jueves, febrero 06, 2014

1984: Treinta años después. El “Gran Hermano” está entre nosotros



El pasado 30-01-14, la FAN inició unas nuevas Jornadas sobre Orwell. Durante cinco jueves alternos y en el marco de la Biblioteca Andreu Nin, varios especialistas ofrecerán varias aproximaciones sobre un autor que sigue vigente, quizás más actual que nunca.

En los primeros tiempos de la segunda guerra mundial, Orwell veía que todavía existía la posibilidad y la necesidad de una alternativa socialista al final de la guerra aunque sólo fuera en Inglaterra. Si bien se había comprometido en el combate, nunca dudó de que se tratara de una confla­gración entre lo menos malo y lo peor. Las componendas que siguieron a la guerra confirmaron a Orwell en la idea de que para los vencedores ninguna razón superaba a la raison d' Etat, y que esto significaba lo peor. La imposi­ción del modelo soviético --para Orwell, un auténtico antimodelo- en los países del Este a la manera estalinista y, sobre todo, la nueva firma de la arrogancia norteame­ricana que había lanzado una bomba atómica sobre un pueblo de color, le convencieron de que el porvenir de la humanidad no podía ser más terrible.
Las derrotas sufridas por las revoluciones le llevaron a desconfiar de la posibilidad de una alternativa frente a los bloques, y sólo vio un mundo en el que los poderosos se imponían sobre sus «propias clases inferiores» y sobre los pueblos empobrecidos de las colonias. Los bloques eran distintos en sus bases sociales pero la situación les obligaba a utilizar medidas convergentes, por lo que en lo funda­mental eran iguales. Previó un mundo dominado por un «equilibrio del terror» en el que no es difícil descubrir algo de lo que vino después: "El miedo inspirado por la bomba atómica y por otras armas futuras será tan grande que todo el mundo deberá de vigilar para que no sean empleadas. Ésta me parece la peor de las posibilidades. Significaría la división del mundo entre dos o tres grandes super-Estados, incapaces de dominarse mutuamente e imposibles de transformar por revueltas internas. Según todas las probabilidades, tendrán una estructura jerárquica en cada Estado, la psicología general requerida será mantenida por una " ruptura completa con el mundo exterior, y por una guerra de ondas permanente contra los Estados rivales. Las civilizaciones de este tipo pueden mantenerse estáticas durante miles de años. (1)
En diferente medida, estas previsiones llenas de pesimismo y angustia iban cobrando cuerpo desde tiempo atrás, y no faltan entre los especialistas orwellianos quienes encuentran sus primeros rastros en el ambiente opresivo y jerárquico de St. Cyprien donde comprendió que no podía ser él mismo, tal como era, sino alguien que debía esconder sus inclinaciones más naturales. Pero estas previsiones empezaron a hacerse realidad a su regreso de España donde la actuación de los liberales, los socialdemócratas y, sobre todo, de los estalinistas, le llevó a creer que aunque el fascismo es el peor de los enemigos, sus opositores estaban asumiendo parte de sus tendencias totalitarias. Las prime­ras líneas que traslucen esta preocupación se encuentran ya en su novela Subir a por aire y en algunos de sus escritos pacifistas, anteriores a lo que podíamos llamar su giro patriótico-revolucionario.
Empero, su preocupación por el totalitarismo se inten­sificó al final de la guerra. En una carta escrita en 1943 decía que el desarrollo del totalitarismo y del culto al máximo jefe puede prolongarse a pesar de una victoria contra el Eje. Veía el síntoma de esa nueva enfermedad más allá del nazi-fascismo e incluso del estalinismo que lo habían llevado, de distinta manera y con diferentes contenidos, hasta sus últimas consecuencias. Era una tendencia general que se manifestaba por el expolio de las colonias, el agotamiento de las fuerzas productivas, la creciente autonomía de los poderes ejecutivos de Estados cada vez más fuertes, el desarrollo de las formas de control policiaco sobre los ciudadanos, la burocratización de los partidos y sindicatos, las claudicaciones de una intelli­gentzia que ocultaba su conservadurismo apoyando la conciliación social y la revolución cuando ésta había dejado de ser peligrosa…Es el fracaso- de la revolución que había soñado despierto durante los años de guerra.
