Como cuando a alguien se le rompe algo importante en la casa y en su miedo porque lo descubran esconde los pedacitos destrozados bajo la alfombra, cosa de que no se puedan ver y la gente transite tranquila por su hogar. Podemos ponerlo así, pero la realidad es que distinta se vuelve la cosa si en vez de vidrios estamos hablando de personas. En esta época mundialista, pareciera que en Brasil ser diferente por tu clase social y tu lugar de residencia te condena a estar debajo de la alfombra. No tenés chance de negarte, no tenés chance de negociar.
Las excavadoras y las fuerzas policiales más temprano que tarde van a llegar a tu barrio en el nombre del fútbol, y no les interesa mucho a dónde tengas que ir después. Quieren la zona despejada, quieren una linda parcela de cemento donde está tu casa, capaz poner algún kiosquito, un teleférico, o una tienda de souvenirs; no quieren que los extranjeros que lleguen con sus bolsillos repletos de dólares beban sus cervezas mientras tengan que verte a vos, mientras vean las desgracias del ser humano.
Porque en definitiva todo es por la plata. No por nada este es por lejos el Mundial más caro de la historia, con unos 5.000.000.000 de dólares invertidos (y contando...) sólo en estadios, con remodelaciones innecesarias como las del Maracaná (incluso contraproducentes, reduciendo considerablemente su capacidad a un estadio que ya había sido reformado últimamente en 2007 y 2003). Si además nos ponemos a fijar en los demás gastos, y nos enteramos de que sólo para las refacciones en aeropuertos se invierten 3.400.000.000 de dólares, ya nos estamos dando cuenta de que se están manejando cifras exageradamente ridículas para organizar un evento deportivo. Plata que encima ya se ha dado a conocer que el 80% la van a afrontar lo bancos públicos, no empresas privadas como se había prometido de antemano, y que incluso las que más gastos públicos van a recibir son las que luego del Mundial quedarán en manos del beneficio de empresas privadas. Así y todo, el gasto más grande es otro. Es uno que no va a poder ser recuperado nunca. Es el de esas más de 250.000 familias que a causa de los proyectos de ocultación del gobierno brasileño pierden sus hogares y se ven obligadas a irse, expulsadas, sin aviso, en algunos casos hasta a más de 60 kilómetros de sus antiguas casas.
Por supuesto que esas familias relocalizadas por el Estado no son gente de la clase media ni clase alta. Esas familias, pertenecientes a las doce ciudades sedes, forman parte de las 37.000.000 de personas que en Brasil están en estado de pobreza, y que conforman el 18,6% del total. Ellos quedaron inmersos en este plan encubierto de limpieza social, padeciendo esas obras que logísticamente son totalmente innecesarias en el desarrollo de la vida cotidiana del Mundial, y con un gobierno que va en contra de la ley, puesto que esta estipula que en casos de re-ubicación siempre la nueva locación de la familia debe ser en una zona cercana a su antiguo hogar; algo que no ocurre, y que se ven obligadas a estar lo más lejos posible de sus ciudades, de sus barrios de toda la vida.
Esto también se denota al ver que en las zonas de gente con más recursos se intenta que las obras generen el menor trastorno posible a los habitantes, y se busca por evitar al máximo las demoliciones. A su vez, si alguna de las personas de bajos recursos se niega a ser relocalizada, el gobierno se dispone a pagarles una indemnización; el problema es que 2.000 dólares es una suma muy por debajo del valor de la misma propia vivienda anterior, y es un dinero con el que es casi imposible re-comenzar una nueva vida en otro lugar, más teniendo en cuenta la explosión de los precios de vivienda justamente a causa del Mundial y los Juegos Olímpicos. Pero eso no les interesa a las grandes cabezas, lo importante para ellos es que estén lejos, y que en las ciudades de la alegría mundialista no haya a la vista grises que se interpongan.
Obviamente que para que se den todos estos desalojos exprés sin piedad tiene que haber alguna trampa que lo justifique y lo ponga dentro de la ley. Esa trampa se llama “Matriz de Responsabilidades del Mundial”, organismo creado especialmente por el gobierno, que entre otras cosas por ejemplo “permite un tratamiento especial en términos del proceso de licitación y también de cuestiones vinculadas a los permisos ambientales”. En palabras más claras: esto les permite “justificar” rápidamente y sin demasiadas vueltas la expulsión de esa gente de sus hogares, y la posterior destrucción de las mismas. Todas sus acciones son apoyadas además de por el gobierno nacional, por cada gobierno estadual y municipal de las ciudades sedes, y un aliciente muy grave es la desinformación que hay respecto a esto, ya que no se dan cifras oficiales de la cantidad de personas que han sido desalojadas de sus viviendas.
Demás está decir también que acá no sólo es responsable el gobierno de Dilma Rousseff, sino que por encima está la gran habilidad titiritera de parte de la FIFA. El Comité Ejecutivo encabezado por Joseph Blatter pese a desligarse constantemente de cualquier intervención para con la organización de la Copa del Mundo, en cuanto a cuestiones extrafutbolísitcas se refiere, utiliza a la Matriz como medio de bajada de órdenes, y que incluso hasta puede llegar a tener injerencia en las fuerzas de seguridad que van a ser utilizadas en la copa, conjunto con el Comité Organizador Local.
