domingo, febrero 07, 2010

La teorización de las experiencias históricas


La historia es un campo de batalla más, de los muchos que existen en la guerra de clases. No se trata sólo de recuperar la memoria de las luchas de clase del pasado, sino también del combate por la historia desde el punto de vista revolucionario, esto es, desde el punto de vista de la defensa de los intereses históricos del proletariado, que no puede ser otro que el de la TEORIZACIÓN de las experiencias históricas del movimiento obrero internacional. Ni la economía, ni la literatura, ni el cine, ni la política, ni la historia, ni cualquier campo de la cultura son neutrales, ni pueden serlo nunca, en una sociedad dividida en clases, porque son un despiadado campo de batalla.
Estamos hablando de la comprensión y de la defensa de los intereses históricos del proletariado, aquí y en Pekín, en New York y en Senegal, en todas partes. Estamos hablando de los intereses históricos del proletariado de hoy, de ayer, y del futuro, hasta su extinción como clase. Estamos hablando de nuestra historia (proletaria): real y materialista; enfrentada a su historia (burguesa): falsificada e idealista.
No se trata sólo de recuperar la memoria de los vencidos en la Guerra civil, ni de homenajear a los represaliados por el franquismo, ni de colocar placas o erigir monumentos, o establecer lugares de culto y memoria, ni siquiera de desmentir las aberraciones ideológicas de la derechona (tipo historiografía neofranquista de un Pío Moa, o catalanista de un Miquel Mir), o las componendas justificadoras de la refundación democrática de la izquierdona (tipo historiografía liberal de un Ángel Viñas, o neoestalinista de un Ferran Gallego). Tampoco se trata de fabricar supermanes o ídolos proletarios, ni de proseguir la historia cortesana de reyes y nobles, olvidando las rebeliones campesinas; ahora como cómic de buenos y heroicos líderes obreros contra malos burócratas traidores, en ausencia absoluta de unas masas memas y amorfas. Es mucho más importante que todo eso, que, a fin de cuentas, se resume en justificar los asesinatos de la guerra de exterminio de los franquistas; o bien en santificar y ensalzar la “gloriosa, heroica y terrible” derrota de los antifascistas; y siempre, en el elogio de la represión de los revolucionarios, aunque siga siendo más efectivo y común despreciar, o negar, su existencia.
No se trata de adorar viejos mitos, se llamen Nin o Durruti, o de levantar altares donde santificar nuevos héroes, ya sean Balius o San-quien-sea. Es más importante señalar sus errores, que los tuvieron, o descubrir sus deficiencias, que fueron las del movimiento revolucionario de su época. El mito de Nin o Durruti no nos sirve para nada, sus deficiencias y sus equivocaciones sí, porque nos enseñan algo. Los mitos de ayer son hoy cadenas; desvelar sus errores permite avanzar más allá de donde ellos fracasaron.
Pensar o escribir la historia es tan importante y tan sencillo como sacar las lecciones de la Guerra de España, que atañen a la alternativa revolucionaria del proletariado, en 1936. O dicho de otra forma, se trata de teorizar las experiencias históricas del proletariado ¿Por qué?: porque el proletariado sólo puede aprender de su propia experiencia, de sus luchas, ya que no tiene más escuela que el laboratorio histórico. No otra cosa es el marxismo: la teorización de las experiencias históricas del proletariado, y de su existencia como clase explotada en el capitalismo. Aunque es muy posible que haya quien crea que marxismo son los escritos sagrados de un individuo genial, que vivió en el siglo diecinueve, y no su método de análisis.

¿Qué lecciones pueden extraerse de la Guerra civil?:

1.- El Estado capitalista, tanto en su modalidad fascista como en su modalidad democrática, debe ser destruido. El proletariado no puede pactar con la burguesía republicana (o democrática) para derrotar a la burguesía fascista, porque ese pacto supone ya la derrota de la alternativa revolucionaria, y la renuncia al programa revolucionario del proletariado (y a los métodos de lucha que le son propios), para adoptar el programa de unidad antifascista con la burguesía democrática, en aras de ganar la guerra al fascismo.
