viernes, febrero 03, 2017

Sobre Memorias de un francotirador en Stalingrado



El 2 de febrero de 1943 finalizó la Batalla de Stalingrado. Este libro repasa la vida de uno de sus más célebres francotiradores soviéticos: Vasili Záitsev.

Fue publicado por primera vez en 1956 y reeditado en español por Crítica en el 2014. El libro se desarrolla a lo largo de 19 capítulos y contiene además un par de apéndices. Además, el texto viene acompañado de una “orden de guerra” de Stalin, donde repasa el estado actual de la batalla y dicta ciertas órdenes, observándose allí la ideología del régimen estalinista, donde los soldados luchan por la patria y la familia.
Su narración, de lectura ágil, tiene la virtud de mostrarnos la batalla de Stalingrado a partir del relato testimonial del francotirador, quien con gran calidad literaria y una riqueza absoluta en detalles, presenta una de las máximas derrotas de la Wehrmatch. Esto, sin dudas, le da una gran fuerza al texto, que si bien como todo testimonio individual presenta ciertas limitaciones para comprender el proceso más global, esa mirada adquiere gran contundencia por el registro que logra.
Las memorias comienzan narrando la infancia y juventud de Záitsev en los Urales, donde aprende a cazar junto a su abuelo, continúa con su participación en la flota de la Armada del Pacífico, para luego, a partir del capítulo 3 y el cruce del Volga, desarrollar su participación en Stalingrado. El relato finaliza con el capítulo titulado “Yo sirvo a la Unión Soviética”. En él Záitsev, temporalmente ciego por una herida de ametralladora, recibe en Moscú la Orden de Lenin, segunda condecoración nacional en orden de importancia.

Záitsev, entre la caricatura y el mito

El libro se inicia con un pequeño prólogo, escrito por un especialista militar, Max Hardberger. Se propone distanciar la figura de Záitsev y el Estado soviético de la interpretación pobre y anticomunista -según él- que hace la película “Enemigo a las puertas” de Jean-Jacques Annaud. Denuncia que en el film, Záitsev es retratado como “un campesino sin instrucción” y como una mera creación de la maquinaria propagandística soviética. Además, afirma que se lo muestra como un soldado convicto, perteneciente a un batallón penal, cuando en verdad combatió voluntariamente. Esto es totalmente cierto y no fue el único. Millones de obreros y campesinos lucharon contra la ocupación del nazismo, con el objetivo de defender la URSS y sus conquistas, pese al régimen de Stalin.
Sin embargo, más allá de la interpretación que hace la película sobre Záitsev, al leer estas memorias no se puede negar que fueron parte de la propaganda soviética, tanto en la construcción de algunos aspectos de su historia, como la del héroe mismo.
Cada baja que realizaba un francotirador debía ser anotada en una libreta y firmada por un soldado testigo. Gracias a ello se sabe, por ejemplo, que a pesar de que hubo francotiradores que tuvieron muchas más bajas confirmadas que Záitsev no tuvieron la misma consideración por parte del régimen. Por ejemplo, el francotirador Ojlópkov, a pesar de que provocó muchas más bajas, nunca llegó al reconocimiento de su par Záitsev. Quizás debido a que no cumplía con las características de héroe que buscaba el régimen soviético: Ojlópkov era de origen yakuto, un pueblo autóctono minoritario de Siberia. Por el contrario, Vasili Záitsev provenía de una familia campesina de los Urales y era miembro del Komsomol, organización juvenil del Partido Comunista. Con estas características su historia fue rápidamente difundida y condecorado con diversas órdenes y medallas por sus logros militares.
Por otra parte, algunos de los hechos narrados en sus memorias quedaron bajo la sombra de la duda, sin poder constatarse. Uno de los más discutidos es, justamente, el que más envergadura le da a la figura del francotirador. El hecho está narrado en el capítulo 18, titulado “El duelo” y allí escribe sobre el enfrentamiento que tuvo con Erwin Koning, seudónimo que en realidad correspondería a Heinz Thorvald. Según las memorias, Thorvald, jefe de una escuela de francotiradores del ejército alemán, luego de que el francotirador soviético haya causado más de 100 bajas, habría sido enviado exclusivamente al frente de batalla para terminar con el “gran conejo ruso”. Sin embargo, luego de tres días de enfrentarse en la fábrica Octubre Rojo, moriría sin éxito y a manos del propio Záitsev. Sin embargo, el hecho y la misma figura de Thorvald nunca fueron constatados.
Pero, más allá de las implicancias en cuanto a la veracidad, esta construcción de héroes soviéticos cumplió con dos objetivos. Durante la guerra moralizar a las tropas extenuadas a través de soldados modélicos llenos de coraje, audacia y arrojo. Y en segundo lugar, después de la guerra, estos casos individuales y excepcionales fueron utilizados para dejar en las sombras el verdadero factor determinante en el triunfo de la URSS: la participación colectiva y heroica de cientos de miles de obreros y campesinos. Ya como voluntarios dentro del ejército rojo o integrando las miles de brigadas partisanas.
Reconocer esto, tomarlo en cuenta a la hora de analizar las causas del triunfo, podría haber significado darle demasiada entidad a la clase obrera y a los sectores populares, a su capacidad de transformación social. Por el contrario, el régimen estalinista se obstinó en ocultarlo. Quizás porque una clase obrera organizada que es capaz de ponerse al hombro tan dramática y gigantesca tarea, fuera también capaz de sacarse de encima a la burocracia estalinista para recuperar la perdida revolución de octubre.

