domingo, septiembre 02, 2012

¿Ayn Rand libertaria? Una aproximación desde la pantalla negra



Ya en tiempos de los romanos alguien dijo que los mayores crímenes se solían perpetrar en nombre de grandes ideales. La historia de la humanidad sobre la que un Voltaire indignado dijo que se podía reducir a la de sus crímenes, está repleta de cadáveres que podían servir como ejemplos. No es otra cosa lo que nos viene a la cabeza cuando aparece el concepto “libertario” en los aledaños del extremismo de derecha neocon, la élite privilegiada de una potencia que impuso sus reglas al mundo mediante su poderío militar.
Estas líneas vienen motivadas por la indignación que causado por las siguientes líneas llegadas anónimamente a mi correo electrónico: “El 2 de febrero de 1905 nació en San Petersburgo la filósofa y escritora estadounidense (de origen ruso) Alissa Zinovievna Rosenbaum, más conocida en el mundo de las letras bajo el seudónimo de Ayn Rand, y falleció en marzo de 1982 en New York. Nunca más oportunas las palabras de la autora de esa magnífica novela que es Atlas Shrugged, traducida al español como La rebelión de Atlas, una suerte de anticipo de lo que nos está pasando a los españoles y en mayor o menor medida a todo el mundo:
"Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada." Ayn Rand (1950)
Servidor nunca ha tenido la intención de invertir un minuto en la lectura de una escritora que dijo eso, y otras cosas más, en su mayor parte plenamente contradictorias con lesa cita que me recuerda una de las viñetas de EL Roto en la que se venía a decir que se estaba aplicando la meritocracia al revés, privilegiando a los peores, y pruebas son amores.
Para la mayoría, el nombre de Ayn Rand va asociado al cine, especialmente a King Vidor, uno de los grandes clásicos del mejor Hollywood, y en cuya flamante filmografía se pueden contar aportaciones de signo moral e ideológico muy diverso, todos muy propios de ciertas tradiciones de un país en el que se puedan dar de la mano actitudes muy diferentes (en ese sentido, baste repasar la obra de John Ford). Creo que este resulta patente en El gran desfile (The Big Parade, USA, 1924), un hermoso canto contra la guerra que habla del desencanto y las razones del pacifismo en un tono lírico en el todo aparece a través de las vivencias personales de un hombre convertido en soldado en contra de su voluntad (John Gilbert), así como por el realismo brutal de la escenas de guerra. Se manifiesta igualmente en…y el mundo marcha (The Crowd, USA, 1928), crónica social que se anticipa al neorrealismo y que evoca la angustia de un desempleado que trata de buscar una salida individualista desclasándose, sin conseguirlo. Se trata de una obra maestra considerada como la primera creación del antihéroe moderno urbano en el cine, con un proletario perdedor amargado y solitario que se ve obligado a desafiar el mundo; su influencia resulta notoria en Aurora de esperanza donde la desesperación del individuo encuentra una salida en la agitación social y en la revolución...
Esta conexión libertaria “sui generis” de Vidor resulta bastante evidente en la siguiente crónica social será la célebre El pan nuestro de cada día (Our Daily Bread, USA, 1934), una historia del propio Vidor convertida en guión por Elizabeth Hill. Fue un auténtico hito en la memoria obrera de la España republicana, de ahí que fuese recomendada con entusiasmo desde la prensa de la CNT. Esta película en la que John, un obrero parado, que recibe por herencia unas tierras baldías que es incapaz de sacar adelante por su cuenta con su compañera, opta por convocar más trabajadores en situación de paro y miseria, y en la que unos labradores, mecánicos, fontaneros y otros más, se unen, en un colectivo obrero que actúa coercitivamente contra los posibles compradores ociosos en una subasta, llevando a cabo una trasgresión del concepto de “propiedad” en nada usual en el cine de Vidor, y que supone una única referencia precisa a la lucha de clases por parte del autor, tiene un sabor colectivista y autogestionario que aumenta desde la mirada obrera.
