lunes, junio 03, 2013

Centenario de Héctor P. Agosti



Presentamos a nuestros lectores la ponencia, de la becaria del Archivo Oral, Alexia Massholder en las recientes jornadas de homenaje por el centenario de Héctor Pablo Agosti “Crisis, Revolución y Socialismo”, realizadas el pasado 6 y 7 de mayo de 2011, organizadas por el Cuadernos Marxistas y el Centro de Estudios H. P. Agosti del Partido Comunista.

Centenario de Héctor P. Agosti: la vigencia de un pensador comprometido

Por Alexia Massholder

Nacido en 1911 en una familia modesta en Balvanera, conoció tempranamente las cárceles en la década del ´30 por andar “escribiendo demasiado”. De esas prisiones surgirán los escritos reunidos luego en El hombre prisionero, un libro que tiene llamativos puntos en común con las preocupaciones que Antonio Gramsci volcó en sus escritos de la cárcel. Temas como el trazado de una literatura nacional, su relación con la idea de nación y el papel de los intelectuales en la lucha revolucionaria. Temas todos que incidirán el la rápida decisión de Agosti de introducir las obras del pensador italiano, no sólo en sus análisis teóricos sino también mediante su traducción sistemática.
Toda su obra está marcada y orientada por su doble condición de escritor y de político, y que Agosti supo conjugar con un alto nivel de compromiso sin que esto atentara contra la riqueza de su prosa. Como escritor y como político, Agosti dedicó una importante parte de su obra, no sólo teórica sino también práctica, a la reflexión sobre el trabajo intelectual como forma de militancia en sí misma. Agosti había dado sus primeros pasos como intelectual en el marco de una intensa lucha antifascista que aquí en la Argentina tuvo en Aníbal Ponce uno de sus exponentes más definidos. El mismo Ponce fue quien se interesó en los artículos que Agosti escribía para Claridad y lo buscó para que trabajara a su lado. Esto marcó indudablemente el pensamiento de Agosti sobre, decíamos, la función militante del intelectual, pero también sobre el humanismo socialista, tema al que le dedicará un interesante libro: Tántalo Recobrado.
Es importante señalar que Agosti, a la vez que reflexionaba sobre el papel de los intelectuales en la lucha revolucionaria, estaba al mismo tiempo pensando su propia condición de intelectual, estaba mirándose a sí mismo. Y sería un acto de justicia en este centenario señalar que en el comunismo argentino fue él quien más pensó y escribió sobre la importancia del intelectual en la batalla revolucionaria, y no precisamente en un momento en el que la centralidad de la “Batalla de las ideas” es reconocida por todos. Agosti lo hizo en un momento en el que se discutía la superioridad del llamado “realismo socialista” por sobre todas las formas de arte “burgués” en un momento en que la emergente guerra fría recrudecía las posiciones soviéticas, con sus consiguientes efectos en las posiciones estéticas. Recordemos entonces esas páginas pioneras de Defensa del realismo en 1945. Allí Agosti advirtió el peligro de las posiciones más sectarias sobre la sustancia del arte y la literatura, y avanzó un análisis que personalidades como Volodia Teitelboim, Rodney Arismendi y hasta el propio Henry Lefevbre calificaron como pionero para América Latina.
Finalmente, respecto a la problemática del intelectual, es necesario subrayar que Agosti buscó siempre articular acciones comunes con intelectuales que, aunque procedente de otras corrientes políticas, se posicionaran de manera progresista frente los problemas del país. Así, fue artífice de iniciativas como la revista Expresión, con Roberto Giusti, Enrique Amorím, Leopoldo Hurtado y Emilio Troise; la Campaña Echeverriana junto con Carlos Alberto Erro, la Casa de la Cultura Argentina, como intento que desde 1952 intentó avanzar en la construcción de una alianza de intelectuales para afianzar el proceso de liberación nacional. Y muchos años después, participó en la dirección del ENA, Encuentro Nacional de los Argentinos, experiencia que unió a importantes personalidades del comunismo, socialismo, peronismo, democracia cristianas y tantas otras corrientes.