2.- El programa revolucionario del proletariado pasa por la internacionalización de la revolución, la socialización de la economía, sentar las sólidas basas para la supresión del valor y del trabajo asalariado en un ámbito mundial, dirección de la guerra y de las milicias obreras por el proletariado, organización consejista de la sociedad y dictadura del proletariado sobre las capas sociales burguesas y pequeño-burguesas, parar aplastar la segura respuesta armada de la contrarrevolución. La principal conquista teórica de Los Amigos de Durruti afirma el carácter totalitario de la revolución proletaria. Es totalitaria, esto es, total, porque ha de darse en todos los campos: social, económico, político, cultural..., y en todos los países, superando todas las fronteras nacionales, y es además autoritaria, porque se enfrenta militarmente al enemigo de clase.
3.- La ausencia de un partido, capaz de defender el programa histórico del proletariado, fue determinante, porque permitió que todas las organizaciones obreras asumieran el programa burgués de unidad antifascista (unidad sagrada de la clase obrera con la burguesía democrática y republicana), con el objetivo único de ganar la guerra al fascismo. Las vanguardias revolucionarias que surgieron, lo hicieron tarde y mal, y fueron aplastadas en su intento, apenas esbozado, de presentar una alternativa revolucionaria, capaz de romper con la opción burguesa entre fascismo y antifascismo.
Así, pues, la crítica de Ferreiro a Devesa[i] es muy interesante en determinados aspectos fundamentales (dirigismo), pero en algunas ocasiones desbarra hacia terrenos que no podemos calificar sino de idealistas. Y que, por otra parte, confesamos que no comprendemos: ¿qué es eso de que la autoridad “es una expresión social de la subjetividad prevaleciente como un todo, y de su devenir a través de la interacción psico-social, a través de la praxis”? No hay quien lo entienda, parece escrito en sánscrito. Y si dice lo que entendemos que dice, es una tautología.
Tampoco se entiende eso de “la constitución histórica de la subjetividad proletaria”. ¿Qué significa eso de que “nuestro problema no es “la domesticación de la memoria” (Devesa), sino la domesticación de nuestro espíritu.”. No se entiende bien ese afán por la domesticación, ya sea de la memoria o del espíritu. De lo que se trata (desde el punto de vista de una cosmovisión materialista e histórica) es de una misma guerra de clases, que puede desarrollarse en diversos campos de batalla, de entre los cuales optamos, entre otros muchos más, sin renunciar a ninguno, por el de la historia del movimiento obrero y revolucionario. No entiendo eso de las domesticaciones, que suenan a tareas del neolítico: la domesticación del perro, del caballo, de la vaca, del asno, etcétera. Las domesticaciones de tipo idealista, ya sea de la memoria o del espíritu, resultan totalmente incomprensibles y extrañas (con permiso de Dietzgen) para un ateo materialista, como se declara quien escribe estas líneas.
Roi divaga sobre una cuestión fundamental, que plantea con claridad, pero que no acierta a solucionar. Esa cuestión es la conciencia de clase y la constitución de la clase en partido. Ferreiro dice, con su particular jerga modernista y elitista, que “la conciencia revolucionaria que se desarrolla en esta lucha por un movimiento revolucionario auténtico […] empieza por una minoría. […]. Así, surgen la necesidad y el problema de cómo constituir esa minoría en una fuerza capaz de suprimir esa autoalienación de la masa y, por tanto, también el problema de cómo organizarla. Por consiguiente, entre el reconocimiento del problema y su resolución media todo un proceso de desarrollo de la conciencia, tanto en su aspecto de reconocimiento de la realidad imperante como en su aspecto de proyección creativa de las necesidades subjetivas, creando formas de actividad coherentes con sus fines conscientes. Y, aquí está una cuestión clave: este desarrollo no puede acometerse durante el apogeo revolucionario sin convertirlo en un blanco fácil de las fuerzas contrarrevolucionarias. No hay tiempo entonces para esta maduración (véase el caso de los Amigos de Durruti, por poner un ejemplo), aun en el supuesto de que la evolución de la subjetividad sea suficiente para dar ese paso”. No cabe duda que esa minoría, de la que habla Ferreiro, es lo que la teoría marxista llama “organización de los revolucionarios” o “partido”. Y, sin duda, Ferreiro tiene razón en sus críticas a Devesa, pero no en sus conclusiones.
