jueves, mayo 04, 2017

Hace 80 años moría Antonio Gramsci



(I)

El 27 de abril de 1937, después de once años de prisión, víctima de una apoplejía moría Antonio Gramsci en una clínica de Roma a la que el gobierno fascista se había visto obligado a transferirlo hacía dos años, para evitar que el fundador y dirigente del Partido Comunista Italiano terminara muriendo en el fondo de su celda. A esa altura era un proscripto en la URSS, en la Internacional Comunista y dentro de su propio partido, a partir de su oposición al giro ultraizquierdista de la burocracia de Stalin en 1929 y al asesinato en masa de lo mejor de la vanguardia revolucionaria. Quedó oculta por años su protesta ante el Ejecutivo de la IC por la decisión de dejar fuera a León Trotsky, quebrando la unidad del grupo dirigente de la Revolución Rusa de 1917. En sus años en prisión – en los que escribió los que luego serían los “Cuadernos de la cárcel”- paso a reivindicar la necesidad de conquistar, como condición para una revolución, una hegemonía en esencia cultural, concretada en un bloque histórico, en oposición a la dictadura del proletariado, además de rechazar la teoría de la Revolución Permanente, a la que catalogó como una “guerra de movimientos”. Esto ha hecho que, en particular el Gramsci del último período, haya sido tomado por sectores de la izquierda, aun violentando en algunos casos la posición del líder italiano, como referencia para la construcción de posiciones antimarxistas y antirevolucionarias.
Gramsci nació en la isla de Cerdeña, una de las regiones más pobres y atrasadas de la península y su infancia transcurrió en la miseria. Hijo de un funcionario condenado a prisión por no poder pagar sus deudas, debió trabajar desde los 11 años para contribuir al sostenimiento de una familia numerosa.
A fin del siglo pasado la vida de un trabajador sardo era una pesadilla. La región formaba parte del atrasado sur de Italia, sobre el que se desplegaban todas las consecuencias del desarrollo del capitalismo tardío y de la ausencia de una revolución democrática y agraria. Italia se había unificado como nación en 1852 a través de un proceso impuesto desde arriba por la monarquía piamontesa del norte con el apoyo de las potencias europeas. No fueron tocadas la propiedad latifundista ni la feudalidad Vaticana. Se constituyó una burguesía industrial en el norte que compartía con los latifundistas la explotación de los campesinos. Los agricultores eran expropiados en masa y, ante una hambruna sistemática, emigraban al exterior o eran mano de obra barata para las fábricas del norte.
Gramsci logró completar su educación secundaria, comenzó a trabajar como periodista e inició su vida política sumándose al nacionalismo sardo, que atribuía la opresión de Cerdeña al resto de los italianos sin ninguna distinción de clases. “Echar a los continentales al mar” era su consigna. En 1913 fue conquistado en todo el país el sufragio universal y el temor a una radicalización política de los oprimidos sardos llevó a los grandes propietarios de la isla a abandonar la demagogia nacionalista y reprimir a mansalva las movilizaciones populares. Gramsci abandonó entonces el nacionalismo e ingresó en el Partido Socialista (PS).

El PSI y la Guerra

El PSI atravesaba un período de importante crecimiento – veinte diputados, centenares de miles de afiliados y el control de la central sindical. La masa obrera protagonizaba grandes luchas pero la enriquecida burguesía industrial había logrado integrar a su régimen de dominación a una corrompida aristocracia obrera. Contra ella inició su lucha Gramsci, preconizando una alianza obrero campesina contra el bloque de explotadores que debía ir de la mano del aplastamiento político de la burocracia sindical.
La actuación de Gramsci coincidió con un giro a la izquierda de la masa obrera y el desplazamiento dentro del PSI de los sectores más derechistas. Al inicio de la Primera Guerra, el partido no apoyó la contienda inter imperialista, a diferencia de las restantes secciones de la II Internacional. Las dos alas de la organización - una partidaria de la intervención en el Parlamento y la conciliación con el reformismo (Serrati) y la otra, indiscriminadamente abstencionista en las elecciones (Bordiga)- se pronunciaron contra el social patriotismo y se solidarizaron con la campaña liderada por Lenin a favor de una internacional proletaria sin traidores.

