El movimiento expresa no solamente una pérdida de confianza en el futuro, sino también en los partidos de izquierda
No cabe la menor duda que el movimiento de Los Indignados, que comenzó en España y se está propagando a otros países (no sólo europeos), se inspira en los acontecimientos del norte africano y del medio oriente, que han echado por tierra o puesto en jaque a varias dictaduras.
Los problemas socio-económicos y políticos de esos países, no son los mismos que los de Europa, pero las condiciones propicias a la eclosión de grandes movilizaciones populares son semejantes. En el norte africano y en el medio oriente, como ocurrió en Túnez o en Egipto, la reivindicación principal de las multitudes fue, y sigue siendo, en primer lugar, el fin de las dictaduras, y con él la abrogación de las leyes represivas, es decir, la vigencia irrestricta de las libertades individuales y colectivas. Inmediatamente después, la instauración por la vía de elecciones libres, lo que supone la pluralidad de expresión político-ideológica, de un gobierno que abra perspectivas de desarrollo económico-social.
En Europa, en cambio, los pueblos están confrontados a una ofensiva del capital, sin precedentes, que toma la forma de planes draconianos de austeridad, con disminución de salarios, licenciamientos masivos, aumento de la edad de la jubilación, y el desmontaje progresivo –vía la privatización de los servicios públicos- de lo que quedaba del Estado de Bienestar. Estas políticas, típicamente neoliberales, acentúan la exclusión social, generalizan la falta de confianza en el futuro –en particular de los jóvenes-, y conllevan la pérdida de legitimidad de las instituciones. En varios países ya se han producido multitudinarias manifestaciones de protesta.
Estas diferencias no han escapado a los que crearon el M15, el movimiento que esta al origen de las “acampadas” y de las “asambleas” en las grandes plazas de las principales ciudades. Lo demuestra el hecho que hayan escogido como titulo del manifiesto liminar la exigencia ambigua “Democracia real ya”. Democracia real, en efecto, que puede interpretarse de distintas maneras; en sentido corto como una simple mejora del actual sistema electoral (acusado de bipartidismo), o en sentido más amplio, como un rechazo global y confuso de la sociedad capitalista, fundada en una democracia política que no tiene ninguna incidencia en lo económico, legitimando por el contrario las más agudas desigualdades.
A pesar de esa limitación, que puede interpretarse como una ausencia de visión de futuro, el movimiento ha conseguido desarrollarse. En muchas plazas, de muchas ciudades, en general por las tardes, mucha gente, en particular jóvenes, se reúnen para expresar con energía que están hartos de esta situación y que es preciso aportar soluciones. Estas soluciones, como se puede apreciar en el caso de las Asambleas de Madrid, o de Barcelona, son puntuales y sectoriales, consistentes en algunas medidas para combatir el desempleo, para resolver problemas de vivienda, en defensa de los servicios públicos, por un control estricto de actividad de los bancos, etc. etc. En realidad, nada que tenga que ver con una revolución, o más modestamente, con la refundación del país.
Estos movimientos asamblearios, por su carácter espontaneo, sin un proyecto orgánico preciso y sin objetivos estratégicos, están condenados, más tarde o más temprano, a diluirse; eso es inevitable. Sin ninguna capacidad de pesar económica o políticamente (los partidos políticos y los sindicatos, en general, no son aceptados) esas reuniones nocturnas no representan para el Estado ningún problema, salvo que no sea de simple orden público. Lo mismo ocurre con los medios de comunicación de masas (radio, televisión, periódicos) que van a ocuparse de esas manifestaciones apenas los primeros días. Esta pérdida progresiva de impacto, y las propias dificultades para prolongar el funcionamiento de las “comisiones” (las células vivas de reflexión y propuestas), van a provocar inevitablemente una toma de consciencia de sus participantes sobre la falta de perspectivas de ese tipo de acción, precipitando así la deserción definitiva del espacio público.
La experiencia de estas asambleas, aunque no aporten ningún cambio significativo en la vida de los países, son sumamente importantes y merecen todo el apoyo que sea posible darles. Ellas demuestran, a pesar de las confusiones y ambigüedades de sus discursos, un rechazo instintivo del capitalismo y, sobre todo, la voluntad de no resignarse a condiciones de vida deplorables, que constituyen una afrenta à dignidad humana.
Al mismo tiempo, resulta inevitable que los partidos de izquierda, en particular aquellos que se reclaman radicales (por oposición a los reformistas, que ya no cuestionan los fundamentos del capitalismo) reflexionen sobre su pérdida de credibilidad, y de confianza por parte de los sectores más golpeados por la crisis. Esta situación es paradójica, cuando más se acentúan los estragos provocados por la crisis del capitalismo, que no son sólo sociales, sino también ambientales, cuando más se potencia la capacidad de resistencia de las poblaciones, menos se aprecia en el panorama político, la presencia y la palabra orientadora de los partidos de izquierda.
Hay que tomar consciencia de esta situación. El capitalismo no va a desaparecer por sí solo, sino cuando la humanidad haya elaborado una nueva alternativa, que no puede ser otra que socialista, y cuando esta alternativa liberadora suscite la adhesión de grandes sectores sociales y los impulse a la acción revolucionaria. ¿Cómo concebir ese proceso, sin la participación de los partidos de izquierda?
José Bustos
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