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domingo, mayo 03, 2020
¿Quiénes son los necesarios? La metáfora de Saint Simon
Hoy nos parece muy lejana la figura de Henri de Saint-Simon, Claude Henri de Rouvroy, conde de (París, 1760-Id. 1825). La existencia del conde de Saint-Simon se desarrolló bajo el signo de la imaginación y la llamada a la gloria: «nada le parecía demasiado grandioso». Se cuenta que ya desde los quince años se hacía despertar con estas palabras por su mayordomo: «Levántese señor conde; tiene usted grandes cosas que hacer». A los 23 años declaraba que su misión era: «Hacer un trabajo científico útil a la humanidad». Descendiente de una de las familias más aristocráticas de Francia se dice que se sintió impulsado por las apariciones de su antepasado Carlomagno. Mostró, desde muy joven una gran capacidad para los estudios y muy tempranamente cultivó la amistad de D’ Alembert coautor con Diderot de L ‘Enciclopedie. Romántico y liberal se alistó con el Estado Mayor de Oficiales que bajo la dirección de La Fayette participaron en la guerra de liberación norteamericana contra los británicos. Al retornar a Francia coincide pronto con la revolución, con la que simpatizó aunque permaneció distante, considerándola como un síntoma de los nuevos tiempos pero desdeñándola ya que para él el «gobierno de la plebe es el gobierno de la ignorancia». Sospechoso por sus negocios y por su actitud equívoca es hecho prisionero para recobrar su libertad con el 9 Termidor.
Saint Simon se convierte entonces en un conocido mecenas de artistas y sabios, asistiendo a los cursos de la Facultad de Medicina y a los de la Escuela Politécnica. En esta época está ya imbuido de la importancia de sus proyectos y trató de convencer a madame de Staél de que por ser la mujer más inteligente se case con él que es su igual entre los hombres, ella le toma en broma. Se arruinó con su prodigalidad y sus actividades, cayendo en la miseria. Trabajó como funcionario y empezó a escribir sus primeras obras, en 1802 escribió sus Cartas desde Ginebra, para ello se rodeó de gente con talento como Agustín Thierry (historiador que utiliza ya los conceptos de «la lucha de clases») y Auguste Compte (el fundador de la sociología positivista que es, en parte, deudor de Saint-Simon). Retorna a la miseria e intenta tras varias desilusiones suicidarse como buen romántico, al fracasar la última vez pierde un ojo. Desde entonces su obra empieza a conocerse y da pie a la formación de núcleos de discípulos, que le ayudarán y le cuidarán hasta su muerte. Uno de ellos recogió sus últimas palabras: «Mi vida entera -dijo- puede resumirse en una idea, garantizar a todos los hombres el libre desarrollo de sus facultades. Cuarenta y ocho horas después de nuestra publicación, se organizará el partido de los obreros, el futuro nos pertenece!… Se llevó las manos a la cabeza y murió».
Las ideas de Saint-Simon que no han resultado de fácil sistematización por parte de los historiadores, contienen un sistema que abarca un amplio abanico de ideas, muchas veces oscuras y contradictorias. Su hilo se inserta enteramente en el «progresismo» (creencia en un avance lineal de la humanidad hacia el progreso) del momento y plantea: «La Edad de Oro de la Humanidad no está detrás de nosotros: está por venir y se encontrará en el perfeccionamiento del orden social. Nuestros padres no la vieron; nuestros hijos la contemplarán algún día. Tenemos el deber de prepararles el camino». El camino para Saint-Simon es bastante fácil, es por ello que se dirige a la Santa Alianza, o sea la asociación contrarrevolucionaria entre Rusia, Prusia y Austria contra Napoleón, apostrafándoles que está bien haberse liberado de Napoleón; pero acaso, ¿tienen los gobernantes alguna otra cosa que no sea la espada?, después de una crítica muy general concluye: «¡Príncipes, oid la voz de Dios que habla por mi boca. Volved a ser buenos cristianos; desechad la convicción de que los ejércitos mercenarios, la nobleza, el clero hereje y los jueces corrompidos constituyan vuestro principal apoyo; uníos en nombre del cristianismo y aprended a cumplir vuestros deberes que el cristiano impone a los poderosos; recordar que el cristianismo ordena a los gobernantes que consagren sus energías a mejorar lo más rápidamente posible la suerte de los realmente pobres».
