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martes, junio 25, 2013
El colonialismo en el mundo actual
Palabras pronunciadas en la sede de la Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina (OSPAAAL) en la presentación del número 176 de la revista Tricontinental, dedicada al tema del colonialismo
La mayor parte de este número está dedicada a un tema de enorme importancia actual: el colonialismo. La nota inicial, “Al lector”, que es de una calidad singular, expone lo esencial en cuanto a las colonias que existen en el mundo actual, su distribución geográfica y las funciones que desempeñan para los poderes coloniales. Destaca los casos de Palestina, Puerto Rico, Sahara Occidental y Malvinas, por la atención internacional que reciben. Y explica muy bien y de manera sintética el contenido del número.
He tenido la satisfacción de revisar con cuidado los artículos, lo que me permitió constatar los valores de cada uno y del conjunto que forman, un número 176 que está a la altura de la tradición de esta revista, combatiente y hermosa, hija consecuente e intransigente de aquellos trabajos y aquellos ideales que reunieron en La Habana hace casi cuarenta y siete años a representantes de los luchadores de nuestro mundo, el que los enemigos de la Humanidad habían oprimido, expoliado y aplastado siempre, y al que en aquellos años los medios de comunicación le habían dado el tercer lugar en una clasificación de tres.
Estimo que hay dos procedimientos igualmente válidos en estas presentaciones: describir y comentar cada uno de los textos de la publicación; o hacer comentarios referidos al asunto principal que ha sido abordado y expuesto a lo largo del número. Inspirado por esos textos, escojo la segunda fórmula para estas palabras, por lo que acabo de decir y porque los presentes tendrán a su alcance de inmediato la revista. Añado solamente una cálida felicitación a los aspectos formales del número, que le aportan gran belleza y capacidad comunicativa.
El colonialismo ha sido la forma fundamental y decisiva de la universalización de las relaciones mercantiles, de la individualización de las personas y la oposición de todos contra todos –forzada por el poder del dinero y por las violencias del poder–, de la homogeneización de los patrones de consumo y la generalización de determinadas relaciones sociales fundamentales y sus valores correspondientes, a escala planetaria. En dos palabras, ha sido la forma principal de universalización del capitalismo. En el caso del continente americano, es en estos años que se está cumpliendo realmente el llamado Quinto Centenario, que en su momento fue tan publicitado y manipulado como rechazado, y no en aquellas fechas de 1492 en que un explorador llegó a unas islas del Caribe. Aquel fue el inicio de un colosal genocidio, de un gigantesco ecocidio, de la destrucción de culturas maravillosas, condicionante de la elaboración material e ideal de una civilización egoísta, explotadora, criminal, excluyente, racista y depredadora, que le impuso al planeta entero su título pretencioso de modernidad.
José Martí, el primer gran pensador anticolonial que comprendió el imperialismo, escribió en 1884: “¡Robaron los conquistadores una página al universo!”. Pero no olvidemos nunca que desde el inicio se trataba de un negocio, el más despiadado y abarcador, el más opuesto al bienestar, la dignidad y el despliegue de la condición humana y la convivencia social que se ha inventado: el capitalismo. El jefe de los conquistadores de las sociedades existentes en el actual México, que eran superiores a ellos en muchos aspectos, le había escrito en 1524 a su emperador pidiéndole que ordenara la detención del saqueo indiscriminado y que se comenzara la colonización del país.
Los años que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial fueron los de la independencia para la gran mayoría de las colonias que existían en África y Asia. Varios factores principales concurrieron en aquellos eventos históricos. Un nuevo orden capitalista de posguerra, en el cual predominó abiertamente Estados Unidos, que tenía dentro de su estrategia mundial la disolución del dominio colonial europeo y que actuó en consecuencia. Una Europa colonialista, que aunque ya carecía de poder suficiente para alternar con Estados Unidos, pudo lanzarse a una rápida reconstrucción y ampliación económica; establecer relaciones de tipo neocolonial con sus antiguas posesiones podía serle muy provechoso en esa hora de reubicarse. Pero hay que recordar que no por eso propiciaron las independencias. Siglo y medio después de la Revolución francesa no querían aceptar la autodeterminación de los pueblos. Los mismos colonialistas que aprobaron en 1952 un plan para conceder autogestiones o independencias después de 1972 ejecutaron matanzas terribles y represiones por doquier, y pusieron obstáculos de todo tipo a los procesos de independencia de las colonias.