Orwell interioriza, con esa sensibilidad hacia los signos del auge totalitario --término que entendía en un sentido mucho más amplio que el puramente antiestalinista y, no digamos, anticomunista--, los problemas de su aislamiento político. Se encontraba solo, frente a la clase dominante y contra los aparatos organizados de la clase obrera, y tuvo que mantener un tremendo equilibrio.
Tampoco quiso estar con los que sostenían una lucha abierta en un doble frente, con las minorías revolucionarias. Estaba impedido de toda voluntad colectiva y de una reflexión que no fuera la individual; pero a pesar de todo no es difícil encontrar alguna de las huellas de dos corrientes socialistas que se remitían a dos tradiciones distintas, la de Marx, Lenin, Rosa Luxemburgo, Trotsky, por un lado, y la de Bakunin, Kropotkin, Malatesta, etc., por otro. (2)
Su socialismo estaba ahora cubierto por la inquietud y la zozobra más intensas. En enero de 1946, aprovechando la oportunidad de comentar una serie de libros socialistas en un amplio artículo publicado en el Manchester Evening News, se preguntaba qué había ocurrido con la vieja idea de la «fraternidad humana», que significaba entre otras co­sas la abolición de «la guerra, el crimen, las enfermedades, la pobreza y el agotamiento laboral», y que había sido aban­donada en pro de una sociedad de castas de «un género nuevo en el cual debemos de abdicar de nuestros derechos individuales por la seguridad económica", o sea por un «socialismo tal como él veía en la Rusia soviética y fren­te al cual no parecía contar con ninguna alternativa tras su fiasco con los laboristas. Los socialistas, decía, «no están obligados a pensar que se puede llegar a una sociedad humana perfecta» (éste es el sueño perdido de las utopías primitivas), se trataba simplemente de lograr una sociedad mejor, en la que «lo esencial de los males cometidos por los hombres resulte de los efectos corruptores de la injusticia y de la desigualdad». Pensaba, al igual que los laboristas de izquierda como Tawney, que la base del socialismo sólo podía ser el humanismo, que aunque era compatible con el cristianismo no podía compartir con éste la idea del ser humano como criatura caída (sin embargo, esto es lo que ocurre tanto en Rebelión en la granja como en 1984).
En la lucha entablada entre el maquiavelismo burgués, la burocracia estalinista y la utopía revolucionaria, el no te­nía ninguna duda, era la utopía la que impulsa el progreso: "Si estudiamos la genealogía de las ideas que defienden escritores como Koestler y Silone, podemos ver que se remontan a los soñadores utópicos como William Morris y a los demócratas místicos como Walt Whitman, pasando por Rousseau, por los ingleses niveladores e igualitarios, por las revueltas campesinas de la Edad Media y, antes, por los primeros cristianos y las revueltas de los esclavos en la antigüedad. El «paraíso terrestre» nunca ha podido ser realizado, pero la idea no parece haber perecido nunca, a pesar de la facilidad con que los hombres políticos de todos los colores la han podido destronar. De esto se sobrentiende que podemos hacer cualquier cosa con la naturaleza humana y que ésta es capaz de desarrollarse hasta el infinito. Esta fe ha sido la principal fuerza motriz del movimiento socialista, las sectas clandes­tinas que prepararon el terreno de la revolución rusa incluidas y por lo tanto podemos afirmar que los utópicos, en el presente una minoría desparramada, son los verdaderos defensores de la tradición socialista. (3)
Paradójicamente. Orwell sentía al mismo tiempo una gran desconfianza por las «minorías proféticas», como se evidenciaba de sus continuos comentarios descalificatorios hacia los grupos trotzquistas y anarquistas, y no asumía plenamente las posibilidades de una renovación del socialismo por el simple hecho de que contemplaba la realidad inmediata y el porvenir como situaciones blo­queadas por los aparatos, cuya única función es la de mantenerse en el poder por la mera atracción que ejerce éste. De ahí que al contrario que un Jack London, uno de los grandes antecesores de 1984 con su obra El talón de hierro (4), Orwell no veía la luz al final de su pasillo oscuro y milenario. El pesimismo le jugó una mala pasada y el ferviente utópico escribió la más tremenda antiutopía de la historia.,
Entre todas las obras de Orwell, 1984 fue la de más larga incubación. Su génesis es anterior a Rebelión en la granja y trabajó en ella durante los años de la posguerra hasta concluirla en 1948. Este largo proceso de elaboración permitió que pudiera concentrar en esta novela sus preocupaciones, que durante este período se centraban en un nuevo reparto del mundo y en el nacimiento de una «guerra fría», determinada por un «equilibrio del terror» al que sostenían las grandes potencias gestionadas por unas oli­garquías capitalistas o burocráticas, según el caso, y ante cuyo dominio parecía imposible cualquier alternativa socia­lista y revolucionaria.
