domingo, mayo 10, 2020

Crisis económica mundial: el lugar de las deudas y el día después

La actual convulsión económica mundial −que a esta altura ya resulta la peor desde la Gran Depresión− se pone de manifiesto como un choque entre, esencialmente, dos fuerzas. La primera: la pandemia de Covid-19. Un hecho estrictamente “exógeno” a la economía aunque no a la manera específica en la que el capitalismo desarrolla las fuerzas productivas. Nos referimos al desprecio por la naturaleza característico de la gestión del agronegocio desde hace décadas, al persistente proceso de destrucción de la salud pública típico del neoliberalismo, al desdén por la investigación epidemiológica y los oídos sordos frente a alertas sobre posibles epidemias de nuevos coronavirus con potencial de emergencia en humanos [1]. La segunda fuerza: la debilidad legada por las características de la recuperación post crisis 2008/2009. Una fragilidad que se viene expresado desde hace más de diez años en dos grupos de factores que, como veremos, resultan complementarios. Por un lado, el apagado crecimiento del comercio mundial −una tendencia muy anterior a las medidas proteccionistas de Trump−, el de la inversión en capital fijo y el de la productividad del trabajo −a pesar del desarrollo impactante de las nuevas tecnologías. Y, por el otro, el encendido crecimiento de las deudas tanto privadas como públicas.
La pandemia, por su parte, actúa como una suerte de sustancia paralizante que se extiende por los canales establecidos por la propia globalización, casi como una “venganza del destino”. La falta de preparación sanitaria exigió detener la economía −y en particular el flujo internacional de personas y productos− por temor a un colapso en los sistemas de salud, una catástrofe humanitaria y la pérdida del control por parte de los Estados. La paralización sacude al conjunto de las economías pero golpea con particular virulencia sobre los sectores más internacionalizados: las cadenas globales de valor −modalidad en la que destacan particularmente las empresas electrónicas, automotrices y químicas− por un lado, y los sectores de servicios tales como el turismo, la aviación, la hotelería o la gastronomía, por el otro. El cuasi congelamiento de la economía repercute, naturalmente, sobre el sector petrolero, víctima a su vez de la aguda competencia internacional entre Arabia Saudita, Rusia y Estados Unidos, en particular.
Lo dicho hasta ahora −a modo de introducción− ilustra parte de la dinámica presente pero, en un sentido, ya es pasado. Lo que nos interesa particularmente tratar aquí es la manera en la que estos puntos críticos mencionados se encuentran entrelazados y entran a jugar con las debilidades legadas por la otra “fuerza” es decir, por las condiciones del pos Lehman [2]. Dicho de otro modo, nos interesa abordar las dinámicas que puede adquirir la crisis siguiendo sus núcleos críticos así como dejar planteados de la manera más explícita posible los grandes interrogantes y contradicciones que tiñen al futuro.

