Blog marxista destinado a la lucha por una nueva sociedad fraterna y solidaria, sin ningún tipo de opresión social o nacional. Integrante del Colectivo Avanzar por la Unidad del Pueblo de Argentina.
sábado, febrero 05, 2011
La tumba de Lenin
Una de las imágenes más patéticas en lo que la izquierda se refiere, es la de lau utilización de una cita de autoridad siguiendo las pautas de la “consagración” que la Iglesia había hecho con sus autoridades. Primero porque no existe tal autoridad, en el mejor de los casos pueden ser unas palabras que tienen una cierta autoridad por lo que dicen, y por quien las dices, pero de ninguna manera pueden sentar cátedra ante una realidad que lo es, no puede ser, la misma…Segundo, porque entonces se confiere a la autoridad un título que, en una cultura crítica, no puede quedar por encima del tiempo y del espacio. Y lo que es más importante, porque en buena parte de los casos, el que emplea la cita trata de apoderarse de dicha autoridad. Quiere hablar en nombre de…
Esto ha ocurrido con muchos grandes personajes, de hecho con todos, pero seguramente con ninguna ha llegado a los extremos que se ha llegado con Vladimir Illich Ulianov alias Lenin que se murió sin saber que había fundado una dogmática llamada “leninismo”.
Lenin, como cualquier otra personalidad, por ejemplo, Marx o Rosa Luxemburgo, conoció una evolución personal creativa en la que se pueden distinguir diversas etapas. Los que lo citan sin cronología perpetran una distorsión de su pensamiento, y esto se suele hacer muy a menudo. Se evoca al Lenin del ¿Qué hacer?, profundamente influenciado por el Karl Kautsky de la época, como sí se hubiera quedado ahí. Aquel “bolchevique” no había roto definitivamente con los mencheviques, entre otras cosas porque estos también conocerán sus diferencias, y sus “saltos”. Hasta 1914, Lenin se sentirá parte “natural” de la internacional, y no será hasta entonces que descubrirá sus diferencias con Kautsky, incluyendo las metodológicas. Es el Lenin del estudio del imperialismo –apoyándose en obras de Rosa y de Hobson-, el que “redescubre” a Hegel –hay que leer sus “Cuadernos” sobre Hegel-, también es el que cree que su generación “quizás” no vea la revolución, y el que cuando esta estalla el 8 de marzo de 1917, se enfrenta con las “tradiciones” de su propio partido. Desde 1903 hasta su muerte, Lenin discute con toda la izquierda incluyendo las diversas alas y sensibilidades de su partido, y lo hace como uno más. Es un tipo que se entera que hay unos obreros bolcheviques que discrepan con lo que dice, y va hasta la fábrica y se pone a discutir con ello.
En toda su prolija obra hay el menor asomo de autoridad, cuando cita a Marx o engels (también lo hace con los clásicos de la literatura y con otros pensadores), lo hace tratando de “contrastar” lo que dijeron con la nueva situación, las citas jamás “cuelgan” como argumentos de autoridad, como diciendo mira lo que dijo Marx así es que calla…No hay el menor asomo de vanagloria, antes al contrario, se manifiesta reacio a cualquier tipo de homenaje o de reconocimiento. En una de las sesiones de los soviets –en los que, conviene no olvidarlo-, participaban todas las corrientes y grupos, incluso durante la guerra civil o sea cuando todo pendía de un hilo, se cuenta que cuando uno de los líderes eseristas (socialistas revolucionarios) comenzó a lanzar elogios sobre él, Lenin se acercó malhumorado a los suyos, y les comentó: “! Todavía siguen con las mismas calumnias¡”. Anotemos que a lo largo de su obra, abundan las autocríticas, sobre todo en los últimos años. De ahí que no fuese hasta mitad de los años sesenta que se publicaran sus obras al completo.