No fueron pocos los ex revolucionarios que creyeron que comenzaba un largo período histórico en el que el poder de los aparatos vencería a la historia y detendría las mutaciones sociales. Entre estos notorios pesimistas cabe destacar a extrotkistas como James Burham o Bruno Rizzi (el primero es deudor del segundo, y llevaron evoluciones muy diferente, Burham se convirtió en paradigma de portavoz de la "razón de Estado" norteamericano), a un liberal-socialista como Aldous Huxley ya un ex bolchevique como Yevgueni I. Zamiatin, aunque este estado de ánimo influyó además en amplios sectores que abandonaron la lucha de clases y se instalaron en el confor­mismo socialdemócrata o, dando un giro radical, termi­naron militando en la reacción. Entre estos «renegados» se encontraban un buen número de ex comunistas como Arthur Koestler, Ignazio Silone, André Gide, Richard Wrigth, Stephen Spender, etc. (5), así como un amplio abanico de ex compañeros de ruta como John Dos Pasos, John Steinbeck, Upton Sinclair, y una lista que sería práctica­mente interminable. Al igual que en los años treinta y en pleno apogeo del estalinismo, Orwell volvió a ser una excepción en los inicios de la «guerra fría» manteniéndose firme en sus convicciones, aunque no por ello dejó de reflejar la corriente del momento.
Antes y durante la elaboración de 1984, Orwell recibió múltiples influencias. Entre las primeras cabe mencionar una extensa tradición de novela utópica o antiutópica dentro de la cual cabe destacar la ya mencionada de London, la de William Morris (Noticia de ninguna parte), H. G. Wells (en particular Una utopía moderna), mientras que en las más recientes cabe señalar la de Aldous Huxley {Un mundo feliz) y, sobre todo, Eugene Zamiatin, sin olvidar a León Trotsky y sus escritos sobre el estalinismo. Todas estas influencias eran lo suficientemente hetero­géneas como para formar un cuerpo coherente. De entre ellos, el único que ha sido considerado como su antecedente directo es Zamiatin. Resulta evidente que entre ambas obras existen no pocas similitudes y está comprobado el entusiasmo de Orwell hacia Nosotros (6). Partiendo de este hecho, Deutscher llegó a decir que «la afirmación de que Orwell ha tomado de Zamiatin los principales elementos de 1984 no es la adivinación de un crítico con habilidad para rastrear influencias literarias» y afirmó que el ensayo de Orwell sobre Nosotros, escrito en 1946, era un «testimonio concluyente» de lo que decía.
Deutscher estableció un largo paralelismo entre ambos autores. Los dos fueron revolucionarios, pero con carac­terísticas muy peculiares, a los dos les preocupó el mundo de la clase media y los desastres que conllevaba la indus­trialización. Ciertamente, Zamiatin había sido un revolucio­nario desde 1905, había estado al lado de los bolcheviques en 1917, aunque su ideario político estaba más próximo al de los populistas que querían un socialismo patriótico y agrarista. Su disidencia comenzó sobre todo al rechazar los planes de superindustrialización de Stalin, al que le escribió una valiente carta (7). Fue liberado gracias a los buenos oficios de Gorki. En el citado ensayo sobre Zamiatin, Orwell empezaba diciendo: "Hasta donde yo soy capaz, creo que no se trata de un libro de primer orden. Pero es, ciertamente, desacostumbrado y resulta sorprendente que ningún editor inglés haya sido lo bastante emprendedor para reeditarlo (8)
Orwell entendía que la obra de Huxley, Un mundo feliz «tiene que derivar en parte» de Zamiatin aunque esto no había sido advertido en la época (quizá porque la fama de Nosotros se vería impulsada por 1984). Opinaba que la obra del escritor ruso era superior y más pertinente «a nuestra situación». Orwell se encontraba realmente fascina­do con el universo de Zamiatin, cuyos rasgos son tan crueles como los de 1984. Tampoco Nosotros es únicamente un retrato del país de Ios soviets, lo tomó como modelo para echar una mirada tenebrosa sobre un mundo superindus­trializado en el que los seres humanos están numerados y son vigilados en sus casas de vidrio, y en donde el Estado y el «Benefactor» tienen prohibido el amor y el sexo, algo que fue innato bajo el estalinismo como resulta bien patente en cualquier filme soviético hasta en la fase agónica.
