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jueves, septiembre 20, 2012
Las mujeres y la revolución rusa. El caso de Louise Bryant
Se olvida que la revolución rusa comenzó un 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer que había proclamado la II Socialista, con una manifestación de las obreras en Petrogrado. Igualmente se olvida el papel jugado por las mujeres en la fase inicial del populismo y del socialismo.
Uno de los grandes mitos del movimiento obrero del siglo XX fue que, por sí misma, la revolución abriría el camino irreversible de la revolución de la mujer. Recuerdo haber escuchado este relato, y también de habérmelo creído. Pero la realidad ha sido más bien otra. Eso no quiere decir que la revolución no significara una poderosa transformación en las relaciones de género, eso es indudable. Pero también lo es que al final, el proceso se ha quedado en algún lejos, desde luego lejos de cualquier emancipación.
De hecho, la desigualdad comienza en el mismo enfoque de la historia que aunque la llamen Clío es un señor con toda la barba. Los ejemplos comienzan con la Gran Revolución Francesa, quizás la madre de todas las revoluciones modernas. Sigue con la revolución rusa, y en sus vericuetos se pueden encontrar multitud de ejemplos. Uno de ellos nos lleva a la historia del periodista que escribió el mejor reportaje jamás escrito sobre una revolución, estamos hablando naturalmente de John Reed y de Diez días que conmovieron el mundo, obra célebre donde las haya. Pero muy poca gente sabe de la presencia y del papel de Louise Bryant, y entre los que saben su nombre, no suelen saber mucho más. Louise si es conocida por algo es por la película Reds, célebre “biopic” de John que entre sus virtudes raramente reconocidas, se encuentra el reconocimiento de esta mujer que conocemos con la figura delicada y el rostro de Diane Keaton en su etapa post-Allen. Se ha hablado de sobredimensión.
Es lo que haría Robert Rosenstone, autor de John Reed, un revolucionario romántico (Biblioteca Era, México, 1979) que escribió que Reds "se exagera la importancia histórica de Louise y se disminuye la de Jack. Entre otras cosas, se admite como cierta la afirmación de haber escrito para el Dragonian", lo que al parecer no fue cierto. No obstante, lo que hace Rosenstone es sopesar unas importancias que resultan cuando menos discutibles, porque si bien el peso literario y político de Reed fue incalculable y el de Bryant mucho más modesto -y Rosenstone lo subraya al decir "se insinúa que durante la época de la revolución rusa los dos poseían un nivel artístico similar, cuando una cuidadosa lectura de sus trabajos muestra que mientras Louise fue una reportera competente, Jack fue el mejor periodista de su tiempo"- también es cierto que nada tiene por qué impedir a un novelista o a un cineasta enfocar su encuadre de la historia a través de una historia amorosa que realmente existió y que tuvo una importancia primordial en el espacio histórico que abarca la trama, aunque, claro está, la equiparación sea innecesaria, porque no se trata de que tuvieran el mismo talento al escribir sino de que sus vidas fueron complementarias.
El mismo Rosenstone ofrece la siguiente entrada sobre ella: ". . .era un buen número de cosas que Jack creía que era. En lo físico, sus encantos resultaban evidentes: su cuerpo esbelto, cabello oscuro, cintilantes ojos verdigrises, fogosa y temeraria, conducta que servía para enmascarar su férrea determinación de ganar renombre. Como en el caso de Jack, el desprecio por la fijeza tenía otra cara, una notable incapacidad para estar en paz, y el rechazo de las ataduras era una manera de decir que le resultaba sumamente difícil permanecer fiel. Sus relaciones y sus sueños eran hasta tal punto como los de Reed que amar a Louise era como amarse a sí mismo, envuelto en una forma femenina" (1979; 269).
