En la teoría marxista, el término hegemonía del Capital se usa para designar al consenso mediante el cual la clase capitalista logra ejercer la dirección política, intelectual y moral de una sociedad, y transformarse en clase dirigente.
La capacidad de dirección política de la clase capitalista (o de una de las fracciones que la componen) es el resultado de la habilidad de esta clase de poder articular sus intereses con las aspiraciones de las otras clases y sectores. De esta manera, la clase trabajadora y otros sectores subalternos llegan a considerar que los intereses de la clase capitalista son al mismo tiempo sus propios intereses y en consecuencia, están dispuestos no solo a aceptarlos sino a defenderlos. La clase capitalista se convierte de esta manera en la portadora del interés nacional, y medidas como la industrialización, los acuerdos de comercio e inversión y la privatización o concesión de servicios y bienes públicos, son asumidos por la sociedad como acciones estratégicas para el desarrollo nacional.
En cuanto a la dirección moral e intelectual de la clase capitalista, esta se instaura luego de que dicha clase ha podido desarrollar un discurso con capacidad de trascender a su propia ideología, para incluir contenidos y aspiraciones de la ideología de otras clases y sectores, como por ejemplo, la aspiración a la justicia social, la lucha contra la corrupción y la igualdad de género.
Este discurso de la clase capitalista, funciona como una especie de “espina dorsal” a la que pueden adherirse sin problemas ni conflictos, el resto de la sociedad, incluyendo la clase trabajadora y demás grupos oprimidos por el Capital. Se plantea un discurso hegemónico sobre el desarrollo nacional, sobre la democracia, sobre la unidad nacional, sobre la lucha contra la pobreza y la desigualdad, las alianzas público-privadas, las oportunidades, etc. en el cual hay lugar para todos y todas, aún para las personas o grupos que tienen una postura crítica frente al capitalismo.
Finalmente, la hegemonía del capital deviene en una suerte de “sentido común”, frente al cual las personas y grupos encuentran su identidad y una expresión apropiada para sus demandas particulares y colectivas. Esta hegemonía pasa a definir entonces “los límites de lo posible” dentro de los cuales se pueden mover las personas, las clases y los grupos para ser consideradas sensatas, confiables y/o con madurez política.
La hegemonía puede ser aceptada por las masas e intelectuales de manera activa (convencimiento o adhesión completa) o de manera pasiva (conformismo, adaptación, temor a perder el empleo o la visa). Pero, en cualquier caso, esta hegemonía es lo que explica por qué cuando un intelectual de izquierda quiere ser “tomado en serio” (o mantener su empleo), se abstiene de declararse públicamente en contra del sistema capitalista, y prefiera más bien asumir la postura “inteligente” y “moderada” del anti-neoliberalismo o el discurso de la lucha por la justicia, la igualdad, la inclusión social y los derechos humanos.
Esta misma hegemonía es lo que incita a repudiar masivamente a las personas que se atreven a anular sus votos en las elecciones, y a calificarlas como “insensatas”, “estúpidas”, “egoístas” y/o “resentidas”, ya que desde el sentido común imperante, sólo a este sólo a este tipo de bichos raros se les puede ocurrir la peregrina idea de manifestarse por utopías en lugar de seguir las instrucciones de elegir entre opciones “posibles y realistas”.
¿Cómo se producen y se reproduce la hegemonía del Capital?
La construcción y reproducción de la hegemonía capitalista es un proceso complejo que se realiza simultáneamente en la sociedad civil y en el Estado.
La sociedad civil está formada por una compleja red de organismos e instituciones privadas que mediatizan los antagonismos y la lucha de clases en el plano económico, y los transforman en acuerdos y consensos entre clases dominadas y clases dominantes. Esta red de organizaciones e instituciones abarca los partidos políticos de masas, periódicos y demás medios de comunicación, sindicatos, iglesias, ONG, instituciones educativas, las asociaciones intermedias (cámaras empresariales) y asociaciones populares (asociaciones de desarrollo comunitario, redes ciudadanas, etc.), entre muchas otras. La función de “normalizar” los acuerdos y consensos entre clases sociales y ponerlos en función de los intereses del Capital corre a cuenta de los intelectuales orgánicos (periodistas, filósofos, economistas, columnistas, juristas, politólogos, artistas, etc.), que articulan y dan coherencia a los contenidos generales y particulares del discurso hegemónico.
El Estado cumple con una doble función en la construcción y reproducción de la hegemonía del Capital. Por una parte, tiene una función persuasiva mediante el sistema educativo y que consiste en socializar a las nuevas generaciones en el consenso del Capital. Por otra parte, mantiene una función represiva para sancionar las acciones de quienes podrían desestabilizar este consenso. Esta segunda función se lleva a cabo a través del sistema de aplicación de justicia (tribunales, policía, cárceles) y el mantenimiento del orden jurídico e institucional.
La hegemonía del Capital se convierte así en una maquinaria perversa de reproducción de la opresión. La clase opresora consigue hacer pasar sus intereses particulares, como intereses del conjunto de la sociedad, y de la propia clase oprimida. Al mismo tiempo que logra que estos intereses se legitimen periódicamente en procesos electorales, que cuentan además con la participación masiva de las clases oprimidas. Las elecciones periódicas permiten que oprimidos y oprimidas del sistema mantengan la ilusión de que sus problemas se resolverán dentro del capitalismo y que su voto les hace libres e iguales frente a quienes les explotan o les expolian.
Para quienes tenemos interés en transformar la civilización del Capital y sustituirla por la civilización del Trabajo, es importante saber que tomar el control del Estado es importante en este proceso pero no es necesariamente lo más importante. Como lo señala Michael Lebowitz: “Sí no se transforma la conciencia y la práctica de las personas, y mientras los trabajadores y trabajadoras no rompan con la idea de que el Capital es necesario para realizar sus fines, llegar al Estado solamente puede facilitar las condiciones para la reproducción ampliada del Capital (Más allá del Capital, 1995).
Para transformar la conciencia y la práctica de la clase trabajadora y demás grupos oprimidos por el Capital se tiene que construir contra hegemonia a la actual hegemonía del Capital.
Eso no se hace mediante partidos políticos de izquierda que mantienen en “coma inducido” a la conciencia de clase de sus votantes, haciéndoles creer que no es necesario cambiar el orden capitalista para solucionar sus problemas de explotación y de expoliación. Esto tampoco se hace mediante intelectuales que seducen a las masas con la idea que la reducción de la vulnerabilidad social, la inclusión y las oportunidades para los pobres, representan el primer paso para avanzar a la utopía de un capitalismo estilo escandinavo, en donde si bien se mantiene la esencia del capital (lucro privado, codicia), hay un Estado fuerte que redistribuye el ingreso, y una sociedad culta que se cohesiona y aspira al bien común más allá de las diferencias de clase.
Por eso, para derrotar al Capital es tan importante la lucha política como la lucha ideológica; la lucha social como la lucha económica. Porque la contra hegemonía se debe construir desde el Estado y desde la sociedad civil al mismo tiempo. Construir otro discurso, otras prácticas, otros consensos, desde los cuales las personas puedan re-configurar la conciencia sobre sí mismas y sobre su quehacer dentro de la sociedad. Una conciencia y una práctica que no estén atadas al Capital.
¿Cómo se hace esto? No hay manuales de instrucciones para la construcción de contra hegemonía, pero en la fase actual de crisis sistémica, sería necesario avanzar en al menos tres vías: la educación popular, la economía solidaria y la construcción de relaciones populares de poder. Pero de esto nos ocuparemos en otro espacio.
Julia Evelyn Martínez
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