viernes, junio 28, 2013

Maurice Nadeu, una página en la historia del surrealismo (y del trotskismo)



Acaba de fallecer Maurice Nadeau (París, 1911-2013), militante revolucionario, historiador, editor, crítico literario, divulgador, alguien fiel a los de abajo en tiempos de intelectuales comprados.
Exceptuando la brillante nota de Iñaki Undaribia en Kaos, la muerte de Nadeau no ha suscitado apenas comentarios en la prensa establecida ni entre la izquierda en general. Apenas algunas notas de agencia, cuatro cosas de las que ya se dicen en Wikipedia, sin embargo, la biografía de Nadeau da para mucho más, tanto por el alcance y variedad de sus aportaciones como por la coherencia de su trayectoria .
Huérfano de guerra, ingresó en la Escuela Normal Superior (Francia), donde se inició en la militancia revolucionaria en 1930. Primero en el Partido Comunista Francés, hasta que expulsado del partido en 1932 por defender la línea de frente único contra el fascismo, o sea, en una época en la que el estalinismo rampante señalada que la socialdemocracia era “el enemigo principal”. Lee entonces a Lenin y a León Trotski en la línea que lo habían hecho Bretón y los surrealistas o sea, a través del Lenin que escribió Trotsky, de la que existe una edición virtual en La cosecha Anticapitalista. Se ubica pues en una franja en la que el surrealismo y lo el aparato estalinista llama trotskismo. Se le encuentra en la Ligue Communiste de France, que lideraba Pierre Naville, del que fue amigo y camarada siempre. Naville es el principal eslabón que unirá a Bretón con Trotsky. Durante esos años, conoce y se relaciona con Louis Aragon, André Breton, Jacques Prévert, Benjamin Péret, otro trotskista que tal, voluntario en la guerra española en las filas del POUM y uno de los poetas más libre y osados de la corriente surrealista.
Después de ser nombrado profesor de letras en 1936, dio clases hasta 1945; también fue uno de los participantes de la FIARI, Federación Internacional de Artistas Revolucionarios e Independientes que tiene como programa el Manifiesto por un Arte Revolucionario e Independiente (sobre el que existe una edición ampliada de el Viejo Topo), que firman Bretón y Diego Rivera, aunque los redactores son el primero y el León Trotsky más libertario. Es también una de las firmas de la revista Clé, órgano de la Federación que acabará disuelta tras la ocupación nazi de Francia, entre otras cosas, la revista denuncia el internamiento de republicanos españoles durante la guerra. De haber sido español, Nadeau habría sido asesinado por la soldadesca franquista o habría tenido que sobrevivir en el exilio (interior o exterior).
Nadeau retomó su actividad docente bajo la ocupación nazi y se implica en actividades políticas clandestinas del trotskismo. La esposa de su camarada y amigo, David Rousset, autor de El universo concentrionario, lo ayudó a escapar de la deportación. Esta primera parte de su vida culmina con la publicación, en 1945, de Histoire du surréalisme, que fue fielmente vertida al castellano por Juan-Ramón Capella (Ariel, Barcelona, 1972), con un dibujo del surrealista 8y camarada) Max Ernst como portada. Esta obra marcó todas las historias ulteriores y revela las bases de las propias convicciones de Nadeau.