No creo que haya dudas de que la Louise encarnada por Diane Keaton responde vivamente a esos rasgos, tanto o más que como Warren Beatty responde a los de Reed. Diane Keaton (Los Ángeles, 1946) era la compañera del actor después de haber dado lo mejor de sí misma junto con su compañero anterior, Woody Allen (con el que volverá a trabajar años después). Beatty era a la sazón posiblemente el galán más envidiado de la historia del cine, y fue homenajeado irónicamente por Woody Allen, que proclamó que, de encarnarse de nuevo, le gustaría hacerlo como la yema de los dedos de Beatty. En la película, ella toma la parte del león, sobre ella descansa el movimiento básico de la trama, es la que abre y cierra su argumentación. Keaton ofrece una Louise Bryant sin fisuras, como una composición de una gran verdad humana que ha resistido la prueba del tiempo. Mientras que Reed es, en no poca medida, el "chico" que siempre está por encima de los acontecimientos, ella por el contrario es la que hace "crecer" la historia, duda, evoluciona, polemiza, no se conforma, pregunta, rompe, prueba, viaja, y desarrolla su propio proyecto.
Louise representa también una revolución, la feminista, y lo hace desde el plano más inmediato, el de las sufragistas (al que Emma Goldman descalifica desde su ferviente antiinstitucionalismo ácrata), y rompe con su medio en la lucha por disponer de su propio cuerpo y sus propios sueños; es una suerte de Madame Bovary que se realiza en unos acontecimientos que la superan. Quizás porque su historia es más "pequeña", la película registra con mayor detalle cada paso en su evolución, de manera que comienza con su rechazo a un "buen matrimonio" y acaba enterrando a Reed. Sin pretender ninguna comparación con las crónicas de Reed, el testimonio de Bryan sobre el papel de las mujeres en la revolución de febrero merecería una mayor consideración. Este aspecto, el papel de las mujeres en el curso de la revolución, raramente ha sido registrado, fueron ellas las que comenzaron las jornadas de febrero y seguramente las que más padecieron el creciente peso de la burocracia, sin olvidar un detalle sobre el que algunos bolchevique críticos (Lenin y Trotsky sin ir más lejos), llamaron la atención: muchos obreros comunistas eran unos déspotas en sus casas.
En los momentos claves, Louise demuestra su integridad, como cuando responde desafiante a las preguntas de un congresista reaccionario. Louise no es pues, un personaje de toda una pieza, sufre contradicciones. Como las que la llevan a dejar a Jack al escuchar que éste le ha sido infiel, lo que responde plenamente a los hechos. Era mucho más frágil que Reed, no obstante su duro trayecto en busca de su compañero tiene todos los componentes de un viaje épico, aunque este hecho no responde estrictamente a la verdad histórica, y Rosenstone detalla diversos errores, como la emotiva escena del encuentro, cuando llega el tren asediado de Bakú, algo que nunca ocurrió; sin embargo este tipo de detalles no deforman la realidad de su relación, sólo pretenden hacerla más cinematográfica. Se puede afirmar que Reds gana enteros cuando Diane Keaton aparece, sobre todo porque es a través de ella que se establece claramente el propósito más reconocible de la película, se vuelve a anudar el hilo para un espectador más bien extraviado en unas vicisitudes que es más que posible que no conozca, y que no se le explican adecuadamente.
Feminista convencida, partidaria del amor libre, del control de la natalidad, del sufragio universal femenino, y claramente socialista, Louise, procedente de una baja extracción social, "creció" al compás de Reed en una relación en la que ella lo apostó todo. Quizás esto explique que después de la muerte de éste, su vida siguiera un curso errático, y falleciera tras un accidente de automóvil en París en la mitad de los años treinta, después de un tormentoso matrimonio con el millonario Willian Bullit, que sería embajador norteamericano en Moscú.
Arruinada físicamente por el alcoholismo y las drogas, Louise realizó su último trabajo periodístico con una entrevista concedida como una deferencia especial por un viejo conocido, León Trotsky, entonces exiliado en Francia con restricciones muy drásticas. No deja de resultar curioso que muchos denostadores izquierdistas de Reds no tomaran apenas en cuenta sus implicaciones feministas y que, como en el caso de Marc Ferro, reprocharan a Warren Beatty la excesiva importancia de Louise y del feminismo cuando lo realmente importante entonces en los Estados Unidos era la emigración, una temática sin duda apasionante pero que difícilmente se podía enfocar desde una aproximación a la vida de John Reed, y que por lo demás, no resulta para nada contradictoria con un feminismo que latía intensamente, al menos entre las vanguardias.
El hecho es que la relación de Reed con Louise es un capítulo central en su vida, y así se ofrece constancia en una película que ve la historia desde otros tiempos.