El individualista Vidor tenía otra cara porque la película es un canto a la fraternidad, a una solidaridad que se expresa cuando un fuera de la ley se entrega para que los 500 dólares de recompensa ayude al colectivo a no pasar hambre. Al final, el liderazgo de John entra en crisis, hasta que la acción colectiva vuelve a imponerse mediante una épica construcción de un canal gracias a la cual los cooperativistas salvaran la cosecha. Verdadero canto al trabajo considerado como un intercambio de esfuerzos, de habilidades, como una permuta de los frutos, todo como parte de una concepción fraternal, vale decir libertaria del mundo. El pan...es una película estrechamente emparentada con los grandes clásicos del cine ruso por más que la intencionalidad del autor no fuera más allá que un canto al espíritu del “New Deal”, aunque la crítica conservadora lo trató de “rojillo”, y el “Times” de Los Ángeles no quiso publicar un anuncio de la película por “extremista” aunque solamente se trata de una idea tomada de Robert Owen sobre “las ciudades de cooperación”. Destaca la escena colectivista que muestra como los agricultores asociados construyen un canal con su esfuerzo a la misma velocidad que corre el agua para salvar la cosecha…
Pero junto con este que entusiasmó a una generación de obreros conscientes, habían otros Vidor, uno que podía considerarse colindante con un “anarquismo de derechas”, un trazo oscuro que bien se puede deducir del canto al individualismo insolidario de El manantial (The Fountainhead, 1949) adaptación de la novela de la escritora rusa afincada en los Estados Unidos, Ayn Rand, cuyo éxito efímero fue seguido del mayor desprestigio, y de cuyas páginas Vidor extrajo su propio provecho artístico. Estaba convencido que “Toda inspiración, toda vida procede de Dios, sin que necesitemos instituciones o canales oficiales"...Sin embargo, en la trama hay dos elementos diferentes, una historia amorosa de un alto vuelo lírico (aumentado por el romance que en aquel momento vivían sus protagonistas, Gary Cooper y Patricia Neal), una pasión de altos vuelos eróticos y de resonancias freudianas. Cuenta la ya famosa historia en la que un arquitecto, Howard Roark, que antepone su aliento creativo por encima de cualquier otra consideración, enfrentándose así a una sociedad descrita como una congregación de mediocres, idea expresada por el protagonista en los siguientes términos: "Para hacer una cosa bien, debes amar esa cosa, no a la gente. Mi razón y mi vida es el trabajo mismo. Mi trabajo hecho a mi manera". Se trata de exaltar la obligación moral de mantener una actitud independiente en lo artístico, algo que en principio debía de resultar inherente para cualquier. Sin embargo, este enfoque de yo contra el nosotros obvia las profundas desigualdades existentes entre los países (colonizadores y colonizados), y entre las clases (expropiadores y expropiados).
De la manera que se enfoca la trama, parece que todo se reduce a una opción personal. Pero Howard (un personaje inspirado en Frank Lloyd Wright, que protagonizó enfrentamientos muy duros con los constructores para poder llevar a cabo sus proyectos radicalmente innovadores), no está sólo. Uno es ninguno, dirá Brecht. El propio film no podía haber existido sin el concurso de una productora, y sobre todo, de un extenso equipo de profesionales de talla al frente del cual estuvo Vidor; tampoco sin los espectadores…Este es otro Vidor, aquellos parados que aportaban su oficio y su singularidad a las actividades de una colectividad trabajadora tan creativa como necesaria, quedan bastante lejos. También es cierto que algunos grandes cineastas de Hollywood (Walhs, Ford, Curtiz, etc), podían ser extremadamente amplios y ambiguos en sus criterios, y lo mismo podía orientarse hacia la izquierda que hacia la derecha. Se podía decir que de El manantial se pueden hacer lecturas muy distintas.
Anotemos que el cine ha sido generoso con Ayn Rand, tal como la describe mi anónimo comunicante, fue una novelista norteamericana nacida en Rusia en 1905, y de fuertes tendencias individualista conservadora que en algunos puntos conecta con el fascismo. Su ideal no es el otro que el de los grandes tiburones de las finanzas debidamente idealizados como lo está siendo estos días del esclavista y candidato republicano Matt Romney, del que nos dice su mujer de hierro que debe su fortuna…al esfuerzo. Rand pues era una rabiosa partidaria del “egoísmo propietario”, y permaneció alejada de cualquier “sentimentalismos” con los humillados y ofendidos que quedaban en la cuneta por más horas extras que hiciesen.
En las últimas décadas, Rand ha sido considerada como una de las principales propagandistas de un presunto “anarquismo de derechas”, de un anarquismo al revés que encontrará su culminación en el neoliberalismo de la época de Reagan y Thatcher, a los que acogió con entusiasmo poco antes de fallecer en 1982. Richard Porton, autor del flamante estudio sobre Cine y anarquismo, nos dice que “sería erróneo caricaturizar a los anarquistas individualistas del siglo XIX como libertarios derechistas, precursores ignorantes de Ayn Rand y Ludwig von Mises” (2002; 45), y dedica la extensa nota 59 (2002; 67) para comentar una nutrida bibliografía de refuerzo a sus argumentos. En La rebelión de Atlas, divaga sobre una eventual decadencia norteamericana provocada por el intervencionismo estatal (aunque aplaudió el intervencionismo cuando Reagan lo orientó para privatizar las ganancias y socializar las perdidas de los más poderosos). Este “pensamiento” ha seguido influyendo sobre en grandes fabricantes de pobres y excluidos como Milton Friedman o Alan Greenspan, y claro está, a los mal llamados "libertarians" (a los que despreciaba como "hippies de derecha") a los "neocons", a los que posiblemente hubiera juzgado demasiado estatistas.