Después de una liberación que no ofreció lo que prometía, Maurice entra como crítico en el periódico de la Resistencia Combat dirigido por Albert Camus, con el que igualmente mantiene una fructífera relación. Fue el responsable de la sección literaria durante siete años y desde esta plataforma dará a conocer a autores como Georges Bataille (otro viejo trotsko de los años treinta), René Char, Henri Michaux, Claude Simon, Henry Miller, e inicia la edición de las obras del Marqués de Sade, una de las claves del imaginario surrealista. Sus contemporáneos se extrañaron cuando defendió a Louis-Ferdinand Céline, obviamente por su obra literaria y por la hipocresía que suponía ocultar las complicidades con el ocupante de la Francia burguesa y reaccionaria.
Su firma aparece en algunos de los documentos más lúcidos y valientes de los cincuenta, lo encontramos en un manifiesto de denuncia de la ocupación soviética de la Hungría de los consejos obreros de 1956, en actos en memoria de Andreu Nin, pero sobre todo en el Manifiesto de los 121, al lado de inte­lectuales como Adamov, Simone de Beauvoir, André Bretón, Marguerite Duras, Daniel Guérin, Henri Lefebvre, Michael Leiris, Mascólo, François Maspero, André Masson, H. Parmelin, Pignon, Alain Resnais, Alain Robbe-Grillet, Romain Rolland, Alfred Rosmer, Roy, Nathalie Sarraute, Jean Paul Sartre, Claude Simón, entre otros y otras. La presencia de personajes ligados al surrealismo y a la tradición trotskista francesa, es notable. También aparece la firma de Jean-François Revel, que década más tarde resurgirá como uno de los “mandarines” de la deriva neoliberal, del corrupto que se vende al Gran dinero para acusar desde el altar del “pensamiento único”, toda crítica al capitalismo, justo todo lo contrario de lo que acabaría haciendo Nadeau, que nunca olvidó sus deberes con los oprimidos.
Durante esta época, Nadeau inicia un largo período editorial en distintas editoriales y periódicos, entre otros en el Mercure de France, Le Nouvel Observateur o "L’Express". Durante las jornadas de mayo del 68, fue de los primeros junto a Jean-Paul Sartre o Dionys Mascolo, Robert Antelme, Marguerite Duras, en ocupar La Sorbona para dejar constancia de sus incondicional apoyo a los estudiantes en lucha. En 1977 funda su propia editorial: Les Lettres nouvelles, con la que publica la primera novela de Michel Houellebecq, "Ampliación del campo de batalla", las obras del futuro premio Nobel J.M. Coetzee, y de jóvenes autores como Soazig Aaron, Ling Xi o Yann Garvoz. Sobre su ingente labor editorial, se ha llegado a afirmar, que Maurice Nadeau era “el editor de lo imposible”. Sus libros respondían a meros criterios de calidad literaria, y los editados lo consideraban como un verdadero padre que cuidaba de ellos y de sus obras.
Maurice Nadeau aparte de un ensayo sobre la novela francesa después de la guerra (1964) y de una antología de la poesía francesa (1970-72), escribió también un potente libro de recuerdos, Una Vida en Literatura(2002). Esta obra tuvo una considerable incidencia en el guerra contra la ocupación neoliberal de los escenarios de la cultural consagrada en los medios franceses, incluyendo los que antaño habían simbolizado la conciencia crítica heredada de las Luces, de la tradición de Víctor Hugo y Emile Zola hasta llegar a la lucha a favor de la insumisión en Argelia y el mayo del 68. Nadeau fue presentado como un nostálgicos, un empecinado partidario de las causas perdidas, como alguien que no se había enterado que la historia ya había acabado y que, finalmente, los señores habían derrotado a los siervos en la lucha de clases.
Sería un pena que la muerte de alguien así pase desapercibida y que, una obra de la entidad de su Historia del surrealismo, siga descatalogada. Por eso, aunque sea con unos fragmentos breves, creo que no estará de más, dar a conocer algunos de sus fragmentos más brillantes.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

