Los primeros meses de mandato de Joe Biden han arrancado con una intensificación de la escalada económica diplomática y militar contra China y Rusia. Avanzan los preparativos de la Iniciativa de Disuasión en el Pacífico del Pentágono, que contempla la colocación de misiles ofensivos previamente prohibidos por el Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, por sus siglas en inglés), a lo largo de un cordón de islas densamente pobladas que incluyen Japón, Taiwán y Filipinas. El Pentágono solicitó un presupuesto anual para la región del Pacífico, cercano a los 6.000 millones de dólares para financiar la iniciativa. Esto empalma con las declaraciones de funcionarias de la más alta jerarquía de la nueva administración demócrata, el secretario de Estado y el de Defensa, que viene de visitar Japón justificando estos nuevos dispositivos frente a las de necesidades detener la agresión china.
En sintonía con esta retórica, el ministro de Asuntos Exteriores japonés, Toshimitsu Motegi, señaló: “reconfirmamos el firme compromiso de Estados Unidos con respecto a la defensa de Japón, utilizando todo tipo de fuerzas estadounidenses, incluidas las nucleares”.
La Casa Blanca, por boca de su secretario de Estado, Antony Blinken, ha ratificado la tesis que proviene del Pentágono que incluye a Rusia y a China, en primerísimo lugar, como los principales enemigos estratégicos de EE.UU. Esto coincide con las expresiones del almirante Philip Davidson, comandante del Comando Indo-Pacífico de Estados Unidos, quien dijo en una audiencia ante el Comité de Servicios Armados del Senado que cree que es probable que China invada Taiwán en los próximos seis años. Desde el momento que EE.UU. ha comprometido la defensa de la isla, este pronóstico abre la perspectiva de una guerra.
Lo cierto es que, entre tanto, la tensión militar aumenta. La fuerza aérea de Filipinas patrulla diariamente desde hace semanas las aguas del arrecife Whitsun —o Julián Felipe—, en su Zona Económica Exclusiva, para vigilar la “amenazadora” flotilla de cerca de 200 barcos chinos, según el gobierno filipino. Pekín asegura que las embarcaciones son pesqueras, pero Manila y Washington sostienen que son milicias marítimas atracadas allí o en otros islotes de la zona.
Washington apela a sus aliados e intenta reforzar el llamado Quad, la alianza defensiva informal que le agrupa con Japón, Australia y la India en medio de maniobras militares de ambos bandos. Pekín acaba de iniciar unas maniobras en el mar del Sur de China y Francia y los países del Quad empezarán otras en la bahía de Bengala. Barcos franceses se sumarían por primera vez a ejercicios conjuntos entre fuerzas de EE.UU. y Japón el mes próximo en la zona.
Esta escalada militar va de la mano con una intensificación de la guerra comercial. Diversos analistas vienen poniendo de relieve que en este campo, Biden está yendo más lejos que Trump y vaticinan para los 4 años de mandato del demócrata “una nueva era de feroz competencia con las otras superpotencias, marcada tal vez por el peor estado de relaciones entre Washington y Moscú desde la caída del Muro de Berlín y también con China desde el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos” (La Nación, 21/3).
“En el reciente cónclave de Alaska, que reunió a las principales potencias, Washington dejó claro su decisión de que la Casa Blanca está decida a competir con Pekín en todos los frentes, para ofrecer tecnología competitiva, en inteligencia artificial y fabricación de superconductores, por más que sean necesarios millones de dólares del Estado para proyectos de investigación y desarrollo y a través de nuevas asociaciones con industrias de Europa, la India, Australia y Japón” (ídem). Estados Unidos apunta a defender su hegemonía, aunque hay que tener presente que todavía la distancia tecnológica entre Estados Unidos y el gigante asiático es muy grande. “China está invirtiendo fuertemente en investigación y desarrollo y compite bien en algunos. Pero 15 de las 20 universidades de investigación del mundo están en Estados Unidos, ninguna en China” (“Qué podría causar una guerra entre EEUU y China”, Clarín -22/3). Ni qué hablar del poderío militar, en que el abismo es todavía mayor. De modo tal que la escalada en curso, más que un carácter defensivo, proteccionista, tiene un carácter ofensivo. La burguesía a norteamericana no ha renunciando a su propósito estratégico de someter a China bajo su tutela y control y usufructuar en su propio beneficio el proceso de restauración capitalista inconcluso en el país asiático. Este propósito se extiende al ex espacio soviético. De consumarse ese propósito, eso sí significaría confinar a China y Rusia a una condición de semicolonial.
En este plano, el imperialismo yanqui mantiene una fuerte disputa con las principales potencias occidentales por ver quién lidera esta transición. Washington ha visto con recelo el reciente pacto entre la Unión Europa y el gigante asiático, que le otorga al viejo continente una serie de ventajas para el desembarco y penetración de corporaciones europeas en territorio chino. Bruselas destaca “la apertura de nuevos mercados que conlleva el acuerdo, en especial en el terreno manufacturero, que supone más de la mitad de las inversiones de la UE en China”. Según la Comisión, Pekín se compromete a dar acceso a las firmas europeas en sectores que hasta ahora había considerado su coto: servicios de la nube, finanzas, salud privada, medio ambiente y transporte”(El País, 30/12/20).
