domingo, junio 12, 2011

Jorge Semprún: el largo viaje hacia atrás


Repasando lo que la prensa está publicando estos días sobre Jorge Semprún, se aprecian al menos tres detalles importantes. Se entiende que su fase de superviviente republicano en Buchenwald, el combatiente comunista oficialista o heterodoxo cuyos aportes y contenidos resultan más bien difusos, vienen a ser como un prólogo al intelectual reconocido e instalado ulterior…Después, se presenta esta última fase bajo el amparo de las grandes palabras como democracia, o socialismo (con su corruptor Felipe González), dos palabras que estaban ciertamente siendo invertidas cuando Jorge las avalaba con entusiasmo y con el peso de su “curriculum”.
Finalmente, se han arrancada varias páginas de su actuación, sobre todo cuando actuó como el ministro más beligerante a favor de la primera guerra del Golfo (1991), y por supuesto, nadie revela toda la mentira y el horror de aquella agresión contra Irak realizadas en nombre de la democracia y del “nuevo orden”. Un “nuevo orden” que negaba todo por lo cual semprún había luchado antes, y que contradecía muchas de sus declaraciones en las que –como aquellas en las reivindicaba la lucha de los comunistas o argumentaba a favor de la recuperación de la “memoria republicana”-, se ponía nuevamente el traje de Federico Sánchez, por supuesto el traje heterodoxo…
Pienso que, en medio de tantas loas con páginas en blanco, no estará de más dar a conocer algunos testimonios de otro Semprún como lo fue el que escribió comprometidos guiones para Alain Resnais, Costa-Gravas o Grenier-Defferre. A tal efecto, me permito reproducir una entrevista El largo viaje de Jorge Semprún, realizada por Tomás Declos en el número 1.444 de la revista “Fotogramas” (18-06-1976), y lamento decir que técnicamente no hay manera de añadir el fragmento final de mi artículo anterior -Grandezas y servidumbres de Jorge Semprún-, que con algunas variantes también había aparecido en la Web de la revista Viento Sur , que me aspen si lo entiendo.

