A siete décadas. Una existencia entre foro mundial —no pocas veces diálogo de sordos— y simulación del orden. Sucesora de la Sociedad de Naciones creada en 1919, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se fundó en 1945 con 51 países, y la Carta se firmó al final de la II Guerra Mundial. La primera sesión data del 46 en Londres. Secuela de las guerras.
Con sede en Nueva York (EUA pone el 25% del presupuesto, y el que paga manda), en su estructura están la Asamblea General y el Consejo de Seguridad, los dos órganos máximos de gobierno. Mas este último decide. Con una salvedad: el Consejo tiene el poder de veto. Los pocos que lo integran, miembros permanentes: Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia y China, lo utilizan para sus fines.
Pese a que el Consejo debe mantener la paz y la seguridad entre las naciones, el derecho internacional —su existencia, un buen pretexto para violentarlo— es atendido a contentillo; es decir, las reglas se aplican a beneficio de los más fuertes, incluso los que vetan.
En cambio, las resoluciones de Consejo son obligatorias para todos, conforme a la Carta. Del citado Consejo dependen instancias como el Tribunal Penal Internacional —verbigracia, los tribunales para la ex Yugoslavia y Ruanda—; los Cascos Azules o Fuerzas de Paz de la ONU; la Comisión para la Paz y el Comité Contra el Terrorismo. La Asamblea General compuesto actualmente por 193 países, es el órgano deliberativo más importante del mundo; un foro para debatir las ideas sobre la problemática mundial —no pocas veces para el desahogo.
La ONU se ha propuesto facilitar la cooperación en temas globales (dictan sus metas), con el derecho internacional para la paz y la seguridad, el desarrollo económico-social, temas humanitarios y derechos humanos —la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 es un gran logro—. Con evasivas, porque año con año salen a relucir la pobreza extrema, las epidemias, las muertes infantiles en países pobres; así como las migajas, la filantropía, etcétera, en lugar la soluciones de fondo, con inversiones, trabajo, empleos, salarios dignos, educación, salud, casa digna, entra las necesidades básicas insatisfechas.
Año con año también presidentes o primeros ministros de los integrantes, discurren los problemas propios y de terceros que afectan el desarrollo, la paz, la seguridad, a los derechos humanos, etcétera. En tanto los que comandan hacen lo contrario, o todo afín a sus intereses estratégicos, el beneficio de las multinacionales y el sistema financiero de las últimas décadas. ¡Cuando la “seguridad nacional” de unos pocos se impone en este desorden global! Y la guerra, mecanismo de control y vasallaje, apropiación de las riquezas ajenas y negocios como las drogas, la venta de armas y demás ilícitos rondan campantes, sin que un organismo mundial los regule, contenga o castigue a promotores. Nada. Ausencia total de la ONU, porque tampoco hay otra instancia a propósito.
El periodo que va de 1941 a 1991, de guerra fría, dificultó el mantenimiento de la paz mundial, puesto que las guerras fueron la constante de este periodo como saldo de la confrontación de los bloques Occidental, encabezado por Estados Unidos de América (EUA) y el Soviético o socialista con la URSS al frente — división pactada a fines de la II Guerra Mundial.
Saldos pendientes, como el de Yugoslavia que perteneció al Este solo tres años (1945-1948), padeció las amenazas del Pacto de Varsovia y la indefensión del Este. A la muerte de Tito, en 1980, se desató la violencia atizada vía los nacionalismos de la federación (República Federativa Socialista de Yugoslavia), o las seis repúblicas: Eslovenia, Bosnia-Herzegovina, Croacia, Serbia, Macedonia, Montenegro. Proceso que derivó en el bombardeo de la OTAN y la desintegración yugoslava a finales de 1992. Entre otras linduras que le pasaron de noche a la ONU.