Otro punto negativo es el de la criminalización de las manifestaciones sociales que se vienen dando desde mediados de 2013, previo a la Copa de la Confederaciones, y que volvieron con más fuerza a medida que se acercó la fecha de la máxima cita futbolística. A lo largo del año pasado, esa criminalización hecha por parte del gobierno les permitió neutralizar estas concentraciones al tener la libertad de reprimir ferozmente, dejando también así un saldo a lo largo de ese año de miles de heridos y seis muertos, como el caso de una señora de 54 años, barrendera pública, que murió de un paro cardíaco al inhalar los gases lacrimógenos arrojados por la policía. No faltan en Youtube ni en las redes sociales las fotos y videos que dan fe de esas crueles reprimendas oficiales contra el pueblo y las más de dos millones de personas que se movilizaron en cada marcha por una causa justa.
Hay que mencionar que además de a esas seis personas que ya no están entre nosotros, a lo largo de todo el proceso de preparación ocho obreros han fallecido en las tareas de remodelación de los estadios, trabajando a horas extras, a una velocidad inusitada contrarreloj, y con precarias condiciones de seguridad laboral. Todos ellos perdieron su vida en accidentes de trabajo que este apuro sin sentido, producto de una desorganización y una desesperación generalizada, provocó al dejarse pasar de largo las prevenciones necesarias.
¿Y tanto para qué? ¿Qué es lo que se gana a costa del sufrimiento y el dolor de tanta gente? ¿Los bolsillos de quiénes van a quedar más grandes después del Mundial? ¿Los del gobierno? ¿Los de las empresas privadas? ¿Los de la FIFA, que se espera que embolse de todo esto mínimo unos 9.700 millones de reales (y siendo una organización “sin fines de lucro”)? Los del pueblo seguro que no, a quienes poco les quedará de legado una vez que los fuegos artificiales hayan explotado y la Copa se haya ido de esas tierras.
Si incluso Ronaldo (Luís Nazário da Lima), el goleador histórico en mundiales y la cara más visible del COL y la propaganda mundialista, declaró recientemente sentirse avergonzado por el incumplimiento de ese legado que le iba a quedar a todos los brasileños una vez que la Copa del Mundo se fuera del país. Lejos quedaron las promesas de vivienda, transporte, libertad, transparencia. No se puede hablar de vivienda cuando cientos de miles de familias están perdiendo sus hogares sin siquiera una justificación lógica; no se puede hablar de transporte o movilidad urbana cuando los artículos de la ley general de la Copa atacan el derecho de libre circulación de los ciudadanos y se aumenta de manera exagerada los precios de los boletos; no se puede hablar de libertad cuando se tramitan en el congreso proyectos de ley que violan y atacan el derecho de libre manifestación, y contando con una de las fuerzas policiales más violentas del mundo; no se puede hablar de transparencia cuando se ocultan los valores reales de la cantidad de dinero gastada en la organización y se ocultan la cantidad de personas afectadas por ésta, informaciones que deberían ser de dominio público.
No señores... Y la responsable acá no es la pelota. Esto no es culpa del fútbol propiamente dicho. Por más que todos sabemos que si cambiáramos los papeles un rato y lo que se estuviera armando no fuera un Mundial, la reacción popular sería totalmente distinta. Por ejemplo, si supusiéramos que todo esto en realidad se trata de un festival, o de un circo, o de un foro, y su llegada a la ciudad implicara el desalojo de centenares de miles de personas y la terrible represión a millones más. La reacción más probable en ese caso es que el pueblo se va a levantar y se va a impulsar fervientemente en contra de esto, sin lugar a excusas de ningún tipo, y eso precisamente es lo que lleva a una gran pregunta... ¿Porqué con el fútbol hacemos la vista gorda?. Posiblemente en la respuesta a ello también encontraremos la misma que a la de porqué en nuestro país se ven más banderas argentinas en las casas, negocios y edificios cuando está próximo el Mundial que un 25 de mayo o un 20 de junio.
El fútbol ya no es un deporte; es un show, es un negocio. En algún punto confundimos estos términos, dejamos que las valijas se interpongan a la pelota y que la cosa verde de más importancia ya no sea el césped de las canchas. Confundimos pasión con marketing. Compramos espejos de colores. Eso, es lo que también permite que políticos metan la mano por debajo de la mesa y oculten a la gente las cosas que verdaderamente importan; que son la vida, la salud, los derechos, y las condiciones dignas de cada hombre y mujer.
No puede ni siquiera usarse como justificación el hecho de no estar enterado de las cosas para hacerse el desentendido, como sí quizás pudo haber ocurrido en pasadas épocas nefastas con el peso que tenía la censura en ese momento. No se puede porque con las redes sociales y la posibilidad de alcance de información en tiempo real desde cualquier parte del mundo ya es imposible no darse por enterado de la situación que se vive en el país hermano.
