sábado, septiembre 29, 2012

1977: la Diada obrera y nacionalista



Con ocasión de la última Diada, sin duda la más masiva y la más contundente de toda la historia, se ha vuelto a hablar del precedente del 11 de Septiembre de 1977. Entonces, se cifró de un millón (de segadors, se añadía citando otro evento del imaginario catalán), aunque luego, estudios más fiables cifran en alrededor de 750.000 asistentes, más o menos…Celebrar. Conmemorar una derrota nacional, es algo inusual, sin duda extraordinario. No sé de nada parecido por más que en otros lugares no faltan motivos. Podrían haberse dado 11-S en Castilla en honor a los comuneros; en Galicia con los “Hermandiños”, o en Valencia con las “Germanias”, o en Andalucía con la despreciable expulsión de los “moriscos”, pero no ha sido así.
Es evidente que ante semejante torrente humano, hay que hablar de cifras aproximadas. Lo cierto es que en aquel lejano día era imposible caminar incluso por las calles adyacentes, y cuando la cabeza llegó a su destino, todavía quedaba mucha manifestación que no había dado el primer paso. El ambiente era exaltado, los más viejos podían rememorar el 14 de abril de 1931 (cuando la alegría del pueblo ocupó las calles de la ciudad), o el legendario entierro de Durruti. Era el primer Once de Septiembre legal que se celebraba en Barcelona desde que la barbarie franquista ocupó Cataluña como antes había ido ocupando el resto del Estado.
El primer 11-S legal que se quiso celebrar en Barcelona fue el anterior. Efectivamente, en 1976, la Assemblea de Catalunya tenía previsto hacer la manifestación en Barcelona, y lo siguió pensando en hacerlo cuando el Gobierno Civil que seguía las órdenes que desde Madrid impartía el inevitable y siniestro Martín Villa, pero finalmente optaron por la negociación. Algunas de las propuestas gubernativas fueron “de coña”, por ejemplo, sugirieron un teatro, pero finalmente se optó por Sant Boi, un pueblo del Llobregat famoso sobre todo porque ubicar el “manicomio” (“Tenías que estar en Sant Boi”, se decía de alguien que se consideraba “majareta”, así iban las cosas), que aquel día se llenó de una riada humana que, en buena medida, prefiguraba lo que sería el año siguiente. Situado en discrepancia, uno no pudo por menos que sentirse identificado con la honesta advertencia de Jordi Carbonell: “Que la prudencia no nos haga traidores”. Nadie imaginaba hasta qué extremo llegaría la prudencia.
Un año más tarde habían cambiado bastante las cosas, ya no estamos en vísperas de casi todo sino después de las elecciones de 15 de junio, las primeras elecciones democráticas desde febrero de 1977 aunque ahora la prudencia tenía un mandato: ganaba la derecha o la derecha. En Cataluña, aunque la mayoría votó por el PSC-PSUC. También gano la derecha, pero aquí hizo falta una maniobra: traer a Tarradellas, el President de la Generalitat en el exilio, lo que demostraba por sí hacía falta, que cuando a la derecha le servía un republicano, venía a decir lo mismo que Groucho Marx, “Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”… Pero todavía había “marcha”, y el pueblo ocupó las calles. Nunca se habían visto tantas senyeres. Las había por todas partes, eran el elemento unificador, se combinaban con todas las demás. Pero no estaba sola, ni mucho menos. También estaban las rojas del movimiento obrero, más ikurriñas, cubanas, y las verdiblancas de los emigrantes andaluces. Hay que recordar que el Partido andalucista obtuvo dos diputados en el primer Parlament…
A las nuevas generaciones quizás les cuesta imaginar toda la masa que arrastraba el
PSUC en aquel tiempo. Me acuerdo que el “tovarich” José Borrás decía que “el PSUC le pegaba una patada a una lata y salía una asamblea”. Estaban en todas partes, sobre todo entre la gente trabajadora de las empresas y los barrios, Los socialistas tuvieron que sacar pecho pero no había comparación posible. Al menos a mí su grito “!Visca, visca, visca, Catalunya socialista¡”, me suscitaba descreimiento. Parece obvio que no podían referirse a un régimen socialista, aunque por aquel entonces hasta Jordi Pujol y otros, se reclamaban de una socialdemocracia como la sueca, o sea la de Olf Palme, ya me dirán. Todavía el PTE arrastraba un torrente inusitado de personal. No en vano se decía que habían reunido medio millón de personas en un acto electoral –con ERC que se acababa de despertar pero que colocó a Heribert Barrera como diputado-, aunque quizás fuese la mitad. Otros grupos menores de la izquierda radical y del independentismo catalán (PSAN) hacían lo posible por hacerse oír, y creo que la LCR lo conseguía gracias a un potente megáfono y a la voz potente de pletórico Pau Pons que metía el dedo en la llaga de lo que se estaba fraguando.
También se hicieron notar los colectivos más diversos, sindicatos, asociaciones de vecinos, entidades varias como la Coordinadora de Disminuidos que se encontraban en pleno apogeo, y que según me contaban, habían tratado de ponerse unos metros por delante de la cabecera ocupada por las patums, o sea los que la Asamblea de Cataluña había decidido, pero no le dejaron. Luego vino el declive, y la Coordinadora se desmoronó desde dentro. Allí estaba toda la gente que se movía, y otra gente que se empezaba a mover.