El largo viaje de Jorge Semprún

Le long voyage» renueva uno de los temas que ya estaba en «La guerre c’est fini»: la fijación sentimental de los exiliados.
—Sí, es verdad. Incluso se insiste más en la película de Prat. Se trata
de una adaptación de mi novela para la ORTF que costó muchísimo. No me refiero al dinero, sino a que el organismo de la televisión francesa no quería producirla. Tenía un auténtico pánico político. La película de Resnais es un poco anterior. Con todo podemos decir que son de la misma época y que hay una preocupación similar. Los exiliados españoles pierden la noción de lo que es España ahora. Viven en un tiempo pasado y cuesta mucho quitarles esas ideas. Un señor que pretende ser todavía el presidente de la República española tiene que empezar por crearse una abstracción, inventarse esa república. Ojo. No quiero decir con ello que no sea partidario de esta forma de gobierno. Me refiero solamente a una actitud mental de quienes hicieron la guerra y tuvieron que exiliarse.
— ¿Persiste todavía?
—Ya lo creo. Cuando entrevisté a Federica Montseny para «Las dos memorias» me dijo con todo el corazón detrás que «debemos mantenernos así porque somos la supervivencia de una España que intentaron aniquilar». Llevan encima ese peso simbólico y es muy difícil quitárselo.
—Esas declaraciones no están en la película...
—No. Hay catorce horas filmadas y archivadas, porque la dinámica de determinadas discusiones marginó debates de otra índole. Este, por ejemplo.
—“Las dos memorias” apenas se ha visto.
—Y ahora corre el peligro de destruirse físicamente.
—La produjeron los de la Paramount francesa, pero cuando se encontraron con la película entre las manos no quisieron saber nada de ella. Al parecer ni se lo esperaban aquello. Quizás hubo miedo a que se tomaran represalias con la sucursal española. No sé. Lo único cierto es que abandonaron la cinta en manos de un distribuidor, que no se interesó para nada en moverla. A mí me hubiera gustado que Perpinyá hubiera servido de plataforma para que alcanzara al público español, pero ni eso conseguí. Ahora, al margen del negativo, existen sólo dos copias. Una Inservible y otra que pronto lo estará.
—No se pensó en otros canales. Los círculos militantes.
-No hubo dinero para hacer copias en dieciséis y que circularan por las casas del pueblo.
—No hubo o no quisieron.
—La película ya está un poco lejos. Si hace el ejercicio de sentarse y analizarla qué conclusiones saca.
—Mi Intención era recuperar críticamente la memoria de la guerra civil (utilizando versiones beligerantes, contradictorias) y — a la vez — analizar la actualidad española. En estos casos siempre podemos hablar de ausentes, de supuestos boicots a determinada gente. Sin embargo, no estaba en mi ánimo excluir a nadie. Que más hubiera querido yo que sacar a Girón. Pero cómo voy a presentarme a Girón si ruedo en la clandestinidad y a su lado, en la película, puede encontrarse con Carrillo. También a Carrillo le puse condiciones. Me parecía un- prescindible hablar de la masacre del POUM en abril del 37. Y sacar a la CNT, a pesar de que muchos les encuentren Inconsecuencias de pensamiento y práctica. Se lo dije claramente a Carrillo: «En la película se tiene que hablar de eso, no permito obviar el tema. Si aceptas es con esa condición». Aceptó y rodamos sin más problemas.
Las películas no sólo pueden hablar de política, sino que, a menudo, son un hecho político. Como acontecimiento de este tipo, ¿qué nota damos a «las dos memorias”?
—Hay el handicap de que no tuvo un público español. Con todo pienso remediarlo inmediatamente, porque voy a presentarla a censura, aquí en España. Buscaré primero a alguien que quiera distribuirla y si algunas personas calculan que «puede pasar», me tomaré la molestia de Ir a censura.
—No es mucho optimismo sobre la España actual.
Semprún anda literalmente atareado. Hay casi cola de entrevistas.
—En Francia no suelen hacerme. Claro que también acostumbro a rehuírlas. Aquí hay más interés. Incluso me he encontrado con la desagradable sorpresa de que determinada revista se inventó una hace un mes. Me dicen que salió una entrevista y yo jamás la di.
En el hotel, Semprún anda con «El País” y “La Vanguardia».
—Se ha criticado mucho el tipo de cine que hemos hecho con Costa-Gravas. No obstante, me sigue pareciendo válido. Dicen que un lenguaje «burgués» y comercial no casa con pretensiones políticas avanzadas. Es cierto que hay una contradicción. No sé por qué la literatura política es pésima por regla general. No hay buenos escritores políticos. En cine debe pasar otro tanto, pero es que si quieres que la gente vea tu película, llegue a la información que quieres suministrarle, no existe otra alternativa.
—Pero entonces esta información llega enrarecida.
—Es un riesgo. Pero me he dado cuenta de que cuando más apuras en el plano lingüístico menos alcance tienes a un nivel popular. Y la gente no se da cuenta, pero son mucho más rigurosas «La confesión» y «Sección especial», que no «Z». Aquí había, por ejemplo, el gancho del «star-system». De eso hemos prescindido totalmente en «Sección especial». Ya no tenemos a ningún Yves Montand haciendo de sheriff griego. Es todo un síntoma que «La confesión» no llegue a la mitad de los espectadores que tuvo «Z». Y, mucho peor todavía, ha Ido «Sección especial». Con todo, aquí había un elemento que molestaba al público francés, y es que la gente no va al cine para que lo zarandeen. Me refiero a que poníamos en duda la justicia francesa. Se hablaba críticamente de los colaboracionistas de Petain. Y eso al chauvinista francés le hace sacar las garras. «Z» les cayó bien, porque les entra fácilmente en la cabeza que Grecia sea un país injusto...
—En España, de este cine político hemos visto «La confesión», «El atentado» y «Stavisky». ¿Sirve eso de test sobre la virulencia crítica de los films? «Z» no pasa, consecuencia: es de izquierdas. «La confesión» pasa, consecuencia: es de derechas.
—No. Hay muchos factores. La censura española sólo hace que exacerbar elementos que están latentes en, todos los mecanismos de censura que existen en todos los países. Lo que pasa es que aquí gastan auténtica «mala pata». Creo que «Stavisky» la manipularon y que los contrabandistas de armas españoles que son de un bando en la versión francesa aquí salen, como del otro, etcétera. Y es que mientras no les toques a su país, las censuras te dejan tranquilo. En el caso de «La confesión» había un problema muy distinto y no específicamente español. Ciertos sectores políticos mantienen la opinión de que no podemos abundar en una crítica que los medios burgueses exacerban hasta el paroxismo. Sin embargo, creo que la Izquierda tiene la obligación de ser autocrítica y no enmascararse —a propósito— la realidad sobre la que debe actuar. Denunciar de una vez falacias terminológicas del tipo «culto a la personalidad». Creo que con la actual evolución del PCF ya no se pondrían los mismos Inconvenientes que se pusieron en el sesenta y nueve a la película.
— ¿Y «El atentado»?
—Aquí hubo una serle de inconvenientes y de malos entendidos que perjudicaron el resultado.
—Sobre política no quiero insistir directamente demasiado. Ml experiencia clandestina en España voy a contarla un día en un libro. Pero hasta ahora he procurado ser muy circunspecto en el tema. Ahora confieso mi nombre de militante, Sánchez, porque Carrillo lo descubrió en su libro. Pero por mí hubiera quedado Inédito. Entre el cincuenta y ocho y mediados del sesenta vine muchas veces a España, sin papeles. Camuflado. En el sesenta y seis pedí el pasaporte en el consulado español de París. Tardaron más de un año y cuando me lo dieron me avisaron de que la Dirección General de Seguridad tenía todo mi «dossier» y que el riesgo de volver lo corría por mi cuenta.
Sobre los tiempos venideros, inmediatos y españoles: optimismo (por la Izquierda).

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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