La más reciente, que no será la última, masacre en un instituto superior estadounidense, esta vez en Oregon, deja nueve muertos y nueve heridos.
En vísperas de una decisiva contienda electoral, el presidente Barack Obama y los demócratas han resucitado su propuesta de control de armas en todo el país, lo cual requiere una reforma constitucional. El Congreso, no obstante, no sale de su letargo; en cambio, si se hubiera tratado de terrorismo, los congresistas habrían saltado de sus curules. Algunos políticos republicanos, quizá los más sensatos, han preferido callar. Otros argumentaron que el control no impedirá nuevas masacres y minimizaron el suceso.
Pero uno al menos tomó el cuchillo por el filo y respondió una idiotez; desgraciadamente, su intervención no fue una broma y es compartida por una parte del electorado de Estados Unidos. Donald Trump, el multimillonario candidato del Partido Republicano, dijo que la masacre podría haberse detenido, si los profesores hubieran estado armados. Lo peor es que hay gente que toma en serio este argumento, tan cínico y absurdo.
El tiroteo de Oregon es el vigésimo ocurrido en una institución educativa de Estados Unidos en 2015; el año pasado hubo 40 tiroteos en estos sitios. Ese número solo incluye centros de estudio, en total los tiroteos en lugares públicos son casi 300 en lo que va del año. Sin desmerecer el intento demócrata de controlar las armas, considerando las perversas maniobras de los fabricantes, existe -además- un fenómeno psicológico y social en tal recurrencia del mismo tipo de crimen, sin motivo aparente.
Imaginémonos si todos los ciudadanos estadounidenses portaran armas, como sueña la derecha de ese país. La cantidad de peleas diarias que ocurren allí, como en todo el mundo, no terminarían con ojos morados, sino en la funeraria. Estados Unidos representa apenas el 5% de la población mundial, pero posee el 50% de las armas en manos de civiles de todo el mundo.
Los fabricantes han logrado imponer las leyes sobre armas de fuego y hasta han hecho cambiar los votos del Congreso a última hora. La intervención de los grupos de interés (los lobbies), en particular los que manejan la venta y promoción de armas en el país, es decisiva a la hora de las elecciones. La poderosa Asociación del Rifle se ha convertido en un obstáculo para controlar su venta indiscriminada.
El presidente Obama insiste en una ley federal de control de armas, mientras vuelve a las pantallas el documental La masacre de Columbine (del cineasta Michael Moore, de 2002).
En esta sociedad enferma, cuando más han mejorado las comunicaciones, la gente ha olvidado cómo comunicarse cara a cara. No hay que olvidar que el mayor índice de suicidios no se da en los países pobres o empobrecidos, sino en las grandes ciudades de los países ricos. Los pobres no pueden darse el lujo de sentir soledad.
Fander Falconí
El Telégrafo
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