“Una revolución contra el capital”

La formación de Gramsci, muy distinta de la que caracterizó a la socialdemocracia rusa o alemana, tuvo una asimilación lenta del marxismo. Identificó a éste con las interpretaciones vulgares y evolucionistas del ala reformista del PS, una corriente que esperaba la llegada del socialismo como una culminación lineal del desarrollo económico. Contra este planteo Gramsci reivindicó la “voluntad” del proletariado para transformar la sociedad.
Contrapuso el “ideal” socialista a la pasividad de los reformistas y pregonó una gran acción de formación cultural de los trabajadores para liberarlos de la expectativa en el desarrollo natural de la sociedad. Apeló al “espíritu revolucionario” contra el reformismo y sus escritos a favor de la revolución social están impregnados de fundamentaciones no materialistas y propósitos revolucionarios, lo que se expresó en la primera revista que dirigió (“La Ciudad Futura”).
El estallido de la Revolución Rusa produjo un extraordinario impacto en el socialismo italiano. Gramsci no solo se convirtió en su defensor entusiasta sino que, sin conocer los planteos de Lenin y Trotsky, predijo que la caída del zar conduciría a la dictadura del proletariado y no a la república burguesa. Sin embargo, caracterizó esta aguda percepción marxista como una refutación de los pronósticos de Marx. “La Revolución Rusa es una revolución contra el capital”, escribió, atribuyéndole a Marx el evolucionismo de los reformistas del PSI y a los rusos “la voluntad de acción” y la “convicción de ideas” que el rescataba del liberalismo italiano. Esta paradójica defensa de la revolución con argumentos no revolucionarios inauguró una secuencia de confusiones que acompañarían a Gramsci a lo largo de toda su vida.

Los Consejos y la lucha dentro del PSI

Concluida la guerra, se produjo en Italia una debacle sin precedentes. Los 680.000 caídos y el millón de heridos fueron una herida imposible de cerrar lo que, unido al derrumbe económico y al impacto de la Revolución Rusa, desataron una marea revolucionaria que iniciaría en 1919 el “bienio rojo” en el país. El PSI conquistó 500 diputados, llegó a 300.000 afiliados y la CGT multiplicó sus afiliados por diez. Una ola de ocupaciones de fábricas conmovió al país y Turín fue el centro de la actividad obrera. La burocracia sindical fue desbordada por completo, las comisiones internas tomaron el control directo de las plantas y nacieron los Consejos Obreros, organismos de poder alternativos al régimen capitalista.
Gramsci dirigió un núcleo del PSI en Turín, al que agrupó en torno a la revista “Orden Nuevo”. Desde allí desarrolló una sistemática campaña a favor de la dictadura del proletariado, consideró que los Consejos Obreros eran el equivalente italiano a los Soviets rusos y que la captura del poder en las fábricas era la tarea del momento. Gramsci no se encerró en una elaboración teórica sino que llevó “Orden Nuevo” a las fábricas y transformó a la revista en el vocero de los problemas tácticos que enfrentaba la ocupación de las plantas. Desenvolviendo esta política chocó con el centrista Serrati, que llamó a “no desbordar la estructura sindical”, “no caer en la provocación” y no salirse de “los marcos del PSI”. También Bordiga criticó a Gramsci por pregonar la captura del poder “desde las fábricas” y no a partir de la constitución de un nuevo Partido Comunista. La acción de los Consejos alcanzó su punto culminante en 1921, cuando la traición de la burocracia sindical desorientó al movimiento de lucha y le impuso un reflujo.

El PSI y la III Internacional

Presionado por la radicalización revolucionaria, el PSI adhirió a la III Internacional, aunque incluía en su seno centristas, reformistas, ultraizquierdistas…Gramsci propuso depurar al partido de conciliadores y determinar una estrategia para la toma del poder. Combatió el abstencionismo, el antiparlamentarismo de Bordiga y la contemporización del ala de Serrati con el reformismo.
El breve interregno de un gobierno democrático preparó en Italia el ascenso del fascismo. La burguesía estaba lanzada a imponer una contrarrevolución sangrienta, habida cuenta de la experiencia de los Consejos. El proletariado no había tomado el poder y la pequeño burguesía desesperada por la miseria se convirtió en herramienta del gobierno del capital financiero y la reacción. Con el dinero de los grandes capitalistas surgió el fascismo en las zonas agrarias, donde se formaron escuadrones que asaltaron locales y cooperativas obreras. El PSI no reaccionó, salvo la oposición burocrática de huelgas impotentes ante la acción armada de los “camisas negras”. La clase obrera quedo desorientada y el fascismo se extendió a las ciudades y Mussolini llego al poder en 1922.

La estrategia de la revolución

En la URSS las discusiones en el seno del PSI se refractaban en los congresos de la III Internacional. Lenin tomó posición contra la convivencia de Serrati con los reformistas y el infantilismo abstencionista de Bordiga. Al enterarse de la existencia del grupo “Orden Nuevo” se pronunció a favor del núcleo de Turín y convocó a Gramsci a Moscú. En su discurso sobre el problema italiano, dirá que la mayor desgracia del movimiento obrero de Alemania había sido no haber llegado a la ruptura con la socialdemocracia “patriótica” antes de la guerra y que la misma conclusión correspondía al PSI: “el partido italiano no fue nunca auténticamente revolucionario. Su mayor desgracia es que no rompió con los mencheviques y los reformistas antes de la guerra y que éstos últimos continuaron en el seno del partido” (1).
Era el desafío lanzado a Antonio Gramsci.

Notas
(1) Lenin, Obras Completas, T. XXXII, III Congreso de la IC, Cartago, Buenos Aires, 1960.

(II)

En la URSS de la década del 20 las discusiones de los socialistas italianos tenían un eco directo en las sesiones de los congresos de la III Internacional. Lenin tomó posición contra la convivencia del ala izquierda del PS con el reformismo de Serrati y el infantilismo abstencionista de Bordiga. Al tomar conocimiento de las posturas del grupo Orden Nuevo se pronunció a favor del grupo de Turín y convocó a Gramsci a Moscú. Pero Bordiga dominaba esa izquierda y precipitó una fractura con Serrati, formando un partido comunista minoritario en 1920 con una plataforma ultraizquierdista. De este modo, dos organizaciones italianas pertenecían a la III Internacional y Gramsci se opuso a la escisión aunque aceptó incorporarse al naciente PC, convirtiendo a Orden Nuevo en el diario de la organización. Luego viajó a la URSS.
Todo el período 1921-1924 estuvo marcado por el choque del nuevo PCI con el Comintern (III Internacional). En el tercer Congreso de la III se planteó un giro político hacia la táctica del frente único que los italianos no aceptaron. Para Lenin y Trotsky el reflujo de la revolución europea en la posguerra imponía un llamado a la socialdemocracia a la acción práctica común para que las masas agotaran su experiencia con las direcciones reformistas. Bordiga, Gramsci y los restantes dirigentes del PCI (Togliatti, Terracini), con la excepción de Tasca rechazaron esta política.
Durante una primera etapa de la organización (1921-22), Bordiga impuso sin oposición su intransigencia ultraizquierdista y el PCI rechazó todas las orientaciones del Comintern, no solo la táctica del frente único, sino también el llamado a debatir con el PS Unificado creado por Serrati en 1922.

Gramsci en Moscú

El contacto en Moscú con el trabajo del Comintern produjo una vertiginosa maduración política en Gramsci, que atravesó, además, por quizás el único período de felicidad en su vida personal. Se casó y tuvo dos hijos. La mayor influencia política que recibió fue la de Trotsky, que lo alentó al abandono del sectarismo de Bordiga , lo que estimuló la progresiva diferencia entre ambos dirigentes. Gramsci comenzó a cuestionar el abstencionismo electoral y la identificación de Mussolini con los otros partidos burgueses. Consideró que era un desatino suponer que el avance del fascismo sobre la socialdemocracia era un factor de progreso de la revolución (planteado por el ala ultraizquierdista) y empezó a aceptar el planteo del frente único como táctica de defensa del proletariado contra los embates de la reacción. Cuando Bordiga afirmó que toda la III Internacional se deslizaba hacia el reformismo, el enfrentamiento entre ambos dirigentes llegó a un punto de no retorno.