Cap. 4/3, La política del surrealismo.

«Nous avons proclamé depuis longtemps notre adhesión au matérialisme dialectique dont nous faisons nótres toutes les théses.»

André Bretón.

La política surrealista se había iniciado en 1931 con tres panfletos contra la Exposición colonial y con una participación activa en la Exposición anticolonial de los comunistas. Aragón y Eluard, en particular, se habían encargado con pleno éxito de la decoración de algunos stands. Tras la ruptura de Aragón con el grupo, las relaciones con el PCF se vuelven más tensas. Se recuerda, particularmente, la movilización masiva de los Congresos «Amsterdam-Pleyel», que, dirigida por Barbusse y Romain Rolland, debía hacer retroceder la guerra». Los surrealistas no tenían confianza en el pacifismo humanitario de estos dos hombres y, pretendiendo ser mejores dis­cípulos de Lenin que los propios comunistas, lanza­ron la famosa consigna: «Si queréis la paz, preparad la guerra civil» 1
Fue en este momento (finales de 1933) cuando Bretón, Eluard y Creveí fueron expulsados del Par­tido comunista: por atacar la nueva iniciativa comu­nista, por atribuírseles ser solidarios —y en efecto lo son— de un artículo de Ferdinand Alquié publica­do en el S.A.S.D.L.R. Este artículo denunciaba «el viento de cretinización que soplaba en la URSS:» a través de films como El Camino de la vida, en el que se exaltan valores conformistas (aunque fuera sólo el famoso amor al trabajo, bestia-negra de los surrea­listas). Crevel recuperaría el favor unos meses des­pués, hasta el punto de colaborar en Commune, el ór­gano de la A.E.A.R. Bretón y Éluard (éste durante al­gunos años) se separarán cada vez más del comu­nismo oficial, y se verán llevados a combatirlo.
Sus primeros hechos de armas como políticos se­parados de la influencia de la III Internacional co­mienzan en seguida.
1934 señala, recuérdese, la irrupción de las masas en la calle, la ruina provisional del parlamentarismo. Éste, desacreditado por los affaires Stavisky y Prince, enormes escándalos del régimen, logró sobrevivirse a sí mismo hasta la declaración de guerra. Parece que los campos enemigos quieran combatirse en lo suce­sivo fuera de su terreno ficticio, a pecho descubierto: el parlamento será la primera víctima del golpe de estado frustrado del 6 de febrero. Los fascistas y la reacción social, aunque no consiguen derribar efecti­vamente el régimen, muestran claramente que la so­lución se encuentra fuera del Parlamento. Y, cierta­mente, no es el Parlamento lo que defienden las ma­sas obreras en la huelga general que se produce a continuación... El «6 de.febrero» ha sido una seria advertencia para los revolucionarios. ¿Van a dejar, como en Italia y Alemania, que los defensores de la reacción política y social aparezcan como los únicos capaces de efectuar un cambio de régimen? ¿No de­ben recobrarse, uniendo sus fuerzas primero, y desta­car a continuación la necesidad inmediata del cam­bio radical que siempre han propugnado?
En medio de esta agitación dejan oír su voz los surrealistas. Naturalmente, están de parte de los re­volucionarios y ya el 10 de febrero lanzan un Llama­miento a la lucha. Solicitan la formación urgente de una unidad de acción extendida a todas las organiza­ciones obreras, la creación de un organismo «capaz de convertir esa unidad en una realidad y en un arma». Distan mucho de ser los únicos signatarios del llamamiento (por lo demás, parece que la iniciativa no fue exactamente suya) y unen en torno a él a gran "numero de intelectuales que más adelante engrosarán las filas del «Comitg de Vigilance des Intellectuels».2 El 18 de febrero aparece un nuevo panfleto, enviado a las mismas organizaciones, sobre el mismo tema y con un planteamiento exacto acerca de los medios de realizar esa «unidad de acción del proletariado». Los surrealistas, esta vez, se hallan en el meollo mismo de la lucha. Bretón no ha mentido cuando afirmaba que llegado el momento los surrealistas estarían en sus puestos.3 Algo después se suman al «Comité de Vigilance» firmando el Manifiesto del 25 de marzo de 1935, que condena todo intento de retorno a la “Union sacrée». Efectivamente: mientras tanto, se había producido un acontecimiento importante: la firma del pacto franco-soviético de ayuda en caso de guerra, señalado" por el viaje de Fierre Laval a Mos­cú, con la adhesión consiguiente de los comunistas franceses a la política exterior de su país.