Se gritaban sobre todo las consignas de la Assemblea de Catalunya que aquel día se despedía: llibertat que algunos ya creían en la mano, la amnistía que se entendía en una única dirección, la gente que seguía presa o perseguida por luchar contra el régimen, y Estatut d´Autonomia, sin muchas más precisiones aunque en aquel tuvo lugar una campaña en los medios explicando que la experiencia del 6 de Octubre de 1934 no se podía repetir. Fue una de las cosas que más claramente declaró Tarradellas contra el que un pequeño sector de la manifestación gritábamos: “!Fora Tarradellas, no volem titellas¡”. Detrás de todo esto venía prefijado por un acuerdo entre la Assemblea de Catalunya y Coordinación Democrática se comprometieron el 26 de mayo de 1976 “a apoyar para las restantes nacionalidades y regiones del Estado español el derecho al reconocimiento de su personalidad y de los correspondientes derechos políticos”. Dicho de otra manera: la generalización de las autonomías fue un acuerdo firmado por toda la oposición dos años y medio antes de promulgarse la Constitución. Un Estado de las Autonomías diseñado contra el derecho de autodeterminación.
Detrás de todo aquel movimiento desde abajo existía otro pacto muy diferente. Gracias a la influencia del PSUC, de aportaciones como las efectuadas por Manuel Sacristán que, en líneas generales, eran acopetadas por la izquierda radical, se había establecido un compromiso en el que la lucha por la libertad nacional de Cataluña se establecía como parte de una lucha general por los derechos democráticos y sociales, todo vistos como una misma cosa. No era de otra forma como se explicaba cuando alguien en tal o cual asamblea o reunión ponía en cuestión que “Cataluña tuviera que ser distinta al resto de España”. Era cuando se le respondía al trabajador en cuestión –y recuerdo un vecino que trabajaba en la SEAT y que era un poco duro de molleras, un estalinista bastante especial que militaba en la CNT con el que las relaciones podía producir chispas-, se le argumentaba que Cataluña tenía su propia historia, que el franquismo había tratado de aniquilar la cultura y las instituciones catalanas, que el catalanismo democrático era antifranquista. Y solía añadir: “…lo mismo que defendemos los derechos de los trabajadores, también defendemos los derechos democráticos, etc, etc”. O sea que se podía hablar de dos caras de una misma moneda.
Como consecuencia del protagonismo del movimiento obrero en la lucha antifranquista los derechos nacionales eran vistos como una prolongación, y como consecuencia de la orientación política dominante en dicho movimiento –comunista oficial por razones históricas muy precisas-, lo mismo que el discurso de las conquista se fue “jivarizando” para quedar en el sistema de la “negociación” sin movilización, se adoptó el Estatut de Sau de 1979, que quedaba a mil años de las pre4tensiones del 6 de Octubre del 34 porque nadie quería ver a los militares en el balcón de la Plaça Sant Jaume. El tiempo que sigue vendrá marcado por el abandono de los dioses de la izquierda, y por el contrapunto del ascenso de los dioses del nacionalismo lingüístico y conservador. Un plato en el que también comerá a una izquierda hasta cuando presume de “transformadora”, se limita a las reglas del juego de la gestión de un sistema en el que todo está atado y bien atado.
En los últimos tiempos, el viento ha comenzado a soplar en otra dirección. Hemos asistido al impulso del vibrante 15M catalán donde, sobre todo en Barcelona, las exigencias nacionalistas fueron rechazadas porque podrían causar división en un movimiento que apunta contra el despotismo neoliberal…Ahora acabo de asistir a la confirmación clamorosa de una apuesta independentista contra el despotismo españolista –me pregunto: ¿cómo se puede hablar del hecho nacional sin mencionar la prepotencia españolista?- surgida desde la Cataluña profunda, y a la cual CIU no podía dar la espalda si no quería hacerse el “harakiri”. Sobre el papel, el encaje entre una parte y otra no resulta fácil, sin embargo, me parece evidente que por debajo de este independentismo subyace el mismo malestar ciudadano y social. Nuevamente se plantea la necesidad de caminar con las dos piernas.

P.D. Como supongo que alguien preguntará sobre mi “nacionalismo”, quiero responder que siempre he creído en aquello que decía Paul Lafargue: “Sois todos hermanos y todos tenéis un enemigo común: el capital privado, sea prusiano, británico o chino”. Sin internacionalismo, sin una dimensión social antiburguesa, el nacionalismo apesta. Pero hay muchos nacionalismos, y creo que en mayor o menor grado todos los somos. La vocación internacionalista no tiene porque estar reñida con la nacional lo mismo que el afecto por tu madre no te impide estimar a los demás, especialmente a los de abajo, a los que sufren miseria y opresión. En cuanto al asunto tan controvertido de las identidades, el internacionalista también se siente español en el extranjero (aunque como decía Sacristán sea la España que quede una vez los demás escojan su relación con ella), andaluz o mestizos como nos sentimos los de procedencia emigrante. Sí hay un referéndum, yo lo tengo claro: votaré independencia. Primero por afinidad con una mayoría que se moviliza por sus derechos, y después porque esta España grande de los Borbones y sus espadas, me avergüenza.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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