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sábado, octubre 31, 2015
¿Scioli o Macri? La vieja Alianza en ambos mostradores
Como en una orquesta algo desequilibrada, desde el oficialismo han sacado a relucir el fantasma de la Alianza como espantajo para evitar una nueva huida de votos al macrismo. ¿Vale la comparación? ¿Peronismo o peronismos?
Otros mayores males menores
Tanto Scioli como Cristina, coordinadamente, salieron a sacudir el ejemplo de la Alianza como amenaza de lo que puede venir si gana el PRO y sus globos amarillos llenos de helio y neoliberalismo. Claro. La UCR, que forma parte de Cambiemos, está infestada de ex funcionarios de De la Rúa. En cambio el kirchnerismo...también. Diana Conti, Martín Sabbatella, Abal Medina, Nilda Garré son apenas algunos de los regalitos delarruístas que revistan en el peronismo nacional y popular. Díganle a Cristina que deje de pedir registros fílmicos, porque van todos presos...
Pero más aún. La estrategia del kirchnerismo para ganar a Macri es un calco de la de la Alianza contra el patilludo de Anillaco y los suyos. La discusión de “tenés que tomar partido” ya la vimos, a eso vamos, antes de la elección de la Alianza, que fue presentada como el señor “mal menor”. No somos buenos, parecían decirnos, pero Menem es peor. Así ganaron, así gobernaron, así ajustaron y así los rajamos. ¡Y le dicen a la izquierda que, supuestamente, cuando peor, mejor!
Dicho sea de paso, Daniel Scioli en 1998 se jugaba por la re-reelección de Menem, con una férrea defensa de los "logros" obtenidos por el riojano. Entre otros la privatización de YPF... ¡otro archivo por ahí!
Luego del 2001 (parece que el mal menor no fue tan menor) nuevamente nos decían que, para salir del atolladero al que la Convertibilidad llevó a la economía argentina, había que elegir entre “mantener el 1 a 1”, sumergiendo a una porción de la nación en el fango eterno de la hiperdesocupación y la pobreza, para salvar a exportadores, bancos y privatizadas, o apostar al presuntamente amigable plan devaluador, que implicaba e implicó liquidar el poder de compra de los salarios para salvar, nuevamente (¡ups, vivillos!) a los empresarios, que recuperarían rentabilidad a costa de socializar la miseria. Hablaban de distribuir los costos: distribuírselos a otros, a los trabajadores, claro. Ahora era un "mal menor" económico. Con la misma lógica y la misma coherencia que ahora, rechazamos esa falsa disyuntiva y, lamentablemente, creemos que tuvimos razón.
Entendemos al voto en blanco en el balotaje como una de las peleas necesarias para la construcción de una salida, de una política y de una fuerza social independiente de esta disyuntiva ficticia que nos colocan adelante.
¿Scioli más un cerco amigo?
Las elecciones burguesas no son, nunca, el mejor terreno para expresar la relación de fuerzas del pueblo trabajador. Ahí siempre se es visitante. Mucho más en un Balotaje entre dos representantes de la derecha, herramienta hija de la Reforma constitucional surgida del Pacto de Olivos entre Menem y Alfonsín en 1994, de la que Cristina fue una activa redactora. La única forma (no la mejor, la única) de expresar el rechazo a los planes de ajuste, es con un masivo voto en blanco o anulado.
Contrariamente a esto, nos dicen que el kirchnerismo que acompaña a Scioli velará por la continuidad de determinado piso de conquistas. Conquistas que, claro, atribuyen a la generosidad kirchnerista. Como un cerco amigo que lo va a controlar. ¡Nos dicen eso, cuando se callaron mientras Scioli anunciaba un Gabinete de ajustadores y represores!
Esto es falaz. En primer lugar, el kirchnerismo no ha mostrado ni mucho interés, ni mucha destreza, ni mucha convicción para oponerse al derechismo de Scioli. Ni siquiera a la candidatura del motonauta. Después de brabuconear con que Scioli era el "candidato de los buitres y de Clarín", avalaron la caída de Randazzo (el presunto candidato progresista) decretada por Cristina y se pusieron a militar sin chistar a favor de Scioli. Como metáfora de la resignación, el principal intelectual oficialista dijo en la víspera de la elección del domingo que votaría a Scioli “Desgarrado y con cara larga”. ¿Oponerse? ¿Enfrentar el derechismo? No: desgarrarse, hacer puchero y comerse un garrón. ¿Esa es la defensa para parar los goles de la derecha?