Pero no pudieron evitar aquellos procesos. Lo que sucedió fue que los pueblos protagonizaron el ocaso efectivo del colonialismo. Por todas partes se movilizaron, se organizaron, presionaron, negociaron o exigieron la independencia, en muchos países como culminación de procesos políticos y sociales nacionalistas previos. En numerosos lugares se combatió con las armas en la mano a los colonialistas. El triunfo de la Revolución china en 1949 y las revoluciones victoriosas de Vietnam y Argelia fueron jalones muy importantes de un avance extraordinario de la cultura mundial: la conversión de la independencia en liberación nacional. Activistas y pueblos muy diferentes y que estaban en situaciones muy disímiles se aproximaron, motivados por la afinidad de sus problemas, la identidad de sus enemigos y la necesidad de aumentar sus fuerzas y auxiliarse. La Conferencia de Solidaridad Afroasiática de Bandung en 1955, la fundación del Movimiento de los Países No Alineados en 1961 y la Conferencia Tricontinental de 1966 fueron hitos de un movimiento internacional cuyo logro principal estuvo en formarse y desarrollarse fuera y lejos de la égida de los imperialistas, en ser una forma más de las identidades que reclamaban su lugar en el mundo.
Las nuevas realidades autóctonas de África, Asia y América Latina y el Caribe tenían que enfrentarse al mismo tiempo con el imperialismo y con la búsqueda de la justicia social, con el “subdesarrollo” –mal nombre dado al lugar en que fueron puestos dentro del sistema mundial capitalista–, con la mentalidad colonizada -la herencia maldita del colonialismo–, con la necesidad de modernizaciones y la de hacer la crítica del signo burgués de la modernidad. A diferencia de la primera ola revolucionaria del siglo XX, que tuvo su centro en Europa, una segunda ola revolucionaria que recorría el planeta en los años sesenta-setenta tenía su centro en ese mundo tercero.
Aquellos eventos cambiaron el mapa del mundo y la composición y el manejo de las relaciones internacionales, e hicieron grandes aportes a la cultura de los pueblos, al convertir lo que hubiera sido un paso de avance o una coincidencia de intereses diferentes en unos procesos políticos, sociales, económicos y de pensamiento que tuvieron un alcance extraordinario. Pero en las últimas décadas hemos padecido una transformación hipercentralizadora y parasitaria del imperialismo, reforzado por un período de grave disminución de las luchas de clases y de liberación. El capitalismo actual está librando una formidable guerra cultural a escala universal, mediante la cual pretende compensar la desaparición de su gran promesa abstracta de progreso, desarrollo y buen gobierno; ocultar la pérdida de los rasgos de competencia, iniciativa y libertades económicas, y un campo y seguridad para sectores medios, que poseía su régimen; forzar a aceptar el despojo que se ha hecho en tantos países de la mayoría de las conquistas sociales y políticas logradas durante el pasado siglo; y prevenir o desmontar todas las resistencias y protestas.