Deudas corporativas: el eslabón débil

Existe una coincidencia estridente entre los sectores de la economía más golpeados por el shock pandémico y las deudas corporativas no financieras. Como antecedente, es preciso tener en cuenta que a diferencia de la crisis de 2008/9 la mayor parte de la deuda del sector privado no se concentra en la actualidad en créditos inmobiliarios e hipotecarios sino en créditos al sector empresarial. Según testimonia un artículo de Financial Times en base a datos de la OCDE, las empresas acumularon deuda barata durante toda una década, elevando el stock global de bonos corporativos no financieros a un máximo histórico de 13,5 billones de dólares a fines del año pasado o el doble del monto correspondiente a diciembre de 2008 en términos reales. A su vez y según estimaciones de la Reserva Federal norteamericana, la deuda corporativa en Estados Unidos se incrementó desde 3,3 billones de dólares antes de la crisis de 2008/9 a 6,5 billones en 2019. China y Estados Unidos encabezan por lejos el ranking global de los diez países con mayor deuda corporativa no financiera. Según la mencionada nota de Financial Times, la causa de este fenómeno reside en el hecho de que debido a la baja de las tasas de interés pos Lehman implementadas por los bancos centrales, los rendimientos de los bonos gubernamentales más seguros se derrumbaron y los inversores encontraron los préstamos a empresas más riesgosas como una forma de obtener beneficios. También se indica allí que este universo se encuentra dividido entre prestatarios de nivel intermedio que hasta hace unos meses podían continuar pidiendo prestado e ir reembolsando deudas y prestatarios “zombies” −una de cada seis empresas estadounidenses− que aunque sin obtener ganancias suficientes para cubrir los pagos de intereses, podían seguir aplazando la crisis mientras los mercados de deuda siguieran permitiéndoles refinanciar. En otra nota de Financial Times puede leerse que empresas como Alphabet, Apple, Facebook y Microsoft contaban con un total de 328 mil millones de dólares en efectivo a fines de 2019. Cuestión que sugiere que este tipo de empresas actúa en los hechos como prestamista de otros sectores que concentran gran parte de la deuda incluidos aquellos que pertenecen a la llamada “vieja economía”. El artículo de Financial Times, también señala que el cambio en el tipo de endeudamiento de las empresas resulta en cierto modo menos riesgoso para el sistema financiero en su conjunto, debido a que los bancos no están tan expuestos a la deuda corporativa como las entidades de inversión del tipo de compañías de seguros, fondos de pensiones o fondos mutuos. Dicho esto, no obstante, alerta que las entidades bancarias no podrían escapar a un colapso más amplio que acabe aumentando los impagos de sus créditos.
Todo este esquema es el que emerge como un una bomba de tiempo al correr de la crisis desatada por el Covid-19. En principio, hay que tener en cuenta el 50% de la deuda corporativa global está calificada como BBB por agencias como Moody’s, S&P o Fitch. Esto significa que si bien se trata de bonos que se consideran “Investment grade” −o, “de calidad”− resultan los peores dentro de ese universo por lo que una baja de calificación los coloca directamente en el terreno de “bonos basura”. Para el caso de Estados Unidos, mientras el 40% de esta deuda posee calificación BBB, el 22% pendiente de pago incluye “bonos basura”. Es decir que casi dos terceras partes de los bonos pertenecen a compañías con un riesgo más alto de default, entre ellos muchos minoristas [3]. Y sucede que no solo la deuda de las empresas con vulnerabilidades previas se encuentra amenazada sino también la que anteriormente se veía como relativamente sólida. Por un lado, exhiben una gran vulnerabilidad las empresas que sufren cancelaciones masivas como las hoteleras o de aviación. Una cuestión que incluye desde empresas de cruceros minoristas hasta gigantes como Carnival y Royal Caribbean, titanes de la aviación como Boeing y American Airlines o de la hotelería como la norteamericana Ryman Hospitality Properties. Por otro lado, las compañías energéticas norteamericanas muy dependientes de precios elevados del petróleo ya se encontraban en la cornisa y están acusando un fuerte golpe con precios a futuro que alcanzaron niveles negativos. Sin embargo, el universo amenazado resulta aún mayor. Las empresas automotrices, las de electrónica y las compañías químicas permanecen vulnerables debido a las interrupciones en las cadenas de suministro. También las empresas de alquiler de automóviles o los grandes operadores de cine como la estadounidense National Amusements, entre muchas otras ya vieron sus deudas degradadas a terreno negativo. También, con toda seguridad los bancos solventarán primero a las grandes corporaciones por lo que es probable que las pequeñas y medianas empresas resulten las más castigadas. Una cuestión inquietante debido a que las últimas suelen ser eslabones cruciales en la cadena de suministro por lo que si se rompen los vínculos resultará mucho más difícil una posterior recuperación. Por supuesto, también se trata de una oportunidad para una mayor concentración de capital mediante la adquisición de estas pequeñas y medianas empresas por las grandes [4].
Dado este escenario −aun cuando a diferencia de la crisis 2008/9 la situación de la banca se mantiene estable− las deudas corporativas constituyen uno de los eslabones débiles más significativos. El riesgo de una serie de quiebras en cadena que acabe repercutiendo sobre los bancos, pende como una Espada de Damocles. Situación que se plantea en un contexto en el cual ya con lo sucedido hasta el momento, la contracción del PBI mundial −en la visión optimista del FMI− se calcula en un 3 % y el pronóstico de caída del comercio mundial oscila en un amplio margen, según la OMC, de entre un 13 y un 32 %. Además y por solo considerar el caso paradigmático de Estados Unidos, en el mejor de los casos la economía sufriría una contracción del 6% en 2020 y los pronósticos de desempleo oscilan entre un escalofriante 16 y 20%. Todos datos que −excepto en el caso del comercio mundial con pronóstico aún abierto− superan ampliamente los valores de caída de la crisis de 2008/9. En este contexto, los estímulos sin precedentes históricos que −entre medidas monetarias y fiscales− superan en Estados Unidos los 5 billones de dólares y que en términos de medidas fiscales representan el 30 % del PBI en Alemania e Italia y cerca del 20 % en España, tienen el objeto de evitar este entrelazamiento explosivo entre los efectos de la pandemia y una de las vulnerabilidades más inflamables del post Lehman. También a diferencia de la crisis de 2008/9, las actuales medidas de intervención estatal no tienen por objeto −no podrían tenerlo− una reactivación de la economía sino una contención de la caída. La continuidad de la paralización económica puede, no obstante, resultar más poderosa que los estímulos y es por ello que la mayoría de los gobiernos intenta salir de las “cuarentenas” con consecuencias desconocidas en términos sanitarios. Dadas las circunstancias, la “dialéctica” entre pandemia y economía emerge como una de las mayores incertidumbres del momento dejando a muchos analistas −según la ironía de Michel Husson− sin letras del abecedario para graficar el porvenir.