A pesar de toda esta vigilancia, los instintos humanos se encuentran presentes. Los rebeldes cultivan actividades tan «subversivas» como fumar y beber alcohol, y los detenidos son sometidos a una extraña combinación de curación y tortura en la que terminan siempre doblegándose. En opinión de Orwell la obra de Zamiatin comprende mucho mejor que la de Huxley, «el lado irracional del totalitarismo (el sacrificio humano, la crueldad como un fin en sí, el culto de un jefe al que se conceden atributos divinos)...». Huxley no ofrece ninguna razón clara en la explicación de la sociedad que describe: "La finalidad no es la explotación económica. . . no hay hambre de poder, ni sadismo, ni ninguna clase de dureza. Los que están arriba no tienen ningún motivo poderoso para estar arriba, y, aunque todo el mundo es feliz de una manera vacía, la vida se ha hecho tan insustancial que es difícil que tal sociedad pueda mantenerse. (9)
Por el contrario, en la de Zamiatin hay una razón pode­rosa que no es la explotación económica, sino «el hambre de poder, sadismo y dureza» de la casta dirigente. El esquema se aproximaba al de Orwell, que explicó así los propósitos de la dictadura: "El partido quiere el poder simplemente por el poder... el poder no es un medio, es un fin. No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace la revolución para establecer la dictadura. El objeto de la per­secución…El objeto del poder es el poder… "(10)
Según Bernard Crick, el cono­cimiento por parte de Orwell de la obra de. Zamiatin no modificó sustancial mente una elaboración que venía de más atrás y que no fue más que «un grano en su molino». Posiblemente Deutscher haya forzado un tanto los parale­lismos, pero una lectura de ambas obras convence de que la convergencia existe y que afecta a la originalidad de Orwell aunque su libro resulte muy superior al de Zamiatin. Andrés Nin, su compañero del POUM, fue junto con Trotsky el modelo para el adversario número uno del Gran Hermano, (11) aunque intelectualmente no influyó mucho sobre él. Distinto fue el caso de Trotsky, cuyo eco en la obra anterior de Orwell ya hemos señalado.
Deutscher, especialista eminente en temas sobre Trotsky, escribió: “... (Orwell) Preguntaba el porqué, no tanto a propósito de la «Oceanía» de su visión cuanto a propósito del esta­linismo y las grandes purgas. En un determinado mo­mento buscó la respuesta en Trotsky: de Trotsky-Bronstein tomó no pocos datos biográficos, e incluso la fisonomía y el nombre judío para Emmanuel Goldstein; y los frag­mentos de «el libro», que ocupan tantas páginas de 1984, son una paráfrasis patente, aunque no muy lograda, de La revolución traicionada. A Orwell le impresionó la grandeza moral de Trotsky, pero al mismo tiempo desconfiaba de éste, y dudaba de su autenticidad. La ambivalencia de su imagen de Trotsky encuentra su contrapartida en la actitud de Winston Smith hacia Goldstein. Al final, Smith no pue­de poner en claro sí Goldstein y la hermandad existieron alguna vez en realidad, o sí "el libro» no habría sido una falsificación ideada por la propia policía del pensamiento. La barrera entre el pensamiento de Trotsky y él mismo, es una barrera que Orwell nunca pudo romper, era el marxis­mo y el materialismo dialéctico. Orwell encontró en Trots­ky la respuesta al cómo, no al por qué.