Súmense la serie de tropelías a contentillo del imperio, o de los países que imponen las directrices. O, como se pregunta un autor: “¿Quién es responsable de los errores estruendosos y macabros de la ONU? ¿Todos los países asumen, por igual, su corresponsabilidad?”. Y sigue: “La Organización de las Naciones Unidas es, en la práctica, una aberración degenerada, enemiga de sus propios principios, servil al imperialismo y dedicada a justificar ocupaciones, ataques, violaciones de todo tipo para asegurar, a los poderosos, ganancias por el saqueo de materias primas, control sobre mercados o zonas estratégicas, explotación y esclavitud de la mano de obra e impunidad descarada para enajenar conciencias. Ni olvido ni perdón, para las tropelías imperialistas a las que la ONU ha servido en su historia. Ni perdón ni olvido a las injusticias cometidas contra Cuba, Yugoslavia, Venezuela, Haití, Afganistán, Iraq, Libia… la ONU toda y su ‘Consejo de Seguridad’ deben someterse de inmediato a una auditoría político-económica radical. Y a todas las sanciones que les quepa a los responsables directos” (Ver: Fernando Buen Abad Domínguez, “La ONU: impunidad y fracasos seriales”, en http://bit.ly/1YNMCxr, 24-09-2011).
“Mientras tanto, los negocios de los imperios dejan en el planeta extrema pobreza y hambre, miseria en la educación, falacias en la ‘igualdad de género’, indolencia ante la mortalidad infantil, la mortalidad por falta de atención médica elemental, cinismo mercantil en la lucha contra el sida, hipocresía ostentosa frente a la destrucción de los ecosistemas e injusticias sin límite en las ‘alianzas globales para el desarrollo’… la ONU es un fraude mundial que, al contrario de ser defensora del ‘Derecho internacional’, es violadora de los preceptos más sagrados en materia de justicia social, derechos humanos, respeto por la vida, libertad digna y el desarrollo planificado por los trabajadores del mundo con base en su riqueza natural y su fuerza productiva. La asimetría entre países imperiales y los países sometidos por el capitalismo se esconde permanentemente en la ONU. El fraude que constituye la ONU es, en realidad, expresión del fraude todo montado por el capitalismo y sus tensiones internas en la guerra por los mercados. Solo para eso sirve su ‘Consejo de Seguridad’ infestado por el tráfico de intereses y la más descarada política de usurpación, robo y asesinato. No hay atenuantes, millones de víctimas en todo el mundo pesan como una loza histórica sobre la barbarie legalizada en las entrañas ideológicas de la ONU. Ya sabemos cómo usa la ONU el término ‘terrorista’ para tranquilidad del imperialismo” (Idem.).
El caso es que, ya sea por la política del avestruz, el contubernio o claro fracaso de sus políticas, la ONU responde siempre a los intereses del Consejo o de los fines estratégicos de EUA, sin consideración alguna de los principios que la rigen. Con todo y es el único foro —vergüenzas aparte, que el “concierto internacional” no ha cubierto—, en donde los gobernantes llegan a discurrir sobre sus logros o lo que no pueden alcanzar porque la realidad avasallante imperial los tiene rebasados, a sabiendas o por contubernio.
Y siguen los lastres, además de los casos citados, conflictos irresueltos o amañados: la guerra civil en Siria; genocidio Hutu; Darfur en Sudán; los Cascos Azules, mejor conocidas como “fuerzas de paz” y las violaciones de niñas en Kosovo, Bosnia, Camboya y Haití; crímenes en Sri Lanka; amenaza nuclear permanente (¿sólo candados para Irán?); masacre en Bosnia, y la lucha contra el terrorismo, de cínico contubernio de los países que han creado a los mercenarios del “estado islámico” en Irak para atacar civiles sirios.
Mas alcanzó sus siete décadas de impunidad. Los cuestionamientos desde tantos rincones del mundo de reformar no solo al Consejo sino a la estructura misma de la Organización y sus fines, ¿quién o quiénes los harán propios? Países como Rusia y China, y ¿Francia o Reino Unido, para hacer mayoría? Esa es la realidad internacional de ésta y otras instituciones que están para servir al interés privado de las multinacionales, estratégico y global del imperio. No obstante, la sesión de aniversario realizada estos días fue ciertamente histórica, precisamente porque muchos dirigentes no siguieron al director de orquesta —por cierto, Obama y no Ban ki Moon— y sus desafiantes lineamientos habituales. ¿Por cuántas décadas más seguirá el desorden mundial?
Salvador González Briceño
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