En realidad, la conciencia de clase es un producto de la lucha de clases, determinado por el antagonismo de los intereses materiales, y el desarrollo de esa conciencia es paralelo al de la lucha de clases. El partido (o mejor, los distintos partidos, grupos y vanguardias del partido del proletariado) no puede surgir en un período contrarrevolucionario. La clase obrera es revolucionaria, o no es nada. El partido es un producto dialéctico del desarrollo de la conciencia de clase y, por consiguiente, un factor activo en ese proceso. El partido surge como una necesidad en el desarrollo de la conciencia de clase. Aunque el partido y la clase están en relación orgánica, y son complementarios, no son idénticos, no deben confundirse. El partido es la expresión más alta de la conciencia de clase del proletariado, tanto política como histórica. El partido del proletariado es sólo una parte de la clase, y precisamente aquella que analiza con mayor claridad la situación. Más sencillo aún: el partido no es otra cosa que la necesaria organización de los revolucionarios; y por eso mismo, en una situación revolucionaria aparecerán distintas organizaciones, tendencias o grupos de afinidad del proletariado, que en su conjunto constituyen el partido del proletariado, en lucha antagónica contra el partido del capital y el Estado (constituido también por distintos grupos y organizaciones).
La diferencia fundamental entre las opciones políticas de materialistas e idealistas radica en la distinta concepción del partido y sus funciones. Para los materialistas el partido es factor, pero también producto de la historia (Marx). Para los idealistas el partido es un factor para cambiar la sociedad y la historia, prácticamente ajeno a la situación social e histórica inmediata; el partido es sobre todo la voluntad de sus militantes (Trotsky). De ahí el determinismo esencial de los materialistas y el voluntarismo de los idealistas.
En “La Ideología alemana” se define al comunismo como “el movimiento real que suprime el estado de cosas existentes”. Y se sitúa la conciencia revolucionaria en la propia existencia de una clase revolucionaria, como consecuencia histórica de la explotación del proletariado en el capitalismo. La continuidad con las “Tesis sobre Feuerbach”, donde se dice que los educadores deben también ser educados, es también evidente. En ambos trabajos Marx rechazaba ya a todos los “salvadores” del proletariado, a todos quienes creen que la conciencia comunista y revolucionaria es aportada a los humildes obreros desde fuera de la clase obrera, por intelectuales y héroes que nadie necesita. En el mejor de los casos, los héroes son fruto de las debilidades, o de la derrota, de la clase obrera; exaltar o santificar a los héroes proletarios sólo conduce a fortalecer y consolidar los errores y flaquezas del movimiento obrero, cuando lo importante y urgente es localizarlos, estudiarlos y erradicarlos.
Rechazamos, pues, el mesianismo del partido, negándole una tarea de dirección que ha desembocado siempre en la sustitución de la clase por el partido. Subrayamos el carácter eminentemente pedagógico, ejemplar, histórico, anónimo y universal del partido, que surge del seno del proletariado, y que debe asumir, entre otras tareas, la de teorizar las experiencias revolucionarias de la lucha de clases, pasadas o en curso.
La fuerza de esa conciencia, en el proletariado, es continuamente obstaculizada por el peso de las ideologías de la clase dominante, que en cualquier campo cultural, incluido el de la historia, dispone de todos los recursos del Estado, de la instituciones académicas y universitarias, de la prensa y medios de comunicación, de las empresas editoriales, de los intelectuales orgánicos, de los canales de publicidad y distribución, librerías, etcétera, etcétera, para imponer, en el caso de la historiografía, la versión de la historia oficial como la única y “auténtica” historia. Se pretende que aquello que la historiografía ignora, ni existe, ni ha existido nunca. Si la historiografía académica niega la existencia de una situación revolucionaria en la España de 1936, llegará un momento, desaparecida la generación que vivió la guerra civil, en que eso será un dogma inapelable, con el perverso objetivo de velar un importante episodio de la historia revolucionaria del proletariado. Igual sucede en cualquier otro campo ideológico y cultural. Existen, en España, dos historiografías burguesas, enfrentadas entre sí, pero coincidentes en lo fundamental, esto es, en la defensa del Estado y de la sociedad capitalista. Son la historiografía neofranquista y la neoestalinista-liberal. Incluso podría ramificarse el estudio en subclasificaciones, de tipo catalanista o republicana, siempre con el respeto debido al Estado y la sociedad capitalista. Unos, los estalinistas y liberales, optan por defender la democracia; otros, los neofranquistas, también, aunque justifiquen la necesidad y valía histórica del franquismo. Ambos impulsarían, en caso de peligro grave de los fundamentos democráticos y/o del Estado, el recurso al totalitarismo y la represión del proletariado, y se unificarían en una misma escuela historiográfica de “ideología demócrata, en defensa del capitalismo”.