Después de varias relaciones amorosas más o menos serias, Reed conoció a Louise Bryant. El impacto que ésta le causó se refleja en esta emocionada nota escrita pocos días después de su primer contacto: "La presente va para decir, en lo principal, que me he enamorado de nuevo, y que creo haber hallado por fin a la mujer de mi vida. Ninguna certeza al respecto, desde luego. Ella no quiere. Es dos años menor que yo, indómita y recta, valiente, bella y graciosa a la vista. Amante de toda aventura del espíritu y la mente, realista con un precioso desdén del estatismo y la fijeza. Rehúsa atarse y atar (. . .) trabajó en publicidad, tuvo éxito, lo dejó en la cresta de la ola; estuvo cinco años en un diario, tuvo gran éxito, lo dejó al madurar y querer algo mejor, y en este vacío espiritual, este suelo no fertilizado, ha crecido (no me imagino cómo) para ser una artista, una individualista rampante y gozosa, una poeta y una revolucionaria".
Esta mujer excepcional fue primordial en los años siguientes para Reed. Reed no exageraba mucho en su descripción, aunque había nacido en 1885, cuatro años antes de lo que le dijo a él. Bella e independiente, voluntariosa y amante de la vida, del arte, la bohemia y la revolución, difícilmente podría encontrar Reed alguien más parecido a él mismo. Aunque contó con mucha fantasía sus orígenes, se sabe que su padre fue periodista y murió poco tiempo después de nacer ella. Su madre, se casó con Sheridan Bryant, un revisor ferroviario que le dio su apellido, y con ambos pasó Louise su niñez en Wadsworth, Nevada. Tras escaparse una primera vez de su casa, asistió a la universidad estatal de Reno y más tarde se inscribió en la de Oregón. Pronto destacó por su actitud feminista. Trabajó en varios diarios y a fines de 1909 se fugó con Paul A. Trullinger, un "dentista próspero" y miembro de una rica familia de pioneros. Pero el matrimonio burgués no era lo suyo y, a pesar del talante liberal de su marido, se separó de él y se trasladó a Greenwich Village, donde gracias a su inquebrantable voluntad pudo trabajar para la revista de izquierdas The Masses. También colaboró en la revista anarquista Bias, de Alexander Berkman.
Se enamoró también de John ("¡Qué hombre maravilloso! -dijo--. Sé que en ninguna parte existe otra alma tan libre, tan exquisita y tan fuerte"), y vivió con él un desigual pero intenso romance. Mujer libre, muy por encima de lo que como tal se entendía en aquella época, Louise mantuvo relaciones con otros hombres -el dramaturgo Eugene O' Neil, que interpreta Jack Nicholson en el film, fue el más conocido--, pero siempre volvió con Reed.
Situado en contra de la corriente patriotera, Reed tuvo que enfrentarse con un contexto hostil y difícil, hasta su madre le recriminó agriamente su actitud, que él no abandonó. Afirmó una y otra vez que aquella no era su guerra, que de ser enrolado -no fue por su enfermedad del riñón- no pelearía, porque para él esta guerra "significa una fea locura de chusma que crucifica a quienes dicen verdades, asfixia a los artistas, relega a la reforma, las revoluciones y el funcionamiento de las fuerzas sociales. En Estados Unidos, los ciudadanos que se oponen a la entrada de su país en la rebatiña europea son ya motejados de traidores ya los que protestan contra la restricción de nuestros magros derechos de libre expresión se les llama lunáticos peligrosos (. . .) Durante muchos años, este país va a ser la peor morada para los hombres libres". Todo ello no dejaba de presionarle e invitarle a un abandono que deseó en algún momento, pero que jamás tomó en serio. La situación parecía no tener salida y se planteó que tenía que encontrarse a sí mismo otra vez. "Algunos hombres", escribió, "parecen fijar su dirección en un principio, crecer de forma natural y con pocos cambios hasta llegar a lo que van a ser. Yo no tengo idea de lo que haré dentro de unos meses. Siempre que he querido llegar a ser una sola cosa he fracasado; únicamente dejándome llevar por el viento me he encontrado, para lanzarme con alegría a un nuevo papel".
