había sido la Anarquía como “la más alta expresión del orden" (Eliseo Reclús). Por ello habían rechazado cualquier transacción con la clase dominante. Hablan rechazado el juego parlamentario y la "política" tradicional en aras de la acción directa, de la lucha por la revolución.
Durante las "jornadas de julio”, los anarquistas lograron un protagonismo indiscutible en la derrota de los sublevados, todo parecía posible. Barcelona, diría Durruti, se habla convertido "en la capital espiritual del mundo", y la palabra libertad se concretizó en un movimiento liberador que alcanzó a todos los oprimidos. Por su lado, los burgueses supieron sin dificultad en donde estaban sus barricadas y sus posesiones le fueron colectivizadas en medio de una fiesta igualitaria. Por su capacidad de organización, la revolución española se mostró mucho más profunda que lo soviética, todo funcionó desde el primer día. Sin embargo había un punto débil; el del poder, el Estado que se rechazaba y al que ahora se recurría. La revolución había dado la "vuelta a la tortilla", pero ¿quién tenía que mandar ahora?
Con la revolución en las manos, a la cúspide de la CNT se le plantearon al menos tres grandes opciones fundamentales:
--a) la del Congreso de Zaragoza, o sea la proclamación del comunismo libertario, o dicho de otra manera; la Revolución contra el Estado o “el todo” como diría García Oliver;
--b) la unidad de la izquierda revolucionaria (confederales, caballeristas y poumistas), defensa de la revolución, democracia proletaria, o
--c) el acuerdo con las autoridades republicanas, manteniendo las conquistas revolucionarias dentro de un frente antifascista que no cuestionaba la legitimidad del régimen del Frente Popular, que fue la que se impuso...hasta mayo de 1937
En el histórico Pleno desarrollado en Barcelona después de los hechos revolucionarios, estos dilemas se resumieron en dos. Los defensores del primero no estuvieron muy convincentes, lo siguieron planteando desde la misma óptica de antaño, nosotros solos yen línea recta hacia "el todo social". Su defensor más conocido fue García Oliver que pasaría a ser a continuación el defensor más consecuente de una tercera opción -según él mismo, no quiso hacer de Trotsky-, que se justificaba en base al reconocimiento de las "condiciones objetivas"; había un enemigo terrible que era el fascismo y existían otras fuerzas políticas y sindicales que eran predominantes en otras zonas del Estado. La primera opción, se dijo, implicaba -había que decir que les descubría- una dictadura anarquista en la que nadie hasta entonces había pensado, y eso era una contradicción con sus principios. El interrogante que se nos ocurre es, ¿pensaban antes que su programa de comunismo libertario se iba a imponer por consentimiento? Es evidente que no.
Los anarcosindicalistas nunca habían dudado que la revolución no se hacía por "consenso" sino mediante la violencia revolucionaria -la forma autoritaria que diría Engels- y la aplicaron rotundamente en sus insurrecciones, y no fue otra cosa lo que hicieron donde se impusieron las colectivizaciones (contra patronos, autoridades y obreros y campesinos renuentes) .
Pero además de las incuestionables "condiciones objetivas" estaban las "subjetivas" que eran mucho más determinantes porque para los anarquistas era un principio que el poder "estaba maldito" (Louise Michel), y que al ocuparlo el más revolucionario se podía convertir en un sanguinario opresor (Proudhom).
Sin embargo, el principio tenía otro lado: había que abolir la maldición. Pero llegada la “hora de la verdad”; resultaba que no solamente subsistía sino que se reforzaba desde el momento en que los anarcosindicalistas le reconocían una legitimidad y consentían en integrar en el poder republicano sus milicias y sus colectividades. Entonces fue cuando el diario “Solidaridad Obrera” escribió que se trataba de otra clase de poder, evidentemente, era un poder en tiempos de crisis, obligado a enfrentarse a su propio ejército, pero su lógica era la restauración del orden, de la propiedad privada, del “estatus” colonial...
El caso era que ellos habían heredado la ciudad de las barricadas, y así se lo reconoció Companys cuando en un alarde de inteligencia política liberal burguesa, fue a ponerse al servicio de la revolución siguiendo al frente de la Generalitat. Companys tenía ya en mente toda una maniobra política de largo alcance. Primero ponían una "colchoneta" a los pies de la CNT-FAI para que estos se acomodaran, luego coexistiría con ellos, recuperando progresivamente la iniciativa en todos los terrenos, apoyándose en su legitimidad, su dominio sobre los recursos financieros y sobre todo, en el desgaste de la revolución; en esta secuencia, la secuencia de la CNT pasa por creer que lo más inteligente era integrar las conquistas en las instituciones republicanas como la Generalitat. Pero la coexistencia se mostró imposible desde en que el PCE-PSUC asumen al decir de Berneri, un papel “nosckiano” (7).