Habría, por supuesto, diferencias de matiz; y unos, los liberal-estalinistas, republicanos o socialdemócratas propondrían medidas represivas selectivas y transitorias; mientras otros, los neofranquistas y fascistas impondrían medidas represivas generalizadas y permanentes. Pero ambas facciones del capitalismo, tanto la derecha como la izquierda, coincidirían en la fundamental defensa democrática y contrarrevolucionaria del sistema capitalista, mediante la brutal represión del movimiento obrero revolucionario. Es muy posible además que, en un futuro no muy lejano, paro y depresión económicas mediantes, se responda a esa profunda crisis económica, política y social con un cambio de régimen, de carácter republicano, en el que se comprometan todos los defensores del capitalismo, una vez superadas ya las obsoletas diferencias entre franquistas y antifranquistas, por alejamiento cronológico respecto a la etapa de la guerra civil y de la dictadura franquista, con el objetivo común de aplastar a los revolucionarios. Esa desviación de las luchas anticapitalistas del proletariado en lucha antimonárquica (1931), antifascista (1936), o antifranquista (1976) es un recurso frecuente, que suele tener cierto éxito inicial, al menos en el campo ideológico. Izquierda y derecha del capital se complementan siempre, como yunque y martillo, para aplastar al proletariado.
La constitución del proletariado en clase es un proceso histórico de luchas, en las que el proletariado puede aparecer como una fuerza de apoyo a la burguesía revolucionaria; o progresista, en la lucha contra fuerzas socio-políticas feudales; pero también puede surgir como fuerza destructiva del Estado burgués, construyendo sus propias órganos de poder obrero: los soviets en Rusia (1905 y 1917), los raters en Alemania (1919-1920) y los comités-gobierno en España (1936-1937).
La desaparición del proletariado en la sociedad sin clases sólo puede ser una consecuencia de su constitución en clase dominante; pero siempre será una hipótesis optimista, pero no inevitable, a la que cabe otra salida terrible: la barbarie.
La historia de la constitución de la clase en partido es la historia de los partidos formales, grupos y vanguardias del proletariado. Para Ferreiro la revolución ha fracasado en 1936 porque no había partido, lo cual es inexacto, porque el propio partido no es un elemento indeterminado. La revolución fracasó, en la España de 1936, porque el antagonismo entre el proletariado y la burguesía hispana no había sido, en los años veinte y treinta, lo bastante intenso y consciente como para hacer surgir el partido de la revolución proletaria y hacer posible la organización consejista de la sociedad. Las débiles minorías revolucionarias que aparecieron, lo hicieron tarde y mal; los comités- gobierno fueron incapaces de coordinarse y presentarse como una alternativa revolucionaria válida. Por otra parte, esa debilidad del proletariado español se debía a que el proceso revolucionario mundial, iniciado en 1905, ya había sido derrotado internacionalmente en los años veinte.
Ferreiro nos dice que “no se trata de conocer la historia, sino de hacer la historia”, y repite, una y otra vez, que no hay que separar la teoría de la práctica. Pero en el mismo momento en que Ferreiro dice que no se trata de conocer la historia, sino de hacerla, Ferreiro está separando la teoría de la práctica. ¿Quién hace la historia para las generaciones presentes, sino quien la escribe? Ferreiro está hablando, por supuesto, de protagonizar la historia, separando la acción de la teoría. Ferreiro no comprende que conocer, divulgar y profundizar en el conocimiento de la historia revolucionaria, negando las falacias y deformaciones que escribe la historiografía burguesa, desvelando la auténtica historia de la lucha de clases, escrita desde el punto de vista del proletariado revolucionario, es ya en sí mismo un combate por la historia. Combate que forma parte de las luchas de clases, como cualquier huelga salvaje, o el Manifiesto Comunista, la ocupación de fábricas, una insurrección revolucionaria, o El Capital. El proletariado, para apropiarse de su pasado, ha de combatir las visiones estalinista, catalanista, liberal y neofranquista. El combate proletario por conocer su propia historia es un combate, entre otros muchos más, de la guerra de clases en curso. No es puramente teórico, ni abstracto o banal, porque forma parte de la propia conciencia de clase, y se define como teorización de las experiencias históricas del proletariado.