Aparentemente, en el mismo plano del acercamien­to franco-soviético se organiza el «Congreso del os escritores para la defensa de la cultura». Los surrealistas, de la misma manera que habían denunciado el Congreso pacifista de «Amsterdam-Pleyel», pese a proclamar su voluntad de expresarse en él, ahora so­licitan participar en este Congreso, que debe reunir a los intelectuales avanzados de todos los países. Lla­man la atención de los organizadores respecto de dos hechos: en primer lugar, ellos no están incondicionalmente en favor de una “defensa de la cultura”, pues ésta no es otra cosa que la cultura burguesa, y tampoco quieren asistir a una reunión que sea un gran espectáculo en el que todo el mundo se limitará a proclamar su fe pacifista y antifascista. Es necesa­rio que no se renuncie al planteamiento y la discu­sión de las cuestiones litigiosas más importantes para darse el gusto de conseguir una unidad puramente verbal. La petición surrealista es rechazada. Se les mantiene al margen de las tareas de organización del Congreso, y no se les menciona como participantes en el mismo ni en los carteles ni en los programas; sólo uno de ellos podrá hacer uso de la palabra en su nombre. René Crevel insiste con mucha viveza ante sus amigos comunistas para que al menos se respete esta última cláusula. Al parecer, debido al suicidio de Crevel, por razones oscuras (pero que, como hemos visto, había fundamentado suficientemente), Éluard pudo leer ante el Congreso un texto escrito por Bre­tón, Pues np se le permitió leerlo al propio autor debido a unos incidentes que había tenido pocos días antes con un miembro de la delegación soviética.4 El recuerdo de esos incidentes y el temor de un sa­botaje a la reunión por parte de los surrealistas ha­bían puesto nerviosos a los asistentes. La lectura de Eluard se produjo en medio de un tumulto, y al día siguiente Barbusse escribió en L'Humanité que («Eluard se pronunció contra el pacto franco-soviético y contra una colaboración cultural entre Francia y i la URSS», deformando intencionadamente las pala­bras pronunciadas.
Bretón, sin embargo, no hacía más que prevenir a sus amigos revolucionarios contra la política de la burguesía francesa:
Si el acercamiento franco-soviético se impone, es el momento menos apropiado para alejarnos de nuestro sentido crítico; a nosotros nos corresponde vigilar muy de cerca las modalidades de este acerca­miento», decía. El público, aunque compuesto por intelectuales, permaneció insensible a los matices y no quiso ver en esas palabras más que un ataque contra la Unión Soviética. Las declaraciones de Bre­tón fueron acogidas fríamente cuando denunció una vez más la noción de patria, que en lo sucesivo ha­rían suya los comunistas. Se niega a seguirles en este nuevo terreno:
Por nuestra parte, nos negamos a reflejar tanto sen la literatura como en el arte la inversión ideológi­ca que se ha producido recientemente en el campo revolucionario de este período con el abandono de la consigna "transformación de la guerra imperialista en guerra civil"... Nosotros no trabajaremos para ahogar el pensamiento alemán... tan activo ayer, y del que sin duda estará hecho el pensamiento alemán revolucionario de mañana...
La intervención no se limita a unas consideracio­nes políticas: se extiende; al terreno del arte. Y seña­lemos ya desde aquí esta evolución del surrealismo: se considera como un movimiento cultural integrado por artistas vinculados a la revolución, convertidos en «compañeros de viaje» de ésta y que dejan la dirección del movimiento revolucionario en manos de los políticos. Con todo, Bretón dice:
«La obra de arte vive en la medida en que es ince­santemente recreadora de emoción, en que la sensibi­lidad cada vez más general encuentra en ella diaria­mente un alimento cada vez más necesario.
Los trastornos sociales no la afectan en la medida en que realiza un equilibrio perfecto entre lo ex­terior (la forma) y lo interior (el contenido manifies­to). En este caso único, Bretón se declara dispuesto a «defender la cultura». No hay que conservar las obras «clásicas» de que se ha dotado la sociedad bur­guesa, sino solamente las obras «anunciadoras» de Nerval, Baudelaire, Lautréamont, Jarry. Llevando más lejos su análisis, trata de distinguir entre el Courbet, demoledor de la Columna y el Courbet pintor, o a Rimbaud, que no ha pasado a la posteridad como “el joven francotirador de la revolución” sino porque fue ante todo “un revolucionario en poesía.5 Bretón se alza una vez más contra la concepción de un arte propagandístico o de circunstancias, en beneficio de un arte que lleve en sí mismo su fuerza revolucionaria, producto de hombres que sienten y piensan como revolucionarios.