El sentido profundo de las deudas

Volviendo a las deudas corporativas no financieras, interesa ir algo más allá de sus causas inmediatas. El crecimiento acelerado de este tipo de deuda durante los más de 10 años transcurridos desde el inicio de la recuperación post Lehman constituye, a decir verdad, casi un espejo del escaso crecimiento de la inversión en capital fijo. Vínculo que representa un síntoma profundo de la coexistencia entre grandes masas de liquidez por un lado, y escasas fuentes para la inversión lucrativa, por el otro. Una contradicción que en gran parte se “resuelve” a través del crecimiento de la deuda corporativa como un destino privilegiado y altamente especulativo de esas grandes masas de liquidez. Volúmenes originados ya sea en empresas de fuerte rentabilidad y casa matriz en países de altos ingresos −formulamos más arriba el ejemplo de Alphabet, Apple, Facebook y Microsoft−, como en los propios programas de facilidades cuantitativas de los Bancos Centrales que rescataron a la banca privada durante la pasada crisis o en las extremadamente bajas tasas de interés que rigen en el “centro” capitalista desde hace más de una década, entre otros. Como dice el geógrafo marxista David Harvey, la conversión del dinero excedente que demanda su “libra de carne futura” se lleva a cabo dentro de las instituciones financieras [5]. Esas instituciones como los fondos de inversión, de pensión y también bancos, entre otras, canalizan el crédito hacia empresas −muchas de las cuales arrojan escasas o nulas ganancias reales− pero que utilizando el dinero para la recompra de sus propias acciones elevan su precio de forma artificial incrementando el valor de la compañía y atrayendo mayores masas de capital. Las empresas de innovación tecnológica denominadas unicornios que no arrojan ganancias pero se revalorizan gracias a los constantes aportes de capital y que ya venían perdiendo dinamismo [6], constituyen un ejemplo de este tipo de operaciones. Todo un sistema que constituye una maraña casi insondable de apuestas especulativas y creación de dependencia a través del dinero de crédito, edificado sobre la escasez de fuentes reales para la inversión.
La relación entre escasez de fuentes de inversión y crecimiento de la deuda −no solo de la privada corporativa no financiera sino también de la pública [7] que junto con la primera representan más del 80% del aumento extraordinario de la deuda total en la última década y también las deudas de las familias− tiene mucho que decir sobre los límites actuales del capital para su autoreproducción. Una cuestión que posee la particularidad de “inquietarnos” no solo a los marxistas sino a buena parte del mainstream neokeynesiano. En un artículo reciente, Martin Wolf se pregunta por qué la economía global actual se volvió tan dependiente de la deuda y se responde que expresa un “deseo excesivo de ahorrar” relativo a las “oportunidades de inversión”. Wolf agrega que el aumento de la desigualdad en Estados Unidos se tradujo en un gran incremento en el “ahorro” del 1% superior de la distribución del ingreso que no se corresponde con un aumento de la inversión. Por el contrario, afirma, la tasa de inversión viene cayendo a pesar de la disminución de las tasas de interés reales. Un aspecto que, agregamos, está en la base del fenómeno conocido como “histéresis” que da cuenta de la incapacidad de la economía de volver a los niveles de funcionamiento previo a la crisis a pesar de las grandes masas dinerarias introducidas por los Bancos Centrales. Un elemento característico de la última recuperación y fundamento de la tesis del estancamiento secular. Por su parte, David Harvey planteaba −unos años antes de la crisis actual− que el crecimiento acumulativo ininterrumpido frente a la creciente escasez de oportunidades de inversión rentable, ejerce una intensa presión sobre la forma de capital que puede aumentar sin límites el dinero a crédito. En este contexto Harvey también desarrolla el concepto de “servidumbre por deudas” como el medio preferido del capital para imponer su forma particular de esclavitud a través de préstamos predatorios tanto a los trabajadores como a otros capitalistas y a los propios Estados [8].
Este sentido profundo del incremento de deudas predatorias como contracara de la progresiva escasez de fuentes lucrativas para la inversión tuvo su primera gran expresión en la crisis de 2008/9, emergiendo luego bajo la forma de la gran debilidad de la recuperación pos Lehman que los neokeynesianos definen con los términos de “histéresis” o “estancamiento secular”. Se trata, más precisamente, de la crisis del capitalismo en su formato neoliberal así como de las cualidades específicas de la internacionalización financiera y productiva que lo caracterizaron. De hecho, mientras la baja inversión explica el lento crecimiento de la productividad del trabajo −a pesar de los grandes avances tecnológicos−, el aletargado crecimiento del comercio mundial se presenta, a su turno, como uno de los factores explicativos de la baja inversión [9]. La tormenta del Covid-19 se desarrolla sobre este escenario inhóspito que ya venía conmovido no solo por la debilidad económica sino por profundas crisis políticas e inestabilidades geopolíticas. Las configuraciones que puedan establecerse en el período próximo constituyen uno de los interrogantes más complejos e interesantes a dilucidar.