Esta búsqueda permanente de acciones en el terreno de la cultura, partían de una premisa que Agosti desarrolló extensamente en Nación y Cultural: “cuando una cultura no representa o no sirve a los intereses nacionales de su pueblo, tanto en sus formas materiales como en sus formas espirituales, se produce una falta de correspondencia entre cultura y nación”. Si bien siempre defendió el carácter universal de la cultura y la necesaria reivindicación de la herencia cultural (tomando incluso de pensadores extranjeros todo lo que contribuyera a la liberación nacional), Agosti buscó aplicaciones de lo mejor de ese pensamiento para abordar los problemas nacionales. Por supuesto que en una sociedad dividida en clases la cultura se manifiesta en versiones antagónicas de un mismo proceso, como una permanente tensión entre tradición y reovación. La “comunidad de cultura”, nos dice Agosti, “no es sinónimo de unidad de contenido dentro de una sociedad dividida en clases, pero implica una dirección relativamente uniforme si se mira a la cultura como una totalidad regida por la acción del pueblo”. Y es por eso que la cultura es vista por Agosti como un terreno de lucha en si misma, en el que las clases dominantes intentan además apaciguar las manifestaciones de los oprimidos “sometiéndolas a un estilo ideológico que se confunde con el interés de esas clases dominantes”. Hemos visto recientemente que la derecha tiene plena conciencia de este fenómeno, como lo demuestra el reciente encuentro de representantes de la derecha internacional como Aznar, Vargas Llosa, Montaner, Edwars, López Murphy y tantos otros personajes. Y porque la cultura tiene también estos personajes nefastos, a lo que no debemos subestimar, debemos estar atentos y no desdeñar los esfuerzos colectivos que permitan avanzar en una renovación cultural. Porque la cultura tiene un carácter dinámico, dado que, en tanto producto social, refleja las contradicciones y las respuestas del hombre ante las transformaciones en las condiciones históricas. En esta lucha cultural, podemos observar infinidad de ejemplos de los esfuerzos que las clases dominantes hacen por perpetuar ciertas formas de enseñanza, desde la escuela primaria hasta el nivel universitario, con contenidos que contribuyen a levantar toda una superestructura de sentimientos, valores, modos de pensar la vida, que naturalizan muchas de las circunstancias que oprimen al hombre. Para romper con ese orden de ideas, con ese orden vigente, el desarrollo de un pensamiento crítico, resulta fundamental. Y no debe descuidarse el problema universitario. Porque allí también debemos dar una batalla, contra el los saberes y poderes “constituidos”, concientes de que ninguna verdad debe darse por segura sin ser puesta en cuestión primero. Que la verdad es social, y la construimos entre todos. Pensando además que la universidad no es una entidad separada del pueblo, sino parte fundamentalísima de su constitución. Y haciéndonos todo el tiempo las preguntas que Agosti se hacía hacia fines de los 50, “¿Resuelva la universidad argentina los problemas de la producción argentina? ¿Nos ha servido para elaborar las cuestiones auténticas de un saber nacional? ¿Ha proporcionado respuesta para las demandas de nuestras industrias regionales? ¿Ha estimulado la investigación científica que se coloca siempre en la base de todo perfeccionamiento en cualquier área de la actividad humana?”
Agosti se hacía tocas estas preguntas hacia finales de la década del ´50, cuando la comunidad intelectual internacional entraba en un período de gran efervescencia producto de la Revolución Cubana, un hecho que generó toda una serie de nuevas redes de relaciones. Agosti ingresó tempranamente en esta red de relaciones incluso en un momento en el que, a pesar del importante movimiento de solidaridad con la isla, la dirección del Partido Comunista argentino, como tantos otros partidos comunistas a la sombra del estalinismo, miraba con cierta desconfianza el proceso que, evidentemente, se salía de los carriles por los que “debía” producirse una revolución.
Agosti mantenía correspondencia con Juan Marinello, a quien había conocido pos su estrecha amistad con Ponce, y con Nicolás Guillén cuando vino a la argentina en 1947. A través de ellos, Agosti pudo hacerse de una particular visión de los acontecimientos cubanos, incluso antes del triunfo de la revolución en 1959. La revista Expresión, que mencionamos anteriormente, había llegado además a la isla y fue muy bien recibida en algunos círculos intelectuales, según me comentara el propio Roberto Fernández Retamar. Y desde 1962 será invitado en reiteradas oportunidades a participar como jurado de los premios Casa de las Américas primero por la propia Haydee Santamaría evocando su “destacada labor