Pero los congresistas ya han tomado posición; las declaraciones de Bretón, enunciadas por Eluard, no se toman en consideración. Así, en una publicación 6, en la que los surrealistas resumían las enseñanzas del Congreso, escribían a propósito de la creación de la «Association internationale pour la défense de la cul­ture» y su Comité de 112 miembros (designados bajo cuerda por los comunistas):
«Sólo podemos expresar nuestra desconfianza hacia ese Comité y esa asociación.»
Y, al mismo tiempo, declaran que no aceptarán sin control las consignas actuales de la Internacional Comunista, ni aprobarán, a priori las modalidades de su aplicación». Fi­nalmente, tras haber citado diversos ejemplos saca­dos de la prensa soviética, manifiestan su desconfian­za respecto del actual régimen de Rusia y de su jefe 7.
Se trata esta vez de la ruptura definitiva, declara­da, con el Partido comunista de la URSS, y su sección francesa. Pero no de la ruptura con la Revolución. Bretón así lo prueba al publicar ese mismo año Position politique du Surréalisme. Se revuelve contra el papel providencial que se lleva a desempeñar en todas partes a quienes han hecho la revolución en Rusia; a continuación, contra la actitud admirativa que, según los comunistas, habría de ser el único comportamiento de los revolucionarios "occidentales respecto de lo que ha ocurrido y ocurre en Rusia. Por una parte, dice Bretón, se fabrica un verdadero tabú, y, por otra, se niega la capacidad de rechazo, el único motor auténtico de la actividad revolucionaria. Bre­tón no quiere refugiarse en esa actitud, que según él es retrógrada; por el contrario, se aparta de ella para encontrar de nuevo la acción, necesaria e inmediata 9, y anuncia la unidad en la lucha de los intelectuales revolucionarios».
Los participantes de este movimiento se alzan con­tra las ideas de patria y nación, contra el capitalismo y sus instituciones políticas». Denuncian el Frente popular en formación, cuya fracaso prevén, por la sencilla razón de que trata de llegar al poder dentro del marco de las instituciones burguesas.
Al margen de estas negaciones, proclaman que su causa «es la de los obreros y de los campesinos», sin reconocer demagógicamente que la vida de éstos es «la única buena y auténticamente humana». La organización queda abierta a todos los revolucionarios, sean marxistas o no, que reconozcan como postulados lo siguiente:
«La evolución del capitalismo hacia una contradic­ción destructora; la socialización de los medios de producción como término del proceso histórico ac­tual; la lucha de clases como factor histórico y como fuente de valores morales esenciales».
Estas tomas de posición revelan una lucidez que se echará de menos en muchos de los participantes del Frente Popular. Los surrealistas y sus amigos es­tán obsesionados por la facilidad con que los fascistas han conseguido en diferentes países desorganizar a las fuerzas revolucionarias, derrotarlas y tomar el poder. Por ello proclaman la necesidad de romper con la táctica tradicional de los partidos obreros, y aplicar para el ataque contra el régimen actual «una, táctica renovada», basada en la comprobación de que los fascismos han sabido utilizarlas _armas políticas, «creadas por el movimiento obrero», y que no hay inconveniente alguno —todo lo contrario— en que los movimientos revolucionarios proletarios utilicen a su vez las armas creadas por los fascismos, en particular aspiración fundamental de los hombres a la exaltación afectiva y al fanatismo 10 De ello se sigue que, «sin reserva alguna, la Revolución debe ser entera­mente agresiva; sólo puede ser enteramente agresiva...».
El programa de Contre-Attaque, aunque mudo res­pecto de muchas cuestiones que no se resuelven sólo con fórmulas, se oponía a la corriente de resignación que parecía arrastrar a las masas hacia la servidum­bre fascista. La experiencia del Frente popular, reali­zada, según las propias palabras de su dirigente León Blum, para «evitar la Revolución», no podía menos que confirmar la posición política de estos intelec­tuales. Su movimiento abortó porque eran precisa­mente intelectuales, desarraigados del proletariado, sin contacto con las fuerzas vivas de la historia, mo­mentáneamente anonadadas e hipnotizadas por la proximidad de la guerra. Contre-Attaque, tras unos meses de vida vegetativa, fue a sumarse a los innume­rables planes cargadas de buenas intenciones de que está empedrado el camino de la emancipación revo­lucionaria.