¿Qué viene después?

La manera en la que se configure el escenario en el período próximo inmediato depende en buena parte de los tiempos de la pandemia y de las capacidades para controlarla. El pronóstico más optimista lo brinda −como es habitual− el FMI considerando que la enfermedad resulta doblegada en el próximo semestre y que los daños de la crisis económica no superan las tendencias que están a la vista. En un contexto de estas características, auguran un crecimiento económico mundial del 5,6 % para 2021. Un número que, aunque parezca elevado, es en realidad muy bajo porque al incluir la recuperación de la caída del 3 % para el año en curso se ubica, como lo señala el propio FMI, por debajo de la tendencia estipulada previamente a la crisis. O sea, un escenario de “histéresis” −en los términos neokeynesianos− más agudo que el que caracterizó la recuperación de la última década. El FMI, por supuesto, considera escenarios mucho peores aunque se los reserva.
Si bien el escenario anterior no puede descartarse, es probable que la situación resulte más intrincada. El desarrollo de la enfermedad y su control relativo se produce por regiones, cuestión que −más allá del devenir de las tensiones geopolíticas− implica desigualdades que complican una convergencia. El inicio, por ejemplo, de la aparente recuperación de la economía coincide con el peor momento de la pandemia y la crisis en Estados Unidos. Además, resulta imposible afirmar que la mayor parte de las economías que comienzan a intentar volver a la normalidad se encontrarán exentas de rebrotes. Por lo que podrían estar expuestas a recuperaciones y nuevas caídas que sumado a las desigualdades internacionales, configuren un escenario desigual, incierto y aún más rezagado en términos de recuperación económica [10]. Por otra parte, señalando que el abandono de los bloqueos constituye un proceso y no un evento, un artículo de The Ecomomist, incorpora el concepto de la “economía del 90%”. Es decir, una situación en la cual por temor a contagios y rebrotes −hasta que no se descubra la vacuna o se disipe el miedo− la economía no pueda volver por completo a la normalidad, considerando un menor consumo de bares, restaurantes, hotelería, viajes y transporte público, entre otros rubros. Considerando este escenario general, en modo alguno puede descartarse que en una maraña de rebotes y retrocesos e imposibilidad de vuelta a la normalidad, el eslabón débil de la deuda corporativa termine finalmente explotando y de lugar a una recesión mucho más profunda incluso que lo que muestra la tendencia hasta el momento.
Por otra parte, el derrotero de China y su economía emerge como gran incógnita que a la vez condiciona los posibles escenarios venideros. Aunque se habla de una recuperación a mayor velocidad que la esperada, el crecimiento del PBI chino pronosticado para el año en curso −siempre sobre la base del escenario más optimista− apenas supera el 1 %. Es complejo suponer que en esas condiciones pueda jugar el mismo rol de motor internacional de la economía real que desarrolló frente a la crisis de 2008/9. El plan de estímulo fiscal de aproximadamente 600 mil millones de dólares que en aquel momento determinó un muy sólido rebote de su economía, se enfrenta a contradicciones como la sobreinversión interna, la sobrecapacidad y el sobreendeudamiento −aunque en yuanes, es cierto−, ausentes en aquel momento. De todos modos, nada está dicho aún. China es una economía nueva y aún después de la crisis puede recobrar vigor. Lo distintivo es que, en el caso de que esto suceda, tomará casi con seguridad un formato muy distinto al de los primeros años posteriores a la crisis de Lehman. Como mínimo es esperable una mayor confrontación por los espacios mundiales para la inversión de capital que acarree una intensificación de la pelea por zonas de influencia.
Finalmente la cuestión China conduce a esbozar al menos unas breves líneas sobre el destino de la “globalización”. El nivel de dependencia de las economías nacionales respecto de la internacionalización del capital y las llamadas cadenas de valor resulta muy elevado. De hecho, la pandemia hizo visible que Estados Unidos depende de China para su abastecimiento de medicamentos elementales e implementos básicos de salud. El estancamiento de la globalización que, como señalamos, lleva algo más de una década y su cuestionamiento que adquirió formas políticas y económicas durante los últimos años, se manifiesta más explícitamente ahora como un problema de “seguridad nacional”. El alto grado de internacionalización de las fracciones de capital dominante profundiza su contradicción con la estructura de los Estados nacionales que, en última instancia, les garantizan las condiciones globales y locales para la acumulación. Sin lugar a dudas habrá presiones para el desarme de determinadas cadenas de globales de valor en particular en lo que tiene que ver con el sector salud y con seguridad se producirán modificaciones en determinadas áreas. Sin embargo, para plantearse en una escala mayor un problema −que estará teñido, además, por el año electoral norteamericano− es necesario tener en cuenta al menos tres factores. El primero, la resistencia del capital más concentrado frente a presiones contrarias a la internacionalización. El segundo, que para reindustrializar y rearmar la producción en los países centrales sería necesario conquistar en el “centro” salarios como los que las grandes transnacionales norteamericanas y de otros países obtienen, como mínimo, en China. El tercero, es que el desarme de las cadenas de valor −una configuración extremadamente compleja e incluso difícil de percibir por los investigadores− implicaría una inversión masiva de capital en el centro es decir, superar una de las debilidades más profundas durante la última década y media. Recordemos que el mayor proceso de inversión en nuevas tecnologías ahorradoras de trabajo en los países centrales durante los últimos cuarenta años, tuvo lugar durante la década del ‘90 y los primeros años ‘2000 en forma complementaria a la deslocalización del trabajo manufacturero con destino a México, el Sudeste Asiático, los países de Europa del Este, la ex URSS y China [11]. Existe una contradicción aguda en la división internacional del trabajo establecida durante todo este último período, pero su transformación dista mucho de soluciones sencillas.
Para terminar, resulta evidente que dentro de estas complejidades se inscriben las políticas en curso para avanzar hacia una profundización de la flexibilización laboral. Un ataque que a medida que las condiciones recuperen cierta normalidad deberá enfrentar la continuidad de los procesos de luchas de clases que emergieron como característica más significativa del mundo pre-pandemia. De hecho, esta crisis mostró el rol categórico del trabajo humano como motor de la economía. Los avances de la técnica son muy profundos pero aún siguen siendo complementarios. En el período próximo, además de enfrentar los ataques a las condiciones laborales, estará planteado para la clase trabajadora inscribir en su programa la pelea por quién se apropia de las ventajas de las nuevas tecnologías: si los grandes capitales, aumentado la explotación y los padecimientos, o las grandes mayorías, mejorando las condiciones de la existencia humana.