Serían los propios anarcosindicalistas los que rechazaron como descabellada la primera opción -sin cuestionar toda su trayectoria-, y optaron por una "intermedia". Ahora cabe preguntarse las razones de por qué no lo hicieron por la segunda opción que habría contado con la connivencia de la izquierda socialista;--que fue más lejos que la CNT en su oposición a Giral- y del POUM. Esta opción tenía detrás la referencia del UHP y respondía al sentimiento de la mayoría de la población que había rechazado al fascismo. La respuesta a esta pregunta nos lleva a la cuestión de la naturaleza de la CNT.
La CNT una organización muy poderosa que se había educado en competencia con los marxistas y los liberales, y que había planeado un proyecto revolucionario solitario y al margen del tiempo y del lugar. Miraba a las otras tendencias obreras con más desconfianza que al ERC con el cual habla tenido enfrentamientos muy graves años atrás. Temía que los marxistas le pisaran su terreno, y no concebía por tanto un frente revolucionario bajo su iniciativa. Al rechazar la posibilidad de un poder revolucionario, se orientaba hacia una posición aparentemente más en consonancia con su rechazo del poder. Pensaban que colaborando en diferentes instituciones, o en diversos órganos de gobierno -a los que patéticamente quisieron cambiarle el nombre- podrían tener las manos libres para lo que consideraban prioritario para sus convicciones: la consolidación de las colectividades. En aras de este planteamiento el Consejo de Aragón buscó sus aliados en la ERC de Companys y entre los "caballeristas", descuidando otros problemas.
También pensaban que esta cohabitación "perfecta" -según Santillán- no iba a deteriorarse. Esto explica, por ejemplo, su alegría cuando el gobierno de la Generalitat se desprendió de un partido (el POUM) y dio entrada a tres sindicalistas de la UGT, ¡que eran dirigentes del PSUC!. No menos cierto era que esta opción no tuvo más defensor que el POUM. La izquierda socialista podría haberla suscrito desde una posición más de derecha, y muy preocupad por su papel en el aparato del Estada y el POUM no tenía el potencial suficiente para hacer que sus propuestas fueran acompañadas por la fuerza de los movimientos. Ni la CNT ni nadie -al margen de Trotsky, Serge, Nin o Berneri que estaban al tanto de que sucedía en la URSS- imaginaban siquiera lo que iba a significar la evolución del PCE-PSUC en el contexto de la noche oscura estaliniana.
4. ¿Un “Estado diferente”? La revolución española, animada principalmente por los anarcosindicalistas, no acabó nunca de concretarse. Fue profunda en el ámbito de las industrias y del agro, tuvo desarrollos muy importantes en el ámbito de las costumbres y conoció una importante participación de Ia mujer, a través sobre todo de la avanzada de las “Mujeres Libres”. Su potencial fue tan indiscutible que sus más irreductibles adversarios, los comunistas oficiales no la atacaron abiertamente en un primero momento, pero empezó a hacerlo por sus flancos.
Los que estaban en contra de la revolución pretextaban que era mucho mejor dejarla para después de la guerra, y cifraban su inoportunidad en el hecho de que obstaculizaba el esfuerzo de guerra, asustaba a los moderados, y last not but least; ahuyentaba a los aliados internacionales, a unas "democracias" que, como era de esperar, temían mucho más al "comunismo" (o a la anarquía) que a Franco, que les garantizaba además sus beneficios. La fuerza del PCE y de la derecha republicana era también reflejo de la debilidad del sector revolucionario y de su componente mayoritario, la CNT. FAI. Estos carecían de una estrategia política y sus dirigentes, como Horacio M. Prieto primero, y el gitano Mariano Vázquez "Marianet" después, reflejaron la inclinación de sus cuadros dirigentes hacia la política pragmática. Hasta llegaron a enfrentarse abiertamente contra las colectivizaciones y contra los que criticaban la política republicana oficial. Creyeron posible una “cohabitación” con el gobierno, hasta que después del mayo del 37 llegó el cierre forzoso de las “Comunas de Aragón”, y todo lo demás.
De mayo del 37 el círculo se cierra. Es ilegalizado el POUM, se acentúa el declive de la CNT, cae (como bien evoca la película “Tierra y Libertad”) “manu militari” el Consejo de Aragón, se desmontan numerosas colectividades, cae Largo Caballero y Cataluña pierde su amplia autonomía. La CNT, que se habla esforzado sobre todo en desautorizar sus "enrâges" de Los Amigos de Durruti que han llevado su propio cuyo análisis del “circunstancialismo” y que expresan la respuesta airad, el expresar el malestar y la voluntad de resistencia de una amplia masa militante, carente por otro, lado de uno programa político que no fuese recuperar lo que se había perdido. La CNT también llega tarde a la hora de comprender que la persecución del POUM también va con ellos. Curiosamente, Emma Goldman, la más esforzada teórica de la idea de que bolchevismo (trotskismo) y estalinismo eran simétricos, defiende finalmente a los 'verdaderos bolcheviques" como Nin, y Federico recupera su voz crítica y airada (8).