El proletariado, para vencer, necesita una conciencia cada vez mayor, superior y más aguda, de la realidad y de su devenir. Sólo con una conciencia crítica, elaborada en el estudio riguroso de las experiencias de sus luchas pasadas, podrá avanzar hacia sus objetivos. La conmemoración de la muerte de sus militantes, o de las masacres del proletariado, no puede ser jamás, para los revolucionarios, un acto religioso, o de homenaje y memoria individualista. LO QUE IMPORTA ES EXTRAER LAS LECCIONES DE LAS SANGRIENTAS DERROTAS DEL PROLETARIADO, PORQUE LAS DERROTAS SON LOS JALONES DE LA VICTORIA.
El proletariado es arrojado a la lucha de clases por su propia naturaleza de clase asalariada y explotada, sin necesidad que nadie le enseñe nada; lucha porque necesita sobrevivir. Cuando el proletariado se constituye en partido, enfrentado al partido del capital, necesita asimilar las experiencias de la lucha de clases, para tomar conciencia de éstas, apoyarse en las conquistas históricas, tanto teóricas como prácticas, y superar los inevitables errores, corregir críticamente los fallos cometidos, reforzar sus posiciones políticas por medio de la toma de conciencia de sus insuficiencias y lagunas y completar su programa; en fin, resolver los problemas no resueltos en su momento: aprender las lecciones que nos da la propia historia. Y ese aprendizaje sólo puede hacerse en la práctica de la lucha de clases de los distintos grupos de afinidad y/o partidos formales.
No existe una lucha económica y una lucha política separadas, en departamentos estancos. Toda lucha económica es, a la vez, en la sociedad capitalista actual, una lucha política, y al mismo tiempo una lucha por la identidad de clase. Tanto la crítica de la economía política, como la crítica de la historia oficial, el análisis crítico del presente, el sabotaje o una huelga salvaje, son combates de la misma guerra de clases. Y en todos, y en cada uno de esos combates, se plantea la conciencia de clase, y el devenir de la clase en partido (antagónico al partido del capital).
Así, pues, el análisis de Devesa resulta una buena crítica de la historia oficial y de cómo se ha mistificado el proceso revolucionario en la España de 1936, sobre todo mediante la dialéctica fascismo-democracia. Las críticas de Ferreiro a Devesa son pertinentes y necesarias, sobre todo en lo que afecta a su enfoque “dirigista” y “reduccionista”, que explica erróneamente el fracaso revolucionario por la “traición” de los dirigentes. El análisis de Ferreiro, sin embargo, no percibe que el combate por la historia revolucionaria no es sólo una cuestión libresca, teórica y abstracta, sino que es un combate más de la guerra de clases, entre burguesía y proletariado.
El ser precede a la conciencia. Sin una teorización de las experiencias históricas del proletariado no existe teoría revolucionaria, ni avance teórico. Entre la teoría y la práctica puede existir un lapsus de tiempo, tan largo como el de una etapa contrarrevolucionaria de varías décadas, pero eso no significa una separación absoluta e insalvable entre teoría y práctica. El marxismo revolucionario es un método de análisis de la realidad social e histórica, que transforma el arma de la crítica en la crítica de las armas. LAS TEORÍAS REVOLUCIONARIAS PRUEBAN SU VALIDEZ EN EL LABORATORIO HISTÓRICO. El partido del proletariado no es sólo un programa, sino su defensa por parte de individuos, movidos por la necesidad y la pasión revolucionarias, organizados en vanguardias o grupos, que defienden distintas tácticas.

Devesa y Ferreiro quizás puedan aceptar que la historia del movimiento obrero, hoy, en España, es un combate contra la historia oficial del mandarinato liberal-estalinista, o la demanda comercial neofranquista. Ese combate por la historia sólo terminará cuando hayan desaparecido las clases, tras la victoria del proletariado, confundido ya con la humanidad. Lo que empezó como combate por la historia del proletariado, sólo puede culminar como historia del combate por el comunismo y la abolición de todas las clases, previa extinción del trabajo asalariado, de la ley del valor, de las fronteras nacionales, de todos los Estados, con sus ejércitos y policías. Y todo esto no hace más que actualizar e ilustrar lo que ya escribió Marx en La ideología alemana: “la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante”. Es decir, quien posee el poder económico dicta su historia, que adecuadamente falsificada e idealizada, es siempre la oficial y predominante. Esa historia burguesa oficial se cree y pretender ser, además, la única historia válida, y por ello, mostrará su elitista desprecio profesional y su ignorancia por la historia del proletariado. Sobre todo su ignorancia profesional, salvo contadas y raras excepciones.