El sistema saintsimoniano se basa pues en «un nuevo cristianismo» que daría lugar a la estructura social que le correspondía a este nuevo período de la humanidad. sostenía que las sociedades habían pasado por los sistemas militares y teológicos, a los que también llamaba feudal y papal. Este sistema culminó en el siglo X, cuando empieza la declinación hasta el siglo XVIII, debido al nacimiento en su propio seno de la sociedad industrial. La Gran Revolución Francesa la consideraba como una obra de destrucción necesaria, pero coincidiendo con el resto de utópicos, pensaba que no había podido dar una alternativa constructiva: la sociedad burguesa de su época no lo podía hacer. La revolución política y filosófica promovida por Lutero y por Descartes, facilitaron según Saint-Simon, la descomposición del Medioevo, la revolución inglesa de 1688 había allanado el trayecto, que la revolución francesa aún siendo la culminación requería para cubrir el ciclo definitivamente una revolución científica. La nueva ciencia saintsimoniana era la ciencia del hombre o la fisiología social, ya que según afirmaba: «Todo régimen social es una aplicación de un sistema filosófico y, por consiguiente, es imposible implantar un régimen nuevo sin que previamente se haya establecido el correspondiente sistema filosófico». Por ello sueña con una nueva enciclopedia filosófica que esté a la altura de la revolución científica y que fuese la organizadora necesaria para los nuevos tiempos. Esta ciencia situaría el hombre y las cosas como objeto de una misma máquina, siguiendo un método positivo decía que el hombre respecto al universo era «como un reloj de bolsillo encerrado en un reloj de pared del cual recibe el movimiento».
Henri estableció, siguiendo el mismo método que vivíamos en un período de transición hacia un sistema industrial o positivo que semeja en cierta manera a lo que hoy podíamos llamar un socialismo de Estado bastante original y recuerda también ciertos planteamientos de un posible «socialismo tecnocrático», todo ello para llegar a acabar con la división social entre dos clases fundamentales: la de los ociosos y la de los trabajadores. Para explicar esta división utilizó la siguiente parábola, que le atrajo las iras de los ociosos (naturalmente). Dice así: «Supongamos que Francia pierde súbitamente sus primeros 50 físicos, sus primeros 50 químicos, sus primeros 50 fisiológicos, sus primeros 50 banqueros, sus primeros 50 comerciantes, sus primeros 500 agricultores, sus primeros 50 maestros» (etc., etc., continúa). «Como esos hombres son los franceses más esencialmente productores aquellos que producen los productos más importantes, la nación se convertiría en un cuerpo sin alma desde el momento que los perdiese; caería inmediatamente en un estado de inferioridad respecto a las naciones con las cuales ella rivaliza y continuaría siendo subalterna de ellas en tanto no reparara esa pérdida, en tanto no tuviera de nuevo una cabeza… Pasemos a otra suposición. Admitamos que Francia conserve todos los hombres de genio que posee en las ciencias, en las bellas artes, en las artes y los oficios, pero que tenga la desdicha de perder en un solo día a monsieur hermano del rey, a los cardenales, a los obispos, a los magistrados y al mismo tiempo a los grandes oficiales de la corona, todos los ministros del Estado, con o sin cartera, los consejeros de Estado, todos los maestros de requetés, todos los mariscales, todos los prefectos y subprefectos, todos los emplea. dos en los ministerios, y además los 10.000 propietarios más ricos entre los que viven de sus rentas sin producir nada. Claro que tamaño accidente afligiría a los franceses porque son buenos… Pero esta pérdida de los 30.000 individuos más reputados como los más importantes del Estado sólo acusaría pena en el aspecto sentimental, pero Francia no sufriría ningún daño político».
La genial parábola mantiene una radiante actualidad. De esta división deducida Saint-Simon que la sociedad industrial se compone de todos los que participan en la producción, sean o no propietarios ya que él no desaprueba la propiedad privada. Estos componentes, hombres de ciencia, industriales, trabajadores, campesinos o banqueros habrían de formar el Estado Industrial, mientras que los ociosos no tendrían derecho a nada. La nueva organización de la sociedad habría de priorizar la producción y los intereses económicos que son los estructurales de las funciones sociales. La síntesis viene a ser en palabras del maestro: «Sustituyamos el gobierno de las personas, por la administración de las cosas». y toda la política queda supeditada a este proyecto que encendió la imaginación de toda una generación de brillantes jóvenes intelectuales e inconformistas. Bibl. Entre sus obras publicadas en castellano se encuentran: El sistema industrial (Revista del Trabajo; El nuevo cristianismo, y El catecismo de los industriales (Orbis, BCN, 1983). Sobre su vida y obra cabe citar a: Ansart (Pierre), Sociología de Saint-Simon (Península, BCN, 1976); Charlety (Sebastián), Historia del saintsimonismo (Alianza, Madrid, 1971); Mauss (Marcel), Alcan, Gurvitch (George), Les fundateurs français de la sociologie contemporaine, phase I: Saint-Simon (Centre de Documentation Universitaire, París, 1984); Durkheim (Emile), Le socialisme, sa dephinition, ses débuts: la doctrine saintsimonienne, París. 1946…
Hace mucho tiempo que, al menos hasta donde yo llegó, que no se eduta nada de o sobre Saint Simoin, una piezafundamental en la evolución del socialismo que hay mira hacia nuevos horizontes.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
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