1984 es la visión que ofreció Orwell sobre el futuro inmediato que espera a la humanidad, visión que deja entrever una "desesperación ilimitada" (Deutscher). El es­cenario es una Inglaterra dominada por un sistema de «co­lectivismo burocrático» y en la que se pueden encontrar grandes huellas de la URSS de Stalin, pero también de la Inglaterra de su tiempo y de Estados Unidos. Se trata de una dantesca representación de todo lo que a Orwell le disgustaba de la sociedad moderna en la que un hombre como el que describe, convertida en una parte de Oceanía, , nos encontramos con paisajes conocidos: la oscura y triste monotonía de los suburbios obreros, la «mugrienta, tiznada y hedionda» fealdad de un medio ambiente en putrefacción ecológica, el racionamiento de la comida y los controles gubernativos que fueron carta común durante la guerra, la basura de la prensa «que apenas contiene otra cosa que deportes, crímenes, astrología, sensacionales noveluchas baratas, películas encenagadas de sexo», etc.
Una guerra interminable y sin sentido aparente enfrenta a Oceanía, aliada al Asia Oriental, contra Eurasia; la guerra se ha convertido en una acción cotidiana y eterna. El mundo ha quedado reducido a tres bloques en perma­nente conflicto, aunque las alianzas cambian arbitraria­mente de signo: cuatro años antes Oceanía estaba aliada a Eurasia contra un enemigo común que entonces era Asia Oriental. El Ministerio de la Verdad se dedica a divulgar los partes de guerra en los que nunca se puede saber sí se trata de la verdad o de la mentira, por lo demás se insiste constantemente en que nunca pasa nada y en que la normalidad está garantizada.
Las calles están plenas de fotos del Gran Hermano con una nota en la que se dice que éste vigila, señalando su omnipresencia. La vigilancia está garantizada por una Policía del Pensamiento que lo controla todo. No existe la historia fuera de la versión oficial que indudablemente está preparada. Se habla una neolengua y se utilizan palabras como neodecir, viejodecir, mutabilidad del pasado, criminopensar, doblepensar, etc., con las que el Poder adecua la verdad a sus exigencias irracio­nales. Periódicamente tiene lugar una Semana del Odio en la que los ciudadanos están obligados a repudiar a los enemigos exteriores como a los interiores representados por Goldstein y la Hermandad, a los que se les atribuye maldades sin fin; esta Semana sirve al mismo tiempo para reafirmar la fe en el sistema y en su personificación, el Gran Hermano.
En estas condiciones la vida resulta cada vez más sórdida, más sucia, las casas son cada vez menos habitables y están llenas de gente sin intimidad ni vida propia posible. Los ciudadanos se vigilan mutuamente y son los jóvenes, las mujeres y los niños los más fanáticos de todos. El protagonista, como el resto de la gente que conoce, carece de capacidad para mirar hacia el pasado y de controlar mínimamente el presente; simplemente tiene que creer lo que le dicen so pena de convertirse en un disidente. El partido tiene todo el poder y repite insistentemente tres consignas: La guerra es la paz, La libertad es escla­vitud y La ignorancia es fuerza. El gobierno se concentra en cuatro ministerios: el Ministerio de la Verdad, que se encarga de la propaganda y de la creación de un nuevo lenguaje; Nuevodecir, que impedirá cualquier forma de divergencia ideológica, por mínima que sea; el Ministerio del Amor, del que depende la Policía del Pensamiento, que mantiene la ley y el orden y vigila noche y día a la gente; el Ministerio de la Abun­dancia que es el que regula el racionamiento y procura que las necesidades más elementales no falten y, final­mente, el Ministerio de la Guerra. En los ministerios trabajan unos «funcionarios escarabajos» que son los más vigilados.
