No gana uno para sustos. La situación de la economía global, que no arranca ni a tiros, se agrava de forma paradójica por la rápida rebaja del precio del petróleo. Menos de 50 dólares el barril de petróleo es un palo para los países productores, pero también para la economía general. Muchos economistas coinciden en que el bajo precio del petróleo es un preocupante factor de inestabilidad económica.
Pero no aprenden. Cuando la minoría rica y la clase política a su servicio se acobardaron por el hundimiento de Lehman Brothers, prometieron reformar el capitalismo para no repetir el desastre financiero que estalló. Pero pronto olvidaron promesas y propósitos de enmienda y convirtieron la crisis en un modo de enriquecerse.
Abundando en las irresolubles contradicciones del capitalismo, si el crecimiento supone actividad económica, también es primera causa de la grave crisis ecológica, cambio climático incluido. El capitalismo ha devenido antieconómico, porque los beneficios no superan los perjuicios. Además de no poder evitar las crisis que lo erosionan una tras otra hasta el seguro colapso en el futuro.
En 2007 explotó una crisis poliédrica, con muchas caras: hipotecaria, financiera, económica general, de empleo, de deuda… Y las élites económicas la usaron para que el Estado cediera en su obligación de satisfacer los derechos de la ciudadanía, al tiempo de trasvasar rentas de la clase trabajadora y de la ciudadanía a la minoría rica. Una derrama mil millonaria al sector financiero y privatización de lo público, lo que es de todos, más recortes sociales, rebajas salariales y pérdida de derechos de la ciudadanía.
Siete años después, no hay salida, según previsiones de la OCDE para la economía mundial hasta 2060. La organización de los 34 estados más ricos del mundo advierte de que el crecimiento se reducirá el 60% respecto al actual, además de aumentar masivamente la desigualdad. Sin crecimiento, según la visión capitalista, no hay recuperación. Y con crecimiento nos cargamos la Tierra. Si el capitalismo necesita crecimiento exponencial para tener beneficios (y, en teoría, crear empleo), pero supone desigualdad, no puede haber recuperación. ¿Qué recuperación verdadera deja en la cuneta a millones y millones de personas? ¿Acaso no conocemos los datos de pobreza, desigualdad y pobreza extrema en todo el mundo, no solo en países empobrecidos y subdesarrollados?
Si crece el número de marginados y excluidos en el próximo medio siglo, según prevé la OCDE, cuánta más gente se hunda en la pobreza, peor funcionará el capitalismo. Habrá mucha menos demanda y cada vez, menos. ¿No es significativo que hoy por cada dólar invertido en economía productiva, se dediquen 60 a la especulación financiera? ¿Acaso el futuro que preparan las élites es el casino financiero? ¿Especular con bonos y títulos de deuda diversa? Pero los bonos y títulos no se comen, no visten a nadie, no curan enfermedades y no son un techo. Sin economía productiva, no hay economía de verdad y no hay recuperación que merezca tal nombre.
Lo cierto es que, incluso olvidando el imperativo ecológico y la exigencia de combatir el cambio climático, el capitalismo es irreformable. Propuestas de bonísima intención, como la de Thomas Pikkety, de gravar a los más ricos del mundo con impuestos progresivos crecientes más un impuesto global sobre la riqueza para contrarrestar el capitalismo ‘patrimonial’, de aterradora desigualdad, no tienen posibilidad alguna de aplicarse en el sistema actual. El buen deseo de que la riqueza no esté en pocas manos choca con el alma del capitalismo: concentrarse, ganar cada vez más y en menos tiempo. ¿Acaso puede haber otro capitalismo? ¿Un capitalismo que no genere desigualdades enormes? No, porque está en su ADN. Como está en su ADN ir hacia un colapso final. La única duda es cuándo será.
En realidad, se veía venir. ¿Qué pensar de un sistema que funciona por la inclinación natural al lujo, como escribió Bernard de Mandeville en 1714? Quienes de modo egoísta buscan su propio interés y placer y viven lujosamente, pontificó, hacen circular el dinero, la sociedad progresa y hay acumulación de beneficios que precisa el capitalismo. Gastar el dinero en lujos beneficia a los pobres, decía Mandeville, porque la demanda de lujo favorece el desarrollo de las industrias y crea empleo.
¿Hace falta algo más para descalificar el capitalismo? Habrá que empezar a ver cómo sustituimos tal engendro.
Xavier Caño Tamayo
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