-Notas

--1. En un panfleto titulado La mobilisation contre la guerre n'est pas la paix, y firmado por Bretón, Caillois, Char, Crevel, Eluard, Monneíot, Péret, Rosey, Tanguy y Thirion.
--2. Encontramos en él los nombres de los surrealistas y los de J. R. Bloch, Félicien Challaye, Louis Chavance, filie Faure, Ramón Fernández, Jean Guéhenno, Henri Jeanson, Fernand Léger, André Lhote, Maximilien Louis, Ándré Malraux, Marcel Martinet, Paul Signac, etc.
--3. En este momento les alerta de un Hecho de importancia secundaria: León Trotski se ve afectado por una orden de expulsión del gobierno francés, al que había solicitado asilo político tras haber sido expulsado de Rusia y luego de Turquía. Los surrealistas, en esta ocasión, se alzan para protestar contra esta medida y se honran saludando par­ticularmente al autor de una fórmula que es para ellos una razón permanente de vivir y de actuar: «El socialismo significará un salto desde el reino de la necesidad al reino de la libertad, y ello también en el sentido de que el hombre de hoy, lleno de contradicciones y carente de armonía, abrirá el camino a una estirpe humana más dichosa» (Texto del panfleto publicado en tal ocasión.
--4. Ilya Ehrenburg había tratado, al igual que Claudel, de «pederástica” la actividad surrealista. André Bretón, que por casualidad le había encontrado en la calle, le reprendió por ello
. –5. "Trasformar el mundo", dice Marx; "cambiar la vida", dice Rimbaud; para nosotros las dos consignas son una sola» (Bretón).
--6. Du temps que los surrealistas avaient raison (agosto, 1935)
--7. «Limitémonos a registrar el proceso de rápida regresión que quiere que, después de la patria, sea la familia la que salga indemne de la Revolución rusa agonizante. Ahí sólo falta restablecer la reli­gión — ¿por qué no?— y la propiedad privada para que se malogre una de las mayores conquistas del socialismo. Pese a provocar el furor de los turiferarios oficiales, nosotros preguntamos si se necesita un balance distinto para juzgar por sus obras a un régimen, que en este caso concreto es el actual régimen de la Rusia soviética, y al jefe todopoderoso en torno al cual este régimen se convierte en la negación misma de lo que debía ser y de lo que ha sido.
A este régimen y a este jefe sólo podemos expresarles formalmente nuestro desafío.»
--8«Por encima de las consideraciones que siguen, y a las que me ha conducido mi preocupación, de hace ya diez años, de conciliar el surrealismo como modo de creación de un mito colectivo con el mo­vimiento mucho más general de liberación del hombre que tiende ante todo a la modificación fundamental de la forma burguesa de propie­dad, el problema de la acción, de la acción inmediata a llevar a cabo, permanece enteramente en pie.»
--9. Cuyo Manifiesto, fechado el 7 de octubre de 1935, es firmado, además de por Bretón, Eluard, Pastoureau y Péret, por antiguos surrea­listas como Boiffard, por simpatizantes del surrealismo como Claude Cahun, y Maurice Heine; por intelectuales como el actor Roger Blin, P- Aimery, etc., y por el antiguo enemigo de Bretón, Georges Bataile, la clavija obrera del movimiento.
--10. «Lo que se apoderará del poder no será una insurrección amor­fa. Lo que hoy decidirá el destino social es ia creación de una amplia f composición de fuerzas, disciplinada, fanática, capaz de ejercer cuando < llegue el momento una autoridad despiadada...»