Ya hablamos del gabinete de pistoleros y represores que anunció Scioli en el transcurso de la campaña, con Berni, Granados y Casal. Ya mencionamos a Barbieri, el jefe serio de la patota radical de la UBA. Pero, encima, como Ministro eventual de Trabajo, Scioli anunció a Oscar Cuartango. Cualquier trabajador que haya tenido que salir a la calle por salario, condiciones laborales o contra despidos anti sindicales, conoce el rol pro empresarial de Cuartango. Pero donde se llevó todos los premios fue en los conflictos de Gestamp y de LEAR, donde actuó como un verdadero títere de las multinacionales autopartistas y de la burocracia mafiosa del SMATA. En Gestamp llegó al colmo de desconocer un acta firmada por él mismo, que retrocedía parcialmente de despidos anti sindicales, por presión de Pignanelli y la patota mecánica.
Para no hablar de la posible futura ministra de Economía, Silvina Batakis, especialista en no pagar sueldos a los docentes y en ajustar al máximo las arcas estatales.
El cerco del que nos hablan como condicionante de Scioli es un alambre caído, desvencijado y roto. Solo los trabajadores van a defender las conquistas de los trabajadores. Y claramente no será dándole apoyo a Macri, ni a Scioli y su "cerco" de Bernis, Batakis y Cuartangos.
Del ajuste a la contención y ahora de nuevo al ajuste: un poco de historia del peronismo reciente
Pero la falacia viene desde más atrás: se nos quiere presentar a un kirchnerismo como un dadivoso y generoso proyecto político, un proyecto “díscolo”, proclive a la redistribución y, en ese sentido, de naturaleza cualitativamente distinta a la de Macri. Este “relato” omite que todas y cada una de las conquistas económicas, culturales o sociales que hubiera habido en los últimos años, tuvieron que ver, en general, con años de luchas y movilizaciones, y, en particular, con el cimbronazo histórico que fue el 2001. Eso es lo que explica que un gobernador menemista apadrinado por Duhalde luego de haber sido descartados Reutemann, De la Sota y Rodríguez Saá, haya descubierto las bondades del progresismo. Por eso el relato K borra el 2001.
Es decir que determinadas conquistas, como las paritarias, no solamente fueron concesiones arrancadas a fuerza de luchas, sino que se convirtieron en necesidades para la clase dominante, con el afán de estabilizar un régimen político enclenque. La lucha del Garrahan de 2005, la enorme huelga telefónica de 2004, los conflictos en el Subte, en ferroviarios o en mecánicos, expresaron que la licuación de salarios producto de la devaluación era intolerable para una clase trabajadora que se iba recomponiendo lentamente. Y fue eso lo que forzó las paritarias, y no el celo, el cuidado de Néstor Kirchner por el salario de los trabajadores. De no haber abierto algún tipo de recomposición salarial, hubiera sido imposible estabilizar un régimen que tenía el aliento en la nuca del 2001 y de la caía de Duhalde luego de la Masacre del Puente Pueyrredón, que hoy algunos prefieren olvidar.
Esta misma lógica se puede aplicar a cada una de las presuntas conquistas o concesiones de un kirchnerismo que nos presentan como “generoso”, como los juicios a los militares, la Asignación Universal.
Peronismo y peronistas
Esto se puede ver en un hecho histórico insoslayable: fue el mismo personal político que participó del remate del país en los 90 (bajo el menemismo o bajo la Alianza) los que conformaron el kirchnerismo y los que, post 2001, con viento de cola por los precios de las materias primas, aceptaron que había que correr levemente a izquierda la insoportable vara del neoliberalismo. No cambiaron por ideología, por bondad, ni por voluntad. Sino por necesidad y oportunismo.
El peronismo, que fue el partido del ajuste en el 90, luego fue el partido de la contención en el 2001 y después fue el partido de una tibia y desigual “redistribución”, durante la época de las vacas gordas. Gordas vaquitas ajenas. Fue el mismo partido, los mismos referentes concretos, los que llevaron a cabo cada una de esas faenas, en apariencia, contradictorias. No hay muchos peronismos: hay uno solo, con diferentes momentos y, por ende, distintas tareas. Siempre con el ADN de defender los intereses sociales de la clase a la que revistan, que no es la clase trabajadora, por más lazos y apoyo popular que (en declive) aún tienen.
Ahora vuelven, ahora volvieron, las épocas de vacas flacas y no hay dudas de que el peronismo, al igual que el macrismo, se prepara para aplicar un ajuste, tarea de la que conocen el paño, porque ya la hicieron. ¿Por qué insisten en que elijamos a nuestros verdugos?
Octavio Crivaro
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