El desconcierto de la CNT-FAI en la etapa final de la guerra civil se trasluce por ejemplo en su voluntad de contrarrestar la hegemonía estalinista a través de diversas maniobras -visitan a Azaña para que éste, débil y agónico, destituya a Negrín- y acciones desesperadas como la última y más significativa, la del apoyo a la Junta de Casado que se enfrentó con el más que dudoso numantinismo del Negrín y el PCE -que limitaron su resistencia a la Junta de Defensa casadista a algunos grupos aislados-, con la que se trató, inútilmente, de conseguir un final un tanto digno de una guerra que, en el interior del campo republicano, se había combinado primero con una "guerra" contra la revolución con el consenso de toda la derecha republicana y finalmente, con otra "guerra", esta vez entre comunistas oficiales y la tendencia de Negrín en el PSOE de un lado, y del resto -republicanos, socialistas derechas seguidores de Prieto y Besteiro, nacionalistas y anarquistas- por el otro.
Esta última "guerra" también tuvo sus diferentes traducciones en el campo libertario. El debate prosiguió, y se manifestó igualmente en las sucesivas tentativas de animar la resistencia contra el franquismo, al final de la cual, el cisma entre dos corrientes primordiales, aunque no sin matices y contradicciones en cada una de ellas. De un lado estuvieron los “fundamentalistas” opuestos a la intervención política, y de establecer pactos con las demás fuerzas antifranquistas. Del otro, los más posibilistas que no dudaron en trabajar en diversas plataformas de la misma manera que durante la resistencia antinazi en Francia, se trabajó al lado del “maquis” gaullistas, entre otras cosas porque se desconfiaba con toda razón de la resistencia hegemonizada por el partido comunista francés. Las tensiones persistieron a lo largo de los años, lo mismo que las controversias sobre cómo se había desarrollado la guerra y la revolución, controversia que atravesó de extremo a extremo el movimiento anarquista internacional, ahora inmerso en un nuevo contexto, el de la “guerra fría”, bloqueado por el dilema “mundo libre”-mundo comunista.
Aunque el movimiento quedó muy restringido, y se manifestó sobre todo con las apuestas audaces como lo fue la guerrilla urbana en Catalunya, esto no fue impedimento para que el movimiento siguiera produciendo una ingente actividad propagandística y cultural en el exilio, con periódicos, revistas y editoriales en Francia y en diversos países de la América Latina. Sin embargo, todas durísimas tentativas de reconstruirse en el interior acabaran agotadas, sobre todo por la despiadada represión franquista, pero también por el peso de las divisiones internas, y la inexistencia de un relevo generacional que, cuando emerge, allá en los años sesenta, lo hará bajo los paradigmas de una lectura anarquistas de las premisas amplias de una “nueva izquierda” que evoca tanto las grandes batallas del pasado como el movimiento contracultural. Eso sí, el legado resurge con fuerza, primero con editoriales como Ruedo Ibérico, y luego a través de toda clase de revistas y editoriales hasta tal punto que se editan todo lo relacionado con los clásicos y todas las nuevas variantes libertarias. Aunque se habla del renacer de la CNT que por un momento congrega ilusiones muy diversas, en realidad todo ha cambiado. Ya existía otro movimiento obrero, la vieja guardia había perdido el paso de una historia que quería volver a protagonizar, hay un desencuentro entre el pasado y lo que viene, no se sale de la minoría ni se evitan conflictos y divisiones, y todo se hace mucho más confuso.
Actualmente, no solamente funcionan dos líneas sindicales anarcosindicalistas, la cenetista y la cegetistas, también habría que hablar de tensiones internas en la primera, amén de mucha gente que “por libre”. De lo que no hay duda es que la herencia libertaria se ha difuminado y se ha hecho notar en otras corrientes socialistas que la interpretan de otra manera. A mi entender, el concepto de “libertario” no obliga a una adscripción organizada sino, ante todo y sobre todo, a una manera “libertaria” de actuar como puede ser la aceptación de la pluralidad y del debate abierto como positivos, el énfasis en la participación asamblearia, la concepción de la militancia como una forma de vida y no como una “profesión”, la importancia del trabajo colegiado, la lucha contra el exclusivismo masculino, etcétera, etcétera.

Notas

--1) Sobre este punto hay un abundante material en el que es justo destacar la aportación de Paul Avrich, Kronstadt 1921, editada en Proyección, Buenos Aires: hay una reedición reciente. Avrich plantea la cuestión en otros términos a los que tradicionalmente se han dado en el mundo anarquista, se trataba de acabar o no una guerra devastadora, los componentes de la fortaleza no eran para nada los que estaban en 1917, la prensa “blanca” comenzó a defender la consigna “soviet sin bolcheviques”, etc.
--2) En su Antología del anarcosindicalismo (Ed. Ruta, Caracas, 1988), Victor García (Germinal Gracia), dice que el “tránsfuga” es un “Militante notorio de la idea ácrata o de otras ideologías) que adopta de repente otra”, y cita los casos de “Tom Man de Inglaterra, Rosmer, Monatte y Monmousseau de Francia: Nin de España; William D. Haywood de los Estados Unidos”, y cuando cita las motivaciones, cita “la ambición, el amor por el dinero, la vanidad, fuentes en las cuales se alimentan la negación y la traición, son nefastos efectos cuya causa reside en la inmoral organización social”

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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