Es por esto que también resultan cuanto menos desafortunadas las declaraciones de Andrés Iniesta antes de partir rumbo a Curitiba: “No entiendo las protestas en Brasil, todos deberían estar festejando. No soy quién para opinar sobre los otros, en especial sobre los problemas de Brasil. Solo digo que es algo que me suena raro”, afirmó. Habría que recordar aquí a casos como el de Johan Cruyff, quien al enterarse de la situación que se vivía en Argentina en el Mundial 78' se negó a participar de la Copa, aún teniendo la latente espina clavada de no haberse podido consagrar campeón en 1974 y poder allí tomarse su revancha futbolística junto a una de las mejores selecciones de la historia. Y mismo teniendo en cuenta también lo que ocurrió días antes de estas declaraciones de Iniesta, cuando salió a la luz la historia de Ralf Edström, el jugador sueco que fue secuestrado por los militares en Argentina durante ese Mundial del terror. Por supuesto que uno no pretende comparar la situación actual de Brasil con la dictadura militar más sangrienta de nuestra historia, pero el objetivo del paralelismo es mostrar como el fútbol es utilizado exclusivamente con fines políticos, para beneficios propios de unos pocos a la sombra de mucha, mucha gente, y cómo los jugadores y los medios también se vuelven parte de esta gran cortina que ellos pretenden crear.
Y si hablamos de medios y de formar parte la cortina que tapa al pueblo, qué se podría decir entonces del Diario Olé por si acaso. De parte de Andrés Iniesta podemos llegar a entender que es un futbolista nada más, y que si bien representa a su país no tiene la obligación de estar informado sobre todo lo que ocurre a su alrededor (lo cual, repito, no es justificación si se echa a dar declaraciones), pero en el caso de un medio de comunicación, y sobre todo de tamaña repercusión nacional como lo es Olé, la situación se torna grave. En la tapa de su edición del miércoles 4 de junio, conjunto con una imagen de Neymar Jr. acompañado de un fondo negro, rezaba el título “O mais silbados do mundo”, y su tristísimo copete: “¿Para qué querían el Mundial? Brasil protesta, silba a su selección, que goleó 4-0 a Panamá, parece estar enojado y no feliz de organizar la Copa. Neymar mostró su jerarquía y le pidió paciencia a la gente. ¡Son desagradecidos!”.
¿Por dónde empezar? ¿Por su claro desinterés, ignorancia y falta de información/investigación acerca de temas de vital importancia a nivel nacional del lugar sobre el cual están informando? (y que además su contexto lo vuelve de carácter internacional), ¿Por su intención en todo caso de minimizar la grave situación de un pueblo hasta por debajo de un amistoso de fútbol, y que ni siquiera es de relevante importancia futbolística? ¿Por la falla a su labor de periodistas y al oficio del periodismo? ¿Por desinformar a la gente? (omitir también es desinformar).
Se los puede matar de mil formas distintas por semejante falta a la ética periodística, pero es preferible utilizar las palabras y el espacio para recordar a cada uno cuáles son los medios que consumen. Recordar que la mejor forma que tiene una persona para estar informada es leer medios independientes, periodistas independientes, y siempre leer de muchas fuentes la misma noticia. Hay que aprovechar que hoy en día a través de internet se pueden tener miles de voces acerca del mismo tema. Hay que aprender a manejar toda esa información, para que no nos manejen más a nosotros.
Mejor ejemplo por si acaso es el del periodista danés Mikkel Keldorf Jensen, quien viajó con nueve meses de anticipación a cubrir la Copa y una vez que vivió en carne propia toda la situación que vive el pueblo brasileño, en su caso más precisamente en la ciudad de Fortaleza, le terminó dando tanto asco que simplemente no pudo seguir cubriendo un evento así y decidió presentar su renuncia. “Un gringo que vio lo que los gringos no deben ver”, llamó a su experiencia. “No puedo cubrir este evento después de enterarme de que el precio de la Copa no sólo es el más alto de la historia en dinero, sino que estoy convencido de que ese precio incluye también las vidas de niños”, sentenció en una carta pública el 30 de abril. Todo su trabajo de investigación se ve muy bien reflejado en su documental “The Price of the World Cup” (traducido: El Precio de la Copa).
Dicho todo esto, el día que la pelota ruede recuerden también todo lo que rodeó a esos aplausos prontos a escucharse en esas mismas canchas donde gente perdió la vida; donde en sus alrededores familias fueron desalojadas para que la prensa internacional y los turistas extranjeros no vean el lado pobre y desigual del país, buscando esa falsa y tenebrosa seguridad; donde mientras algunos sufren otros ríen contando dólares, fumando habanos, bebiendo del champagne más caro a costa de sangre y sudor popular. Gritemos los goles de Argentina, gritemos las gambetas de Messi, pero que nuestros gritos sirvan también para algo más que justificar estos crímenes a los derechos humanos, que sirvan para algo más que darles rédito a esos ladrones de traje y corbata que lucran con lo que no debería dejar de ser uno de los deportes más inclusivos de todo el mundo. Seas o no una de esas personas que pagaron su entrada de 12.000 dólares para estar en la cancha. Recordá levantar la alfombra cuando hayan terminado de limpiar.
Santiago Fraga
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