Como decía, hace ahora diez años, el Manifiesto Combate por la historia:
“Con la ignorancia, omisión o minimización de las connotaciones proletarias y revolucionarias que caracterizaron el período republicano y la guerra civil, la Historia Oficial consigue ponerlo todo del revés, de forma que sus principales popes se imponen la tarea de reescribirlo todo, y consumar de este modo la expropiación de la memoria histórica, como un acto más del proceso de expropiación general de la clase trabajadora. Pues, a fin de cuentas, la historiografía es quien elabora la Historia. Si, paralelamente a la desaparición de la generación que vivió la guerra, los libros y manuales de la Historia Oficial ignoran la existencia de un magnífico movimiento anarquista y revolucionario, dentro de diez años se atreverán a decir que ese movimiento no ha existido. Los mandarines creen firmemente que nunca ha existido aquello sobre lo que ellos no escriben: si la historia cuestiona el presente, la niegan.
Hay una contradicción flagrante entre el oficio de recuperación de la memoria histórica, y la profesión de servidores de la Historia Oficial, que necesita olvidar y borrar la existencia en el pasado, y por lo tanto la posibilidad en el futuro, de un temible movimiento obrero revolucionario de masas. Esta contradicción entre el oficio y la profesión se resuelve mediante la ignorancia de aquello que saben o deberían saber; y eso les convierte en necios. Y por esta misma razón la Historia Oficial se caracteriza por una absoluta incapacidad para el rigor, la objetividad y la totalidad. Es necesariamente parcial, y no puede adoptar más perspectiva que la perspectiva de clase de la burguesía. Es necesariamente excluyente, y excluye del pasado, del futuro y del presente a la clase obrera. La Sociología Oficial insiste en convencernos que ya no existe la clase obrera, ni la lucha de clases; a la Historia Oficial le toca convencernos de que nunca existió. Un presente perpetuo, complaciente y acrítico banaliza el pasado y destruye la conciencia histórica.
Los historiadores de la burguesía tienen que reescribir el pasado, como lo hacía una y otra vez el Gran Hermano. Necesitan ocultar que la Guerra Civil fue una guerra de clases. Quien controla el presente, controla el pasado, quien controla el pasado, decide el futuro. La Historia Oficial es la historia de la burguesía, y hoy tiene por misión mitificar los nacionalismos, la democracia liberal y la economía de mercado, para convencernos de que son eternos, inmutables e inamovibles.”
Mientras tanto, el combate por la historia pasa hoy por la teorización de las experiencias históricas del proletariado internacional, que ya realizaron en su momento Rosa Luxemburg, Herman Gorter, Anton Pannekoek, Amadeo Bordiga, la redacción de “Bilan”, Josep Rebull y Munis, entre otros. NINGUNO de ellos fue historiador; TODOS ellos fueron militantes revolucionarios, que no dudaron en estudiar y teorizar las experiencias históricas del proletariado revolucionario, porque para ellos el combate por la historia revolucionaria era una batalla fundamental de la guerra de clases. Porque no se trata sólo de escribir racionalmente la historia, fundamentada en la realidad de la lucha de clases y en los hechos humanos concretos, sino además, y ante todo, se trata de empuñar, perfeccionar, acrecentar, defender y cimentar la teoría revolucionaria.

Agustín Guillamón. Cuaderno número 34 de Balance.
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[i] El artículo de Andrés Devesa “España, 1936. El fantasma de la Revolución conjurado” puede consultarse en el blog: http://fcuatrocincouno.blogspot.com/2006_05_01_archive.html clicando en la columna sobre “mayo 2006”.
La crítica de Roi Ferreriro a Devesa, titulada “Apuntes críticos al texto “España, 1936. El fantasma de la Revolución conjurado” de Andrés Devesa”, puede consultarse en el apartado crítica de textos y libros de la web del CICA: http://cai.xtreemhost.com/cica/indice.htm

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