Paula Bach

Notas

[1] Ver, Malamud, Andrés, “La globalización en peligro”, Le Monde Diplomatique, N°250, 4/2020 y Wallace, Rob, Liebman, Alex, Chavez, Luis Fernando y Wallace, Rodrick, “El Covid-19 y los circuitos del capital”, Ideas de Izquierda, 29/3/2020.
[2] Nos referimos al período abierto tras la quiebra del banco de inversión Lehman Brothers, en septiembre de 2008, que provocó la expansión a nivel internacional de la recesión que había comenzado en Estados Unidos el año anterior.
[3] Lund, Susana, “¿Estamos en una burbuja de deuda corporativa?”, Proyect Syndicate, 19/06/2018.
[4] Información extraída de “Will the coronavirus trigger a corporate debt crisis?”, Financial Times, marzo 2020.
[5] Ver, Harvey, David, Marx, El capital y la locura de la razón económica, Buenos Aires, Akal, 2019.
[6] Ver, Srnicek, Nick, Capitalismo de Plataformas, Buenos Aires, Caja Negra, 2018.
[7] Ver, Bach, Paula, “Crisis económica mundial: ¿escaparán los espíritus subterráneos?”, Ideas de Izquierda, 3/2020.
[8] Harvey, David, ob. cit.
[9] Ver, Bach, Paula, ob. cit.
[10] Ver, Husson, Michel, “¿Rebote o caída?”, A l’encontre, 4/2020, disponible online y Roberts, Michael, “The scarring”, thenextrecession.wordpress.com, 5/2020.
[11] Ver, Bach, Paula, “¿Fin del trabajo o fetichismo de la robótica?”, Ideas de Izquierda 39, julio 2017.

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