Rusia
Esta política expansionista vale también para el ex espacio soviético. Los demócratas venían realizando reproches a Trump por sus vínculos con Putin. Estas relaciones “ amigables” entre ambos mandatarios no habían disipado, sin embargo, las sanciones económicas contra Rusia que datan desde la ocupación de Crimea. Pero ahora lo que viene ocurriendo es un endurecimiento con Moscú. La Casa Blanca viene utilizando la detención del opositor Alexei Navalny y las protestas que ha desatado para avanzar en nuevas represalias y en un cerco militar.
Un nuevo capítulo lo constituyen los choques y tensiones en torno al gasoducto Nordstream 2. Recordemos que éste une Rusia con Alemania; su tendido va por el norte del viejo continente, pasando por las gélidas aguas del Báltico.
El proyecto ha sido muy controvertido desde su creación, en 2015, cuando el gigante del gas controlado por el Estado ruso, Gazprom, y cinco energéticas europeas firmaron un consorcio para construir un nuevo gasoducto para sustituir al Nord Stream 1 —con menor capacidad— en el lecho del Báltico.
En los últimos años Moscú ha diversificado las vías de exportación del gas ruso, especialmente tras las llamadas guerras del gas, que hace más de una década afectaron al suministro europeo de este hidrocarburo por las crisis entre Rusia y Ucrania, por donde entonces fluía la mayor parte del gas ruso. Ahora Moscú evita en parte el territorio ucraniano por el norte, con el Nord Stream 1, y por el sur, con el TurkStream, que discurre por el lecho del mar Negro y conduce el gas por dos ramales, uno a Turquía, y otro a los países del sur y sureste de Europa, como Bulgaria.
Debería haberse terminado a finales de 2019. Pero las disputas internas al interior de la propia Unión Europea primero, y las sanciones que Estados Unidos impuso en diciembre de ese año a las empresas participantes en los trabajos, provocaron un enorme retraso. En la actualidad, la obra se encuentra paralizada cuando apenas falta culminar el 6%.
La presión para que Alemania retire su apoyo al proyecto se ha incrementado en las últimas semanas. Washington ha decidido reforzar su presión contra Moscú y ha vuelto a la carga. Al mismo tiempo, la burguesía norteamericana no se priva de utilizar este episodio para golpear a la Unión Europea, ya suficientemente debilitada y dividida en su interior.
El Parlamento Europeo ha pedido la paralización del proyecto. Pero la canciller Angela Merkel se mantiene firme. Polonia, Eslovaquia (que además perderían ingresos por los derechos de tránsito) y los países bálticos han encabezado la oposición dentro de la UE contra el Nord Stream 2 y alertan de que el gasoducto es un intento de Putin de socavar la unidad europea. Frente a quienes afirman que es solo un proyecto económico, alertan de que el gasoducto choca con la postura de aislar a Rusia por la injerencia en otros países, anexionarse la península ucraniana de Crimea y participar en el conflicto del Donbás, donde apoya militar y políticamente a los rebeldes prorrusos.
Las presiones yanquis apuntan, más allá de esta escalada contra Rusia, a defender sus propios intereses en la venta de su gas procedente de fracking que se extrae en territorio estadounidense. La política de Washington en esa dirección ha llegado muy lejos pues además de las sanciones contra Rusia, las mismas se han extendido a las aseguradoras, certificadoras y cualquier empresa que realice “actividades de tendido de tuberías” asociadas al proyecto.
Por encima de las disputas internas, este punto ha terminado despertando el rechazo mayoritario en la UE, considerando que la imposición de multas constituye un precedente lesivo y un golpe importante al conjunto de de las empresas europeas.
Conclusiones
Si observamos este rompecabezas intrincado atravesado de tensiones, divisiones, enfrentamientos cruzados, la retórica acerca del restablecimiento de una cooperación internacional que pregona Biden –en primer lugar, las alianzas existentes entre las potencias occidentales- no pasan de una ilusión infundada.
La aspiración del presidente demócrata de devolverle su papel de liderazgo a Estados Unidos tropieza, sin embargo, con la decadencia histórica de ese país, que se potencia ahora con el salto de la bancarrota capitalista y de la pandemia. Más bien, en realidad, ni siquiera está en condiciones de volver al estadio previo al mandato de Trump. La crisis mundial capitalista ha hecho su trabajo implacable de topo. En este marco es muy difícil conciliar los intereses encontrados de las diferentes potencias y corporaciones rivales; un marco en que la competencia se ha vuelto más salvaje y en la que se juega, en muchos casos, la sobrevivencia.
Pero, además, la política exterior está condicionada por la política interna. Mal puede Estados Unidos afianzar un papel de gendarme internacional si no tiene bajo control su frente interno y un disciplinamiento de las diferentes clases sociales a la autoridad del Estado, que es lo que hoy está trastocado en el escenario norteamericano. Biden encabeza una transición convulsiva y debe lidiar con una enorme crisis social, económica y política, por un lado, y la sombra de una rebelión popular que sigue latente.
Pablo Heller
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