Maurice Nadeau: de Historia del surrealismo (1964)

El hombre no era prisionero solamente de la naturaleza y de sus conquistas sobre ella: también era el prisionero de sí mismo; había rodeado su espíritu de vendas que le asfixiaban poco a poco. ¡Fuera los silogismos, los corolarios, las causas y los efectos, las demostraciones matemáticas! ¡Abrid las puertas al sueño! ¡Paso al automatismo! Vamos a ver al hombre tal cual es; seremos hombres enteros, "desencadenados", liberados, atreviéndonos a tomar conciencia de nuestros deseos; y atreviéndonos a realizarlos. ¡Basta de oscuridad! Vamos a habitar todos la "casa de vidrio"; nos veremos tal y como somos, y así podrán vernos los demás.
[...] Los fundadores del surrealismo no lo consideran una nueva escuela artística, sino un medio de conocimiento, y de conocimiento, en particular, de continentes que hasta entonces no habían sido explorados sistemáticamente: lo inconsciente, lo maravilloso, el sueño, la locura, los estados de alucinación o, en una palabra, el reverso del decorado lógico. El objetivo sigue siendo la reconciliación de los dos ámbitos hasta entonces hostiles en el seno de una unidad: del hombre, primero, y luego de éste y el mundo. Acaso como reacción contra el anarquismo destructor de Dadá, se acentúa el carácter sistemático, científico y experimental de esta nueva empresa. La primera obra surrealista, Les Champs magnétiques (1921), escrita en colaboración por Breton y Soupalt, se presenta como una experiencia, en el sentido científico del término, y en absoluto como un nuevo fragmento de literatura de "vanguardia". Este procedimiento de conocimiento nuevo ignora las armas tradicionales del trabajo científico, y en especial el aparato lógico, para recurrir únicamente a los medios utilizados siempre por los poetas: la intuición y la inspiración, concretadas principalmente en imágenes.

[Maurice Nadeau, Historia del surrealismo (1964), Barcelona: Ariel, 1972, pp. 21 y 62.]