Los soldados y el francotirador

El texto conserva un enorme valor, sobre todo cuando abandona el relato épico y hunde su narración descriptiva y testimonial en la durísima cotidianidad que debían enfrentar los soldados del ejército rojo, combatiendo en paisajes desoladores: “La ciudad parecía un infierno de llamas y azufre, los edificios quemados brillaban como tizones y los incendios consumían hombres y máquinas. Perfilados contra el fuego de los incendios se distinguían soldados en retirada. ¿Eran de los suyos o de los nuestros? Nadie lo sabía.” (Záitsev, 2014: 35). Como se ve, además del carácter testimonial, el texto también es un interesante ejercicio literario, lleno de descripciones elocuentes, con un buen manejo del ritmo para la narración y una habilidad para generar continuamente intrigas en el lector, que se van resolviendo en la medida en que aparecen nuevas.
A través de la narración en primera persona se nos permite observar con una pavorosa cercanía los aspectos más íntimos de las vivencias de la guerra, el esfuerzo técnico y físico por derrotar al enemigo, la presión por sobrevivir: “Pasado unos minutos, unos exploradores alemanes nos vieron y ordenaron abrir fuego de mortero contra nuestra posiciones. Al mismo tiempo, los Me 109 aparecieron en el cielo y empezaron a llover bombas incendiarias cuyos estallidos, a lapsos regulares, nos hacían castañear los dientes. Aquello sembró la confusión: los marineros corrían en todas direcciones sin saber qué hacer. Kotov, Bolshapov y yo saltamos al interior de un hondo cráter de obús y ahí nos quedamos, pegados al suelo, a la espera de que el bombardero remitiera. Alrededor, no se oían más que los gemidos y las súplicas de nuestros heridos”. (2014: 40).
Junto a las descripciones de los hechos, también se intercambian interesantes diálogos entre los soldados: agazapados en una trinchera o en el interior de las ruinas de una fábrica, planifican ataques o se leen las cartas que les llegan de sus familias. Así, el relato adquiere un gran “efecto de realidad” y se puede apreciar de cerca, casi desde sus mismos huesos, sus sensaciones.
Además de las descripciones de la batalla y las condiciones de los soldados, las memorias muestran a Záitsev en su desarrollo como francotirador. Y con ello, en distintos capítulos, se incluyen apreciaciones sobre el propio arte del tiro y la preocupación de cómo llevar al máximo su técnica para incidir en la derrota de la ocupación alemana. Calcular la distancia y el viento al realizar el tiro o no delatar la posición propia por eliminar a soldados rasos. Utilizar señuelos, como cascos o maniquíes, para provocar el disparo de los francotiradores alemanes y a partir de allí visibilizar su ubicación, son algunas de las consideraciones básicas que señala. Por momentos estos comentarios toman tanto desarrollo y se vuelven tan rigurosos que el texto parece acercarse a un manual de francotiradores.
Záitsev narra su experiencia en el momento de poner la mira sobre el enemigo: “Ajusté la mirilla a 550 metros y me fijé en si el viento podía desviar el tiro. El humo de la batalla subía en vertical, señal de que ese día apenas soplaba el viento, así que no había necesidad de compensarlo. Siempre me ha intrigado lo de mirar a través de la óptica a un enemigo a cientos de metros. Al principio apenas se ve una silueta pequeña e indistinta, y de pronto puedes distinguir todos los detalles del uniforme, si es alto o bajito, delgado o gordo. (...) En ocasiones tu objetivo está hablando con otro soldado o canturreando para sí. Y mientras tu hombre se frota la frente o inclina la cabeza para ponerse el casco, buscas el mejor punto para que la bala haga impacto.” (2014: 78).

Algunas conclusiones

Para todo aquel lector interesado en conocer Stalingrado desde “adentro”, además de la dedicada y rigurosa tarea de un francotirador, este libro resulta un interesante testimonio. A través de estas memorias uno vuelve al lugar, al paisaje derruido, a un horror y sacrificio que hoy nos resulta casi inconcebible. Ahí radica el valor del texto. Sin embargo, como contraparte, la exposición de estos “héroes de la guerra” y sus historias formaron parte de la propaganda soviética, que más allá de quitarle rigor histórico a los testimonios, sirvió para diluir y ocultar la participación colectiva de los obreros y campesinos.

Mariano Gigena
Docente Agrupación 9 de Abril-Lista Marrón SUTEBA Quilmes

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