La provocación golpista de los seguidores de Jair Bolsonaro en el palacio del Planalto, el domingo pasado, constituye no solamente una movilización estrictamente reaccionaria, sino también uno de los hechos políticos más importantes de los últimos días. El levantamiento encuentra como impulsores y responsables no solo a los contingentes bolsonaristas sino también a todo un sector de la policía y las fuerzas armadas. Esta provocación ultraderechista toma forma casi exactos dos años después de la movilización trumpista en Estados Unidos, que derivó en la toma del Capitolio. Estas andadas merecen ser rechazadas de plano, por su carácter golpista y reaccionario.
Ahora bien, como es lógico, se hace presente el interrogante sobre cómo enfrentar la asonada golpista. La política que primó, por parte del gobierno de Lula y el régimen, fue la desmovilización. La CUT, principal central sindical y cercana al PT, no anunció una sola medida frente a la situación.
Las razones que llevan a la desmovilización tienen que ver con la política de contemporización y compromiso de Lula con los principales factores de poder. Lula se comprometió a no remover las reformas reaccionarias, tanto laboral como previsional, ni las privatizaciones de su antecesor. Ni tampoco la subordinación al capital financiero por la sideral deuda externa de Brasil. La presencia del vicepresidente Alckmin, un hombre de confianza del gran capital, fue un indicador, de entrada, del rumbo que iba a adoptar Lula en el poder y que se ha visto corroborado con la composición del gabinete poblado de elementos derechistas, con fuertes vínculos con el establishment y hasta exbolsonaristas.
En este marco se explica el macizo apoyo que recibió por parte de las cámaras empresarias y de las instituciones brasileñas desde el Congreso hasta el Poder judicial. El respaldo se extiende a las principales potencias capitalistas, lo cual indica dónde el imperialismo coloca sus fichas, con más razón en momentos en que se desarrolla la guerra de Ucrania, que ha pasado a ocupar un lugar estratégico en el escenario internacional. Lula es el hombre de la Otan en América Latina.
Las acciones, más allá de los discursos, están a tono con los intereses del imperialismo que no quiere una movilización que “altere” su patio trasero. Una movilización de este tipo se sabe dónde empieza pero no dónde termina. “Espero seguir trabajando con Lula”, marcó el presidente estadounidense Joe Biden, que dejó en claro el apoyo al nuevo gobierno.
Hace un mes no parecía actuar igual la Casa Blanca, dirigiendo con la OEA de Luis Almagro el golpe en Perú contra Pedro Castillo. ¿Cómo actuó Lula allí? Apoyó a la presidenta del golpismo. Una prueba más que los progres de América Latina, más allá de algún discurso para las tribunas, bailan al compás del imperialismo.
El amplio arco patronal que ha respaldado a Lula no se privará de utilizar la crisis actual para marcarle la cancha al PT y, en nombre de lograr “pacificar” al país, exigirle que el gobierno no saque los pies del plato. Esto, a su turno, le viene como anillo al líder del PT para justificar cada vez más pactos con “la derecha” y la postergación, quizás eterna, de medidas de carácter popular. Esta contemporización se extiende a las propias fuerzas armadas, que han ocupado 6.000 cargos bajo el mandato de Bolsonaro y en el que aparecen cada vez más evidencias de su apañamiento, complicidad y vasos comunicantes con las patotas que protagonizaron la asonada. El golpismo sufrió un revés, pero habrá contribuido, a su modo, con el objetivo de reforzar las ya fuertes tendencias presentes en el flamante gobierno de Lula.
Entre maestros de Bolsonaro, amigos de Lula y gurúes del FMI
La repercusión sobre los hechos de Brasilia en Argentina permiten sacar algunas conclusiones importantes. En el campo de la derecha, los autoproclamados libertarios expusieron su peor carácter golpista. A tal punto es así que Milei no solo no condenó el intentó golpista sino que hasta compartió una publicación que lo fomentaba y festejaba.