intelectual”, y luego por Manuel Galich y Retamar. Ese mismo año 1962 el escritor paraguayo Elvio Romero le escribía también desde la Casa de las Américas anunciándole que un escritor Cubano, Fernando Campoamor, preparaba un libro sobre seis ensayistas latinoamericanos (entre los que figuraban, Reyes, Picon Salas, Ponce y Agosti), y que lo había contactado sabiendo del creciente interés Romero por la obra del Argentino. Al año siguiente es invitado por la Universidad de La Habana para la inauguración del aula “Aníbal Ponce” y para dar un curso sobre los problemas de la cultura en América Latina. Pero será recién en 1966 que Agosti viaje a Cuba por primera vez, para ser jurado de del premio Casa de las Américas. Era un momento de plena expansión del la literatura latinoamericana y un momento en el que la Casa de las Américas, se había convertido ya en una institución indiscutiblemente consagratoria para los escritores revolucionarios de esta parte del mundo, y el premio otorgado por ella en el más prestigioso del continente.
Retamar, entrados los años 70, le pedirá además una antología de sus propias obras para publicar en la colección Cuadernos de Casa, iniciativa que, por diferentes circunstancias, no llegó a concretarse. Según el propio Retamar, fue la amplitud de criterios de Agosti la que le abrió las puertas de la Casa de las Américas, en la cual volvió a ser jurado en el año 1975.
Y fue también en las páginas de la Revista Casa que tras el fallecimiento de Agosti, Volodia Teitelboim hiciera un balance de la trayectoria del comunista argentino, recordándolo como uno de los más eminentes intelectuales de América Latina y preguntando ¿Quién escribirá el libro sobre él, que restablezca su memoria y dibuje su presencia para las generaciones futuras?
Pero Agosti fue siempre un observador de América Latina. Ya en sus escritos de cárcel de mediados de la década del ´30, había señalado a Mariátegui y a Mella como los verdaderos intelectuales revolucionarios de su época. Sus obras recorrieron varios países cosechando comentarios de numerosas figuras latinoamericana, algunas de las cuales acompañaron a Agosti en la experiencia de Expresión, que en su primer número anticipaba el objetivo de convertirse en una “revista americana, puesto que desde el plando rioplatense entendemos cada vez más distintamente la necesidad de hablar un lenguaje de comprensión americana.” La necesidad de aunar esfuerzos frente al imperialismo fue una de sus ideas guía a lo largo de su vida y su obra, y son a la vez, una motivación más para estudiar estas relaciones latinoamericanas que hoy emergen con una claridad y una fuerza sin precedentes. Varios intelectuales latinoamericanos han colocado a Agosti como continuador de la línea de Ingenieros, Ponce, e incluso el mismo Mariátegui. Creemos que el principal rasgo común de todos estos personajes es el haber sido profundos observadores de la realidad, orientados por valores y premisas similares aunque claramente en contextos de producción diferentes, hecho que, lógicamente, determinó un resultado diferente.
Y es por eso que lo que intentamos impulsar en este centenario no es un mero “rescate histórico conmemorativo”, sino nuevos estudios críticos que nos permitan poner en discusión nuevamente las ideas gestadas a la luz de otras épocas para incorporarlas en la batalla cultural por una nueva hegemonía camino al socialismo. Porque seguimos creyendo que el socialismo es el único camino para transformar el mundo en el que vivimos, en un mundo habitable, sin explotación, y con un desarrollo que permita salvar nuestros recursos de las garras depredadoras del capital. Y cuando algunos hablan del “fin del socialismo” o del “fracaso del socialismo” etiquetándolo como una experiencia del pasado pienso, claro ¿triunfó el capitalismo? ¿Qué consecuencias tiene para la gran mayoría de la población ese triunfo? El socialismo no ha fracasado, han fracasado algunas de sus expresiones. El socialismo seguirá vigente siempre que haya oprimidos en el mundo, siempre que exista quienes luchen por él, con nuevas formas y por caminos que tendremos que ir descubriendo sobre la marcha. Pero sin duda, pensadores como Agosti que dedicaron toda una vida a esa causa nos pueden iluminar en nuestras decisiones, en nuestras experiencias, en nuestro andar por un camino que, afortunadamente, parece estar ensanchándose en Nuestra América.

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