De todo esto se nos dice algunas cosas en La pasión de Ayn Rand (Tha passion of Ayn Rand, USA, 1999), dirigida por Christopher Menau. Estamos ante una ambiciosa producción televisiva interpretada por la formidable Helen Mirren, de la que se ha dicho que puede otorgar interés hasta al recitado de la guía telefónica, por lo tanto, no debe sorprender que también sepa convertir en un ser humano a una impostora como Ayn Rand, tanto fue así que consiguió el preciado Emmy por su interpretación. Aunque Ayn fue tachada a menudo de "fascista", parece evidente que no lo fue en el sentido más clásico, aunque compartió criterios similares sobre la ley del más fuerte (decía que "no existe en el lenguaje humano una palabra comparable a Yo", pero para eso no dudó en aplaudir actuaciones militaristas y expansionistas de los Estados Unidos), Se cuenta que la primera adaptación de una obra suya, Los que vivimos (Hoy vivi, Italia, 1942), que por su larga duración fue distribuido en dos partes, un alegato anticomunista dirigido con convicción por Goffredo Alessandrini, un habitual del cine de propaganda de Mussolini. Sin embargo, en este caso, el gobierno fascista entendió que no se trataba solamente de un alegato contra los comunistas, y la prohibió. No obstante, fue muy bien recibida en la España de Franco.
No hay que decir que me interesa muchísimo más King Vidor que la señora Rand. En Vidor, la palabra libertad raramente tiene connotaciones depredadoras empresariales. Su vocación “libertaria” es perceptible en la más que notable adaptación que hizo de Guerra y paz, de Lev Tolstói, en filmes como La pradera sin ley (Man without a star, 1955), cuya traducción más veraz al castellano sería algo así como El hombre que seguía una estrella, y cuya temática –apoyada en un estupendo guión de Borden Chasse- guarda cierta similitudes con Los valientes andan solos. En La pradera sin ley subsiste un canto a la libertad individual en absoluto reñida con la solidaridad, y canta la gesta de un vaquero que vive por libre y que rememora los espacios sin límites, al tiempo que rechaza iracundamente unas alambradas que están cerrando el libre Oeste. Realizada en breve tiempo y con poco presupuesto, se trata de un “western” memorable que contiene un cierto aliento libertario, no en vano fue producido por el propio Douglas al que nuestro Fernando Fernán-Gómez reconocía un anarquista, aunque quizás no lo fuera tanto, ya que al final, todo queda en un conflicto entre grandes propietarios donde el hombre que buscaba una estrella, Dempsey Rae (Kirk Douglas) se olvida de sus principios y acaba adoptando los contrarios ya inmerso en un conflicto señores, en el caso, la dueña del rancho (Jeanne Crain). Vidor fue también el realizador de La ciudadela (The Citadle, USA, 1938), una de las películas sociales de King Vidor (autor de El pan nuestro de cada día, que fue entendida por los trabajadores como una apología al colectivismo agrícola), y que narra con una oscura intensidad las vicisitudes de Andrew Manson (Robert Donat), un joven médico que consigue su primer empleo en una población minera de Gales, se entrega al cuidado de trabajadores enfermos y gentes oprimidas.

Posdata. La trama que da pie para una discusión interpretativa está basada en una novela de A.J. Cronin (1896-1981), que antes de escritor fue médico. Al acabar la carrera, Cronin comenzó una práctica en un área minera, en la zona de Gales del Sur y fue designado el Inspector Médico de Minas. Utilizó sus experiencias sobre los efectos de la industria minera sobre la salud de los trabajadores, tema sobre el que incidió en sus novelas posteriores. Se considera que La ciudadela, al exponer la injusticia, explotación de los trabajadores y denunciar la incompetencia de la medicina tradicional al respecto, Cronin contribuyó a establecer el servicio nacional de salud en Gran Bretaña, el mismo que fue orgullo del país y que conocido un franco deterioro desde el “reinado” de Margaret Thatcher.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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