Por el lado de Juntos por el Cambio la cosa quedó, lógicamente, separada. Joaquín de la Torre, espada de Bullrich en la provincia de Buenos Aires, negó el golpe de Estado. Algunas voces se llamaron a silencio o se limitaron a marcarle la cancha a Alberto Fernández. Pero otro sector condenó la acción y salió en apoyo a Lula, lo cual no puede sorprender a nadie teniendo en cuenta que el imperialismo le ha dado su apoyo total y completo al gobierno de Lula. En definitiva, Alckmin es una suerte de Macri brasileño.
Los episodios de Brasil ponen de relieve, más allá de la grieta sobre la que se hace alharaca, los vasos comunicantes que existen entre la derecha y el progresismo latinoamericano. No hay una oposición de principios entre ambos.
Los gobiernos de la “ola rosa” cuentan con la venia del imperialismo, que apuesta a ellos más que a cualquier golpe de Estado. Segundo, no hay nada en la agenda de estos gobiernos que remita a un carácter popular. El pedido de juicio político a la Corte argentina no es más que una cortina de humo para disimular una épica degradación de un gobierno que tiene al mando a un lobbista de la embajada yanqui y que prepara una nueva vuelta en el ajuste en curso, como se desprende del memorándum que el FMI viene de hacer público. No es casual que él, Massa, el superministro, no haya dado apoyo alguno a la disputa con la Corte.
En resumidas cuentas, el juicio político a la Corte no pasa de una puesta en escena: el kirchnerismo sabe que el mismo no puede prosperar, inclusive entre sus propias filas. Pero, a su turno, no deja de ser un factor de agravamiento de la crisis política, pues está llevando a una paralización del Congreso. Por otra parte, es revelador del impasse creciente de la coalición oficialista para gobernar, que se contenta con utilizar el Parlamento meramente como una tribuna de agitación cuando es el recurso al que apela y que usualmente queda reservado a la oposición.
La oposición hoy le exige al gobierno que frene ese juicio político para avanzar en las leyes que quiere aprobar. No hay, en ellas, ninguna medida de interés para la clase obrera. Más allá de la moratoria jubilatoria, que tiene vencimiento, el gobierno busca avanzar en un nuevo blanqueo, una ley de lavado de dinero y una nueva legislación que promueva beneficios para “el agro” (El Cronista, 12/12). Mientras tanto, festeja y hace malabares para que la “inflación” mensual no llegue a 5% en el inicio del último año de mandato.
Salir a la cancha
El enfrentamiento a cualquier avanzada golpista requiere no solamente un método distinto, sino también la pelea por otra agenda. El problema político de la etapa pasa por la intervención de la clase obrera en la crisis, no solo para derrotar cualquier intentona de estas características, sino también para poner en jaque los ajustes de orden fondomonetarista que los gobiernos de todo tipo y color (hoy con los nacionalismos al frente) llevan adelante. Esto implica poner arriba de la mesa las reivindicaciones de la clase obrera, una pelea por un salario igual a la canasta familiar, contra los tarifazos, contra los despidos. La clave del momento es la movilización popular, es hora para los trabajadores de salir a la cancha.
Las peleas del movimiento obrero abonan a esta perspectiva. Venimos de un 2022 que tuvo a la Unidad Piquetera y al Sutna como protagonistas de una lucha que desnuda, además, la complicidad de la burocracia sindical. El año 2023 arrancó con huelga y bloqueo de los trabajadores portuarios de Rosario, que merecen toda la atención y el apoyo.
Esta perspectiva implica fusionar la intervención de la clase trabajadora con la construcción de una alternativa política. Por eso, desde el Partido Obrero, marcamos la importancia de que el Frente de Izquierda y sus campañas se construyan a partir de la intervención de la clase trabajadora en la lucha de clases. El primer paso para esto es llevar adelante un congreso del FIT-U y los luchadores, que invite a todos los sectores que lo quieran acompañar en esta perspectiva, que fije posiciones, vote campañas, candidaturas y la configuración de una alternativa en todos los terrenos. El sábado 11 de febrero haremos un plenario con esta perspectiva, abierto para todos los luchadores y las luchadoras, en un ámbito de deliberación para salir con un solo puño a luchar por lo nuestro.
El partido empezó. La cancha está para jugar. Nos toca ir para adelante.
Pablo Heller
Santi Nuñez
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