“La esperanza de vida de una liebre, por un lado, y la de una tortuga, por el otro, están prescritas en sus células. La posible duración de una vida es una dimensión de su estructura orgánica. No hay manera de comparar el tiempo de una liebre y el de una tortuga, salvo si se utiliza una abstracción que nada tiene que ver con ninguna de las dos. El hombre introdujo esta abstracción y organizó una carrera para descubrir cuál de las dos llegaría antes al punto final.
El hombre es único en cuanto que se compone de dos acontecimientos: el de su organismo biológico, y en esto es igual que la tortuga y la liebre, y el de su conciencia. Así, en el hombre coexisten dos tiempos, que corresponden a esos dos acontecimientos. El tiempo durante el cual es concebido, crece, madura, envejece, muere. Y el tiempo de su conciencia.
El primer tiempo se comprende a sí mismo. Por eso, los animales no se plantean problemas filosóficos. El segundo tiempo ha sido comprendido de una manera o de otra en los diferentes períodos. La primera tarea de cualquier cultura es, en verdad, proponer una comprensión del tiempo de la conciencia, de las relaciones del pasado con el futuro entendidos ambos como tales.
La explicación ofrecida por la cultura europea contemporánea, la cual, durante los dos últimos siglos, ha ido marginando cada vez más cualquier otra explicación, ha consistido en construir una ley del tiempo uniforme, abstracta, unilineal, aplicable a todos los acontecimientos y con arreglo a la cual puedan ser comparados y regulados todos los ‘tiempos’. Según esta ley, la Osa Mayor y la hambruna pertenecen a un mismo cálculo, un cálculo que ambas desconocen. También mantiene esta ley que la conciencia humana es un acontecimiento establecido en el tiempo, como cualquier otro. De este modo, una explicación cuyo fin es ‘explicar’ el tiempo de la conciencia, trata a esta conciencia como su fuera algo pasivo, como un estrato geológico. Si el hombre moderno se ha visto a menudo víctima de su propio positivismo, el origen de este proceso hay que buscarlo ahí, en la negación o abolición del tiempo creado por el acontecimiento de la conciencia.”
John Berger, Páginas de la herida, Madrid, Visor Libros, 2003 (ed. original 1995), pp. 75 y 76.
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