Entre estos funcionarios se encuentra Winston Smith, que trabaja en el Ministerio de la Verdad. Su cometido se limita fundamentalmente a ir escribiendo la historia de manera que siempre coincida con los intereses y pre­dicciones del partido, así como a hacer desaparecer de los diarios, archivos, etc., los nombres de las personas moles­tas que por una razón u otra deben de ser «vaporizadas». Winston ha ido rebelándose progresivamente contra la autoridad y contra las condiciones de vida que se ve obli­gado a llevar. Con toda clase de precauciones intenta conservar un diario donde escribe sus dudas, sus pensa­mientos y sus sentimientos. Los instintos subsisten en él y al conseguir enamorarse de una mujer, Julia, siente grandes ansias de liberación. Julia engaña al sistema apareciendo cada vez que es necesario como una fanática. Trabaja en otro departamento del Ministerio. Un día hace llegar a Winston un trozo de papel donde está escrito: «Te quiero». Después consiguen pasar unos días juntos y, gracias a la picardía de ella, consiguen hacer el amor al aire libre. Estas relaciones clandestinas resultan muy peligrosas, ya que todas las habitaciones tienen una pantalla de televisión a través de la que la policía puede vigilar cualquier acción. Man­tienen su clandestinidad en un escondrijo sobre la tienda de un viejo anticuario de Charrington, y allí emprenden unas relaciones libres y comienzan a conspirar contra el partido. Sus acciones subversivas son en ocasiones tan inocentes como beber «verdadero café con verdadero azúcar».
En su progresiva y difícil toma de conciencia, Winston frecuenta los prostíbulos y suburbios donde viven haci­nados los proles. El partido pretendía haber «liberado» a éstos en una revolución cuya historia real el protagonista intenta vanamente reconstruir. Sin embargo, el partido no se atreve a hacer acto de presencia en estos lugares donde el alcohol, la lotería, la subcultura y el miedo man­tienen subyugada a la población. Por su parte Winston intuye que los «proles» son humanos y que representan la parte menos enajenada del sistema. Por ello escribe en su diario oculto notas como éstas:
"Si hay alguna esperanza está en los proles
Hasta que no tengan conciencia de su fuerza no se rebelarán, y hasta después de
haberse rebelado, no serán conscientes. Éste es el problema. (12)

Pepe Gutiérrez-Álvarez

Notas

1/. Bernard Crick, George Orwell, une vie, Balland, Paris, 1982, pp. .430.
2/ Al final de su vida, Trotsky no descartaba que en ausencia de una revolución socialista en algunos países --un factor que en su opinión había sido el principal generador del fascismo y del estalinismo--, la humanidad entrara en un "impasse" y conociera una terrible vuelta a la barbarie. De hecho, este pronóstico se ha cumplido aunque sea parcialmente, ya que nunca la barbarie había llegado a amenazar la propia vida en el planeta como en la actualidad
3/. Bernard Crick .o.c.,p.435.
4/ Orwell escribió varios artículos sobre London tratándolo siempre con gran admiración. Esta obra está editada por la editorial Ayuso, Madrid en 1976.
5/ Todos ellos colaboraron en un libro colectivo, El ocaso de un ídolo (5 testimonios sobre el comunismo), Barcelona. Unión de Edito­res Latinos. 1951. En él rechazan en mayor o menor medida su pasado. Una soberbia crítica a los ex-comunistas renegados es la de Isaac Deutscher. Herejes y renegados. Barcelona, Ariel. 1970.
6/ Editada en Barcelona, Seix Barral, 1972.
7/. En ella dice: «El autor de esta carta, un hombre condenado a la pena capital, se dirige a usted con la petición de conmutar esta pe­na. Usted conoce probablemente mi nombre. Para mí, en tanto que escritor, estar privado de la posibilidad de escribir equivale a una condena a muerte. Las cosa han alcanzado tal punto que me resulta imposible ejercer mi profesión, puesto que la actividad de creación es impensable sí se está obligado a trabajar en una atmós­fera de persecución sistemática que se agrava cada año».
8/ Isaac Deutscher, 1984: el misticismo de la crueldad, texto incluido en la citada edición de Herejes y renegados, p. 49.
9/ Id. , pp. 53-54.
10/ Bernard Crick afirma que Goldstein estuvo tan inspirado en Nin como en Trotsky. Encuentra la prueba en el hecho de que Orwell guardaba un trabajo de Bernard D. Wolfe, Civil War in Spain, en el que había un apéndice. The Thesis of Andrés Nin que guar­daba notables paralelismos con el .testamento) de Goldstein en 1984.27. Íd. p.51.
11/ Idem, p. 51.
12/ 1984, Barcelona. Salvat-Alianza, 1970, pp. 62-63.

No hay comentarios.: