El 24 de enero se realiza la VII cumbre de presidentes de la Celac
El próximo 24 de enero tendrá lugar en Buenos Aires la VII Cumbre de Presidentes de la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños). Uno de los datos destacados del cónclave será la presencia de Lula. La crisis política que estalló en Brasil con la asonada golpista no ha modificado su agenda de modo tal que el líder brasileño participará de la cumbre y tendrá una reunión bilateral con Alberto Fernández.
El Palacio de Itamaraty (sede de la Cancillería de Brasil) anunció la reincorporación del vecino país a la Celac. Bolsonaro, durante su administración, había decidido mantenerse al margen, por lo que había quedado con 32 naciones de América Latina y el Caribe. Ahora, con Lula, volverán a estar los 33.
Este hecho ha sido exhibido en particular por algunas usinas del oficialismo como una revitalización de un eje regional, un paso adelante en la integración latinoamericana que venía en caída libre a partir del deterioro del Mercosur y de las relaciones entre los estados del sur del continente. Esta mirada se nutre también de la asistencia del presidente Nicolás Maduro, de Venezuela, y agreguemos, del mandatario cubano Miguel Díaz-Canel, hasta el punto tal que algunos fantasean con una suerte de revival del pasado cuando Hugo Chávez asistió a la cumbre de Mar del plata en 2005, en momentos que Néstor Kirchner era presidente.
¿Antiimperialismo?
Esa expectativa, sin embargo, no tiene el menor asidero cuando tenemos presente que uno de los invitados principales es el propio Biden. Esto se da en un contexto de un fuerte estrechamiento de los vínculos del presidente brasileño con Washington. Tras el intento de golpe de Estado, Lula recibió el apoyo de líderes políticos de todo el mundo, empezando por el presidente norteamericano, a lo que se suman referentes de la Unión Europea como el español Pedro Sánchez, el francés Emmanuel Macron, la primera ministra italiana, Georgia Meloni, el alemán Olaf Scholz, el Alto Representante de Política de la UE, Josep Borrell y el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres.
No se nos debe escapar que la guerra de Ucrania ha pasado a ocupar el centro del escenario internacional y divide aguas. El nuevo gobierno presidido por Lula garantiza un alineamiento más confiable con Occidente que un Bolsonaro imprevisible y que se ha caracterizado por sus coqueteos con Putin a lo largo de su mandato. En definitiva, Lula es el hombre de la Otan en la región. Esto está en la base del macizo apoyo del imperialismo al líder del PT.
No debe sorprender que, en este marco, no esté contemplado en la convocatoria ni en su desarrollo, una condena de la guerra que tiene a las principales naciones occidentales como sus animadoras y responsables primordiales. Por el contrario, en una suerte de convalidación tácita de la escalada belicista, los organizadores de la Cumbre plantean la “oportunidad” que se abre para la colocación de petróleo, granos y minerales de Sudamérica, teniendo en cuenta la escasez y ruptura de la cadena de suministros provocados por la guerra.
En la agenda de resoluciones a implementar está previsto darle la puntada final y terminar de firmar el demorado acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea. Lo que es exhibido como una panacea, en realidad, implica un reforzamiento del carácter semicolonial de Latinoamérica, confinada a la condición de proveedora de materias primas. El acuerdo consagra una mayor apertura de la economía latinoamericana que despeja el terreno para una mayor incursión de los pulpos europeos, que pasarán a contar con ventajas en materia impositiva y arancelaria. La región queda más expuesta a la voracidad y al saqueo imperialista de sus riquezas. Lejos de una afirmación de su autonomía y desarrollo independiente, marchamos a una acentuación de la dependencia económica, diplomática y, agreguemos, militar.
Viene al caso destacar que está latente una intervención militar en Haití, en momentos que asistimos a una rebelión popular que ha puesto en jaque al gobierno al cual el pueblo hace responsable de las penurias inauditas que viene soportando. El jefe de Estado haitiano, Ariel Henry, envió una “carta” al secretario general de la ONU pidiendo la intervención de una fuerza militar, quien ha dado un visto bueno a este pedido. Se plantea una repetición de lo ocurrido en el 2004, con la creación de una fuerza de ocupación, la Minustah, en el marco de la guerra imperialista contra Irak, pergeñada en Washington pero compuesta mayoritariamente por militares latinoamericanos. Esta iniciativa contó con el respaldo de Lula y Kirchner que enviaron efectivos y tuvieron un papel protagónico en la misión. Esta vez, la presencia de tropas latinoamericanas es funcional al esfuerzo bélico estadounidense que tiene sus energías volcadas en la guerra de Ucrania.
La lucha contra el golpismo
La cumbre, más aún con la confirmación de la participación Lula, va a ser utilizada como una tribuna para batir el parche sobre la defensa de la democracia y la condena del golpismo. Estamos frente a un acto de absoluta hipocresía si tenemos presente que en el cónclave va a participar Ana Gervasi Díaz, la canciller del gobierno de Dina Boluarte, que carga ya con el asesinato de 50 personas que estaban participando de protestas que se hacen cada vez más multitudinarias. Un acto democrático elemental hubiera sido vetar el ingreso de la representante peruana, pero en lugar de ello, la Celac ha optado por el reconocimiento del gobierno golpista, lo cual la convierte en cómplice del régimen asesino. Es necesario tener presente que Lula, que es la figura estrella de este convite, cuestionó que se tratara de un golpe y planteó que en la asunción de la nueva mandataria se habían respetado los procedimientos constitucionales. El propio Alberto Fernández mantuvo inicialmente conversaciones con Boluarte y recién después, cuando empezó a crecer la resistencia popular, tomó distancia del gobierno. Pero hasta ahora, ninguno de los mandatarios ha emitido un pronunciamiento claro condenando al golpe.
Pero, además, la reciente crisis desatada en Brasil revela que el lulismo está lejos de ser un antídoto eficaz y un escudo protector contra el golpismo. La estrategia de Lula es convivir con los factores de poder, incluidos las que fueron la base de sostenimiento de Bolsonaro en el poder, empezando por las fuerzas armadas y el aparato de seguridad. Cada vez aparecen más evidencias de que el asalto al Congreso y a los demás poderes del Estado hubiera sido imposible sin el guiño o la actitud pasiva de los militares. La derecha y el golpismo no sólo están fuera del gobierno sino en su interior. Si se observa el gabinete del flamante gobierno, está poblado de hombres de confianza del establishment, que en el pasado estuvieron en la vereda de enfrente del PT y que fueron partícipes activos en la destitución de Dilma Rousseff .En primer lugar, el compañero de fórmula y actual vicepresidente Gerard Alckmin, un suerte de Macri brasilero al cual Lula le ha confiado el manejo de hilos fundamentales de su administración. La lista se extiende a ex bolsonaristas como Simone Tebet, que ha sido designada al frente del estratégico ministerio de Planificación. Los vasos comunicantes que vinculan la nueva administración con su antecesora son muy marcados.
Estabilización de América Latina
Lula se empeñó por evitar la movilización popular. Esto hubiera permitido asestar un golpe rotundo y decisivo al golpismo, pero una irrupción de masas entra en contradicción con la política de apaciguamiento en que está embarcado el lulismo. La función de la llamada “ola rosa” conformada por gobierno nacionales y populares y progresistas que han relevado a los la derecha del gobierno es contener los trabajadores y evitar la crisis que sacude a la mayoría de los regímenes políticos de América Latina. Lula está llamado a actuar como un factor clave de estabilización en América Latina: en primer lugar, impidiendo que Brasil se sume al torrente de rebeliones populares y en segundo lugar, a partir de su enorme gravitación, ayudar a descomprimir y desactivar los estallidos que se vienen extendiendo en todos los rincones de América Latina.
La cumbre va a traducir la presión que ejercen el imperialismo y las burguesías latinoamericanas sobre Venezuela y Cuba, en envueltas en crisis muy severas, y no el fantasma de una supuesta “radicalización” de los organizadores de la cumbre que agita la derecha. La Celac, ahora reforzada con el reingreso de Brasil, apunta a una reinserción y reencauzamiento democrático de lo que es presentado en EE.UU. como como el “eje del mal” en el continente (Venezuela, Nicaragua, Cuba). La oposición interna venezolana ha reiniciado las tratativas con el régimen bolivariano, bajo el guiño de la Casa Blanca, coincidente y en sintonía con la reapertura de conversaciones de EE.UU. con el gobierno de Maduro, en vistas a una reactivación de la comercialización del petróleo venezolano, con el propósito de bajar el precio de la energía, que ha pegado un enorme salto a partir del estallido de la guerra de Ucrania. Como parte de este aproximación, Chevron, con el visto bueno de Washington, ha reactivado su actividad y negocios en Venezuela.
Importa señalar que el gobierno de Alberto Fernández ya venía explorando esta línea de “mediación” desde el comienzo de su mandato. La expectativa del alberto-kirchnerismo apuntó, a partir de sus relaciones “amigables” con Maduro, Ortega y el régimen cubano, a sacar alguna concesión en las negociaciones con el FMI y en las relaciones más generales con Estados Unidos. Este recurso, sin embargo, no ha servido para sortear las exigencias del Fondo.
Los vínculos con China
Se habla que la Celac se orienta a estrechar vínculos con China y alentar el desembarco de inversiones del gigante asiático, incluida la instalación de la red 5G y otras obras de infraestructura que el gigante asiático alienta en el marco de la llamada “ruta de la seda”. Esto se amplifica desde el momento que existe la posibilidad de que Xi Jinping concurra al cónclave, al que ha sido invitado especialmente. La presencia del premier chino, obviamente, no pasará desapercibida. Este acercamiento es agitado como una prueba de “autonomía” con respecto a EE.UU. que, en este plano, mantiene una disputa estratégica con el país asiático. Por supuesto, esto es materia de fricciones, pero aun así habrá que ver hasta dónde los países latinoamericanos avanzan en esa dirección.
Pero más allá de ello, la incursión china no altera la matriz productiva y la estructura social de la región, signada por el atraso, la dependencia y sometimiento a las naciones más poderosas y corporaciones transnacionales. La naturaliza semicolonial de América Latina – y con ello el saqueo de sus riquezas- sigue en pie pero China, además de EE.UU. y la Unión Europea, ha pasado a integrar la lista de usufructuarios. Esto ya viene ocurriendo con las inversiones chinas ya radicadas en Argentina (petróleo, granos minerales), donde los regímenes de trabajo y la superexplotación laboral, la depredación del medio ambiente y las condiciones leoninas son iguales o incluso peores que en las empresas occidentales. Cualquiera sea la apreciación que se tenga sobre el grado de restauración capitalista, lo que es incuestionable es que China actúa como una nación opresora, reproduciendo los métodos propios de las grandes potencias hegemónicas tradicionales y no como una fuerza liberadora.
Agreguemos que el acercamiento a China no salva al gobierno de pasar por el monitoreo, controles y condicionamientos (léase ajuste) del FMI. Pekín ha sido muy clara que Argentina debe arreglar con dicho organismo financiero y no puede saltarse esta instancia. Está fuera del radar de la élite dirigente china romper con las reglas de juego internacionales a las cuales el gigante asiático se ha ido integrando. Recordemos que China es uno de los principales accionistas del FMI, casi a la par del Japón.
Comentario final
La Celac, en síntesis, no tiene ningún tipo de perspectiva antiimperialista y su propia conformación se limita a un “mecanismo de diálogo y concertación política”. Es falso que apunte a una ruptura con EE.UU. La presidencia saliente fue ejercida por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, uno de los referentes principales del nucleamiento, que ha cultivado un vínculo estrecho con Washington, tanto con Trump como ahora con Biden, corroborando los acuerdos históricos de libre comercio que México posee con EE.UU. y haciendo que el país azteca funcione como tapón de los migrantes centroamericanos que pretenden entrar en territorio norteamericano, a la medida de los pedidos que vienen de la Casa Blanca. Este último punto, que es materia de preocupación de Biden, acaba de ser ratificado en una reciente reunión entre ambos mandatarios. El l propio Alberto Fernández, de entrada, fue claro planteando que la Celac no compite con “nadie ni nada”, dejando claro que no está en el ánimo de sus promotores indisponerse con el amo del norte, en momentos en que los países miembros del organismo han arribado a acuerdos con el FMI, y vienen cumpliendo con el pago de la deuda. Incluso la Celac ha abandonado la idea que en un momento se insinuó de reemplazar a la OEA -el “ministerio de colonias”, como es célebremente conocido ese organismo.
El progresismo agrupado en torno a la Celac tampoco es una garantía contra el golpismo. La democracia latinoamericana convive y apaña a la derecha, que tiene libertad de acción y actúa con impunidad, lo que, a la larga o a la corta, permite que la reacción se envalentone y las tentativas de desestabilización y destituyentes puedan abrirse paso. El golpismo anida dentro y fuera de los gobiernos democráticos.
Por lo demás, la tarea de una integración latinoamericana le queda grande a las burguesías del sur del continente, tanto por su sometimiento al imperialismo como por las propias rivalidades internas. La bancarrota capitalista, potenciada por la pandemia y ahora por la guerra, acentúa las tendencias centrífugas y dislocadoras del Mercosur. Sin ir más lejos, Uruguay avanza por cuerda separada a un acuerdo con China, desconociendo las pautas comunes establecidas en el Mercosur.
Una verdadera integración, que abra el paso a un desarrollo autónomo e independiente y a un auténtico proceso de industrialización, unido a una satisfacción de los reclamos populares, sólo puede ser llevada a buen puerto por los explotados, en el marco de la lucha por la unidad socialista de América Latina. La reciente experiencia de Brasil vuelve a poner de relieve, asimismo, que la derrota de los golpistas está reservada a los trabajadores.
Pablo Heller
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