Gramsci en Viena

Gramsci se instaló en Viena para intervenir más de cerca en la lucha política y se lanzó en 1924 a la batalla frontal contra el bordiguismo. Logró conducir al partido a un gran cambio, imponiendo la concurrencia a las elecciones, en las que fue elegido diputado. En el Congreso partidario de Lyion (1926) conquistó a la mayoría de los militantes a favor de una nueva estrategia para la revolución en Italia. Definió a los obreros y campesinos como las fuerzas motrices de la revolución y destacó la necesidad de desterrar la influencia de los partidos católicos y de los terratenientes sobre la masa agraria, para atraerla hacia una alianza bajo dirección del proletariado. El Congreso revalorizó el frente único y estableció un programa democrático con consignas de transición para fijar un puente entre el fascismo y el establecimiento de la dictadura del proletariado.
Gramsci había sacado un balance de la experiencia de Orden Nuevo y los Consejos Obreros y planteó que sin un partido programáticamente definido y políticamente homogeneizado era imposible la lucha victoriosa por la revolución. Con su mandato de diputado volvió a Italia para combatir al fascismo desde el PCI.

El debate en la URSS

Dentro de Italia la actividad de Gramsci como parlamentario y organizador comunista fue crecientemente desbordante. Mussolini no había llegado aún a estabilizar el régimen contrarrevolucionario y en 1926 el asesinato del dirigente socialista Matteoti desató una crisis que Gramsci propuso profundizar con acciones de masas contra la dictadura. Su fama como tribuno antifascista alcanzó dimensiones nacionales y el propio tirano se vio obligado a polemizar públicamente con él. El PCI se desarrolló numérica y políticamente y para apuntalar esta maduración, Gramsci escribió un folleto sobre la cuestión meridional de Italia en el que caracterizó la formación histórica del país, el retraso del Sur, el papel de las distintas clases sociales y puso de relieve la lucha por una alianza obrero campesina para la victoria de la revolución.
Gramsci comenzó a recibir en ese período noticias fragmentarias de la crisis que había estallado en la URSS entre la Oposición de Izquierda y Stalin. Desconocía por completo la envergadura del proceso de usurpación de la revolución por parte de la casta burocrática y el sofocamiento de la democracia en los soviets. Sus pronunciamientos oficiales fueron favorables al oficialismo estalinista. Aunque había recibido una importante influencia teórica de Trotsky, varias circunstancias políticas lo alejaron del creador del Ejército Rojo.
Ante todo Gramsci se mostró hostil al planteo de Trotsky de acelerar la industrialización de la URSS porque suponía que socavaría el apoyo campesino a la revolución. Una objeción infundada desde el momento que Trotsky justamente intentaba evitar una demora en la modernización económica que forzaría posteriormente al estado obrero a embarcarse en una industrialización salvaje y expropiatoria del agro, como efectivamente sucedió bajo el domino estalinista. Gramsci no comprendió el sentido de la discusión en la URSS y, preocupado por su debate a favor de la alianza obrero campesino en Italia, catalogó de anti campesina a la Oposición de Izquierda. Gramsci, además, consideró nociva la introducción del “debate ruso”, absolutamente crucial, en el seno del PCI, quizás llevado por los años de debate fraccional en el seno del partido. A esto se sumó la momentánea adhesión de Bordiga a Trotsky, que afianzó su rechazo a la Oposición. Paradójicamente, el ultraizquierdista Bordiga rompería al poco tiempo con Trotsky.
De todos modos, Gramsci no toleró la brutalidad de las depuraciones de Stalin y, cuando tomó conocimiento de las persecuciones de la burocracia de la URSS, repudió públicamente su metodología. Tuvo un violento choque con Togliatti, el hombre del aparato del Kremlin en el PSI, cuando se negó a suscribir las infamias lanzadas contra Trotsky y otros dirigentes bolcheviques. Declaró su oposición a los juicios y a todas las medidas policiales contra la Oposición de Izquierda.
Estamos en 1926, en las vísperas del confinamiento de Gramsci en la cárcel del fascismo italiano, que le llevaría 11 años y finalmente, la vida. El período más duro y políticamente contradictorio del dirigente cuyo renombre proviene menos de la actividad revolucionaria que acometió que del contenido e interpretación que hace la izquierda no revolucionaria de sus “Cuadernos de la cárcel”, la elaboración de ese período de Antonio Gramsci.

Christian Rath

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