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viernes, septiembre 28, 2012
Heriberto Quiñones, una tragedia comunista
Quiñones es el segundo por la derecha
La lucha de la memoria contra el olvido tiene muchos, muchos nombres. Uno de ellos, y muy especial, es el de Heriberto Quiñones, sobre el que se ha efectuado alguna que otra referencia...
La lucha de la memoria contra el olvido tiene muchos, muchos nombres. Uno de ellos, y muy especial, es el de Heriberto Quiñones, sobre el que se ha efectuado alguna que otra referencia a algunas de las necrológicas dedicadas a Santiago Carrillo que fue su camarada, aunque parece ser que no mucho. Su historia recuerda novelas como La orquesta roja de Gilíes Perrault, de la que guardo la traducción que Javier alfada hizo para Laia, Barcelona, 1974, pero que los lectoras podrán encontrar otra más reciente en Txalaparta. Casi como la trama de Leopold Trepper, la de Quiñones tienen una potencia de historias como la de Ignace Reiss, contada por su compañera Elizabeth Poretski en Los nuestros, entre otras cosas porque todo fue cierto.
Quiñones nació en 1907 en Moldavia pero no se llamaba para nada como decía, ni nunca desveló su verdadero nombre. Sí se sabe que llegó a España en 1932 como delegado de la III Internacional en su fase más izquierdista y enloquecida (Stalin había dictaminado que la socialdemocracia y el fascismo no eran adversarios sino hermanos gemelos), pero lo suyo no era la reflexión teórica. Como otros muchos militantes anónimos de la época, como Jan Valtin, Quiñones desarrolló su misión militante sucesivamente en Asturias, Valencia, Mallorca, Menorca, Cataluña y Madrid. Políglota y revolucionario de oficio, fue un sin patria experto —usó muchas identidades y acentos— amén de un agitador heroico y despótico en nombre de la revolución. Alguna vez argumentó contra un adversario que no entendería otra razón que el plomo, dando muestra de la fe del carbonero, como cuando en 1934, afirmó que "el régimen soviético terminaría con el hambre, la miseria y la opresión".
Fue un exponente de la buena fe de muchos militantes excepcionales que representaron los que Isaac Deutscher llamaba “el heroísmo burocrático”; estaban dispuestos a morir por unas ideas que no se atrevían a discutir.
Durante los años treinta, A Quiñones, fue detenido muchas veces, hasta que enfermo carcelario de tuberculosis, se le anticipó la tragedia cuando en 1936 fue ejecutada por los militares rebeldes su compañera, la también mítica dirigente comunista mallorquina Aurora Picornell, que estaba embarazada; ambos tenían una hija, Octubrina Roja, que la verdad católica del franquismo rebautizó como Francisca. Quiñones fue fusilado en Madrid en 1942 por la dictadura de Franco, después de ser detenido por sus actividades por recomponer una resistencia que la dirección del partido había dejado para la tropa. Se sabe lo llevaron al paredón atado a una silla, paralítico, con la columna vertebral rota por las torturas. Sólo movía la cabeza, los ojos y la lengua y en la tapia gritó: "Viva la Internacional".
Pero lo más terrible de todo esto es que el partido por el que lo había dado, le denostó durante décadas, lanzó el fuego de la sospecha sobre su verdadera personalidad y le censuró por "aventurero, audaz y sin escrúpulos", en su actuación para reorganizar en la inmediata posguerra a los comunistas supervivientes, para socavar el nuevo régimen que había derrocado a la República.
Afortunadamente existe un trabajo muy importante de recuperación, la obra del historiador David Ginard, Heriberto Quiñones y el movimiento comunista en España (1931-1942), publicado Compañía Literaria-Documenta Balear, Palma- Madrid, 2002…En sus densas páginas, Girad traza el perfil y la peripecia política del controvertido novedad la reconstrucción de la detención, declaraciones policiales, material de la organización clandestina y la causa del consejo de guerra contra quien fue máximo dirigente interior del PCE. Paul Preston escribe en el prólogo que "el libro se lee como una novela de espías" y afirma que Ginard "ha iluminado uno de los mayores misterios de la historia española de los años 30 y 40".
Página a página, el estudio de Girard nos permite acercarnos con concreción a la vida de uno de aquellos cuadros "de tercer orden" de la Internacional comunista, un moldavo cuyo verdadero nombre ni se sabe, cuyo lugar exacto de nacimiento se presume, al que el franquismo atormentó como a Cristo por el intento de reconstruir el Partido comunista en el interior de España, y al que ese propio partido cubrió después de oprobio. La fluidez de la escritura de Ginard sólo es posible tras un meticuloso trabajo de investigación que ha combinado testimonios orales y un trabajo en archivos y hemerotecas muy notables con una muy sólida implantación conceptual: no sólo ha obtenido muchos datos sino que su mirada es inobjetable.
Ginard se atiene escrupulosamente a los hechos. Relata las actividades de Quiñones en España con cierto detalle durante la guerra civil. El personaje no resulta simpático pero sí muy notable: parece una persona políticamente informada pero probablemente sectaria; una persona, además, muy segura de sí misma, y en más su tarea política. Se negó a irse de España y siguió luchando en las condiciones que imponía la derrota en la guerra civil.
Se sabe que el PCE afrontó muy mal el final de la guerra. Probablemente en Asturias y en los Pirineos se ocultaron armas para la resistencia guerrillera. En cambio, el pase del partido a la clandestinidad no fue algo organizado u ordenado sino más bien un sálvese quien pueda. En estas condiciones, sin recursos, e inicialmente sin contacto con el exterior, entrando y saliendo de cárceles, Quiñones intenta reconstruir el aparato del partido primero en Valencia y luego en Madrid. El instructor de la Internacional sabe cómo hacerlo, muy modesta y pacientemente, conociendo al dedillo las reglas de la clandestinidad.
La trama de los hechos centrales se sitúa en los años que corren entre el pacto germano-soviético, que tal vez Quiñones no aprobó, y luego la guerra mundial. En este ambiente, a Quiñones le llega propaganda comunista editada en el exilio. La línea del partido sigue siendo el restablecimiento del gobierno de Frente Popular con Negrín al frente. Quiñones cree necesaria una alianza política más amplia y flexible y se anticipa a formular e imponer por cuenta propia, a través del pequeño núcleo dirigente que ha establecido en Madrid, una política de "Unión Nacional". Esta importante disidencia, que él atribuye a la falta de información de los dirigentes exiliados sobre la situación en el interior del país, será más adelante motivo de que la dirección comunista calumnie su memoria tratando de presentarle como un "agente británico".
Hay algo de buen cine en la descripción que nos ofrece Ginard. Las elipsis las llena la cabeza del lector, a quien le corresponde atar cabos y juzgar. No deseo describir aquí lo mejor del libro, que es, sin embargo, un terrible descenso a los infiernos. Sólo expresar mi admiración por el comportamiento de Quiñones ante la policía franquista: no le da nada de dónde tirar. Ginard transcribe en su libro documentos que hablan por sí mismos; también fotos, elocuentes como la verdad. El libro se cierra el libro transcribiendo un documento de infamia, un editorial de Nuestra Bandera de 1950, atribuido a Carrillo. Otra historia más…
Pepe Gutiérrez-Álvarez
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