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lunes, febrero 24, 2014
El concepto de revolución de Robespierre
Georges Labica: «Robespierre nos ofrece pues el primer pensamiento filosófico de la Revolución, el primer pensamiento real, no metafórico, la primera sistematización o teorización»
De la dignidad filosófica de Robespierre
Para concretar mi objetivo, querría empezar subrayando la originalidad de Maximiliano Robespierre, el carácter innovador de su pensamiento que, aun sin serle enteramente personal (Sain-Just, Marat, Billaud, Couthon, Roux, Babeuf…) no por ello deja de tomar en él un valor emblemático; se trata de pensar la revolución en el momento mismo en que se produce. La cosa no tiene precedentes. Pensar el concepto de revolución es mucho más difícil de lo que se suele creer, incluso para nosotros que tenemos a mano la definición marxista y siglo y medio de experiencia histórica; con mayor razón para M.R., que fue el producto de la revolución, arrastrado por ella, esforzándose por pensarla, pegándose a su proceso y que, sin haberla previsto ni teorizado, sino siguiéndola y dejándose inspirar día a día, intentó asimilarla.
Como ha señalado A. Manfred, la existencia de Robespierre se confunde enteramente con la trayectoria de la revolución, 89-94. Su primera intervención -que pasó desapercibida- tuvo lugar el 18 de mayo de 1789, en tanto que diputado del «Tiers» de Arras, y la última, el 26 de julio de 1794 (8 de Termidor). A su muerte, como ha dicho Laponneray «la revolución se detuvo y dio marcha atrás». Insisto en que el pensamiento de la revolución, el pensamiento de un fenómeno tan global y amplio como la Revolución francesa, no tiene precedente, si se exceptúan algunas figuras modelo de la antigüedad romana. Maximiliano Robespierre era perfectamente consciente de ésta su novedad: «La teoría del gobierno revolucionario es tan nueva como la revolución que la ha provocado. No hay que buscarla en los libros de los escritores políticos, que no la han previsto, ni tampoco en las leyes de los tiranos, que, contentándose con abusar de su poder, poco se ocupan de legitimarlo» (25 de diciembre de 1793). Lo nuevo es la autocreación revolucionaria, la «primera República del mundo» (noviembre de 1793) que, como dice Maximiliano Robespierre con entusiasmo, «le da a Francia 2.000 años de adelanto respecto a la especie humana». Lo que Destut en su Grammaire opone a Montesquieu es la «era francesa» y su novedad absoluta.
La primacía y la originalidad de la Revolución francesa respecto a la americana las establecen igualmente Condorcet y Burke. Nadie tuvo una conciencia tan clara de todo ello como M.R.. He aquí el gran texto Sur les principes de morale politique qui doivent guider l’Administration interieure de la Republique (18 de pluvioso del Año II; 5 de febrero de 1794): «Los franceses son el primer pueblo del mundo que ha establecido una verdadera democracia, llamando a todos los hombres a la igualdad y a la plenitud de los derechos del ciudadano».
Mi desarrollo y mi método se desprenden de ese hecho y se atendrán a él y lo asumirán, lo cual excluye todos los a priori y a posteriori, en general idénticos, trátese de la posición de clase de Maximiliano Robespierre, que en este momento alborea, trátese de sus «contradicciones», como decía A. Soboul, acerca del problema de la propiedad, de los obreros, o de los juicios sobre su acción: ¿se equivocó de época, tomando la revolución burguesa por la antigüedad (Marx y Engels)? Aunque tales análisis no carezcan ni de valor ni de fundamento. Es fácil comprender que no concedo interés alguno a las aberraciones partidistas que quieren ver a Stalin en M.R. y al Goulag en el Terror.
Maximiliano Robespierre no podía saltar por encima de su tiempo; estaba plenamente hundido en él. De momento dejo de lado el curso político de M.R. e incluso su evolución de la revolución política a la revolución social y su radicalización en 1792-1793, con motivo de su alianza con los sans-culottes.
M.R. nos ofrece pues el primer pensamiento filosófico de la Revolución, el primer pensamiento real, no metafórico, la primera sistematización o teorización.
Ahora bien, Robespierre es para los filósofos una figura olvidada, abandonada a los historiadores. De estos últimos, a los que tanto debo, no pienso mal en modo alguno; sí pienso así de mis colegas filósofos, cuyo silencio es testimonio de incapacidad para escrutar las fracturas sociales. Una obra reciente, que se pretende autoridad, el Dictionnaire des philosophes, ignora a Robespierre lo mismo que a Marat o a Babeuf, aun cuando se acuerda de Saint-Just.
Se trata de un «no-pensado», de un rechazo (refoulé) reciente, de una verdadera regresión que contrasta con la tradición filosófica contemporánea y con la inmediatamente posterior a Maximiliano Robespierre
Maximiliano Robespierre y la revolución francesa, como ha recordado mi amigo D. Losurdo (ct. Hegel, questione nazionale, restaurazione , Université degli Studi di Urbino, 1983, p.56 y ss.) alimentaron la filosofía clásica alemana, para la que fueron objeto central y, desde Fichte, un estímulo para pensar. La voz más sonora, como se sabe, fue la de Hegel quien constantemente recuerda que revolución y filosofía se conexionan, habiendo salido la primera de la segunda… y viceversa. «Soberbia aurora»… «todos los seres pensantes han celebrado ese período», dice todavía el prefacio de la Enciclopedia. La primera fascinación del Terror en tanto que «despotismo de la Libertad» es la misma que la de la figura de Robespierre, de quien Hegel toma la expresión. Engels recordará que la filosofía de Hegel «les devolvió el honor a los héroes de la revolución francesa». Como se sabe, Marx y Engels aprendieron la lección y calificaron, ya en la Ideología alemana a Robespierre y a Saint-Just de «auténticos representantes de las fuerzas revolucionarias -es decir de la única clase verdaderamente revolucionaria: las masas».
Que se me permita detenerme por un momento en un testimonio que, más cercano a nosotros, me parece ejemplar: el de Gramsci.
En su Anti-Bujarin arranca de la comparación de Carducci entre Kant y Robespierre según la que si «el primero decapitó a Dios, el segundo lo hizo con el Rey» y muestra que el paralelo Kant-Robespierre, según Croce, pasando por Heine, viene de Hegel: «la filosofía de Kant, de Fichte y de Schelling contiene, en forma de pensamiento, la Revolución»; y Gramsci opone Alemania y Francia como «filosofía» y «realidad efectiva». Las lecciones sobre la filosofía de la Historia dicen que el principio de la voluntad formal, de la libertad abstracta «entre los alemanes es una teoría tranquila, mientras que los franceses quisieron realizarlo en la práctica». Tal es para Gramsci el origen de la XI Tesis sobre Feuerbach: la filosofía debe convertirse en política para «ser verdadera». No quiero insistir en este punto que merecería por su parte un estudio en profundidad.
Georges Labica
(*) Publicado en la desparecida revista Contrarios, de España (julio de 1989).
La Insignia
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