Esta guerra cultural se propone que todos en todas partes acepten el orden que impone el capitalismo como la única manera en que es posible vivir la vida cotidiana, la vida ciudadana y las relaciones internacionales. Uno de sus objetivos cardinales es que olvidemos la gran herencia que nos brinda precisamente la acumulación cultural constituida por la historia horrorosa del colonialismo y la historia de las resistencias y las rebeldías de los pueblos. Reprimidos o tolerados, aplaudidos o condenados por ser diferentes, pero siempre explotados, discriminados y avasallados, pretenden que renunciemos al pasado y el futuro y asumamos una homogeneización de conductas, ideas, gustos y sentimientos dictada por ellos
La guerra del lenguaje forma parte de esa contienda. Como bien apunta WilmaReverón, llamar a los colonialistas actuales “potencias administradoras”, y a las colonias “territorios no autónomos” o “en fideicomiso” es un escamoteo de la realidad. Existe toda una lengua para lograr que las mayorías piensen como conviene a los dominadores o, en muchos casos, que no piensen. El principio de soberanía nacional ha sido sumamente debilitado en el mundo actual, pero esto es ocultado mediante expresiones como “lucha contra el terrorismo”, “intervención humanitaria”, “tratados de libre comercio”, “defensa de los derechos humanos”, “países fracasados” y otras. En el siglo XXI, los imperialistas vuelven a ocupar militarmente países, pero a los ocupantes se les llama de cualquier manera menos invasores. Tratan de convertir en naturales las relaciones de vasallaje, el intervencionismo, el pago de tributos, el saqueo de los recursos. Lo que pretenden, en general, es desinformar, confundir, manipular, crear una opinión pública obediente –y, si es posible, entusiasta en su obediencia–, y convertir a las personas en público. Danny Glover denuncia ese trabajo imperialista en un párrafo muy esclarecedor de su entrevista acerca de los Cinco.
La generalización del neocolonialismo como forma de dominación imperialista en su expansión mundial a mediados del siglo XX fue un indicador de madurez del capitalismo como formación social: el funcionamiento mismo de su modo de producción se convertía en su principal mecanismo de explotación y de obtención de ganancias procedentes de los países subalternos, aunque ventajas extraeconómicas y medios políticos, militares e ideológicos siguieran desempeñando papeles importantes en la relación neocolonial. Al mismo tiempo, esa relación marcaba los límites de aquella dominación. El país neocolonizado debía ser independiente y poseer soberanía nacional, aunque en la práctica lo fuera con limitaciones; disponer de grados relativamente notables de desarrollo de su formación social nacional; tener instituciones, intereses, representaciones y proyectos, capaces de ser integrados en la hegemonía de su clase dominante-dominada nativa, que los proclamaba como los nacionales, o de ser lugar de reclamaciones, conflictos y elaboraciones de sectores más o menos opuestos a ellas que también se reclamaban como nacionales.
Ese neocolonialismo formaba parte entonces de una época de muy agudas pugnas entre conservatismos y reformismos, entre revoluciones de liberación nacional y socialistas y contrarrevoluciones, entre modificaciones de muchos tipos de las estructuras y funciones del capitalismo a escala mundial, que negociaban o chocaban con estrategias, esfuerzos y proyectos de desarrollo nacional más o menos autónomo de numerosos países del llamado Tercer Mundo. El desarrollo, las políticas sociales a favor de mayorías, el socialismo, el nacionalismo de clases dominantes, la democratización de las formas de gobierno y otras dinámicas estaban a la orden del día, y el movimiento y la discusión de ideas acerca de todos estos temas era muy fuerte y constante.
En 1981, la revista Tricontinental reprodujo en sus números 74 y 75 mi ensayo “Neocolonialismo e imperialismo. Las relaciones neocolonialistas de Europa en África”. Ayer lo revisé, sobre todo el acápite en que trataba la relación en su aspecto conceptual, y se me hizo claro que aquella situación ha cambiado mucho, y que ha sido sobre todo en perjuicio de los pueblos y países de la mayor parte del planeta. El neocolonialismo se ha deteriorado en cuanto a sus aspectos menos negativos, y lo mismo ha sucedido con la forma de gobierno democrática que se generalizó en la esa época. Estas dos instituciones notables de la segunda mitad del siglo pasado se han ido vaciando de su contenido, y en el nuevo siglo el retroceso se ha hecho evidente.
