Tantas veces han insistido los voceadores del capitalismo en la muerte política de Marx y del movimiento obrerista que contribuyó a crear de manera tan destacada, que, si fueran sinceros, no dejarían de sorprenderse porque en el año que celebra el bicentenario de su nacimiento los cinco continentes habitados del planeta hayan presenciado marchas multitudinarias donde su influencia era notoria. En la manifestación del 1º de Mayo de 2018, en Colombo, capital de la lejana Sri Lanka, miles de trabajadores desfilaron bajo enormes retratos, que arrastraban en estructuras metálicas con ruedas, adornadas con grandes símbolos de la hoz y el martillo. Eran retratos de Marx, Engels y Lenin. Manifestaciones semejantes se desarrollaron en Calcuta y en Katmandú, en Berlín, Moscú, Buenos Aires, Hanoi o La Habana, y en centenares de ciudades del mundo.
Mientras la prensa conservadora, al servicio del capitalismo, y los vendedores de mentiras, aprovechando la efemérides, insistían (de nuevo, como hizo el New York Times, a propósito del bicentenario del nacimiento de Marx) en los horrores de las revoluciones obreras y en la supuesta evidencia de que el mundo ha asumido el triunfo definitivo del capital y su sistema, concluyendo (como si fuesen honestos científicos sociales y no predicadores de la falsedad) que el objetivo de la izquierda no debe ser la revolución, sino la "mejora gradual del capitalismo", millones de trabajadores en el mundo enarbolaban las banderas rojas de la igualdad, la libertad y la justicia para seguir persiguiendo el sueño del socialismo, para contrariedad de quienes lo declararon enterrado para siempre.
Porque Marx sigue presente. Marx y Engels desarrollaron un cuerpo teórico que estaba compuesto por un análisis de la sociedad capitalista, por la concepción de la lucha de clases como motor de los cambios históricos, y por una teoría revolucionaria para transformar el mundo que debía plasmarse en partidos obreros, comunistas, como instrumentos para la conquista del poder para los trabajadores, cuyo gobierno concretaría la emancipación de toda la sociedad. Acabar con la propiedad como privilegio de unos pocos, y poner los medios para implantar la igualdad (¡un sueño milenario!), terminar con la explotación infantil, expropiar la tierra para ponerla en manos colectivas, entregar los organismos financieros al Estado para el bien común, hacer posible que cada ser humano tuviera satisfechas sus necesidades y aportase según su capacidad, esa era la propuesta de Marx, que continúa teniendo una rotunda actualidad. A esa ambición, se añadía el internacionalismo (pese a la centralidad de Europa en la obra marxiana) y la búsqueda de la verdad en un mundo acosado por la mentira y por la explotación: era algo tan urgente, tan razonable, que Gramsci insistiría años después en que la verdad es siempre revolucionaria, y todavía hoy tenemos que luchar por lo evidente, como lamentaba el verso de Brecht. Marx sabe bien que, en todas las épocas históricas anteriores, una parte de la sociedad ha explotado a otra, mucho más numerosa.
A esa corriente de pensamiento inaugurada por Marx, que pretendía explicar el mundo, que nos proporcionó un método de análisis de la historia humana, se incorporaron después otros muchos pensadores, filósofos, revolucionarios y militantes de la justicia y la igualdad, de Lenin a Rosa Luxemburgo, de Gramsci a Ho Chi Minh, del Che Guevara a Dolores Ibárruri, por citar algunos, y que, después, ha incorporado inquietudes y certezas de otros movimientos revolucionarios en una larga trayectoria que ha sido declarada muerta en muchas ocasiones por los defensores de la explotación humana, expresando un deseo que ha sido siempre refutado por la realidad de las luchas por el socialismo, pese a dolorosas derrotas, errores manifiestos, y sanguinarias persecuciones políticas de los gendarmes del dinero, que siempre buscan el beneficio de los dueños de un sistema criminal, el capitalismo, basado en el engaño, el fraude y el robo del trabajo ajeno.
Marx analizó los mecanismos que llevan a la concentración de la propiedad en un pequeño grupo de individuos, y las formas de control ideológico, de dominio del pensamiento, que la burguesía había desarrollado en el siglo XIX, y que en nuestros días han llegado a una sofisticación difícilmente imaginable hace apenas unas décadas, condenando al trabajador a una vida destinada a asegurar el beneficio del patrón y el incremento de su riqueza; e insistió también en alguna de sus preocupaciones, como el aumento de la eficiencia en el trabajo y en la sociedad que supondría un sistema basado en el socialismo y en la propiedad colectiva de los medios de producción, asunto que se ve refrendado en nuestros días a la vista del despilfarro económico, que acompaña a la basura que infecta continentes y océanos, y a la dramática destrucción de recursos naturales que ha causado el capitalismo en el planeta.
Ciento setenta años después de la publicación Manifiesto Comunista, el mundo ha cambiado mucho, y los partidos que hoy siguen reclamándose hijos del marxismo, además de seguir situando a los trabajadores, a la fábrica, al trabajo asalariado, en el centro de su propuesta política y de sus análisis, han incorporado a su visión una perspectiva menos eurocéntrica, una preocupación por la quiebra ecológica que está causando el capitalismo, y la convicción de que la liberación de la mujer, la rigurosa igualdad en la relación entre sexos, no puede esperar. Como todos, también Marx era hijo de su tiempo, y su figura está ligada a la trabajosa, titánica construcción de instrumentos políticos para perseguir la liberación del ser humano de las miserables condiciones impuestas por la plutocracia del poder y de las guerras, y de una división social del trabajo que sólo asegura la pobreza, la desigualdad y el hastío.
La vida de Marx fue difícil, siempre sin recursos, perseguido y vigilado por la policía prusiana, por Francia, por Gran Bretaña, viviendo en las grietas del sistema capitalista mientras examinaba sus entrañas; escribierndo artículos para sobrevivir, ayudado económicamente veces por su amigo Engels, acudiendo a veces a las casas de empeños debido a su pobreza: muy lejos de las mentiras sobre su vida que fabricaron después los laboratorios ideológicos del capitalismo, para desacreditarlo y para destruir la laboriosa malla de asociaciones obreras que, desde entonces, ha seguido sus pasos. Cuando Marx malvivía en su forzado exilio en Londres, con su esposa Jenny y sus hijos, centrado en el estudio y la militancia obrerista, atenazado por la penuria económica, visitado por amigos fieles y por emisarios de los grupos obreros de media Europa que pugnaban por organizar sindicatos y crear agrupaciones comunistas, participando en la Primera Internacional, intentando construir un partido obrero, en esos duros años, no podía concebirse el grado de globalización que alcanzaría el capitalismo, y, mucho menos, los desastres de las dos guerras mundiales y del imperialismo, que si bien se impuso a buena parte del planeta ya en el siglo XIX, llegaría a su apogeo homicida en el XX. También, era difícil imaginar la influencia mundial que alcanzarían las ideas de Marx.
A su muerte, en el cementerio de Highgate, su amigo y camarada Engels afirmó, en sus palabras de despedida, que millones de trabajadores recordarían a Marx, y los obreros que en muchas ciudades del mundo se manifestaban el pasado 1º de Mayo por sus derechos, y los que desfilaban en Colombo, lo confirmaban tantos años después: un retrato de Marx recorría las calles, en Sri Lanka.
Higinio Polo
Nou treball
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