El recurso al “leninismo” provino de los representantes del primero bolchevismo, que comenzaron a hablar en su nombre. Lo hizo Bujarin, que por entonces ya estaba de regreso de sus aventuras como “comunistas de izquierdas” de los primeros años de la revolución, lo hicieron Zinóviev que sería uno de los primeros historiadores del bolchevismo y que había escrito con Lenin la colección de escritos contra la guerra y los socialpatriotas, y lo hizo naturalmente Stalin, cuyo único escrito conocido, el referido a las nacionalidades, había sido redactado en buena parte por bujarin, y al que Lenin no citó nunca en sus escritos sobre la cuestión. Se empezó a publicar sus Obras Completas al igual que con las de Trotsky, se creó el Instituto Lenin con la oposición de Nada Kruspkaya. Cuando Lenin falleció, el pueblo ruso sufrió una conmoción. Cerraron tiendas y teatros durante una semana, se colocaron crespones rojinegros en sus retratos, y comitivas de campesinos se alinearon en su casa de descanso en Gorki para rendirle homenaje y juramentos. Algo así no sucedía desde que falleció León Tolstói, y en ello se daban componentes muy diferentes. Uno de ellos apuntaba hacia Lenin como un “hombre providencial”, un sentimiento claramente heredado del zarismo. En las masas analfabetas subyacía el sentimiento de que Lenin había sido un buen Zar, algo que por cierto, también se dijo de Tolstói
Curiosamente, a pesar de que en su fase final, Lenin había estado preparando una “bomba” contra el Ejecutivo que estaba siendo invadido por la vieja cultura dominante descrita por los grandes escritores rusos, comenzó a sembrar el país de monumentos y estatuas. Algunos fueron monumentos al mal gusto. Petrogrado fue rebautizado como Leningrado, y justo después de que el propio Lenin advirtiera contra la avalancha de nuevos afiliados al partido –circunstancialmente único-, desde la secretaria general Stalin promovió lo que llamaron las “promociones Lenin”, compuestas por afiliados que lo hacían por miles cuando ya no había ningún riesgos. Esto significó que la antigua militancia que había vivido discrepancias de todo tipo y tiempos muy duros, quedó sepultada. La nueva base que se distinguía por ignorar todo debate, por su aceptación incondicional de los dictados de la jerarquía que ahora hablaba “en nombre de Lenin”. Citando las frases del célebre discurso de Stalin ante el cadáver de Lenin, el filósofo marxista italiano Lucio Colletti escribía: “Un abismo de siglos —entre los cuales están Galileo, Newton, Voltaire y Kant— separa ese lenguaje y esa mentalidad del lenguaje y la mentalidad de Marx y Lenin. El tono de ese juramento, impregnado de letanía religiosa y con el cual Stalin se presente a sí mismo como el vicario en la Tierra y el ejecutor testamentario del dios difunto, permite entender mejor que cualquier largo razonamiento la soldadura que se va estableciendo entre Stalin y su aparato burocrático por una parte, un aparto en el que se multiplican los oscuros funcionarios ajenos a la historia del bolchevismo y a la misma revolución […] y, por otra parte, entre éste y la masa de un partido que la “promoción Lenin”, las depuraciones que empiezan a desarrollarse más aún, el ingreso masivo en el mismo de mencheviques y de los restos del viejo régimen, van convirtiendo, cada vez en mayor medida, en un cuerpo apagado y opaco, compuesto en gran medida ya por ejecutores “devotos del jefe” o por analfabetos políticos”. (La cuestión de Stalin, Anagrama, Barcelona, 1971, p. 30).
Stalin, que había engañado a Trotsky alejado por enfermedad del horario del entierro de Lenin, presidió el acto celebrado en Moscú a una temperatura de 35 grados bajo cero, como si fuese el jefe de una nueva Iglesia. La orquesta del teatro del Bolshoi interpretó la marcha fúnebre de Chopin, el himno revolucionario “Ha caído un héroe”, y luego se entonó “La internacional”. Durante más de seis horas desfilaron gente de toda condición, y sonaron sirenas y cañones. Desde la radio se repetía: “De pie, camaradas, ilich desciende a su tumba”, y por más que él mismo había señalado en su testamento su voluntad de ser enterrado en Petrogrado junto con su madre, Stalin impuso su criterio en la conversión de sus restos en una reliquia y también lo mandó embalsamar. A Trotsky le reveló toda aquella parafernalia faraónica, y denunció su trasfondo religioso. Pero el proceso era irreversible, a continuación se nombró una “comisión para la inmortalidad”, y se siguió la suma de procedimientos que culminaron con la entronización del autor de El Estado y la Revolución en el célebre Mausoleo, donde quedó instalado de manera definitiva en 1935, justo cuando sus antiguos camaradas comenzaban a ser fusilados. El “gran terror” se centró en todos aquellos bolcheviques que habían demostrado capacidad de criterios propios. Entre1953 y 1961, el Mausoleo contuvo también los restos también embalsamados de Stalin.
Ante semejante manipulación no estará de más recordar que ya en el prólogo a la segunda edición del libro citado, Lenin escribe con evidente indignación: “Ocurre hoy con la doctrina de Marx lo que ha solido ocurrir en la historia repetidas veces con las doctrinas de los pensadores revolucionarios y de los jefes de las clases oprimidas en su lucha por la liberación. En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras les someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para "consolar" y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario, envileciéndola. En semejante "arreglo" del marxismo se dan la mano actualmente la burguesía y los oportunistas dentro del movimiento obrero. Olvidan, re legan a un segundo plano, tergiversan el aspecto revolucionario de esta doctrina, su espíritu revolucionario. Hacen pasar a primer plano, ensalzan lo que es o parece ser aceptable para la burguesía. Todos los socialchovinistas son hoy -- ¡bromas aparte! -- "marxistas". Y cada vez con mayor frecuencia los sabios burgueses alemanes, que ayer todavía eran especialistas en pulverizar el marxismo, hablan hoy ¡de un Marx "nacional-alemán" que, según ellos, educó estas asociaciones obreras tan magníficamente organizadas para llevar a cabo la guerra de rapiña!".
Apenas unos años después del entierro en el que stalin juramentaba seguir los preceptos “leninistas”, la vieja Rusia se llenaba de carteles en los que se podía leer: “Stalin es el Lenin de hoy”.
Toda esta oscura historia acabaría arruinando un ideario, y una aportación, y la moraleja para hoy está clara: ¡no creas nunca a aquellos que mencionan el nombre de Lenin o de cualquier otro revolucionario en vano¡.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
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