Siguen existiendo colonias remanentes de la época en que esa era la relación principal de dominación, y debemos seguir combatiendo hasta lograr que dejen de serlo, pero cada vez están menos solas. En la práctica, la recolonización selectiva es una de las características actuales del imperialismo, que escoge las regiones y países que considera apropiados para saquear sus recursos naturales, esquilmar su fuerza de trabajo, cobrar tributos, obtener ganancias directas y establecer posiciones militares. Las demás áreas del que fue Tercer Mundo son abandonadas a una suerte de miseria y exclusión. Los imperialistas operan con impunidad, por eso ocupan militarmente países, alardean de sus asesinatos mediante drones, sus esbirros toman presos a ciudadanos de otras naciones y sus jueces ordenan a otros países que paguen lo que ellos dispongan a partir de litigios privados.
Aparte de otros defectos, tengo que revisar aquel ensayo para que los conceptos de colonialismo y neocolonialismo que exponen puedan seguir siendo útiles, y los análisis acerca de su alcance y sus procedimientos se enriquezcan o cambien sus resultados a partir de los nuevos datos. Considero necesario que todos los que analizamos estas cuestiones cruciales del mundo actual trabajemos con los eventos y los procesos que están en curso y las tendencias que puedan deducirse de ellos, pero sin limitarnos a ellos, en busca de un pensamiento crítico que llegue a aportarnos conceptos e interpretaciones de las características fundamentales del sistema que oprime a los pueblos y amenaza al planeta, de las claves de su funcionamiento y los rasgos y las reglas de sus modos de operar. Y que nos aporte, a la vez, conocimientos ciertos y crecientes acerca de los pueblos dominados y de nuestro propio campo; de los modos como se reformulan el consenso, la indiferencia o la resignación de los abajo, y no solo sus protestas y resistencias; de las raíces de nuestras insuficiencias, divisiones y debilidades.
En los años recientes se han levantando en diferentes lugares del mundo acciones y banderas de rebeldía, sentimientos profundos de inconformidad y esperanzas de que pueda pretenderse un mundo y una vida nuevos. La región de América Latina y el Caribe está en la vanguardia entre estos movimientos. Al enfrentar las tareas ciclópeas que esto demanda y los desafíos casi insondables que pone ante nosotros, se hace clara la necesidad de ideas, elaboraciones intelectuales, divulgaciones, debates, capacidad de influir, hacer conciencia, sumar, aprender de los demás, conducir. La nueva vida y el mundo nuevo solo nacerán y serán fuertes a partir actividades intencionales, organizadas y concientes. A nuestro favor tenemos una acumulación cultural excepcional, herencia yacente que hay que aprovechar y superar. Los trabajos como este que presentamos hoy son modestos pasos en el largo camino, pero son los que nos llevarán a vencer al colonialismo actual y a sus padres.
Ojalá que este número de Tricontinental trascienda la lectura por especialistas, pueda llegar a profesores y comunicadores y los induzca a ofrecerle a nuestra población informaciones y criterios que tanta falta nos hacen, para que los problemas, las tareas y la cultura de nuestro mundo, el mundo tricontinental, ocupen un espacio mayor y más calificado en nuestro país. La OSPAAAL y su revista Tricontinental tienen una historia que nos invita a recuperar un legado de luchas y de ideas, pero nos ofrecen sobre todo una lección para el futuro, para el camino indispensable que debemos recorrer. Es obvia la necesidad de unirnos y avanzar juntos, en este momento histórico en que está en marcha la recolonización selectiva del mundo y el imperialismo norteamericano intenta convertirse en el imperio mundial, pero, al mismo tiempo, los seres humanos y los pueblos vuelven a actuar y a representarse la liberación de todas las dominaciones y la creación de nuevas relaciones entre las personas y con la naturaleza, y nuevas instituciones que estén realmente al servicio de todos y permitan el despliegue de todos. Termino con mis palabras en otra publicación cubana, con motivo del 45º aniversario de aquel congreso celebrado en La Habana: este tiene que ser, entre otras cosas, otra vez el tiempo de la Tricontinental.
Fernando Martínez Heredia
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