Es el momento de mirar hacia atrás para plantearse una nueva perspectiva. Comienza, en la primavera de 1917, a escribir una autobiografía que quedará inconclusa. Titulada Casi treinta años, establece el siguiente balance de su vida:
"Tengo veintinueve años y sé que éste es el fin de una parte de mi vida, el fin de la juventud. A veces me parece que con él termina también la juventud del mundo; ciertamente la gran guerra nos ha hecho algo a todos. Pero es asimismo el principio de una nueva fase de la vida y el mundo en que vivimos está tan lleno de raudo cambio, color y sentido que apenas puedo evitar imaginarme las espléndidas y terribles posibilidades del tiempo por venir. Durante los últimos diez años he recorrido la tierra de un lado a otro empapándome de experiencia, lucha y amor, viendo y oyendo, probando cosas. He viajado por toda Europa, ya las fronteras de Oriente, a México, empeñado en aventuras, viendo hombres inmolados y quebrantados, victoriosos y risueños, hombres con visiones y hombres con sentido del humor. He mirado a la civilización cambiar y ensañarse, endulzarse a lo largo de mi vida, y he tratado de ayudar; y la he visto marchitarse y desmoronarse en el rojo estallido de la guerra (...) Aún no estoy del todo harto de mirar, pero llegaré a estarlo, eso lo sé. Mi vida futura no será lo que ha sido, y por ello quiero detenerme un minuto, y ver hacia atrás, orientarme." Las noticias de la revolución rusa llegan en este preciso momento de la vida de Reed, que ve, por decirlo así, el cielo abierto. En un primer momento recibió con desconfianza las informaciones sobre la revolución de febrero, porque creyó que podía favorecer los planes de Wilson y compañía para involucra; aún más a Rusia en el esfuerzo de guerra, pero pronto comprendió que el curso de la revolución se dirigía a otra parte y no lo dudó más. Superó con dificultades los problemas administrativos y consiguió los medios económicos necesarios que, paradójicamente, fueron en parte facilitados por una millonaria. Estuvo en Rusia entre septiembre de 1917 y febrero de 1918 viviendo, en el sentido pleno de la palabra, en el corazón de los acontecimientos. Sin perderse acto y mitin importante, escuchando a unos ya otros, hablando con todos, Reed fue anotando sus impresiones en un cuaderno y más tarde pudo escribir su obra cumbre, Diez días que estremecieron al mundo, una auténtica obra maestra del periodismo revolucionario. Es interesante al respecto lo que cuenta Angélica Balabanova en sus recuerdos:
"Me quedé algo extrañada y escéptica cuando [Reed] me dijo que había escrito un libro sobre la revolución y que lo tendría listo en unos días. Yo me preguntaba cómo podía un extranjero, con conocimientos rudimentarios de Rusia, escribir un relato correcto de semejante acontecimiento. Pero leídos los primeros capítulos de Diez días que estremecieron al mundo, comprendí hasta qué punto la intuición y el talento creador de John Reed, su apasionado amor por las masas, le habían permitido comprender, captar, el significado de los acontecimientos rusos. El libro sería publicado con un prólogo de Lenin y durante algún tiempo fue manual escolar en Rusia.
El pensamiento de Reed evolucionó con el extraordinario espectáculo de masas, distingue entre los primeros tiempos del régimen democrático, donde "tanto la situación interior del país como la capacidad combativa de su ejército mejoró indudablemente, pese a la confusión propia de una gran revolución, que había dado inesperadamente la libertad a los ciento sesenta millones que formaban el pueblo más oprimido del mundo. No obstante, 'la luna de miel' duró poco.
Aunque no pudo derrotar a la revolución por lo militar, el imperialismo consiguió hacerle la vida casi imposible a la joven y semidestruida república soviética. Lo consiguió sobre todo impidiendo –con el apoyo de la socialdemocracia- que otra revolución –como la alemana- el pavoroso horizonte económico nacional ruso. Reed y Louise ya tomaron parte inicialmente en este debate, y su la posición de ambos fue rotunda: a pesar de todos los pesares, de todos los problemas y abusos, había que darle una oportunidad a una revolución que había hecho todo el pueblo, incluyendo muy especialmente las mujeres. Las mimas que luego se encontraron con que el camarada marido podía ser un maltratador y con un Estado burocrático que las obligada a ser el segundo sexo.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
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