La paliza, 191 a 2, sufrida por Estados Unidos en la votación de la Asamblea General de la ONU sobre el bloqueo a Cuba, no es una simple repetición de las anteriores. Es cierto, hace más de un cuarto de siglo un número creciente de Estados apoya la resolución cubana. En los últimos años solo votan en contra la potencia del norte y su impresentable compinche Israel. Si se piensa bien, el sufragio sobre el bloqueo se ha convertido también en un símbolo del aislamiento de Estados Unidos, no solo en este tema, sino en otros, que, como el cambio climático, son cada vez de mayor interés para las naciones. Esto se ha acentuado con la política exterior unilateralista del presidente Donald Trump.
De igual modo, la mayoría de las intervenciones en apoyo al documento cubano, fueron también un llamado a Trump para que retome el camino de diálogo y cierta apertura con la isla iniciado por su homólogo Barak Obama. Cabe recordar que el segundo había pedido al Congreso el levantamiento del bloqueo y, en concordancia con ello, Estados Unidos se abstuvo por primera vez en la votación del año pasado. Aunque nunca habló del carácter agresivo e inmoral del cerco económico y dijo que el cambio de política hacia la isla no implicaba una modificación de su objetivo (de derrocar a la Revolución), el primer presidente negro de la gran potencia sí reconoció explícitamente el fracaso del bloqueo y aceptó una relación con Cuba de iguales y mutuo respeto.
Sin embargo, los pasos dados por el nuevo ocupante de la Casa Blanca en relación con la isla han sido sumamente hostiles y basados en mentiras, condicionamientos y pretextos. Entre los últimos es digna de una marca olímpica en materia de mentira la supuesta agresión con un arma sónica a la que habrían sido sometidos 22 miembros de la Embajada de Washington en La Habana. Washington dice que aun no puede acusar a Cuba de la autoría de los “ataques” pero alega que no es capaz de proteger a sus diplomáticos según establece la Convención de Viena. Esta ridícula acusación se ha vuelto el hazmerreír de las comunidades científicas de Estados Unidos y Cuba. No obstante, logró eco en los medios de difusión estadunidenses dominantes y fue usada como excusa para reducir sustancialmente, de forma unilateral y festinada, el personal en las misiones diplomáticas de ambos países en La Habana y Washington.
En el primer caso, mediante la retirada por Estados Unidos de la mayoría de su personal, presuntamente enfermo por la acción de la hilarante arma sónica. En el segundo, con la absurda y descabellada expulsión de buena parte de los diplomáticos cubanos. Esta medida, junto a la orden presidencial de Trump dada a conocer el 16 de junio, reduce al mínimo lo que quedaba de las medidas de distensión de Obama después de los discursos en que él y el presidente Raúl Castro anunciaron la decisión de restablecer relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos. Baste señalar que a partir de ahora un cubano se ve impedido de solicitar visa estadunidense en La Habana y debe para ello viajar a Colombia y pedirla al consulado en Bogotá. Ya hablaremos de eso próximamente.
Volviendo al debate sobre la resolución cubana en la ONU, destacaron los pronunciamientos de los representantes de América Latina y el Caribe, África y Asia, así como el apoyo de la CELAC, el CARICOM, el Movimiento de Países No Alineados, el G77 + China, la Organización de la Conferencia Islámica y la ASEAN. Fueron sobresalientes los discursos de Jamaica, Bolivia, Venezuela, Paraguay, México, Vietnam, China, India, Rusia, Unión Europea, Suráfrica y Argelia.
Los condicionamientos alegados por Trump para no levantar el bloqueo recibieron la fulminante respuesta del canciller cubano Bruno Rodríguez Parrilla: “En las últimas semanas, el presidente Donald Trump ha reiterado en cuatro ocasiones diferentes que su gobierno no levantará el bloqueo a Cuba a menos que esta realice cambios en su ordenamiento interno. Reafirmo hoy, que Cuba jamás aceptará condicionamientos ni imposiciones y les recordamos al presidente y a su embajadora (en la ONU, Nikki Haley) que este enfoque aplicado por una decena de sus predecesores no ha funcionado ni funcionará. Será uno más en la cuenta de una política anclada en el pasado”. Añadió que el mandatario estadunidense se acompaña de "rancios batistianos(partidarios del dictador Batista), anexionistas y terroristas", que “alienta el odio y la división”, y pregona “un peligroso supremacismo que disfraza de patriotismo y que generará más violencia”.
Ángel Guerra Cabrera
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