Ningún movimiento literario y artístico ha perdurado tanto, ni producido enconadas polémicas, ni obras de enjundia, ni nombres ya célebres en las letras y en la pintura como el surrealismo.
Escuela artística nacida en París -cuando los jóvenes intelectuales franceses del año 1920 recibieron de Tristan Tzara, el legado de la teoría Dadá- tuvo en la ciudad luz su apogeo y en ella conoció su declinación después de dar la vuelta al mundo de las literaturas y de la pintura. Allí florecieron nombres que llegarían a ser famosos: Aragon el novelista, Eluard el poeta, y Soupault, y Naville y Péret y el no menos famoso Salvador Dalí, que llevaría la teoría surrealista al terreno de la pintura, perdurando en ella como la expresión más avanzada de esta escuela y hoy uno de los grandes de la paleta.
Del surrealismo perduran obras que tienen ya una ubicación de primera línea en la historia de la literatura y en el pensamiento contemporáneo.
Este libro es la historia de este famoso movimiento desde sus comienzos, pasando por su apogeo y por sus momentos de escándalo. Obra que agota el tema, tiene el mérito de no ser un tratado para especialistas sino algo palpitante, en cuyas páginas vemos moverse a esa generación de escritores y artistas, cuyas inquietudes serían fértiles en consecuencias y en realizaciones.
Maurice Nadeau se propuso -como dice el prologuista- presentarnos un cuadro vivo, animado por grandes y pequeños episodios, de un documento cariñosamente estudiado y con el testimonio personal de sus protagonistas.
Lo ha logrado ampliamente, y en esta manera, Historia del Surrealismo es una obra que no podrá faltar en la biblioteca de ningún lector, cuyas inquietudes lo lleven a conocer todos los episodios y formas de la literatura universal.

Síntesis del capítulo ll: Los poetas en la guerra, del libro Historia del Surrealismo de Maurice Nadeau editado por Caronte Estética.

Tratando de explicar un poco el contexto que vivían los jóvenes específicamente los poetas, de la Primera Guerra Mundial es lógico pensar que si antes había existido un Rimbaud, un Nerval, un Baudelaire entre otros, ellos ya estaban muertos y la situación que antes habían vivido había sido diferente a la que en ese momento sucedía; las respuestas que ellos buscaban a las nuevas interrogantes que se planteaban no podían ser encontradas en la antigua poesía.
A los oídos de Bretón (y otros futuros escritores surrealistas) llegaban las nuevas tendencias de artistas que se proclamaban modernistas como Pablo Picasso, André Derain, George Braque, Henri Matisse, Max Jacob, especialmente Guillaume Apollinaire (que los elogiaba en su revista Les Soirees de Paris). No era de pensarse extraño que las palabras que Apollinaire publicó en su manifiesto titulado Espirit Noveau, seguro retumbaron en la mente de Bretón…
“El hablar sobre la exploración de la verdad en el plano étnico e imaginario; un nuevo espíritu que admitía las experiencias literarias, aun las más arriesgadas como las líricas, cuyas se preocupan por hacer búsquedas e investigaciones, sin preocuparse de darles necesariamente ese significado lírico”.1
¿A caso no era esto lo que pensaban en el fondo futuros surrealistas como Paul Eluard, Benjamin Peret, Louis Aragon, Phillipe Soupalt? Esto le valió a Apollinaire una especial consideración en aquellos que escritores que encontraron en la poesía un refugio.
Otro evento afectaría aún más la vida de Bretón. El encuentro con otro poeta en Nantes a principios de 1916, Jacques Vaché, y su controvertida manera de vivir comenzaría por intrigarlo. Atendido por una herida en la pantorrilla, la única manera en que se entretenía era dibujando postales y agregándoles particulares leyendas; Bretón pasaba algún tiempo visitándolo platicando sobre otros escritores. Vaché a veces paseaba por las calles de Nantes en uniforme de aviador o médico y al cruzarse con él parecía no reconocer a nadie, ni siquiera para saludar de mano; Bretón lo describe como u auténtico maestro en el arte de dar poca importancia a todo…
“Había terminado el primer acto y un oficial inglés alborotaba cerca del escenario: no podría ser otro que él. El escándalo de la representación lo había excitado grandemente. Entró en la sala empuñando un revólver y hablaba de descargarlo sobre el público.”
Diez años después Bretón declararía en el Segundo Manifiesto Surrealista que “el acto surrealista más simple consiste en empuñar los revólveres y descargarlos al azar sobre la multitud”. Esto es una muestra sencilla de la influencia profunda que Vaché ejerció sobre el joven surrealista.

--1Parafraseado del texto original escrito por Apollinaire, en el ya citado manifiesto.

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