Gran parte de los apologistas del capitalismo han supeditado el desarrollo económico, tecnológico, científico y social de nuestra América al tutelaje neocolonial o semicolonial del capitalismo estadounidense como fórmula única para alcanzar dicha meta.
Sin embargo, tales apologistas obvian que el capitalismo implantado en estas naciones es un calco mal hecho, una caricatura del capitalismo desarrollado por Europa y Estados Unidos; un capitalismo que se sustentó y expandió, por cierto, a costa de la expoliación de los recursos y de los pueblos del resto del mundo. Esto lo aceptan e interpretan -a su modo- como una necesidad histórica ineludible y hasta plausible que les permitiría a los países periféricos disfrutar de mejores estándares de vida material, aun cuando se mantengan intactas sus condiciones de dependencia respecto al mercado regido por las grandes corporaciones transnacionales. Tal posición supone, además, una resignación ante la auto-atribuida superioridad racial, religiosa, filosófica y científica proveniente de Europa y adoptada por Estados Unidos, a tal punto que ello ha tenido una incidencia importante en la psiquis de muchos gobernantes y gentes de África, Asia y nuestra América como reflejo de la dominación cultural del sistema capitalista, en lo que podríamos calificar de subjetividades controladas.
Por tal motivo, al plantearnos llevar a cabo una revolución socialista en cualquiera de nuestras naciones, hay que tener en cuenta que no basta con la implementación de medidas gubernamentales que amortigüen los efectos perniciosos del capitalismo, dándole un “rostro humano”, como suelen citar muchos reformistas, creyendo que así se acabarán eventualmente los múltiples problemas causados a la humanidad y a la Tierra por el capitalismo. De allí que sea requisito inexcusable de toda revolución socialista iniciar, simultáneamente, una revolución cultural que sustituya los paradigmas del capitalismo, esa lógica ideológica de la dominación imperial-colonialista que perdura todavía en algunas mentes (incluyendo a ciertos “revolucionarios”). En este caso, se impone la apertura de espacios al pluralismo y la diversidad étnico-cultural en correspondencia con la realidad hibridizada de nuestros pueblos, al mismo tiempo que se luche por despojar a cada uno de estos últimos de ese papel de consumidores y simples productores que les asignó el sistema capitalista desde hace siglos.
Así, a la hegemonía étnica, social y cultural instaurada a sangre y fuego por los conquistadores europeos, y continuada por el imperialismo yanqui desde casi el momento de independizarse nuestra América del yugo hispánico hay que oponerle otra que sea extraída de la historia de nuestros pueblos. Por lo tanto, la dominación cultural capitalista tendría que ser contrarrestada mediante una praxis transformadora que reivindique el derecho a existir de nuestros pueblos como pueblos soberanos, al reconocimiento pleno de su vasta dimensión creadora y re-creadora, y a sus más sentidas reivindicaciones históricas. Esto permitiría, a la larga, deslastrarse de la dominación cultural capitalista, creando una crisis de legitimidad de la misma que se pondría de manifiesto cuando los oprimidos y excluidos tomen plena conciencia de su situación actual y rompan el consenso logrado a través del tiempo por los sectores dominantes bajo el capitalismo, tomando -en consecuencia- conciencia para sí, produciéndose entonces la revolución socialista que estaríamos construyendo.
Homar Garcés
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